Como en esos vídeos de japoneses tocando flamenco en los que, una vez superada cierta sonrisa inicial, nos impresionan de tal forma con el sentimiento y la pericia demostrada que parece un arte inventado por ellos y que el «duende» no era otro que Pikachu, durante los últimos años la novela y el cine policíacos han encontrado en los países nórdicos lo que parece su entorno natural. Nuestros vecinos del norte han asimilado con tal destreza las convenciones y los recursos de un género que creíamos tan genuinamente estadounidense, las historias en torno a un crimen por investigar transcurren con tal fluidez y las vemos tan integradas en su entorno social y cultural, que cada vez tienen menos sentido decir de alguna que parece americana si queremos enfatizar su buena factura. Simplemente ha llegado el momento de utilizar la etiqueta «thriller escandinavo» para definir no una copia sino una bifurcación del género tan digna como la del otro lado del Atlántico.
El fenómeno explotó en el ámbito literario con Stieg Larsson y su trilogía de monumental éxito en todo el planeta, aunque ya andaban por ahí unos años antes Henning Mankell y Jussi Adler-Olsen. En televisión nos han llegado en los últimos años series de altísima calidad como Forbrydelsen, El puente y por parte de la BBC Wallander, en la que Kenneth Branagh interpreta al policía sueco ideado por Mankell. Y ahora se estrena en nuestros cines Misericordia, la primera película de una saga que adaptará Los casos del Departamento Q, la serie de novela negra del citado Adler-Olsen. En ella, el protagonista es un policía arisco, lacónico y profundamente encerrado en sí mismo (ya vamos viendo por qué encaja tan bien el género en esos lares…) que tras un largo periodo de baja debido a un tiroteo es destinado a un ignoto departamento situado en el sótano, en el que deberá archivar casos cerrados en los años anteriores. Allí contará con un compañero mucho más alegre y extrovertido para los estándares escandinavos, pues no solo habla incluso cuando no le preguntan sino que hasta se le ve sonreír a veces (es de origen inmigrante, de hecho). Juntos comenzarán a interesarse por el caso de una prometedora política que según la investigación se había suicidado, aunque los cabos sueltos poco a poco van mostrando algo muy distinto. Algo que nos permite asomarnos poco a poco a su sociedad y su manera de ser.
El escritor y político Mario Onaindía hablaba irónicamente hace tiempo de la imposibilidad metafísica de una novela policíaca vasca «porque aquí, el crimen se reivindica». Por su parte en Suecia y Dinamarca el género negro se aferra como el percebe a la roca según vemos, pero no es fácil entender el motivo tratándose de sociedades aparentemente perfectas. ¿No es algo en principio contradictorio? Creíamos que allá en Felizonia la gente anhelaba una larga vida solo para poder estar cumpliendo las normas durante muchos años seguidos, que las (pocas) cárceles no tenían rejas pero sí piscina de bolas y que en caso de epidemia zombi la Seguridad Social suministraría puntualmente sesos para todos. Pues resulta que no. Decía Vargas Llosa sobre la novela de Stieg Larsson que mostraba Suecia como «una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y las instituciones en general parecen presa de una pandemia de corrupción».
Puede que tengamos un tanto idealizados a aquellos países, o quizá exagera un poco y lo que ocurre es que su armonía social sea como un fondo nevado que resalte por contraste ese lado oscuro e inconfesable de nuestro interior, que nos deje sin justificaciones para el crimen y la aberración moral. Al contemplar al malvado ya no podemos decir que el mundo lo hizo así y eso nos desconcierta e, íntimamente, también nos fascina. Es un mal gratuito, sin causa, ya por puro vicio, y encima se ejecuta en un entorno de normalidad, perfectamente integrado socialmente. Como aquel pederasta austríaco que secuestró y abusó de su hija durante veinticuatro años. Tal vez la placidez nórdica tenga algo de juego de apariencias donde lo malo no es que no exista sino que se esconde a toda costa, una costumbre heredada de aquel rigorismo e intransigencia luterana que tan bien retrató Dreyer en su día en Ordet. Quizá se oculta el crimen porque se ocultan otras muchas cosas y eso hace metafísicamente posible, e incluso obligado, el thriller escandinavo.
Sea como fuere, Misericordia (Los casos del Departamento Q) resulta ser una película muy entretenida y su director Mikkel Nørgaard —del que cabe mencionar en su currículo varios episodios de otra serie de culto, Borgen— tiene sin duda buenos referentes: según ha explicado su gran maestro es David Fincher y sus filmes Seven y Zodiac, a los que no duda en considerar obras maestras, han sido aquí su fuente de inspiración. Cualquiera que califique de tal manera a Seven está claro que es alguien con la cabeza en su sitio y que se viste por los pies, así que habrá que seguirlo en los próximos años. Ha contado además con la participación del guionista que hizo en su momento la adaptación de Los hombres que no amaban a las mujeres y curiosamente el director del remake americano de esa película fue… el propio Fincher. Así que el thriller seguirá dos caminos a cada lado del Atlántico, pero se complementan e influyen mutuamente.
SPOT 36″ – Misericordia (Los casos del Departamento Q) from Vértigo Films on Vimeo.
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Tiende a ningunearse el «Wallander» sueco anterior al reproducido por Kenneth Branagh y no sé muy bien por qué, ya que es un excelente trabajo que para mí supuso el primer atisbo de que los nórdicos podían y de hecho lo conseguían, captar la completa atención de los aficionados al género.
Jo, yo que soy muy fan de la saga, a) Qué tarde y a destiempo llega, ¿no? Cuando ya se ha pasado un poco -o mucho- la moda del thriller nórdico, y b) Vaya traducción del título de cojones.
Huele un poco a mucha desidia por parte del distribuidor
Ahora que ya somos todos escandinavoliebers por fin, echadle un tiento a «En pilgrims död». Fantasea sobre el asesinato de Olof Palme y lo convierte en una investigación.
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La etiqueta con la que es considerado y reconocido en todo el mundo este movimiento del thriller escandinavo es ‘nordic noir’. Sorprende que al autor no se le haya ocurrido utilizarla ni una sola vez en su artículo. Lo del contraste entre altos niveles de vida y gusto por las tramas negras creo que ya es inservible de tan manido : La cultura escandinava siempre ha sido muy introvertida, siempre ha gustado de indagar en el lado oscuro y siempre ha tenido una fuerte inclinación igualitaria y social, de denuncia de la injusticia y de búsqueda de la armonía. El rigor de la ética luterana lo marca todo en el norte con su severo sentido de la responsabilidad individual de igual forma -¿jugamos al tópico?- que la etérea ética católica lo marca todo en el sur con su hipocresía y su hueca teatralidad. Algunas de las tramas de Forbrydelsen son casi idénticas a acontecimientos reales y que podamos verlas casi en tiempo real con los hechos en los que se inspiran, reflejadas en una serie televisiva de altísima calidad, además de producida por un medio público, es, creo, ante todo un ejemplo de la madurez democrática de esas sociedades, capaces de aguantar en horario de máxima audiencia y sin paños calientes un foco potente e incómodo sobre sus rincones más oscuros. ¿Alguien se imagina una serie de una televisión pública española -la mayoría con presupuestos muchísimo mayores que las TV públicas nórdicas, por cierto- hablando de la conspiranoia sobre el 11M con personajes inspirados en Pilar Majón o el comisario de la mochila de Vallecas cuya mujer se suicidó? ¿En serio nos pueden escandalizar las tramas negras que ocurren en Escandinavia teniendo lo que tenemos en España, un país con decenas de miles de cadáveres mal enterrados en cunetas desde la Guerra Civil? ¿Alguien podría explicar a Vargas Llosa que las novelas de Larsson se desarrollan en Suecia y no en el Madrid de su amiga la condesa Aguirre, como parece sugerir su descripción?
Su comentario es un millón de veces mejor que el propio artículo. Chapó. Un saludo.