No damos abasto para elegir lo mejor de lo mejor de entre toda la gran cantidad de buenos cómics publicados en 2015. Mirando esas listas veo que existe una variabilidad alta, no hay una unanimidad exacta en un mismo conjunto de trabajos. Y observando las obras que han elegido otros autores y que no están contenidas en esta lista, coincido en que también son buenas y justificadas elecciones. A excepción de unas cuantas obras que casi todos incluimos sin falta —principalmente Aquí de Richard McGuire y La casa de Paco Roca— las listas de este año han recogido una amplia variedad de tebeos para todos los gustos y esto no puede ser mejor señal para el medio.
Como cada año, esta serie de recomendaciones quiere ser, a su vez, un conjunto variado de obras de muchos estilos y procedencias diferentes, con un repunte especial en los autores de nuestro país.
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Aquí (Richard McGuire)
Todos los tebeos incluidos son excelentes. Acostumbro a poner en primer lugar la obra que resistiría una tormenta, aquella cuya recomendación sería indiscutible. Y por su originalidad, por su imaginación, por su poesía visual y por su influencia en el desarrollo del lenguaje del cómic, Aquí de Richard McGuire merece este año ese puesto. Su semilla nace hace casi veinticinco años en una historieta breve del mismo autor dibujada para la revista Raw, en la que se apuntan muchas de las claves de lo que sería esta sorprendente novela gráfica. Su narración empieza y termina con un mismo enfoque visual: la esquina de un salón de estar a doble página. Una esquina que, además, coincide con el pliegue que separa las dos páginas del libro, creando ante el lector una experiencia visual de abrir una «ventana a otro mundo». En cada doble página del libro McGuire mantiene exactamente el mismo encuadre. Sin embargo, a través de las páginas el momento en el que miramos a ese pequeño rincón de la realidad irá saltando atrás y adelante en el tiempo. El resultado es una bellísima sinfonía visual de historias, eventos y anécdotas en las que tanto se da alternancia como superposición de unas y otras, narrando la historia del espacio físico ante nosotros, una historia inasible por la memoria humana. Aquí es un libro tan inédito en su concepto y forma de narrativa como impecable en la ejecución de aspectos como el control del ritmo, el uso del color, la composición de los elementos visuales… De este libro se escribirán —ya se han escrito— miles de palabras y será influencia —ya lo ha sido, también— de grandes autores.
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Las aventuras de Joselito (José Pablo García)
Uno de los regalos tempranos del 2015 ha sido este interesante cruce entre biografía y ejercicio de estilo. En Las aventuras de Joselito, se compila la historia de la vida del célebre cantante infantil a través de fragmentos de la misma: sus inicios humildes, su éxito como estrella infantil y sus viajes por el mundo entero, su caída en desgracia y su posterior reconciliación con el público. La originalidad y complejidad de esta novela gráfica reside en que su autor tira de estilos gráficos y modelos de historietas muy distintos para ilustrar cada episodio. Por ello Las aventuras de Joselito es tanto una especie de homenaje biográfico al protagonista del tebeo como a unos cuarenta autores de cómic a los que José Pablo García les toma prestados el trazo, los colores, las composiciones de página, el tono e incluso el género para ir construyendo paso a paso la vida del pequeño ruiseñor. Así, nos encontramos que su autor se pone en la piel de autores tan distintos entre sí como Osamu Tezuka, Francisco Ibañez o Jack Kirby y tanto tira de línea clara franco-belga, como del tebeo de humor de Bruguera o del cuaderno de aventuras de los cuarenta y cincuenta como referentes para ir montando cada relato. Es tan variopinto el abanico formal —y grande el dominio de García para recrear cada registro— que el tebeo invita al juego de intentar reconocer todas las referencias posibles para así poner a prueba nuestros conocimientos sobre la historia del noveno arte.
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Julie Doucet – Cómics 1986 – 1993 (Julie Doucet)
La editorial Fulgencio Pimentel ha publicado este año un interesante trabajo de recopilación de las obras completas de una de las autoras más importantes del tebeo underground. La autora canadiense Julie Doucet podría ser fácilmente el eslabón entre los fundadores de esta corriente como Robert Crumb o Gilbert Shelton y los posteriores autores del cómic alternativo con un componente autobiográfico como Chester Brown o Joe Matt, que la reconocen como una influencia directa. Esta edición, inédita en todo el mundo, recoge los tebeos que publicaba la autora canadiense en su fanzine autoeditado, Dirty Plotte. En ellos, Doucet trabaja desde la autobiografía más costumbrista, sincera y cruda, hasta las ficciones antropomórficas de un humor más salvaje. Una de las series más recurrentes e interesantes son los «diarios oníricos« de la propia autora, en la que plasma en forma de tebeo una crónica de sus propios sueños. En ellos aparecen tanto sus fobias como sus fantasías, pero también temas de identidad y transgénero. Sería muy fácil relacionarla con Crumb en tanto que comparten temas, un cierto gusto por lo grotesco y una libertad desmedida para contar lo que les da la gana sin tapujos. Pero así como en el fundador se detectaba con frecuencia —y sobre todo alcanzada una cierta madurez— una autoconsciencia de su fama que le permitía convertirse en un personaje que se sabía subido en una palestra para provocar al público, en Doucet se capta una cierta pureza de intenciones, una confesión directa a través de la viñeta, pero no tanto para un público como para sí misma. Y eso no solo ayudó a que sus tebeos fueran muy buenos tebeos, sino que también los convirtió en un modelo de tebeo autobiográfico que inspiraría a las generaciones posteriores de dibujantes.
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Las aventuras del Capitán Torrezno: Babel (Santiago Valenzuela)
Se habla poco de las páginas y páginas que está echando Santiago Valenzuela en esta mastodóntica obra que seguramente a su término pasará a ser una de las grandes obras del tebeo español. Valenzuela nos deja un volumen cada año y medio aproximadamente y, por desgracia —y a pesar de habérsele otorgado un premio nacional—, no se producen muchos comentarios de cada nuevo libro que se ha ido publicando a pesar de que la serie cuenta con toda una buena cantidad de fieles lectores que, como mínimo, la mantienen en la categoría de serie de culto. La épica-sátira del Torrezno lleva ya publicados seis volúmenes de un primer ciclo y —con este— tres del segundo que aún está en marcha. El segundo ciclo, cuyo tema es la campaña de expansión bélica de la Iglesia de José Hilario Viñeiredo a lo largo y ancho del micromundo, narra en este tomo la llegada hasta la formidable torre de Babel, donde el Torrezno tendrá que tirar de todo su ingenio e improvisación para la conquista de la colosal estructura. Valenzuela continúa con su cóctel de acción, aventura y golpes de humor alternados con pasajes de reflexión ontológica y cosmológica a partir de figuras metafóricas inspiradas en lo cotidiano, que vienen siendo un recurso habitual en este segundo ciclo desde su inicio, Plaza Elíptica; en Babel, estos pasajes han derivado más hacia la narración de la mitología heroica y están elaborados siempre con la fantástica imaginería visual abigarrada de Valenzuela. Además, no hay que dejar de añadir que, en este tomo, Valenzuela ha dibujado el epílogo más divertido de todos los existentes hasta la fecha. Háganse un favor: empiecen la lectura de estos tebeos que, en nada, serán un gran clásico único de nuestra historia de la historieta.
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El Multiverso (Grant Morrison con varios dibujantes)
En materia de sagas de superhéroes, hemos visto la llegada de Secret Wars (Marvel) y Convergencia (DC). Las dos grandes editoriales del género, curiosamente, han usado el mismo planteamiento recurrente. La idea original surgió a mediados de los ochenta con Crisis en Tierras Infinitas de la DC, en la que la editorial se inventó una épica de proporciones espectaculares mediante la cual hacía limpieza de armario con la continuidad de su universo superheroico. Destruían su multiverso, pero luego lo recomponían, poniendo a cada personaje en su sitio específico, ordenando líneas cronológicas y actualizando a los personajes más antiguos para los nuevos lectores. El resultado fue una historia original y brillante que, vaya por Dios, han ido repitiendo hasta cuatro veces en tres décadas, incluso sin necesidad de reordenar nada porque tenían ya su multiverso bastante recogidito. En este caso, Convergencia —la Crisis actual de DC— ha resultado bastante floja comparada con sus predecesoras. Marvel, por su parte, ha recuperado su propia gran saga, las Secret Wars, que originalmente se hizo para vender juguetes para críos y que acabó resultando en una divertida fanfarria de repartirse hostias entre buenos y malos en la mejor tradición de la Casa de las Ideas. Los señores de Marvel han decidido repetir la historia, pero a lo Crisis, destruyendo todo su multiverso para luego reordenarlo también. Y el caso es que tampoco lo necesitaba mucho: su universo también estaba bastante bien ordenado y estructurado, así que las consecuencias de estas Secret Wars —inconclusas a fin de año— miedito pueden dar. En cualquier caso, en lo visto, Marvel ha sacado mejores historias que DC. Sin embargo, DC, paralelamente a Convergencia, ha publicado la serie limitada El Multiverso en la que le han dado a Grant Morrison la libertad para desarrollar historias en varios mundos del multiverso de DC. Sin duda alguna, la más memorable de ellas ha sido la de Pax Americana, tebeo dibujado por Frank Quitely que rememora Watchmen usando mecanismos formales, narrativos y simbólicos similares a los usados por Alan Moore y Dave Gibbons pero modulados de forma diferente. Un detalle interesante además es que usa los personajes con los que originalmente Moore y Gibbons iban a hacer Watchmen. También he disfrutado mucho con Los Justos, la historia del universo alternativo en el que los hijos de los superhéroes se comportan como celebridades apáticas y bastante inútiles dignas de cualquier reality variedad de jardín, o Ultra Comics, un nuevo intento de Morrison de combinar superhéroes y ruptura de la cuarta pared, en el que se genera la ilusión de que el lector se hace uno con el superhéroe protagonista.
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Rork (Andreas)
La obra reeditada del año también ha sido una difícil decisión para esta lista. Casi hasta última hora iba a serlo el recopilatorio integral de Tank Girl que sacó Norma a principios de este año. Y es un tomo excelente, no dejen de plantearse su compra. Sin embargo, ECC ha tenido a bien reeditar las aventuras de uno de mis investigadores de lo paranormal favorito y este se ha hecho con este espacio en la lista con todas las de la ley. Los dos volúmenes de Rork recogen todos las historias del misterioso viajero albino desconocedor de su pasado y de su futuro, que iba topándose con extraños casos allá donde aterrizase. Chamanismo castanediano, mitología lovecraftiana, ciencia ficción tarkovskiana… todos los referentes de Rork siempre venían del cine y la literatura de «lo extraño»… y Andreas lo defendía de forma sublime en lo gráfico. Siempre se me ha antojado que Andreas era como una suerte de cruce entre Moebius y Druillet. En él se juntan lo sereno y lo ruidoso, lo relajado y lo abigarrado, lo elegante y lo recargado. Las transiciones, los procesos, las transformaciones que dibujaba Andreas me parecen únicas y pocos como él han usado el lenguaje del cómic y las composiciones de página para representar la ruptura de la barrera entre lo natural y lo sobrenatural, el viaje a otros mundos y la maravilla del contemplar lo nunca visto. Pese a que el tamaño de la edición de ECC es algo más reducido que los álbumes que disfrutamos a finales de los ochenta —también es de agradecer una edición más «de bolsillo«, todo sea dicho—, ello no desmerece la bonita edición que se ha hecho de estos dos libros, a un precio razonable, recomendable tanto para los fans de esta serie de culto como para los que hasta ahora no habían oído hablar nunca de ella.
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Pablo y Jane en la dimensión de los monstruos (José Domingo)
Con cierta frecuencia apunto que toda una generación de comiqueros —en la que me incluyo— tuvimos que insistir tanto en que el cómic no es un medio «para niños« que rápidamente se nos olvida que existe y debe existir un cómic para niños. ¡Incluso aunque crecimos con él! Que haya buenos cómics para niños tampoco está reñido con el hecho de que, como adultos, los disfrutemos también, tanto porque sus obras valgan para ambos públicos, como por que nos azote la nostalgia y queramos zambullirnos en tebeos similares a los que leíamos antaño. Por eso es una grata sorpresa que este año haya salido este libro dibujado por uno de los autores más interesantes y vanguardistas de nuestro país. A cuento de haber disfrutado a José Domingo en otras obras como el magnífico Aventuras de un oficinista japonés hemos acabado con este nuevo tebeo en las manos, independientemente del público al que pueda ir dirigido. Pablo y Jane en la dimensión de los monstruos es un libro-juego de localización de elementos a través de varias vistas panorámicas aéreas a doble página. Pero a diferencia de libros del mismo estilo —seguramente el más popular de ellos es ¿Dónde está Wally?, de Martin Handford— el ejercicio de búsqueda está justificado a través de una narración en forma de tebeo, con una historia que enmarca la odisea de los protagonistas en su introducción y en su desenlace. Pablo y Jane son dos niños que encuentran una máquina de viaje interdimensional y que —en un inevitable accidente— acaban vagando entre mundos terroríficos donde deben localizar piezas de su nave para poder dar el salto de vuelta a casa. José Domingo explota al máximo su habilidad para llenar la viñeta de detalles y acciones en segundo plano como ya hizo excelentemente en Aventuras de un oficinista japonés. Las dobles páginas de este libro-juego están repletas de pequeñas escenas, situaciones y anécdotas en las que perderse entretenidos mientras cumplimos con el objetivo de la búsqueda.
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Malditas pesadillas indigestas (Winsor McKay)
Que el final más trillado de todos los finales de cualquier historia es «al final todo era un sueño» —con permiso de Antonio Resines— creo que es más que un hecho. Si ese final se repitiese al terminar cada historieta podríamos acusar a su autor de falta de originalidad. Pero si ese final es un punch-line recurrente y esperado por sus lectores como una «marca de la casa«, la cosa cambia un poco. Si además tenemos en cuenta que los sueños que anteceden a ese despertar son un despliegue de imaginación y de ocurrencias visuales desbordantes, seguramente se perdonaría el repetitivo tropo final. Y si además el autor que firma las historietas es Winsor McKay creo que poco más hay que hacer que ejecutar una sana reverencia. Malditas pesadillas indigestas recopila las tiras del mismo título que McKay —bajo el seudónimo de Silas— dibujó de septiembre de 1904 a abril de 1906. Un antecedente de su posterior Little Nemo in Slumberland, las tiras cuentan las desventuras de todo un elenco de personajes representativos de la América de principios de siglo pasado. En cada página, el autor exagera situaciones completamente cotidianas, hasta convertirlas en un delirio gráfico sorprendente que inevitablemente solo puede tener la explicación final de que todo aquello forme parte de un sueño. La obra no solo resulta interesante como entretenimiento humorístico sino que también es una buena forma de asomarnos a la sociedad de la época, sus temas y sus costumbres, todo ello con el despliegue de creatividad visual delirante en la elaboración de secuencias narrativas que llegaría a su máxima expresión posteriormente en las tiras de Little Nemo.
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Chapuzas de amor (Jaime Hernández)
Ay, Locas. Cuantas charlas en la caja de la librería de turno sobre los Hermanos Hernández habremos dedicado al debate sobre cuál de los dos —Jaime o Beto— es mejor, como si de un sabor de helado se tratara. Por supuesto, la intención original del debate es soberanamente estúpida, pero el hecho de que abría la puerta a interminables apuntes y argumentos de cada tertuliano era genial, porque daba para horas y horas de sacar virtudes a los tebeos de estos dos genios del cómic alternativo. Yo, personalmente, siempre me hallaba defendiendo los trabajos de Beto porque su saga de referencia, Palomar, me parecía más equilibrada de inicio a fin y todo su coro de personajes me resultaba interesante por igual. Por contra, siempre me había costado más entrar en la saga de Jaime, Locas. Sus inicios son algo más difíciles y la alternancia entre los elementos de género sobre los que pavimenta algunos de su cómics puede llegar a distraer del potente fondo de sus personajes. Quizás también llegué algo tarde a los tebeos de Locas y no llegué a compartir algunos rasgos generacionales de los lectores que los amaban y los siguen amando. En resumen, yo oía hablar a amigos lectores de cómic sobre Maggie y me daba la impresión de que hablaban de ella de la misma forma que yo lo hacía de Luba, de Ofelia, de Guadalupe o de Heraclio. Por lo que estaba claro que algo había. Ese distanciamiento personal con la obra de Jaime termina definitivamente con Chapuzas de amor, que está hecha a prueba de comparativas infructuosas. La narrativa de unas historias que capturan el vértigo del paso del tiempo, las emociones guardadas y no expresadas y un poso que contiene tanta dulzura y amargor atrapará nuestros corazones en un puño hasta la última página. Jaime regresa a su universo con una —otra— obra maestra, emocionando tanto a los lectores que llevan años siguiendo a Maggie y al resto de la familia Chascarrillo como a los que tenían pendiente —como un servidor— acabar de sumergirse en sus vidas. Indispensable.
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Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Jorge Carrión y Sagar)
Normalmente, cuando asociamos cómic y periodismo el primer nombre que viene a la mente es indiscutiblemente Joe Sacco. La escasez de trabajos periodísticos desde el cómic como medio es tal que casi da la impresión de que sea un rasgo de autor del propio Sacco en exclusiva y no todo un género a explorar por periodistas y dibujantes trabajando codo con codo. Por eso, es una gran noticia la aparición de un reportaje en viñetas como el de Jorge Carrión y Sagar que decidieron embarcarse en una investigación sobre el mercado de la chatarra en Barcelona y sus principales actores. Habría tantas cosas que decir de Barcelona. Los vagabundos de la chatarra que el espacio presente se me va a hacer corto. Pero para empezar, cabría señalar que la virtud más importante del libro es la lealtad a los principios básicos del periodismo, algo que en los tiempos actuales parece un lujo. Por ejemplo, en una de las entrevistas del reportaje, el entrevistado cuenta una historia relevante para la investigación, pero de la que solo podemos aceptar la palabra de quien la cuenta. No hizo falta buscar en Google o tirar de hemerotecas para verificar la historia: a la vuelta de la página los autores contrastan lo contado en la entrevista con una segunda fuente. Carrión y Sagar ofrecen multitud de fuentes de información y defienden la entrevista como exposición de información desde el relato textual y el retrato expresivo de los entrevistados, para el que el dibujante no pierde detalle. Otro aspecto que me ha gustado mucho de Barcelona. Los vagabundos de la chatarra es la autoconciencia de los autores sobre el propio reportaje. Ellos mismos aparecen «entre capítulos» hablando sobre la pertinencia del trabajo que están realizando y de cómo lo están realizando, algo que me ha recordado al Spiegelman que en Maus, en el propio cómic, como personaje, plasmaba sus reflexiones y dudas sobre la misma historia que estaba narrando allí, sobre la marcha. El libro, además, concluye con una entrevista —también en formato cómic— de los autores a Sacco en la que profundizan un poco más en el cómic y su potencial para el desarrollo del medio periodístico.
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Rituales (Álvaro Ortiz)
Tras sus dos primeras obras —Cenizas y Murderabilia—, el zaragozano Álvaro Ortiz nos ha dejado este año su tercera novela gráfica. Rituales luce por ser un trabajo en sintonía con sus obras precedentes en cuanto a algunas temáticas y en lo referente al estilo narrativo. Pero, al mismo tiempo, resulta una novedad en lo tocante a la estructura y al fondo de la obra. Con la apariencia del clásico conjunto de historias breves, Rituales es mucho más. Tras el coro de historias, subyace una historia central invisible a los ojos del lector, pero que se va apuntando y esbozando a través de los relatos que orbitan alrededor de esta y que conforman el conjunto de la obra. Una misteriosa estatuilla con un gigantesco falo, rituales oscuros en sótanos extraños, gente que se derrite tomando un café, artistas desaparecidos… toda una serie de eventos y casualidades van apareciendo en un coro de historietas aparentemente costumbristas —con la firma de los temas y situaciones predilectas del autor— y que van desembocando en un final sorprendente. Ortiz nos muestra de nuevo sus dos mayores virtudes: su gran talento para la narración —es un cuentacuentos excelente— y un estilo gráfico que ya es inconfundiblemente suyo tanto por el trazo de su dibujo como por sus bellas paletas de colores. Si quieren leer una recopilación de relatos de misterio, intriga, algo de terror muy sutil, completamente diferente de lo habitual y con unas pautas gráficas rara vez usadas en estos géneros, no dejen de echarle un ojo a esta obra.
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Buenas noches, Punpun (Inio Asano)
Es bastante arriesgado colocar en una lista un tebeo de una serie que no ha hecho más que empezar a publicarse en nuestro país: lo ideal sería referenciar la serie a su término, pudiendo valorar el conjunto total de la obra. Pero Buenas noches, Punpun de Inio Asano tiene numerosos argumentos que justifican su presencia en esta lista. Para empezar está el crédito de sus mangas anteriores que ya hemos podido leer en nuestro país como Solanin o La chica a la orilla del mar. Si algo nos queda de esas primeras obras es el enorme talento del mangaka para crear personajes y conectar a los lectores con ellos, contando historias que nos atrapan emocionalmente durante todo el relato. Luego está el enorme éxito de esta obra en particular en su país de procedencia, donde ya han visto su conclusión. Y finalmente… bueno, la simple lectura de su primer volumen y el juego gráfico que nos plantea su autor ya convence. Posiblemente, es el cómic con el que más veces me he reído a carcajada limpia este año pasado. Buenas noches, Punpun es una tragicomedia que tanto oscila del hiperrealismo al absurdo en su trama, como del hiperdetallismo al garabato minimalista en su dibujo. ¿Pero de qué va esta historia? Pues resulta que Punpun es un niño japonés corriente que va al colegio con otros niños de su edad y que tiene tendencia a enamorarse con mucha facilidad. También tiene tendencia a guardarse sus sentimientos con igual facilidad y, por supuesto, a meterse en enredos por ellos. Y quizás hay que detallar también que Punpun —y su familia— está representado como un boceto perezoso de un pajarico, apenas un garabato en la página. Pero el resto de los personajes —dibujados estos, por contra, de forma realista— no parecen darle una consideración especial a eso. A partir de ahí, el reto es el de Asano: transmitirnos gráficamente lo que siente y lo que vive Punpun, siendo un mero esbozo andante. Y lo supera con creces en cada viñeta, para deleite del lector. Si quieren descubrir a uno de los autores japoneses más interesantes y conocer por qué su nombre ha ido volando de boca en boca de los aficionados al cómic japonés, en su cómic más divertido y a la vez melancólico hallarán todas las respuestas.
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Patria (Nina Bunjevac)
Normalmente, las noticias sobre guerras en países ajenos se nos hacen distantes, impersonales y frías. Las imágenes de ciudades en ruinas, de refugiados con los restos de su vida y la de los suyos a sus espaldas, y de tiroteos y explosiones filmados en la distancia se convierten en una rutina cotidiana a base de repetición en los telediarios, casi como una sección más de los mismos: política, guerra, deportes, el tiempo. A menos que tengamos una cierta inquietud o sensibilidad, es difícil hacer llegar a alguien desconectado de estos conflictos bélicos lo que suponen para las familias afectadas por ellos. Ya no solo por los actuales, sino por los sucedidos en la historia reciente y que dejan un poso en las personas y en sus descendientes. Nina Bunjevac dibuja en Patria la historia de su familia, originaria de la antigua Yugoslavia, y narra su devenir actual mirando hacia el pasado y estableciendo las conexiones pertinentes con la historia de los conflictos bélicos de la zona de los Balcanes, remontándose todo lo atrás posible. No sabemos si Bunjevac quiere así dar explicaciones de por qué los individuos hacen lo que hacen a sus pares, porque una de las grandes virtudes de esta obra es que su autora consigue elaborar una narración sin emitir muchos juicios, sin dar un golpe en la mesa con una mano y señalar culpables con la otra. Y a la vez tampoco es fría, ya que consigue que, aunque no compartamos las decisiones de algunos de los miembros de su familia, por lo menos comprendamos. En la narrativa gráfica, esta templanza reflexiva esta defendida desde un equilibrado ritmo que le permite saltar del relato íntimo al relato histórico, volviéndose su autora a ratos confidente, a ratos pedagoga. Su dibujo, con un estilo que tiene una base visual inspirada fuertemente en el retrato personal y la instantánea histórica —lo que le permite conectar los dos tipos de relato mencionados—, y su potente juego de sombras trazadas a través de mil líneas cruzadas también cautivarán al lector a medida que avance en la lectura. Patria es un cómic que habla tanto de eventos históricos como de las personas que los viven y si tiene un mérito importante —especialmente hacia el final de la obra— es el de intentar llegar al fondo de lo que realmente importa.
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La casa (Paco Roca)
Todos los años sucede lo mismo. Todos los años llega diciembre y los redactores de listas temblamos, porque si todo va bien —y este año ha sido bastante bueno— cerraríamos las listas ya en noviembre. O en octubre. Pero no, diciembre llega y las editoriales descargan su traca final. En diciembre Astiberri lanzó cuatro torpedos como La ficción (Curt Pires, David Rubín), Yuna (Santiago García, Juaco Vizuete), Necrópolis (Marcos Prior) y La casa (Paco Roca). Todos ellos son buenísimos tebeos, pero especialmente el de Paco Roca se ha impuesto sobre el resto de pretendientes a un lugar en esta lista como una apisonadora. Esta novela gráfica narra el reencuentro de tres hermanos con un espacio físico: la casa del padre. En el trajín de arreglarla para ponerla a la venta y a través de acciones corrientes, del contacto con los elementos cotidianos, afloran los recuerdos. Los hermanos rememoran las experiencias pasadas para así poder reconstruir la figura del padre ausente. Y comparten estas memorias entre ellos y con las generaciones siguientes. Paco Roca firma una ficción de inspiración autobiográfica, que conecta de nuevo con un amplio colectivo de lectores, con prácticamente toda una generación de hijos de padres hechos a sí mismos, que levantaron sus propias casas, sus propias vidas, a base de esfuerzo y cariño por los suyos. El despliegue de recursos narrativos y gráficos de Roca es tan interesante y variado que a ojos del lector puede parecer sencillo, cuando no lo es tanto. Pero, sinceramente, hablando de La casa a mí se me quitan las ganas de lanzarme al análisis técnico. Lo que realmente me apetece es releerla otra vez y meterme en la historia que cuenta Roca; que es la suya, pero mediante este tebeo la ha convertido también en la historia de todos.
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Amarillo Indio 1 (Julio César Pérez)
Si esta lista la abría un cómic que precisaba acogerse a una definición menos clásica y canónica de lo que se conoce como cómic, me parece ideal cerrarla con otro libro que precisa de la misma amplitud conceptual. El humor gráfico en forma de tiras —o incluso en el formato de la viñeta única— nació y se desarrolló en las páginas de la prensa diaria y los dominicales. Pero ¿qué pasa cuando entre los medios de comunicación contamos ya con los medios digitales? Así conocí a «Amarillo Indio», cuando un servidor empezaba a navegar por Twitter y se le aparecían por arte de retutit ajeno una y otra vez los trabajos de este ilustrador que evoca las situaciones humorísticas más variopintas a través de bellísimos garabatos plasmados en menos de cinco minutos. En el contraste entre la elegancia abstracta de su dibujo y las precisas situaciones que se ilustran, sostenidas por el contexto que facilitan los cómicos diálogos de los personajes, es donde Julio César Pérez —Amarillo Indio— nos atrapa y maravilla. Y para los que duden si una sola viñeta —y en este caso sin viñeta dibujada— constituye un cómic, les recomiendo definitivamente que se lancen a la adquisición del libro. Porque allí el autor secuencia los dibujos que en las redes sociales habíamos conocido aisladamente. Conecta sus series de dibujos de tal forma que le permite crear una especie de universo onírico en el que la lógica de la secuencia narrativa fluye por la asociación de ideas, de acciones, de personajes. En un momento el tema es el ser, luego el arte, luego las invasiones secretas marcianas, luego las fiestas, luego la política, luego la letra A… y así saltamos de imagen en imagen, hasta consumir su libro en un despiste. Por ello, este libro resultará una grata novedad tanto para los que ya lo conocían desde sus imágenes aisladas vistas en redes sociales como para los que se lancen directamente a la lectura de su libro en papel.
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Os dejáis la primera parte de «La balada del Norte», de Alfonso Zapico. Una revisión humana de la casi olvidada Revolución de Octubre del 34 de Asturias, que fue el prólogo de la Guerra Civil.
¿Ese rollaco a medio camino entre Galdós y un telefilm de sobremesa de A3?
A mi también me gustó La balada del Norte, espero la segunda parte. Bien contada la historia, buena ambientación, dibujo ajustado.
Zapico es para mí uno de los historietistas mas interesantes del momento.
Comentario de troll o de «hater» desinformado de esos que abundan ahora por internet.
PD: Preciosa la primera parte de «La Balada del Norte».
Me gustan estas listas porque siempre sale alguna sugerencia de lectura aprovechable.
Solo he leido el de Paco Roca, que es muy bueno, como es obvio.
La saga de S. Valenzuela hace tiempo dejó de interesarme, con sinceridad. Su verborrea me echa para atrás, si bien es cierto que gráficamente tiene mucha imaginación y no se le puede negar el interés.
«Hace tiempo dejó de interesarme» «y no se le puede negar el interés». #BamosVien
Sí, bamos mhui vihen.
Se dice «vamos muy bien».
En mi opinión, lo mejor de Valenzuela está en sus narraciones cortas. Podían estar en una antología de lo mejor de aquí de las últimas décadas incluyendo novela y cine -son arquetípicas de nuestro verdadero género nacional, el esperpento-. Lean Sociedad Limitadísima, El lado amargo y, dentro del universo de Torrezno, Los años oscuros.
Hola j, por si no la conoces, te recomiendo esta también. Hay quien dice que es lo mejor de Valenzuela.
http://astiberri.com/products/el-gabinete-del-doctor-salgari
Coincido mucho con el apunte que haces asociando la obra de Valenzuela con el esperpento. Más de una vez he indicado en charlas de tebeos que Valenzuela es muy «valleinclanesco». Una adaptación de cómic de Luces de Bohemia solo me la imagino en los lapices de este autor.
Me alegra muchísimo ver por aquí a lectores de cómic seguidores de la obra de Valenzuela.
Mierda, si llego a escribir «Valenzuela» una vez más en ese post, igual se me habría aparecido y hubiera podido pedirle que me firmara todo lo suyo que tengo por aquí.
Ah, sí, claro. Y ahí, además, como dibujante se recrea especialmente en esas arquitecturas y composiciones de página tan suyas y tan piranesianas a la vez; vamos, que funciona como una introducción perfecta a su estilo y temas. ;)
POR FIN veo incluido el nombre de Santiago Valenzuela en una lista de «lo mejor de…». Vengo siguiendo a Valenzuela desde hace unos veinte años (cuando publicaba los ‘zines «Jarabe» y «El retorno de los Ultramarinos») y, francamente, creo que es uno de los mejores autores de cómic no de España, sino del mundo entero. Larga vida al Capitán Torrezno!
Estaría bien que mencionarais las editoriales. La buena salud del comic no sólo se debe a los autores, sino también al entramado de editoriales, librerías, lectores, blogs, críticos, ferias, etc.
Al margen de la calidad de la historias y de cómo se desarrollan yo quiero hacer incapíe en la calidad gráfica de las ilustraciones de las obras que se tratan en este artículo y en otros. el cómic son dos cosas: ilustración, en la que se incluye el desarrollo narrativo, los encuadres,etc… y los textos, y los silencios. en cuanto los textos no dudo de que haya calidad, en cuanto a la calidad de las ilustraciones asevero que en muchos casos son un ejercicio, no intencionado, de feísmo, fruto de u desconocimiento de la labro ilustrativa y de capacidades. como en cualquier obra de arte en el cómic se busca la belleza, y puede que el feísmo sea un recurso más que se puede utilizar cuando convenga, pero lo que no se puede es dar carta de excelencia a trabajos que están mal dibujados por sistema e incapacidad de hacerlos de otra manera. para ver un cómic dibujado de forma ofrenda mejor uno se lee una novela. por no mencionar que denigra la labor del resto de ilustradores que se dejan la piel haciendo bien su trabajo.
Muy bien dicho, Iván. Parece que si dibujas mal eres guay. No tiene nada de malo saber dibujar como Harold Foster. Me empiezo a aburrir de los tebeos feos y mal hechos. El tono de la narración lo justifica muy pocas veces.
Muy de acuerdo contigo. Parece como si hubiera uno de disculparse porque le gusta un buen dibujo. Eso de que se requiere un dibujo feísta no he acabado de creérmelo nunca, mas bien parece una excusa de quien no sabe hacer otra cosa.
Y luego no nos engañemos, pareciera que se está viviendo una época dorada del cómic, e incluso de la ilustración, en nuestro país. puede que para las editoriales sí, para los autores ni mucho menos. es más, algunos de los mejores ilustradores de este país son desconocidos. publicar es casi un ejercicio de gratuidad. con suerte, salvo raras excepciones, se recupera el material invertido, y poco más. los derechos de autor van en relación a las ventas, y las ventas son muy cortas. todo tiene su por qué, la historia nacional lo explica bien. tan solo dos dato: uno-en el IAE no te puedes dar de alta como ilustrador, el epígrafe correspondiente no existe. sin embargo tenemos premios nacionales de ilustración y de cómic. es una incongruencia aberrante para salvar los muebles, sumarse a la modernidad a la española y nada más. dos- mientras en otros países, por ejemplo en los EEUU, los estudios de ilustración son una carrera universitaria con sus correspondientes master y con la relevancia de cualquiera otros estudios superiores, en España el conocimiento se ubica en las escuelas de artes y oficios, una FP, por cumplimentar. una vergüenza. se agradecen los artículos de divulgación de estas materias que nos ocupan, pero se agradecería más que desde los medios se reivindique el lugar que le corresponde a la ilustración y al cómic por parte de las instituciones públicas y de la sociedad. este sería el reconocimiento de la labor y el comienzo de un cambio.
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