1. Freudxploitation
Un exótico grupo de personas discutía quién podría ser el perpetrador del crimen sexual más atroz, vil y perverso del siglo XX. La conclusión insinuaba a Sigmund Freud como el único ganador posible: con un rotundo «¿Recuerdas los tiempos en los que un poste telefónico era solo un poste telefónico?» uno de los contertulios daba por liquidado el debate. Aquella deducción encumbraba como terrorista genital definitivo a un psicoanalista austriaco por haber logrado despertar la autoconsciencia sexual de una humanidad que de repente vería penes brotando por todos lados. Y aquel diálogo resultaba tan ocurrente que podría antojarse como un intento de tantear ciertas profundidades intelectuales, pero la realidad era que tenía lugar dentro de una película que se tiraba de cabeza buscando el rebozado en la freidora de la exploitation: un film tan desvergonzado como para pasear gratuitamente un par de tetas por la pantalla antes incluso de que acabasen de desfilar los créditos iniciales. Se trataba de La última casa a la izquierda.
El pequeño Wes Craven tenía prohibido en su infancia asomarse a cualquier película por decisión de la zumbada de su madre, una mujer que había fichado por el cristianismo fundamentalista bautista duro y creía que eso del cine era un invento de criaturas con la frente astada que cagaban azufre con regularidad. Por culpa de aquello Craven no cultivaría realmente el amor por lo cinematográfico hasta la universidad, momento en el que aprovecharía para visitar con frecuencia la sala de cine y amamantarse de Federico Fellini, Luis Buñuel o Ingmar Bergman. Años después abandonaría su empleo como profesor con el único objetivo de intentar colarse entre las sillas de aquellos que fabricaban las películas. Y a base de revolotear (como él mismo solía recomendar) en torno al mundillo del cine el hombre acabaría aceptando, ya bien entrado en la treintena, el encargo de escribir y dirigir una cinta con una única condición: pasarse de la raya a todos los niveles posibles para convertir la obra en una impresora de dinero utilizando como combustible el morbo y la polémica.
Craven escribió La última casa a la izquierda basándose en El manantial de la doncella de Bergman, procurando adobarlo bien todo con las degeneraciones más bestias que se le iban ocurriendo. Su guion era la historia de un par de adolescentes que una noche salían de sus casas camino de un concierto y acababan siendo violadas, torturadas y asesinadas por una banda de chiflados. La simpática desfachatez de Craven era no solo montarse una tortilla con ingredientes cuestionables sino además atreverse a voltearla para estirar la colección de depravaciones: durante la segunda mitad del metraje los padres de una de las asesinadas se vengaban a lo bestia de los psicópatas, con felación caníbal incluida.
La MPAA cuando recibió aquello le estampó una X enorme en su calificación oficial, condenándola a un circuito de distribución que la equipararía con el material pornográfico y limitaría su audiencia a ese público que va al cine con servilletas pero no lleva comida. Tras preparar varios recortes y versiones aguadas de la cinta, y recibir una y otra vez la misma respuesta por parte de los guardianes de la moral, Craven los mandó a paseo y tiró de enchufe: un amigo que andaba metido en negocios del séptimo arte le otorgó un sello oficial de Rated R permitiendo su exhibición en salas. La última casa a la izquierda había sido bautizada así porque un publicista aseguraba que era un título con más gancho que las otras dos propuestas: Krug y compañía y El crimen sexual del siglo. Y aunque sus responsables creían que aquel título no tenía mucho tirón, al final resultó que gracias a ese nombre GPS, a una campaña de publicidad que jugaba a acojonar asegurando que aquello iba demasiado lejos y a los rumores que comenzaron a saltar de las bocas a las orejas la pieza acabó siendo un éxito entre los amigos de las emociones fuertes. Los críticos la crucificaron por moverse por el morbo puro y solo Rogert Ebert elogió y puntuó con notable alto la osadía, recibiendo un chaparrón de quejas de la opinión pública.
Pero hay que tener en cuenta que aquellos eran los maravillosos setenta, y La última casa a la izquierda resultaba un producto revolucionario pero indigesto para una audiencia más virgen y pura que la actual. Revisionarla resulta más cómico que aterrador por la torpeza general de una obra barata que encadenaba sin criterio escenas de abuso extremo con gags cómicos de camiones de gallinas pilotados por señoras desdentadas. Por ser una película que contiene planos con actores sollozando ante el cadáver de un personaje que respiraba, se agitaba y abría un ojo furtivamente. Y también por culpa de una banda sonora que parece el acompañamiento ideal para un becerro que necesite subir una escalera, un extraño apartado musical que por otro lado era obra de lo mejor de la cinta: un David Hess interpretando a un villano demente. Hess, agraciado con una fisonomía ruda y pintas de cabronazo, venía del mundo de las notas: había escrito el «All shook up» que Elvis haría famoso y era autor de varias canciones más para el Rey y otros artistas como Ames Brothers, Sal Mineo o Pat Boone.
2. Porno
Por el documental Dentro de Garganta profunda (Inside Deep throath) se pasearon varias celebridades para hablar sobre aquella famosa película que fusionó el circense oficio de tragasables con la pornografía setentera. El propio Craven sería una de dichas personalidades invitadas a ofrecer su opinión sobre lo oportuna que resultaba en la historia del cine la irrupción de glandes haciendo resonar campanillas. Y aunque la naturaleza de los entrevistados en el documental sobre Garganta profunda era extremadamente variada, la aparición del realizador estaba justificada más allá de que el caballero fuese natural de un género donde el público también espera ver a gente clavándole cosas a otra gente. Porque, aunque los rumores apuntaban a que el director participó con anterioridad en algún otro film XXX, su segunda película como realizador era una pieza pornográfica llamada Angela: The Fireworks Woman, un producto hardcore setentero con nivel técnico de vídeo casero, guion incestuoso y orgía a modo de fin de fiesta. Una obra sin demasiadas virtudes que Craven firmaría con el loco seudónimo de Abe Snake, porque en el fondo el hombre tenía que comer y una manera de hacerlo era filmando a otras personas comiéndose entre ellas.
3. Pesadilla
Michael Berryman es un actor nacido con displasia ectodérmica hipohidrótica que decidió aprovechar su aspecto para interpretar mutantes y monstruos, y el mundo comenzó a enterarse de su existencia gracias a Las colinas tienen ojos, una nueva película malsana de Craven que triunfó a la hora de vender butacas durante el 77. Pero tras aquel nuevo éxito el director encadenaría un par de fracasos de taquilla (Bendición mortal y La cosa del pantano) y comenzaría a sufrir bastante para obtener la confianza de los productores.
En 1981 el pobre hombre se paseaba por los estudios agitando el guion de A Nightmare on Elm Street, un texto que contenía a mucha juventud triturada en el mundo de los sueños por un villano inspirado en terrores infantiles del director: tenía nombre, Freddy Krueger, el de uno de los matones que le amargó los años de colegio, e iba vestido de manera similar a la de un homeless que le propició un susto de cojones cuando contaba solo diez primaveras. Un antagonista que utilizaba una herramienta aterradora, un guante con cuchillas, y que danzaba por el mundo de los sueños proporcionando la barra libre necesaria para ponerse creativo a la hora de escribir escenas desquiciadas. Frente a la moda de villanos con máscara (Jason Voorhees, Michael Myers) además este llegaba a cara descubierta, con el aspecto de una pizza margarita, pero descubierta.
El problema es que ninguna compañía parecía querer adoptar el texto; Disney llegó a decir que se lo quedaría si Craven espolvoreaba azúcar sobre el asunto hasta hacerlo más family friendly pero aquello no figuraba en los planes del hombre. Finalmente llegaría una New Line Cinema al borde de la bancarrota para firmar por los derechos de una producción sin saber aún que aquella sería la película que salvaría los culos de todos los trabajadores de la compañía.
Mil problemas de financiación después, Pesadilla en Elm Street se estrenaba en el 84 con un éxito demencial y Freddy Krueger, un personaje que apenas aparecía ocho minutos en una cinta donde no se pronunciaban las palabras Elm Street, se convertía de golpe en un icono del cine de terror. La cinta además introducía por accidente a Johnny Depp en el mundo del espectáculo al obtener el joven Sparrow un papel de surtidor adolescente de sangre tras acercarse al casting para acompañar a un amigo, ese Jackie Earle Haley que casualmente se vestiría de Freddy en el remake de 2010. El filme acabaría convirtiéndose en una popular franquicia, algo que nunca había planeado un Craven que no dirigiría ninguna otra entrega de la saga hasta la llegada de la inusual La nueva pesadilla de Wes Craven a mediados de los noventa, un ejercicio de metacine donde la gracia se encontraba en situar las pesadillas sangrientas en torno al rodaje de las propias películas de Pesadilla en Elm Street, una excursión autorreferencial que anticiparía la senda de la futura Scream.
La figura pesadillesca de guante multiusos, jersey y sombrero acabaría resultando una de las creaciones más exitosas de Craven y los millones propiciados por sus gamberradas salvarían a toda la productora de la quiebra. De hecho, hoy en día a New Line Cinema aún se la conoce como la compañía que construyó Freddy Krueger, «The house that Freddy built». Y eso es completamente cierto: si aquel psicópata no hubiese dado aquellas cuchilladas a la chavalada, el público jamás habría llegado a contemplar El señor de los anillos de Peter Jackson.
4. Scream
En el género del terror siempre existe la duda inmediata de por qué los protagonistas tienen pinta de no haber visto en su puta vida una película de terror. En Wither, una especie de remake sueco no oficial de Posesión infernal, un grupo de jóvenes acosados por criaturas demoniacas dinamitaban la paciencia del espectador continuamente por una razón muy concreta: eran extremadamente gilipollas. Se empeñaban en tomar decisiones absurdas y hacer todo lo que no haría una persona normal si los demonios mostrasen intención de ponerse medievales con su culo. Los protagonistas de La cabaña en el bosque se comportaban con torpeza similar, pero ellos en cambio estaban condenados a ser parte de la broma porque el guion jugaba a justificarlo todo de manera fantástica y muy inteligente. Algo que unos años antes ya había hecho Scream.
El logro de Scream se encontraba en su guion, firmado por un Kevin Williamson responsable de Sé lo que hicisteis el último verano y culebrones como Dawson crece, porque entre sus páginas la película agarraba los clichés de todo el cine de terror slasher y los reformulaba de manera inteligente al convertirlos en el núcleo de la historia. En Scream el asesino se cepillaba a las víctimas siguiendo las normas definidas por el propio cine de terror: los personajes se convertían en aparcamiento de cuchillos cuando se despedían del grupo con un «Ahora mismo vuelvo», preguntaban a la oscuridad un «¿Quién anda ahí?» o decidían echar un polvo. Los ecos del giallo italiano, con olor a palomita de slasher americano, se remataban con la fabulosa careta munchiana del outfit psicópata. Lo exitoso del film produciría tres películas más, de las cuales solo resulta olvidable la poco inspirada tercera entrega, que incluso se atrevían a remover mucho más el concepto de cine dentro del cine a través de la ficticia saga de películas Stab. Una serie de slashers ficticios que se rodaban dentro del universo de la cinta basándose en los asesinatos de la primera entrega, y una metacoña que acabaría coronando una cima con ese demencial y divertidísimo prólogo que abría Scream 4.
5. Buenrollismo
La curiosidad de la producción de Wes Craven, excluyendo su segmento para la película Paris Je t’aime con cameo de Oscar Wilde, era una puñalada para los fans que contemplaron aterrados cómo el director de cine de terror daba un volantazo para encaminarse hacia el buenrollismo rodando un largometraje basado en una historia real y protagonizado por una Meryl Streep entre instrumentos de cuerda. Música del corazón era la única película del currículo del director apta para todos los públicos, la crónica de una profesora que ayudaba a unos chavales de Harlem a exprimir los violines («Me he pasado de la violencia al violín», bromearía el propio Craven durante la promoción) con un reparto por el que incluso se asomaba Gloria Estefan. Que una obra con ese tono fuese dirigida por un reconocido maestro de los horrores funcionaba como el principal morbo para gran parte del público, pero además la crítica sentenció que el resultado cumplía y la Academia nominó a la inmensa Streep por su actuación, convirtiendo la producción en la única facturada por el realizador con una nominación al Óscar.
Wes Craven as himself
Entre tantas pesadillas y gritos, Craven también tendría tiempo para rodar otras cuantas películas; algunas se quedarían en intentos errados de fabricar nuevos iconos (Shocker: 100.000 voltios de terror), otras como creaciones fallidas del montón (Un vampiro suelto en Brooklyn, La maldición, Almas condenadas), y algunas otras cumplirían sin demasiados alardes (El sótano del miedo, Vuelo nocturno) pero ninguna alcanzaría el estatus de icono de los asesinatos de Elm Street ni el éxito de la saga Scream, ambas detonadoras en su momento de tormentas de imitadores.
En los últimos años la silueta de Craven había acabado adquiriendo peso propio como consecuencia de su legado. Una figura alta y barbuda, con pinta de profesor de literatura eternamente envuelto en ropa oscura y capaz de divertirse a cuenta de su persona: en Jay y Bob el silencioso contraatacan se interpretaba a sí mismo dirigiendo una nueva entrega de Scream en la que el asesino era un orangután. Su cara se volvería muy reconocible en Hollywood y le llamarían para cualquier sarao, sería entrevistado en la mencionada Dentro de Garganta profunda o en Descubriendo a Bergman, y su imagen acabaría ligada para siempre a la de un titiritero de las pesadillas: cuando el protagonista de la serie Castle se encontraba con un caso de aires sobrenaturales, ¿a quién si no iba a llamar?
Wes Craven 1939-2015
Eché de menos a un precursor, Zé do Caixao y a la parodia Scary Movie. Aunque ud. no lo crea, no tenía la menor idea de que este señor de Scream era el mismo de Freddy Krueger. Gracias por el artículo.
Excelente artículo, no sabía que Craben había fallecido. En mi juventud fui apasionada del Gore y las vi prácticamente todas. Mención acertada a Peter Jackson, quien utilizo el estilo torpe y cómico en su gran ópera prima: Bad Taste. Se echa de menos no se mencionen a John Carpenter o David Cronenberg. Más artículos sobre George A. Romero, Gordon Lewis o Dario Argento; o incluso sobre John Waters o Wim Wenders descubrirían al lector los orígenes de esos grandes maestros y la gran influencia que ejercieron después en el cine más comercial.
¿y la serpiente y el arco iris?
Para mí «The Serpent and the Rainbow» es fabulosa hasta que empieza el desparrame final; es una lástima: ahí me saca de la peli. Y no le hacía falta.
Su mejor película, aunque tal y como apuntas, no la remata como es debido.
Pingback: Cinco puñaladas de Wes Craven