Cine y TV

Y el mejor cuento de Navidad ha sido… Tangerine, pero no es para niños

Imagen: Duplass Brothers Productions.
Imagen: Duplass Brothers Productions.

Los viejos rockeros nunca mueren, dice el dicho, pero dan mucho mal, añadía un lúcido maño que conocí hace años. En esta categoría, la de batallitas de viejos rockeros, podríamos meter las historias de Marianne Faithfull, ya saben, la pobre niña rica que se lío con Mick Jagger, le puso los cuernos con Keith Richards, tuvo y tiene una interesante carrera musical, pero en un momento de su vida sufrió el típico descenso a los infiernos por culpa de su adicción a la heroína. Sus historietas llevan años circulando, especialmente desde que declarara que su camello se cargó a Jim Morrison por error.

Sus anécdotas tienen más o menos interés según profeses esta religión, la del rock, que a veces se distingue muy poco de las organizadas tradicionales, pero en una ocasión concreta sí dijo algo muy interesante para cualquiera. Al menos a mí me lo pareció y nunca lo he olvidado. Marianne habló de que cuando más tirada estaba en las calles de Londres, cuando convivía con otros yonquis en la peor situación imaginable, pudo comprobar que entre algunos de ellos existían gestos de generosidad de tales proporciones que le devolvían la fe en el género humano. Luego, una vez rehabilitada, nunca había vuelto a ver nada igual.

Los protagonistas de la película Tangerine (Sean Baker, Estados Unidos, 2015) no son yonquis, pero sí que se encuentran en una situación igual de peligrosa. Son personas transexuales que se prostituyen por las calles de Los Ángeles. La historia comienza cuando una de ellas, de nombre Sin-Dee Rella, sale de la cárcel el día de Nochebuena y quiere reencontrarse con su novio, un traficante de baja estofa, en lo que será un bello e instructivo cuento de Navidad que parte de la misma premisa que contaba Marianne Faithfull: entre los que se encuentran más denostados por la sociedad y en situaciones límite, puede hallarse, en muchos gestos, lo mejor del ser humano. Una bondad imposible de alcanzar desde el confort.

Casualmente, Sin-Dee Rella está interpretada por una actriz transgénero que en su día también fue prostituta, Kitana «Kiki» Rodríguez. Lo mismo que su mejor amiga en la pantalla, Mya Taylor, también transgénero e igualmente con un pasado haciendo la calle. Ambas introdujeron al director en el ambiente, que desconocía, para que pudiera escribir el guion. Al final, Baker se dejó de elucubraciones y escribió un texto para ellas.

«Yo era una puta («ho», en slang), pero hay una diferencia entre ser una puta y una prostituta. Una prostituta tiene un chulo», ha confesado esta actriz sobrevenida, Mya Taylor, en el Washington Post. Tiene veinticuatro años.

Criada por sus abuelos, que la expulsaron de casa por ser transgénero, se vio sola en la calle con dieciocho años. Intentó buscar trabajo desesperadamente. Echó doscientas solicitudes de empleo en un mes y llegó a hacer veinte entrevistas, pero nadie la contrató: «Estaba decidida a conseguir un trabajo porque, sentada en la parada del autobús, veía a todo el mundo ir a su curro con buenos coches, o yendo a su casa con sus familias, y yo estaba ahí diciéndome a mí misma: yo quiero eso (…) No pensé que algo así pudiera ocurrirme. Siempre pensé, y es muy triste, que cualquier cosa que te propongas la terminarás consiguiendo, pero la experiencia me ha demostrado que estaba equivocada, porque hice todo lo que pude para conseguir un trabajo».

Imagen: Duplass Brothers Productions.
Imagen: Duplass Brothers Productions.

Para sobrevivir se vio abocada como tantas otras a la por lo visto célebre esquina entre Santa Monica Boulevard y Highland Avenue en Los Ángeles. «Parecerme, me parezco a Mya Taylor, pero en mi carné de identidad dice algo completamente diferente. Cuesta más de cuatrocientos dólares cambiar el nombre y el género, estando en la calle no me lo podía permitir», explicó al Guardian.

Con el éxito inmediato cosechado por la película, Mya ha saltado de la rúe a las alfombras rojas. Los periodistas le han preguntado frecuentemente por su antigua situación, especialmente sobre si la legalización de la prostitución serviría para que las que la ejercen puedan denunciar las agresiones, robos y todo tipo de injusticias que sufren de forma rutinaria. Es una de las escenas de la película más elocuentes. Un cliente intenta no pagar un servicio y la policía que se encuentra la pelea, si actúa, tiene que llevárselos a los dos, y si no, separarlos, de modo que el cabrón se sale con la suya. Perder o perder.

«Absolutamente», contestó a Mya a la pregunta sobre si la legalización resolvería estos problemas. Pero añadió que no le gustaba que le planteasen esas cuestiones, porque parecería, explicó, que con su opinión daba a entender que aprobaba esa forma de vida, la de hacer la calle, y no: «No apruebo la prostitución, de verdad que no, porque es peligrosa, pero a veces tienes que hacer lo que tienes que hacer».

Además, tampoco se mostraba muy convencida en el fondo, confesó, de que una serie de medidas políticas pudieran cambiar la situación: «La gente es asquerosa, eso es todo, lo único que serviría de algo es que la gente aprendiera a respetar a todo el mundo. La gente siempre será gente, no importa cuántas leyes o legislaciones o lo que sea publicado donde sea ¿sabes? —se ríe— siempre será lo mismo».

El caso es que ahora Mya no puede coger un avión sin que le pare la gente en el aeropuerto. Incluso ha visitado la Casa Blanca y su productora ha iniciado una campaña para que sea la primera actriz transgénero que es nominada a un Óscar. Y todo porque Sean Baker se la encontró en la calle. Venía del LGBT Center de Los Ángeles buscando información, que está al lado de esa famosa esquina, y allí se la encontró rodeada de un grupo de amigos. Vio en ella algo especial, «un aura», ha dicho en Vogue, y se fue hacia ella directo. «Tuve suerte porque me dijo que ahora estaba centrada en iniciar una carrera musical, pero que no tendría problema en hacer una incursión en el mundo de la actuación».

Poco después quedaron en un restaurante de comida rápida para que ella le pasara información sobre cómo era la vida en esa esquina, el día a día, anécdotas y experiencias para escribir el guion. Pero ahí el director se dio cuenta de que lo que tenía que hacer era escribirlo para ella. Lo notó especialmente el día en que Mya se llevó a su amiga Kiki, la otra protagonista de la cinta, y las vio a las dos contando todos los cotilleos del barrio: «Eran muy distintas, pero también se complementaban. Eran muy divertidas juntas. Una completaba las frases de la otra (…) Pensé: voy a escribir el guion para ellas dos porque son un dúo dinámico». Así nació la historia.

El otro personaje que completa la trama de Tangerine, que hay que subrayar que es descacharrante por si alguien aún no lo intuye, es Karren Karagulian, un amigo del director, al que hizo debutar en una de sus primeras películas, Take Out, y ahora no falta en ninguna. Karren es armenio y hace de taxista, vaya, armenio, que, pues oye, le gusta contratar los servicios de las prostitutas transexuales. Este personaje deja hermosas y bucólicas escenas para la posteridad, como un encuentro sexual en un lavacoches, y también un desencuentro, cuando por error sube al taxi a una prostituta que es una mujer biológica. Unos minutos de confusión que harán descojonarse vivamente a los muy cafeteros en materia tranny, shemale y demás.

Imagen: Duplass Brothers Productions.
Imagen: Duplass Brothers Productions.

No obstante, según publicó el New York Times, Karren ha sido muy cruelmente criticado por algunos miembros de la comunidad armenia americana al poner en duda la rabiosa heterosexualidad de este pueblo con su papel. Lo mismo que en su día publicamos que Armenia es un país apasionante, también es preciso señalar ahora que sufre un grave problema de homofobia. Por cierto, que el papel de su suegra está Alla Tumanyan, superestrella soviética y una de las actrices armenias más reconocidas en su país.

Es de suponer que los armenios que protestaron quedarían encantados con su trabajo en la anterior película de Baker, Starlet, donde hacía de magnate del porno a un paso del proxenetismo que contrataba a la protagonista de la película, Dree Hemingway, actriz biznieta del Nobel, para rodar un polvo que no se insinúa precisamente (aunque se hizo con una doble). Mucho sexo, sí, pero era también una historia de amistad, esta vez entre una joven actriz porno y una anciana. Una mujer de vida errante y otra solitaria, abandonada. No estaba nada mal, aunque quizá careciese de la profundidad que ahora no se echa en falta en un cuento de Navidad sobre prostitutas callejeras.

No obstante, por lo que sí que destacaba Starlet era por su precariedad de medios y el resultado final. Se rodó con una cámara digital Sony con una lente para darle un efecto scope, el formato típico de los años setenta, y doscientos treinta y cinco mil dólares. Ahora la «modestia» ha sido todavía mayor. Tangerine se ha filmado con tres iPhone 5 y cien mil dólares. «El presupuesto de Tagenrine te lo gastas en dar de comer un día a todo el equipo de Guardianes de la Galaxia», dijo Mark Duplass, productor ejecutivo de la película —y también director junto a su hermano de Togetherness, una de las últimas y recomendables sit-coms de HBO—. Tangerine no es la única película que se ha rodado en un iPhone, pero sí va a ser la más famosa. Ese detalle técnico sirvió de campaña viral ya antes de su estreno. Está todo Google perdido de titulares con noticia de un párrafo sobre este detalle, que la película se rodó con un teléfono, obviando todo lo demás.

¿Y saben en quién se inspiró Sean Baker para trabajar así? Sí, en la bicha, en el ínclito: En Lars Von Trier y su Dogma 95, especialmente, en Los idiotas. Aunque la idea en concreto la sacó de una serie de cortos que vio en Vimeo rodados con el teléfono de Apple y Kickstarter, un adaptador que se coloca en la lente del iPhone para lograr un efecto más cinematográfico. «Te quedaba como los wésterns de Sergio Leone», declaró al New York Times el director. Hasta hay algunas escenas en las que necesitaba grabar en movimiento que rodó colocando el teléfono en el manillar de su bicicleta y dando pedales: «Me sentía como que volvía a tener doce años, cuando rodaba mis primeras películas en VHS en Nueva Jersey».

Imagen: Duplass Brothers Productions.
Imagen: Duplass Brothers Productions.

Aunque si hubiese que buscar un antecedente para la propuesta Baker, antes que al controvertido movimiento Dogma, sus películas, en especial esta última, Tangerine, recuerdan más a Keep cool, el respiro que se tomó el chino Zhang Yimou entre sus dramones. También cámara al hombro, como el danés, pero lejos de sus ambiciosos proyectos, lo de Yimou era una comedia negra, mitad comedia romántica, con un bonito mensaje sobre la amistad al final. Las dos últimas películas de Baker, una con ese nuevo gremio de adolescentes que se dedican al porno como pretexto, la otra con personas transexuales que se prostituyen en una esquina en esa perra ciudad que es Los Ángeles, vienen a estar cortadas por el mismo patrón.

Por otro lado, Tangerine no ha sido la única película de 2015 en contar con transgénero en un papel protagonista. En Boy meets girl, de Eric Schaeffer, la protagonista es Michelle Hendley, actriz que, cuando solo era una adolescente con disforia de sexo, colgó en un YouTube su trasformación en mujer antes y después del tratamiento y una operación.

La película no es una obra maestra de la cinematografía universal, pero es ahí donde reside su encanto. Al ser un melodrama con inconfundible aroma a sobremesa de Antena 3, el enredo sexual que se monta en ese pequeño pueblo de Kentucky es bastante gracioso. Tal vez humor involuntario, pero si te gustan Almodóvar o Fassbinder, en la simplicidad de Boy meets girl verás descaro y en el melodrama, la revolución.

Entretanto, Caitlyn Jenner, antes Bruce Jenner, padrastro de las Kardashians que recientemente tomó la decisión de cambiarse de sexo a los sesenta y cinco años, ha organizado una proyección de Tangerine en su casa para los miembros de la Academia. La productora y la comunidad trans está dándolo todo para que Mya opte a la estatuilla, con todo lo que eso podrá suponer en cuanto a visibilidad. Esta oleada publicitaria no tardará en llegar a España, aunque en la promoción europea nos hemos quedado sin conocer a la coprotagonista Kitana «Kiki» Rodríguez. Cuando el equipo fue a Londres a promocionar la película, ella no pudo conseguir un pasaporte para salir de Estados Unidos. Su familia no conservaba ninguna documentación previa a su cambio de sexo. Es una sin papeles en su propio país. Como dijo la prensa británica: con su ausencia, no puede haber mayor demostración de la situación de marginalidad que sufren las personas con disforia sexual.

Imagen: Duplass Brothers Productions.
Imagen: Duplass Brothers Productions.

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3 Comentarios

  1. Pingback: Tangerine, película rodada con tres iphones y protagonizada por prostitutas transexuales callejeras

  2. Álvaro, efectivamente estupenda película por su guión y actuaciones. Es una peli donde la única escena de alegría o tranquilidad es esa en que las dos están en la lavandería, el resto es solo drama de la vida diaria de personas marginadas en » el país de las oportunidades y la libertad» y, que pena con los Armenios que siendo ellos ejemplos duros y vivos de la marginación se igualen a los victimarios de los LGTBI.

  3. Sólo quería comentar que la escena de sexo de Dee Hemingway que comenta el autor es real, pero utilizando una actriz porno como doble.

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