Ustedes van a morir. Creo que en eso estamos todos de acuerdo, ¿no? Las predicciones de bolsa fallan y la meteorología nos traiciona pero que ustedes y yo vamos a morir es una de las pocas certezas, si no la única, que tenemos de cara al futuro. Y esta es una forma de decir que todo es insoportablemente limitado. Yo muero, esta tela se ensucia, el agua de esta botella se acaba. Ni siquiera la satisfacción de beberla dura lo que me gustaría: paso de la sed al hartazgo en 33 cl.
La siguiente certeza quizá sea la primera que percibimos, aunque sea de forma inconsciente. Se trata de la belleza absurda de la realidad. Desproporcionada. No era necesario que el mundo fuera tan hermoso para que funcionara bien. Y no me refiero solo a unas proporciones adecuadas, sino a la presencia imponente de las cosas. Les propongo un experimento, para hacerme entender. Paren un momento. Levanten la vista de la pantalla y fíjense en un objeto, cualquiera, aunque sea feo. Un libro. Las gafas. El ridículo bolígrafo en miniatura de Paradores que tengo a la izquierda del teclado. Lo que sea. Fíjense unos segundos en ese objeto y contémplenlo. Miren cómo la luz se refleja —o no— en la superficie. La sombra que proyecta. Caigan en la cuenta de que ese objeto está existiendo a la vez que usted, no es el decorado. Tiene un peso. Piensen en todos los elementos del mundo: los coches, las enredaderas, las cuevas, las columnas, los rinocerontes, los peces abisales, los gatos y, con una imponencia innegable, las personas con sus rostros que interpelan —piensen en rinocerontes, columnas y rostros concretos— existiendo a la vez que nosotros, que usted mientras lee y que yo antes, escribiendo. Existiendo con tal intensidad que solo eso bastaría para justificar el Big Bang. Y no es filosofía. Bueno, claro que es filosofía, pero es el desarrollo algo torpe de una evidencia inmediata, más o menos explícita según la sensibilidad particular: la belleza de la realidad, que exige en su manifestación que el objeto no deje nunca de existir.
La tercera certeza es un mashup de las dos anteriores: nacemos inmersos en un conflicto entre la evidencia de la muerte (el límite), y la tensión a lo infinito que manifiesta la belleza de la realidad. Existencialmente hablando estamos en una situación más bien ridícula. Y ningún avance tecnológico nos ha resuelto un milímetro de este conflicto, lo aclaro para que nadie albergue esperanzas sobre el futuro: somos esto, no se cura.
Por eso miro con incredulidad cómo la gente organiza su vida cotidiana al margen de estas evidencias, construyendo un auténtico andamio para sortear al gran elefante que ocupa toda la estancia. Que haya que poner cortinas, comprar verduras, cortarse el pelo y desatascar el váter lo entiendo, no todos están hechos para vivir sobre una columna. ¿Pero asumir que el mantenimiento de toda esta realidad, con su finitud exasperante, es el argumento de la obra? Eso, ESO me escandaliza. Me hace sentir como un extraterrestre con amnesia. Alguien que fue arrojado a este planeta y perdió la memoria en el impacto. Que no sabe de dónde viene pero tiene una intuición imborrable de que no pertenece a esta especie fatalmente interesada en conversaciones de ascensor. Y que, de vez en cuando, encuentra objetos imposibles —restos del choque de la nave, para darlo todo con el símil— que le confirman su auténtica pertenencia.
Uno de estos objetos, el último que encontré, es un libro. Brevísimo: Esto es agua, de David Foster Wallace. La conferencia que impartió en la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon en 2005. Lo leí en el asiento trasero de un Citroën C2, luchando contra el mareo y leyendo párrafos en voz alta a un niño de tres años con entonación de cuento, para distraerlo: cualquier cosa con tal de acabarlo. Nada podía interponerse entre ese libro y yo porque me estaba dando la vida. Dentro de esa conferencia el escritor habla de la rutina frustrante del adulto que, tras un trabajo agotador, tiene que ir al supermercado porque su nevera está vacía. Describe lo irritante que llega a ser ese proceso, desde el legendario carrito con la rueda torcida hasta la cajera que le desea «»Que tenga un buen día» con una voz que es sin lugar a dudas la misma voz de la muerte». «Pero así será» —continúa unas páginas más adelante—, «después de redundar en el hastío que generan algunas necesidades de la vida adulta —y habrá muchas más rutinas espantosas, irritantes y aparentemente absurdas—. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que es precisamente en esas chorradas nimias y frustrantes como la que os acabo de contar donde entra en juego la tarea de elegir». ¿Elegir qué? Cómo me relaciono con la realidad. En qué fijo mi atención, qué tengo en cuenta. Esas tareas de mantenimiento, poner cortinas, comprar verduras, cortarse el pelo, desatascar el váter, acudir a eventos, saludar a los vecinos, incluso tareas gratas, pasar el día con amigos, elegir una película, la primera cita con el hombre del que se ha enamorado, hasta acontecimientos que no son tareas y cuya promesa de felicidad es tan imponente que convierte su finitud en algo mucho más doloroso; todas estas cosas no son el argumento de la obra, pero de cómo las miramos, dice Foster Wallace (y yo aplaudo entusiasta mientras lo leo) depende cómo vivimos. Puede ser con la conciencia de «algo no solo lleno de sentido sino también sagrado, que arde con la misma fuerza que ilumina las estrellas: la compasión, el amor, la unidad última de todas las cosas» (¡y habla del supermercado!). «La alternativa es la inconsciencia, la configuración por defecto, la competitividad febril: la sensación constante y agobiante de que has tenido algo infinito y lo has perdido» (negritas mías). Así que en esto consiste la verdad de cada momento. «La verdad con V mayúscula (…) tiene que ver con llegar a los treinta años, o incluso a los cincuenta, sin querer pegarte un tiro en la cabeza». Y con su propio final el autor confirmaba hasta qué punto tenía razón, cómo esa y no otra es la cuestión fundamental.
Así que cierro el libro a mitad del viaje, sin aliento. ¿Y después? Uno termina de leer estos textos, tener ciertas conversaciones, mirar a ciertas personas, escuchar ciertas canciones… esas cosas que relegamos a anécdota de la vida privada burguesa. Pero son esas cosas que en realidad contienen una descarga eléctrica que nos llena de lucidez durante unos momentos fragilísimos, en los que basta una llamada telefónica para hacerlos parecer ridículos e irreales. Uno termina de leer estos libros y decide si tomarse en serio esa epifanía privada y convertirla en el criterio último de las decisiones vitales, es decir, también las banales: dónde vamos de vacaciones, qué hacemos esta noche, qué trabajo busco, en qué gasto el dinero. O bien seguir con la inconsciencia, la configuración por defecto, dedicando todos nuestros recursos a silenciar la agobiante y constante sensación de que hemos tenido algo infinito y lo hemos perdido. Que nunca desaparecerá, como sabía Rosalía de Castro.
Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
a los pies de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Si ha llegado hasta este último párrafo puede que usted también sea de mi planeta. Quién sabe, quizás también lo sea toda esa gente y solo nos diferencian grados de amnesia.
Pero Lupe, qué es eso de que todos vamos a morir, ánimo Guadalupe, mujer, si ya lo tienen tó resuelto, mira:
http://www.lavanguardia.com/cultura/20150809/54435718128/vamos-ser-inmortales.html
¡Qué alivio eh! ¡Menudo peso te quitao de encima! Saludos
Muy buen artículo Lupe! de lo que se trata es de vivir intensa y personalmente, sin buscar la hegemonía en los demás.
Cuántas veces habremos visto en la literatura a esos dioses perfectos, perfectos y aburridos, atraídos por los mortales buscando algo de sentido porque ellos, en su superación al último fin, han dejado de buscar y, por tanto, de sentir. Desgraciadamente, muchos son los que se creen dioses.
Maldito el día en que el hombre se haga inmortal.
¡Cásate conmigo, Lupe!
Demasiado tarde pero gracias, una propuesta de matrimonio siempre se agradece.
No sé quién eres, la verdad es que no tengo ni idea de cómo he llegado aquí. Si quieres saber la verdad, esta web me parece una mierda.
Sin embargo, tu artículo es algo. No sé, cuando te encuentras cosas infinitas no sabes describirlas. Ni puedes. Ortega hablaba de la verdad como lo que reverbera infinitamente. Se parece a cuando tiras una gota de agua en un vaso y provocas ondas crecientes que rebotan en su pared.
Vale, pues este artículo es una gota en un océano de realidad. Parece un tsunami, te lo aseguro. Gracias.
Es una maravilla lo que dices sobre mi artículo, aunque sobre el resto de la revista no estamos de acuerdo.
«…el peor de todos los monstruos: el tedio.»
http://antoniopriante.com/2013/01/30/la-filosofia-de-schopenhauer-explicada-a-un-perro-v/
Yo, antes de morir, quiero ser como Lupe.
Es muy cansado, Marc.
Hay un punto en el que discrepo. Y es algo que no me deja dormir muchas noches. A ver si entre todos me ayudáis a decidir si el mundo es más o menos interesante después de la reflexión, porque yo no me aclaro.
En mi opinión insinuar que el bolígrafo de tu mesa es hermoso me parece una generalización inaceptable, sobretodo al considerar que la belleza es una característica intrínseca al objeto bello, cuando es algo que está solo y exclusivamente en la mente que observa.
La pluma no es hermosa, la luna no es fascinante y las curvas de una mujer no son hipnotizantes, todo es relativo al observador. El punto clave aquí, en mi opinión, no es que el mundo sea maravilloso, es el siguiente:
El ser humano está diseñado para maravillarse con nuestro mundo. Admirar la belleza es, junto con la razón, la diferencia básica que define a un ser humano de un animal. Hace cientos de miles de años un homo erectus que se tiraba horas enteras fascinado con el fuego descubrió como controlarlo. Hace no tanto un fenicio que se tiraba las noches sin dormir observando las estrellas descubrió como orientar un barco con ellas. Albert Einstein se tiraba días enteros pensando en que pasaría si encendemos una linterna en un tren que va a la velocidad de la luz o en porqué si las estrellas son infinitas el cielo no es completamente brillante por la noche.
Lo que nos hace «mejores» que el resto de seres vivos, es que nos mola el universo, nos fascina y nos apasiona. El universo no es apasionante, estamos diseñados para que lo sea. No tengo claro si la inteligencia nos permitió apreciar la belleza o si las ganas de apreciar la belleza fue lo que nos hizo intentar entender el mundo, posiblemente una mezcla de ambas.
Ahora, el descubrimiento de que el mundo quizás es mas gris de lo que percibimos, pero nuestro cerebro nos lo pinta hermoso no se si me hace deprimirme o admirar aún más la naturaleza humana y apuntarlo a mi inacabable lista de cosas fascinantes.
Cuando dices «el mundo quizás es mas gris de lo que percibimos» parece que ignoras que el mundo ES lo que percibimos. Si acaso existe un mundo en sí diferente del que percibimos, al no tener acceso a él, es como si no existiese.
Héctor, pones mucha carne en el asador así que responderé brevemente a un par de cosas:
– Sobre que la belleza sea una propiedad de toda la realidad. Es el punto que más dolores de cabeza me ha dado al escribirlo, lo he discutido con mis amigos, porque es una percepción que para mí es inmediata, ¿y si no lo es para todos? Pero ahí están los transcendentales del Ser así que no puedo estar tan sola en esa percepión.
– Lo de que estemos programados para que la realidad nos asombre no niega que sea asombrosa, igual que que estemos programados para tener hambre no es indicio de que no exista la comida. Lo que sé es que cuanto más desarrollemos nuestra capacidad individual de asombro más completa será nuestra experiencia. Diría, por resumir, que es casi una forma de conocimiento.
Siento que el mundo es un fenómeno. Que el amanecer no es más que un conjunto de fotones que modifican su frecuencia y longitud de onda al paso de estos por la atmósfera, y alcanzan nuestra retina produciendo otro fenómeno en el cerebro, salvo que este para mi es indescriptible.
Es en nuestro interior donde las cosas se tornan bellas. Tenemos la habilidad única de la subjetividad. De producir percepciones únicas, intrísecas y privadas (qualias). El mundo tan solo se limita a ser, pero nosotros sólo lo percibimos con nuestras limitaciones, y lo construimos bello. Somos capaces de sentir belleza y placer, y de vivir otro plano al experimentar estas emociones. Como diría Carl Sagan «Somos la forma que tiene el universo de conocerse asi mismo», pero añadiría que además somos capaces de asignar valor a las cosas, y que este no es único ni igual para cada individuo.
Estoy de acuerdo en parte. Que la belleza sea un fenómeno que se da en el interior de las personas no lo hace falso, es una respuesta subjetiva a una realidad objetiva. Y es verdad que las percepciones de cada uno varían, pero no son completamente incomunicables, ya que podemos dialogar sobre la belleza. El arte no tendría sentido si la percepción de la belleza no correspondiera a algo real.
Esto es agua es algo que hay que leer y releer y acordarse.
Héctor, no sólo no te aclaras si no que te lías. Anda, para dormir, mejor una valeriana.
Muchas gracias.
Hay que tener valor para escribir esto y entregarselo al mundo, a toda esa gente en mitad de un atasco de una gran calle de una gran ciudad volviendo del trabajo, pensando enchufarse a la televisión y perder la conciencia. Esto tambien lo pueden leer ellos, yo te entiendo, por eso te doy las gracias, pero nunca se que pensarán ellos.
Gracias a ti. Lo que pasa en el corazón de cada uno es un misterio, quién sabe qué lo despierta.
Sublime, Lupe. Ahí está Rainer María Rilke para darte la razón.
Delicioso artículo, como inspirador el discurso de David Foster Wallace, lo que inquieta, es que éste se suicidó debido a una fuertisima depresión
Voy a morir? No me lo había planteado. Gracias…
Tus fotos me han hecho siempre muy feliz (y tb hacer que me sienta un paquete como fotógrafo :-) Desde hoy también esperaré con ansia tus textos. Que también me harán sentir un incapaz como juntaletras. Pero la mar de contento, oye.
Muchas gracias por compartirlo!
¡Intelectual! Aprende a morir.
Leyendo los comentarios pagafantistas e intelectualoides, ante la obviedad de que vamos a morir y solemos ignorarlo, otra obviedad fue la que me parecio más enriquecedora.
Me ha encantado! gracias! Lo del bolígrafo me ha recordado a éste párrafo de «Los premios» de Julio Corázar:
«La historia del mundo brilla en cualquier botón de bronce del uniforme de cualquiera de los vigilantes que disuelven la aglomeración. En el mismo instante en que el interés se concentra en ese botón (el segundo contando desde del cuello) las relaciones que lo abarcan y lo traen a ser esa cosa que es, son como aspiradas hacia el horror de una vastedad frente a la que ni siquiera caer de boca contra el suelo tiene sentido. El vórtice que desde el botón amenaza absorber al que lo mira, si osa algo más que mirarlo, es la entrevisión abrumadora del juego mortal de espejos que sube de los efectos a las causas»
Cuanta falta me hacía tu texto, precisamente hoy… Gracias
Es la primera vez que escribo un comentario en esta web, creo que el artículo lo merece.
Tan solo quería decir que comprendo perfectamente lo que explicas tan acertadamente. Es curiosa la pérdida. A veces, incluso, ya das por perdido algo que todavía tienes (como el tiempo que esperas por un amigo que se retrasa media hora). Todavía es más curioso cómo aceptamos la pérdida. En mi opinión se hace con un concepto (que puede ser genial o terrible, la cosa más jodida que hay): la -puta- costumbre. Uno se puede acostumbrar hasta a las peores cosas, bien por dejarse llevar por un torbellino, bien porque no hay por otro remedio. En mi caso perdí, y me acostumbré a no tener piernas y a tener dolor constantemente. Decía Proust que «a veces la enfermedad es más exigente que el más duro de los trabajos». Todos albergamos la idea de tener una salud infinita, pero cuando esta se interrumpe o se ve alterada, todo cambia, nuestro sistema de valores, nuestra mente, se derrumba. Si eres lo suficientemente valiente, si te han concedido ese don, aprendes a disfrutar más las cosas, eres más sabio, eres mejor. Disfrutas de la finitud de lo que has perdido, no te pueden quitar lo que has perdido, siempre te quedará su recuerdo. Hay que refugiarse en eso, para que la pérdida no duela, para que no se apodere de ti. Sí, te lo han arrebatado, has sufrido, ¿Pero y lo intenso que fue, y lo que lo gozaste mientras lo tuviste?, ¿No fue acaso maravilloso? Particularmente siempre evoco esos recuerdos y me «evado» de la realidad con música, me parece tremendamente bello. Supongo que soy un romántico y un nostálgico empedernido.
Quiero decir, a veces me agobia mucho el paso del tiempo. El Sábado tuve una boda, y me apetecía mucho ir porque estoy de vacaciones. Antes de ir estaba deseando que llegase. Conforme pasaban los minutos me decía, vaya, ya tengo menos que disfrutar. Cuando ya habían pasado unas horas me decía que ya quedaba poco para irme a casa, y me tendría que ir a a dormir solo aunque fui acompañando a la boda. Tantas decisiones banales, tantas opciones disponibles, miles de libros por leer, miles de capítulos que ver, miles de artículos que descubrir, miles de discos que estudiar, cientos de fórmulas que entender, es todo tan jodidamente complejo con tantas decisiones (sobre todo en vacaciones, que rompes la rutina)…
En definitiva, muchas gracias por tu artículo.
Gracias, Luis. Entiendo bastante lo que dices de la enfermedad. Con las piernas no te han quitado, por lo que veo, tu capacidad de desear. Seguramente se haya amplificado. Puede que eso, tu deseo (de felicidad, de belleza, de cumplimiento, de leer, de descubrir) sea lo que rompa la costumbre y haga que el tiempo, aunque pase, sea cada vez más intenso y no al contrario. Nadie puede quitarte la capacidad de desear y de asombrarte.
Un abrazo.
Yo tambien soy de tu planeta. Sería estupendo que la capacidad de asombro que tienen los niños perdurase toda la vida.
Yo estoy con eso de llegar a los treinta o cincuenta y no querer pegarse un tiro!
Me ha gustado mucho. Para Von Balthasar la Estética como ciencia del pulchrum es uno de los campos más inexplorados. Hay verdad con v mayúscula en la realidad transida de belleza.
Bravísimo. Gracias. Y discúlpeme por no hacer un comentario a la altura de su planeta.
Después de leer el artículo me quedé con una duda vaga y no he encontrado la pregunta adecuada hasta hoy. ¿Qué hay de la pretensión de permanecer, de inmortalidad, de proyectarse en el tiempo?
Saludos y gracias
¡Imagínate, que hasta imprimí el artículo!
Pasaré por un zote pero no tenía ni idea de quien es la autora. Me han gustado tanto el fondo como la forma -quiero decir, que está muy bien escrito- del artículo.
Y me atrevo a hacerle una propuesta: que le dé continuidad. O sea, que nos diga qué pasa o cómo lo ve ella, cuándo uno, a los 30 o a los 50 -yo tengo 65- llega precisamente a ese punto tan desconcertante que tan bien describe la articulista. Y le aventuro una respuesta: no hay camino, que decía Machado, ni puto rastro del camino. ¿Qué hacer, pues? Hasta donde yo llego, sólo hay una respuesta, Camina o revienta. Porque sí, por huevos, porque lo mismo da morirse que vivir, porque no pasa nada cuando te mueres y… quiero ser optimista, porque algún día superaremos la muerte y, entonces, ¿qué haremos? Hacemos camino al caminar…
Soy de los que se fijan más en la forma que en el contenido. Creo que si me escribieras, -a mí-, un texto sobre el funcionamiento y el buen uso de un aparato de aire acondicionado, me gustaría tanto como este, porque coses muy bien las palabras.
Felicidades.
Sí, señor, has colocado una palabra acertadísima para describir cómo escribe esa mujer. Coses muy bien las palabras. Con tu permiso, me la apunto.
Gracias a los dos.
Un par de poemas de Borges, para redimirme un poco. Confío en que no desentonen.
http://www.poesi.as/jlb0427.htm
https://www.poeticous.com/borges/limites?locale=es
Yo siento cada dia la aparente contradiccion entre el ansia de infinito que me provoca el mundo, la vida y la belleza en sus infinitas formas(incluyendo tus fotos Lupe) y la experiencia de mi propia finitud. A la vez tambien siento y creo que hay algo en mi que trasciende esta limitacion. Creo que no soy aleatoria. Que mi ser no es fruto del azar. Que el ansia de infinito me lo ha puesto en elcorazon Dios. Que ha hecho un mundo que nos sorprende con su sofisticacion y belleza y que no siempre respetamos como deberiamos pero que a mi me habla de El.
Me ha encantado tu articulo y la expresion de Johannes sobre como «coses» las palabras porque es verdad. Lo bordas.
Gracias, Carina. Estamos de acuerdo creo que en todo.
Bueno…no habíamos quedado que el cerebro construye la realidad a la medida de cada uno?
Cásate conmigo también, Lupe, aunque sea demasiado tarde. Me pongo a la cola. Y si no cuando muramos, guárdame un sitio a tu lado, y me pongo yo también el pelo rosa. GRACIAS!
Me has recordado a Gil de Biedma:
«Que la vida va en serio
uno lo empieza a comprender más tarde…»
No podría ni sabría expresarlo mejor. Ayuda a desahogar un cerebro hastiado de todo. Gracias, de corazón.
Cada una de las palabras de este artículo es belleza pura.
Muy recomendables!
Pingback: Ustedes van a morir
Gracias por el artículo. Yo quería meter un poco de confusión (de ninguna manera decir la última palabra al respecto), porque si no parece que el asunto este de la muerte es comprensible. De hecho creo que es este el estado cotidiano: todos lo tenemos controlado, sabemos que nos vamos a morir, hacemos que si supiésemos de lo que habalamos… Más que la gente haciendo como si no, lo que entiendo que es lo más común, y desde luego muy poco descubridor, es que hagamos todos como si sí (asumiendo un dato de la realidad, como si esto fuese posible). Es la visión realista de la muerte, que es la misma que la del positivismo científico, claro. Pero basta detenerse un poco en el asunto para darse cuenta de que es en cierto modo imposible.
Está bien tomado lo del límite, pero habrá que recordar que al límite no se llega nunca, nunca pisamos la raya del límite. No soy desde luego ningún especialista en el lenguaje matemático, pero las operaciones de paso al límite con las que al parecer mandamos cohetes a la luna y todo lo demás, parecen resolver el asunto. Sin embargo, la evidencia palpable es que siempre puede uno partir una distancia por la mitad y hacer lo mismo con la distancia resultante. Sin fin. Yo nunca muero. La muerte de otros, esa no es la muerte de verdad, que sólo puede ser la mía. Pero la mía nunca está aquí. Así pues, se ve claramente qué es eso que llamamos muerte en un sentido realista (este que tenemos tan controlado según lo que decía en mis primeras líneas): una idea, y una idea futura. No es una idea cualquiera, además. Cuando un infante adquiere la lengua de sus padres y se entera de que se va a morir en el futuro, se puede decir que esta información inaugura el proceso de formación de la personalidad. Fíjense qué movida: la identidad personal de cada uno de nosotros está fundada en esta información, mi personalidad está constituida por la idea de la muerte. Literalmente, empezamos bien…
¿Y qué hay de la muerte de verdad, la muerte ahora? Pues habrá que tantear con que si vivir significa algo, no puede ser distinto de ir muriendo (transformándose, mezclándose, desgarrandose, disolviéndose en lo desconocido…; no son más que metáforas). A la vez, habrá que admitir que aquello en mi que está constituido por la idea de mi muerte, siempre futura, no puede ser lo mismo que en mí vive, que muere constantemente… Lo que nos trae entonces al ver con más necesaria crudeza el problemón de la identidad… ¿Identidad igual a muerte? ¿Quién teme a la muerte (en mí)?
La vida cobra más sentido cuando lees a Rosalía.
Gracias por citarla, a veces es olvidada en esas famosas listas de poesia española….
De cómo miramos las hastiosas necesidades y rutinas de la vida adulta depende cómo vivimos, dice David Foster Wallace y coincide con él Lupe, pero, ¿podemos elegir siempre?
Estoy convencida de que sí, Lucía. Las circunstancias limitan nuestras opciones pero precisamente nuestra mirada es la elección que nadie nos puede quitar.
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Otro más del mismo mundo. No puedo evitar pensar en Camus y el absurdismo. A mí me pasa que en ocaciones tirado a la cama me viene un miedo terrible porque voy a morir, luego de eso, una calma de que sigo vivo, pensando, razonando…
Me parece que una vez que empiezas a cuestionar más allá de lo normal, no hay vuelta. Te sigues, entras a terribles laberintos, quieres descubrir, conocer, y sabes que nada de eso te salvará. Vivir por default, pareciera menos lamentable, sin embargo, se sufre más porque no entiendes nada de lo que te sucede.
Gracias.
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Pues yo lo que quiero es que no pase ni un solo instante sin mirar de este modo la realidad; y aún mirando de este modo y teniendo la conciencia de esta finitud mía anhelante de infinitud, creo que no me bastaría, que todo me seguiría pareciendo poco.
Gracias Lupe!
Uno de los mejores textos que he leido en mucho tiempo. En todos los aspectos.
Bravo, y gracias por compartirlo.
No estas lejos de la Verdad, pero aunque es mas lejos de lo que llega la mayoria, el camino no termina ahi, te animo a seguir buscando.
Que bueno Lupe. Cuanta razón y que bello y qué difícil.
Gracias!!
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Un diálogo imperdible entre Carlitos y Snoopy: «Algún día, todos estaremos muertos, Snoopy»; quien responde: «Cierto, pero todos los demás días, no». Esta es mi filosofía de vida. (P.D. Me ha encantado la foto, Lupe).