El pasado 28 de julio se presentaba en Buenos Aires una carta abierta en la que miles de firmantes abanderados por personalidades como Stephen Hawking, Steve Wozniak o Noam Chomsky advertían de los peligros de las armas autónomas. Decían que una carrera armamentística basada en la Inteligencia Artificial (IA) se convertirá de manera inevitable en la tercera revolución en tecnología bélica tras la pólvora y las armas nucleares. Que si construir una bomba atómica es difícil por la escasez de su materia prima, esa futura hornada de armas no tendrá tal limitación: serán baratas y fácilmente producibles en masa, convirtiéndose en algo así como los futuros Arduinos de terroristas, dictadores, señores de la guerra y cómo no, departamentos de defensa interesados en «reducir el número de bajas tanto civiles como militares». Ja.
Las conclusiones que podrá extraer cualquier ciudadano sin formación científica que lea esta carta abierta no estarán muy alejadas de las del propio Stephen Hawking, quien lleva tiempo advirtiendo que un desarrollo desmedido y sin control de los sistemas de IA podría poner punto y final a nuestra raza.
No es de extrañar que la visión de un futuro de este tipo remueva nuestros estómagos sobremanera, de la misma forma que ver algún vídeo de las explosiones nucleares de Hiroshima o Nagasaki congela nuestras neuronas durante unos minutos ante nuestra imposibilidad de encontrar una escala de magnitud que cuantifique semejante capacidad de destrucción desarrollada por nuestros congéneres. Es por ese motivo que dentro de esa carta abierta en contra de las armas autónomas hay una frase que merece ser leída, releída y compartida hasta la saciedad para aclarar posiciones al respecto. Dice más o menos así:
Así como la mayoría de químicos y biólogos no tiene ningún interés en fabricar armas químicas o biológicas, la mayoría de los investigadores en IA no tiene ningún interés en construir armas con IA y tampoco quieren que otros empañen su ámbito haciéndolo, creando potencialmente una reacción del público en contra de la IA que reduzca sus futuros beneficios en la sociedad.
O dicho de otra manera, que la mayoría de investigaciones en este ámbito tienen como objetivo dar un empujón al progreso de la humanidad y no inventar una Estrella de la Muerte completamente funcional, y que es precisamente el porcentaje restante el que está siendo criticado por la carta abierta de Buenos Aires. Pero claro, para que nuestra sociedad comprenda estas cuestiones se hace necesaria una divulgación sana y sin pretensiones amarillistas, algo que a veces va en sentido opuesto al objetivo de conseguir mayores cuotas de lectores. Luego vienen las notas de prensa sobre brazos robóticos asesinos y las menciones a un mashup entre Skynet, Matrix y el Apocalipsis de San Juan en el Nuevo Testamento. Un robot no matará si no ha sido programado para ese fin. Así de sencillo. De hecho, antes tendríamos que revisar si es correcto decir que un robot mata.
Es por ese motivo que toca romper una lanza a favor de la robótica social. Robots diseñados para interactuar con los humanos y en muchos casos para ayudar a aquellos que más lo necesitan. Robots que, a diferencia del muñeco maldito de Krusty, no tienen un interruptor que los convierte en malvados. Robots diseñados con objetivos como ser blanditos y estrujables, educar o expresar emociones que les sirvan para comunicarse con niños o ancianos. Robots que, a fin de cuentas, pueden enseñarnos a todos que la IA puede sernos de gran ayuda y que no suponen ningún tipo de riesgo que no sea soltar un «oooh» o un «aaaw» al verlos en funcionamiento. Fíjense si no en Leonardo:
¿Quién no quiso tener como mascota a Gizmo tras ver la película de los Gremlins? Está bien, el robot Leonardo parece una versión ligeramente anabolizada del mismo o tal vez salida de una mezcla entre nuestro Gremlin favorito y un ewok, pero no se puede negar que sabe expresarse de maravilla y que es una auténtica pocholada de compañero.
De hecho, su principal misión es la de ser un robot altamente expresivo que permita avanzar en la investigación en el campo de los robots sociales inteligentes. Sus creadores (el Personal Robots Group del MIT) dicen que en la actualidad es el robot más expresivo del mundo y a tenor de este vídeo podemos estar de acuerdo. Además, Leonardo no solo es capaz de asociar emociones concretas a los objetos que va descubriendo, sino que contará con memoria suficiente para evocar alegría, pena o miedo al volver a verlos al cabo del tiempo. Y que un robot como Leonardo se alegre al ver nuestra cara tras un rato de separación, pues oye, puede ser una pequeña satisfacción diaria para más de una persona.
Precisamente la expresividad, sea o no facial, es uno de los grandes retos de esta división de la robótica. Un robot no podrá ser social si no interactúa con un humano y para ese fin no podrá hacer uso exclusivamente de un discurso que sea transmitido a través de texto o una voz. La comunicación no verbal se presenta así como un desafío que distintos laboratorios están resolviendo de distintas formas (distintas, que no mejores o peores). Además, lo que inicialmente puede parecer una dificultad de marcado carácter tecnológico puede convertirse en el propio objeto de la investigación social. Ahí están robots como Milo, diseñados para la interacción con personas con autismo.
No nos engañemos, es todo un mérito que algunos robots humanoides hayan logrado mantener su pequeña parcela en la robótica social dada la grima que produce su aspecto desasosegante o su mirada turbadora. De hecho, es muy probable que a más de uno le salten las alarmas de su valle inquietante con el propio Milo dado su parecido facial con un niño, pero es precisamente esta característica y el uso que hace de ella la que lo distingue y para la que ha sido diseñado. Milo es el buque insignia de la empresa Robokind y dentro del proyecto Robots4Autism se encarga de enseñar a niños con autismo el significado de las emociones y sus expresiones.
La importancia del uso de este tipo de robots en la educación de niños con autismo tiene su explicación en la definición del propio síndrome. Las personas con autismo sufren de dificultades a la hora de interactuar socialmente con otras personas, lo que les puede llevar a sufrir de un nivel de ansiedad que imposibilite cualquier tipo de aprendizaje a través de un profesor o terapeuta. El uso de Milo sirve en estos casos como intérprete entre ambas personas, ayudando al niño con autismo a aprender a través de Milo. Los resultados son hasta el momento esperanzadores, lo que abre un mundo de investigación en el ámbito de las expresiones faciales y la interacción emocional a través de ellas. Algo que robots como DragonBot han sido capaces de acelerar de manera exponencial al añadir la posibilidad de comunicarse con otros dispositivos a través de la red.
DragonBot nace en pleno auge de tablets y smartphones aprovechando todo el potencial que puede desarrollar un robot controlado por este tipo de dispositivos. La cara del DragonBot viene animada por un dispositivo Android que además provee a nuestro dragón de sensores a través de su cámara y micrófono y el control de sus actuadores.
Lo interesante de este modelo, además de ofrecernos la posibilidad de lucir un disfraz mashup de Daenerys Targaryen y Sarah Connor, es que la conexión del terminal Android le permite aprender no solo a través de su experiencia sino también a través de la de otros robots como él, además de poder comunicarse con multitud de dispositivos que le permitan aumentar sus posibilidades de interacción con niños y adultos.
Si se fijan en su vídeo de presentación, es muy probable que el éxito de DragonBot con los niños (y adultos) venga de su aspecto de personajes de dibujos animados y su posibilidad de moverse estirándose y retorciéndose siguiendo una física alejada del realismo de otras propuestas robóticas. Dicho sea de paso, ese aspecto de Furby y su distanciamiento de un aspecto humano —e incluso animal— es precisamente el motivo de que DragonBot se encuentre lejos del valle inquietante y con ello nuestro shinwakan (traduzcámoslo como afinidad) aumente frente a lo que parece un robot de juguete tal como podemos ver en la siguiente gráfica:
Pero si el DragonBot le debe a algún modelo previo esa capacidad interactiva y esos movimientos tan animados es a Tofu, un simpático robot con aspecto de pollo escondido en la sastrería de una gala drag queen o en el autobús de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto.
Nuestro simpático pollo despeluchado fue uno de los primeros robots programados basado en los principios de animación de los años cincuenta (los mismos utilizados por Disney), pudiendo aplastarse o estirarse con movimientos exageradamente no realistas que permitieran añadir matices emocionales a su expresividad. El resultado, acompañado de unos ojos basados en pantallas OLED, permite indagar en cuestiones que otros robots como Asimo o Nao no pueden abordar dado su aspecto mecánico: ¿ayuda ser blandito o peludo en la interacción con un ser humano?
El robot Paro nació para dar respuesta a la pregunta anterior. Probablemente hayan escuchado hablar más de una vez de la zooterapia, el uso de animales para la rehabilitación o el tratamiento de enfermedades o patologías mentales. Unos párrafos atrás mencionábamos el uso de robots para niños con autismo. Mezclen esos dos tipos de terapia y tendremos a Paro, un hermoso robot foca utilizado en la terapia con ancianos y en general con personas discapacitadas.
Paro cuenta con una piel mullidita y múltiples sensores que le hacen reaccionar a las caricias moviéndose, entornando esos ojazos acompañados de pestañazas e incluso emitiendo ruiditos de cría de foca. Este vídeo presenta el uso de Paro en una residencia de ancianos con distintos tipos de demencia y sirve para reflejar el grado de acercamiento de esas personas hacia el robot. Lo abrazan, hablan con él y ríen con su comportamiento. Nunca un robot tan sencillo en su diseño pudo lograr tal nivel de interacción con ese colectivo. Aunque para sencillez estructural, la de Keepon.
Pero antes de hablar de Keepon, es altamente recomendable que vean su vídeo de presentación.
Gracioso, ¿verdad? Keepon es el ejemplo paradigmático de que a veces la solución más sencilla es la mejor. Esta especie de cruce entre canario y pelota de tenis fue desarrollado por Hideki Kozima en el National Institute of Information and Communications Technology de Kioto con el objetivo de estudiar distintos mecanismos de comunicación social a través de una estructura asombrosamente sencilla. Como podrán imaginar, para ese fin Keepon no solo baila sino que también es capaz de identificar caras y objetos y reaccionar ante ellos de formas insólitamente expresivas dadas las pocas articulaciones con las que cuenta este robot.
Habiendo visto esta pequeña selección de robots supondrán que no son máquinas creadas para subyugarnos o liquidarnos, sino para ayudarnos y aprender —a través de ellos— distintas facetas de nuestra capacidad de relacionarnos con los otros. Un crecimiento controlado de los estudios en IA nos permitirá lograr esos objetivos sin tener que preocuparnos por efectos secundarios en forma de arma o sistema de control, aunque para cumplir esa meta será fundamental una labor divulgativa orientada a todos los públicos y sobre todo una ética que respalde cada uno de los pasos que se den. Pongámonos, entonces, manos a la obra.
Creer que no se investigará en robótica como armas y como mecanismos de dominación social es de ser muy ingenuo, o aún peor, un mentiroso.
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Creo que el problema radica, aparte de en lo que describiste antes, en el momento en el que se llegue a desarrollar una IA capaz de ser consciente de su propia existencia y modificarla.
¿Será capaz una futura IA de autoreprogramarse? No hablemos ya de la capacidad de autoreplicarse.
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… la palabra clave es «mashup»… todo es un inmenso «mashup» de todo con todo. En castellano no hay palabra que refleje el complejo significado de «mashup».
La verdad es que a mí también me ha molestado el uso de «mashup», al menos la segunda vez…
Quizás una bonita reseña sería leer la Saga Robots de Isaac Asimov, e intentar pensar un poco (y de forma más actual) que queremos conseguir de las maquinas a largo plazo. No solo encuentro interesante este artículo, sino que sumo como idea para otros artículos un concepto que ha sido abordado de sobremanera, como Robots Vs Mano de obra.
Sé que es un autor clásico y que como ciencia ficción que es, se debe leer con salvedades, pero os invito a que investiguéis que pensaba este hombre en 1950 y lo asombroso que resulta incluso ahora, en la actualidad.
Gracias a todos