Para alguien que descubrió el mundo de la literatura fantástica con El Hobbit, se pasó media adolescencia jugando a rol en la mazmorra de un amigo y tenía visita mensual obligatoria a ese templo del friquismo que es la Librería Gigamesh, conocer a Vicky Hidalgo (Barcelona, 1980), directora editorial de Minotauro, tenía mucho de regreso al origen. La editora nos recibe en la sede de Planeta cargada de bolsas y bolsas de libros publicados por Minotauro a lo largo de toda su historia (que abarca casi 70 años), y los dispone sobre la mesa con el cariño de quien se conoce cada portada y cada autor que aparece en ella. Hablamos con Hidalgo sobre fantasía, ciencia ficción y terror, sobre ser friki a lo largo de las generaciones y sobre la relación con lectores de ahora, ayer y siempre. Porque la sombra de Paco Porrúa es alargada, pero se puede estar muy cómoda bajo ella.
Creo que la primera y única editorial en la que has trabajado es Minotauro. Menuda puntería, ¿no?
Fue por una mezcla de casualidad y friquismo. De adolescente leía mucha ciencia ficción y fantasía, sobre todo ciencia ficción. Creo que cuando tenía veintitantos, una amiga me habló de Ray Bradbury, de Orwell, de Huxley. Fahrenheit 451, Crónicas Marcianas y Mundo feliz fueron los grandes clásicos de mi iniciación. Yo había leído fantasía y me gustaba mucho, pero me parecía formulaica, y en la ciencia ficción descubrí el mundo de las ideas. Para mí, Ray Bradbury creo que fue la entrada porque tenía esa mezcla de estilo poético pero también de desarrollo de ideas. Cómo un autor de ciencia ficción puede desarrollar todo un mundo o puede usar el futuro como escenario para cosas que están pasando en nuestra realidad, pero a la vez puede escribir bonito. O cómo puede tener ese detalle por la forma y por la poesía. Y poco a poco fui desarrollando el gusto. Recuerdo mucho ir a comprar a Gigamesh, que era un poco la cuna para todos los lectores de género. Te ibas al fondo y estaba el rol y el manga y todo aquello. Tenía 20 euros o 2.000 pesetas y me compraba los libros más baratos que encontraba. Así descubrí a Robert Silverberg, a Angela Carter, a Theodore Sturgeon. Descubrí un montón de autores que fueron creando un mapa referencial, un autor llevándote a otro porque hay un prólogo, porque hay una influencia, porque hay un homenaje. Y yo estaba estudiando hispánicas en la Autónoma, hice también teoría literaria, y tuve de profesor a David Roas, que también me abrió a este mundo y a esta posibilidad de pensar en poder trabajar en el fantástico. Con David Roas fue la primera vez que hablando de narratología, el tío nos puso un dossier con textos de Henry Kuttner, o nos metió La lotería de Shirley Jackson, o nos puso Apocalipsis Now en una clase. Supe que me quería dedicar a esto aunque no sabía cómo. Y entonces Leonardo Valencia, otro profesor que teníamos en teoría literaria, nos hizo una clase muy pequeñita sobre primeras herramientas en el mundo editorial. Nada, cuatro nociones, y hablaban sobre todo de edición de revistas académicas, pero creo que fue la primera vez que pensé que a lo mejor ahí había un camino y que había algo que sí que estaba relacionado con lo que a mí me gustaba, que al final eran los libros y el fantástico. Y acabé haciendo el máster de edición de la Autónoma, y allí tuve la suerte de coincidir con Enrique Murillo, que un día me vio leyendo El libro de los cráneos de Robert Silverberg, y me dijo, a ti te gustan estas cosas, y yo sí, a mí me gustan estas cosas. Y surgió la oportunidad de hacer prácticas en Minotauro. En ese momento había una colaboración con Planeta, porque también estaba Gonzalo Pontón hijo en el máster y muchos otros profesores que eran editores en Planeta. Tuve la oportunidad de hacer prácticas. Estuve dos meses y tuve suerte inmensa de que la persona que había en ese momento en edición buscó un nuevo sitio, le dio un giro a su carrera y me quedé yo. Y de esto hace 17 años.
¿Qué diferencias crees que existen entre editar ciencia ficción, fantasía o terror y otros géneros?
La primera diferencia es el tipo de lector, sobre todo cuando hablamos de lector especializado frente a un lector más mainstream o casual, que va a ser el que lea a Cixin Liu o George R. R. Martin, y que a lo mejor el año que viene va a leer un thriller y el año siguiente va a leer otra cosa. ¿Qué diferencias hay entre los dos? El lector especializado tiene un conocimiento vastísimo y hay que dar siempre por sentado que es más amplio que el de cualquiera de los que nos dedicamos a esto. Siempre va a saber más que tú. Y siempre va a tener unas perspectivas, unas expectativas, incluso un gusto propio. Es un lector con el que hay que ser súper humilde. Hay que llevarlo a que descubra cosas, pero también hay que cuidarlo mucho. Y esto lo hacemos sobre todo con Tolkien. No puedes hacer una edición de Tolkien con prisas o sin tener cuidado, sin mimarla, porque ese tipo de lector está ahí esperando lo que tú le vas a ofrecer y tiene que estar a la altura. Y las expectativas son muy altas. Luego está que es un género que siempre me ha parecido muy difícil defender si no tienes sintonía con él. No podría editar terror si no me gustara el terror. Para mí no tendría sentido, porque entonces no eres capaz de comunicar este entusiasmo.
La emoción es central en la literatura.
Tienes que ser muy buena editora y tienes que prepararte siempre, pero es más fácil cuando realmente hay una conexión. Cuando te toca defender algo en lo que no crees, creo que siempre hay un punto en el que se te puede notar. Pero si defiendes algo en lo que crees, el entusiasmo se contagia. Y al final un editor no deja de ser un descubridor de libros. Es un lector especializado, alguien que lee mucho y que tiene acceso a un tipo de lectura que a lo mejor otra gente no tiene y quiere que los lectores de su mercado lo descubran también. Ese entusiasmo es la semilla y esta semilla la tienes que transmitir, si no es muy complicado.
Has empezado hablando de Bradbury y su habilidad para escribir de manera poética y a la vez plasmar ideas interesantísimas en sus libros. Aún así, ¿sigue vigente la discusión sobre si la literatura de género es de menor calidad literaria?
Me da la sensación de que esto es como editar clásicos. Hay una parte de esta discusión que probablemente ya hayamos sobrepasado o que hayamos dejado atrás. Tolkien, sobre todo en el mundo anglosajón, tiene ahora una categoría que probablemente cuando salió no tenía. Lo mismo sucede con Ray Bradbury o Ursula K. Le Guin. Pero creo que es un trabajo que hay que continuar haciendo y que en cada generación vamos a tener que hacer. Las nuevas generaciones, como todas, reciben mucho más rápido lo que les es cercano. Y a veces, para lograr que lleguen a cierto tipo de cosas, si no tienen una guía, es absolutamente fortuito. ¿Por qué llegué a Bradbury? Podría no haber llegado perfectamente. Creo que una labor editorial súper importante es coger estos contenidos y acercárselos. Cambiar incluso la forma de acercarlos, la forma de presentarlos, el diseño, para que les resuenen, para que de alguna manera puedan sintonizar con ellos. Porque además el clásico es ese libro que puede tener un diálogo con el lector del momento siempre. Y siempre va a funcionar. Ahora, dentro de 20 años y dentro de 100.
Pero creo que seguimos teniendo mucho trabajo. Hay una parte del público que sigue pensando que si hay un cohete en la portada, no te va a contar temas profundos. Lo mismo pasa con la comedia. Si hay una comedia en los Oscars va a ser complicado que gane, porque la gente piensa que no es capaz de hablarte del duelo, de la muerte de un ser cercano, de la pérdida o de estos temas que siempre relacionamos con el drama. Y eso mismo le pasa al género. Pensamos que la fantasía o la ciencia ficción no va a ser capaz de hablar de una caída política o de la pérdida de un ser querido. Lo estamos superando un poco porque ahora nos encontramos con la mezcla de la generación de los 80 y de un poquito antes y de un poquito después y que son generaciones que han crecido con las novelas de Stephen King o con películas como Los Goonies o con esta mezcla de la cultura popular con la alta literatura. Y esta mezcla al final hace que perfiles como Mariana Enríquez, que está considerada alta literatura porque publica en Anagrama y porque hace novelas que tienen crítica social y que tienen la base política, se acerque al género y que acabe diciendo que Stephen King es uno de sus referentes.
Hablando de King, conozco a muchos lectores de esa llamada alta literatura que, conforme han ido cumpliendo años, han empezado a defender a autores como Stephen King, capaces de construir una realidad en la que sumergirnos como lectores.
Si It no es la gran novela americana del siglo XX, no sé qué lo es. Stephen King tiene una manera de construir personajes, de acercártelos, de hacértelos reales, de hacer un retrato de las miserias humanas, y de lo más sublime y lo más bajo, que creo que deberíamos apreciar muchísimo más. Y hay mucha gente que se sigue quedando en esta cosa de «es un escritor de segunda». O de tercera. Él mismo cuenta cómo los profesores le decían, «qué pena, Stephen, con lo bien que escribes, que escribas estas cosas». Siempre hay un poco esta idea. No sé, mira Steven Spielberg con Tiburón, la cantidad de gente que sigue pensando que es una peli de terror cuando en realidad puede ser un drama familiar o una historia sobre los miedos a perder a la gente que quieres.
Hay mucha gente que de primera siente un rechazo hacia cierto tipo de literatura, y hace falta ese trabajo de ir entusiasmándolos. Pero esto nos pasa también con Grady Hendrix, que ahora mismo es el autor número dos en Estados Unidos. solo por debajo de Stephen King. Es un tío que tiene ya una carrera consolidada, que está haciendo además ese retrato de la América a partir de los años 60 y 70, y cómo está evolucionando, y cómo las mujeres en este tipo de sociedades siguen recibiendo violencia de género, cómo se ven sometidas a depende de qué tipo de depresiones, o cómo siempre son los barrios más pobres los que sufren, pero a la vez tiene una capa de novela divertida o desenfadada, porque juega mucho con los tópicos de la cultura popular. Mucha gente cuando se acerca a Greedy Hendrix por fin descubre que es un autor profundo y que trata temáticas realmente importantes, humanas, y que son comunes para todos. A todo el mundo le importa de lo que habla Greedy pero es muy difícil que entren ahí, porque lo perciben como algo frívolo.
Veo muchísimo contenido de fantasía o ciencia ficción en las distintas plataformas, y por otro lado tenemos el éxito del manga, muchas veces arraigado a lo fantástico, a la ciencia ficción y a ideas loquísimas. ¿Crees que eso facilita la aceptación del género en los lectores más jóvenes?
Yo creo que ha sido vital. La apertura de no solo la literatura, sino también el cine asiático, o el teatro, o cualquier tipo de forma de arte asiático ha abierto las fronteras y las miras una barbaridad. Somos una generación que ha crecido con el manga y que no ha dejado de leerlo cuando ha crecido. Hemos descubierto que el manga no es un género, sino un formato en el que puedes leer un thriller o una novela romántica o lo que te apetezca en ese momento porque hay un montón de categorías que te permiten encontrar lo que buscas en cada instante. Y creo que eso ha servido de caldo de cultivo para que esta generación, que a lo mejor tiene 20, 30, 40 años, tenga una apertura de miras mucho más amplia a la hora de recibir contenidos que vienen de fuera y que a lo mejor le rompen los esquemas. Pienso, por ejemplo, en cómo ha cambiado el público del Festival de Cine Fantástico Sitges. Hace 20 o 30 años el público era mucho más reducido pero también mucho más especializado. Era difícil encontrar gente joven, era difícil encontrar chicas porque era un público muy acostumbrado al fantástico. Ahora, aparte de que ha crecido una barbaridad y que se está abriendo a cosas nuevas, hay gente muy joven y hay gente a la que no habrías imaginado allí hace 20 años. Público mucho más ecléctico que busca otro tipo de tendencias o incluso que está informado de tendencias y que está allí porque aquello se ha convertido en una tendencia. Y yo creo que esto es un buen síntoma. Y que se puedan ver una peli de Kung Fu de Hong Kong o un Midnight Madness de estos japoneses que le rompe a todos los esquemas. Ese caldo de cultivo nos ha servido para abrir el catálogo. Estamos haciendo cosas en una colección que se llama Minotauro Asiático, donde publicamos obras como Battle Royale o El pájaro que bebe lágrimas.
Ah, sí. He escuchado que a su autor lo conocen como el Tolkien coreano.
Es un libro inclasificable. Cuando lo leí me pareció curiosa su mezcla de poesía y sentido del humor tan loca. Hay escenas en las que hay un personaje reptiliano montado sobre un águila, y el águila lleva un cocodrilo y se la va a tirar a los enemigos. Es una cosa absolutamente demencial donde a la vez hay una reflexión sobre el otro y cómo tú te aproximas al otro y cómo esa cercanía te ayuda a romper todas las barreras que tienes respecto a los prejuicios, a cosas que te han mantenido distante de tu vecino o de alguien de al lado. Estas ideas de lo que es alta literatura, lo que es baja literatura, y por qué no podemos mezclar un fantasy con guerreros pollos gigantes y guerreros reptilianos con la pérdida de un reino, con el aftermath de una guerra que ha dejado a todo el mundo destrozado o con la pérdida de integridad y la venganza del protagonista.
Entre hobbits y pollos gigantes, ¿cómo describirías la identidad de Minotauro en el panorama literario?
Hemos conseguido mantener un sello híbrido, lo que me parece muy difícil. La historia de Minotauro es relativamente complicada porque empieza en el 55 con la formación del sello en Argentina, con Paco Porrúa, un gallego emigrado a Argentina muy niño, que volvió a España en el año 77, me parece que fue, o 76, cuando las cosas en Argentina se complicaron políticamente. Paco Porrúa tenía un catálogo que probablemente hubiera sido su biblioteca, que es lo que en los másteres de edición te dicen siempre que no tienes que hacer. No confundas tu biblioteca con tu catálogo editorial. A veces es complicado, no es tan fácil como parece. Pero Paco se había hecho su biblioteca. Había cosas que a lo mejor saltaban un poco, porque igual Tolkien no era de inicio su cup of tea con la que él se hubiera sentido más cómodo como lector, pero formó un gran catálogo de títulos muy rompedores en ese momento. En lo formal, en lo temático, no había una colección así en ninguna parte del mundo. Lo que hemos conseguido ha sido mantener este catálogo de Minotauro, que es tan complejo, tan complicado, y de alguna manera tan difícil que tenga una supervivencia en el mundo actual, y le hemos ido poniendo cositas, renovándolo, actualizándolo. Intentamos mantener siempre esa parte de intentar llevar lo clásico a nuevos lectores para que lo tengan a mano, que puedan acceder a él, que sea un sitio fácil para encontrarlos, presentarnos en el siglo XXI y adecuarlo a otro tipo de edición, a otro tipo de contenidos, y a otro tipo de lector, y es cierto que ha cambiado una barbaridad. Buscamos cosas como Minotauro Asiático, para abrir nuevas líneas y a nuevos gustos de lectores, o buscamos ilustrados, porque es un punto en el que el mercado también está creciendo mucho, o intentamos hacer cosas que sean para otro tipo de públicos, a lo mejor más joven, más femenino, para que el sello de alguna manera se mantenga fresco.
Pero tener siempre el Minotauro de Porrúa ahí es una deuda necesaria. Creo que Minotauro es uno de los grandes sellos del género en español, ha tenido un catálogo con incluso alguna biografía de Cortázar, ha tenido autores muy potentes como William Golding. La primera edición de El señor de las moscas es de Minotauro.
El hecho de que Minotauro esté dentro de Planeta genera reticencias entre cierto perfil de lectores. ¿Realmente habéis notado cierta resistencia?
Se nota cierta resistencia. El lector especializado, precisamente porque tiene ese tipo de conocimiento, a veces es un lector desconfiado. También porque muchas veces ha sido un lector maltratado. Ha sido un lector que ha visto cómo sus series de fantasía han quedado cortadas. Es un lector que ha visto cómo series que venían en cuatro volúmenes en el mercado anglosajón se han convertido en ocho volúmenes en el mercado español. Es un lector que ha tenido poca información y que probablemente ha tenido poco contacto con las editoriales. Entiendo que hay este punto de reticencia hacia un Minotauro integrado en un grupo como Planeta. Creo que siempre hemos intentado mantener el equilibrio y tener los clásicos muy presentes. Desde mi punto de vista absolutamente personal, esto es imprescindible, porque si lo miras incluso desde un punto de vista de estrategia económica, los clásicos son los que te pueden dar un gran éxito para el futuro. Lo que estamos vendiendo ahora mismo en ciencia ficción y en fantasía siguen siendo Patrick Rothfuss, George Martin o Frank Herbert. Si hace diez años le dices a alguien que Dune estaría en los primeros puestos semana tras semana tras semana de los más vendidos, no se lo cree nadie. Michael McDowell es un clásico y mira lo que está pasando con Blackwater y Blackie Books, que ha hecho una campaña preciosa y unos libros absolutamente deliciosos. Eso es rescate de clásicos, al final. Los clásicos te dan esta pecera donde pescar historias que pueden convertirse en éxitos abrumadores. Tolkien sigue siendo un éxito abrumador. Siempre intentamos mirar hacia esto a la vez que intentamos mirar hacia el futuro. Y hemos cambiado muchas cosas del modelo que había con Porrúa y del modelo que había en su momento. Los tiempos, a veces. Los tiempos editoriales no tienen nada que ver con cómo se trabajaba en el Minotauro de los 90 o de los 2000. Ahora serían prácticamente imposibles. Una de las últimas editoriales más similares a Minotauro ha sido Gigamesh con Alejo Cuervo, que siempre ha hablado de Paco como uno de los grandes últimos editores de género. Yo creo que Paco es comparable a Herralde. Y Gigamesh ha estado trabajando así, tomándose el tiempo, desechando una traducción si no llegaba a alcanzar el estándar de calidad. Y me parece una fortuna poder hacer esto. También me parece muy difícil ahora mismo. Tenemos un lector que es más impaciente y ahora todo es más rápido.
Para mí Paco Porrúa es como una figura mitológica, porque tuve muy poco contacto con él. De hecho, coincidimos una vez en una sala, en una charla que dio en la Autónoma sobre Tolkien, y ni siquiera llegamos a hablar. Es como esta figura mitológica hacia la que miras, pero nunca sabes si podrás alcanzar. En su tiempo todo se hacía por carta. Todo tardaba una barbaridad. Le escribe el 3 de julio a Tolkien, le contesta el 21 de julio para una duda sobre un nombre específico y la traducción de ese nombre en El Señor de los Anillos. Esto es imposible ahora. También cómo Paco Porrúa consiguió los derechos de El Señor de los Anillos, que antes los tenía la familia Muchnik. Habían caducado y habían revertido. Y Paco Porrúa escribió una carta a un agente hablando de otro tema que no tenía nada que ver. Y en la postdata le pregunta, oye, este libro que nunca se ha llegado a traducir. Y le dice, no, habla con International Editors, que son los que tienen los derechos. Y cuando Paco llama a International Editors, la persona en ese momento encargada de esto, le dice, me los acaban de devolver hace 5 minutos, si hubieras llamado hace más tiempo no los habrías tenido y si hubieras llamado mañana tampoco. Esto es un escenario que ya es imposible. Esto es ciencia ficción. Cuando llega una propuesta, todo se mueve súper rápido. Tenemos una comunicación instantánea. Y esto tampoco lo puedes obviar en este mundo. Los lectores no quieren esperar. Tienen mil opciones y están en todo su derecho. Al final es una opción de compra lícita decidir que no te vas a comprar el último libro de Stephen King en español porque lo quieres ya y lo vas a leer en inglés. Y además tenemos lectores cada vez más y más bilingües que pueden acceder a estas otras oportunidades de mercado. La velocidad tiene que ser otra. Intentamos darles lo que necesitan cuando lo necesitan. Intentamos siempre mantener un equilibrio y no perder la identidad. Esto es lo que nos parece más importante. Y que el lector de Minotauro de los años 90 o de los años 80 es un lector de 40 que está buscando otro tipo de cosas. Al final, creo que también es un poco el lema del grupo Planeta y en este sentido creo que intentamos reflejar bien. Si te gusta la ciencia ficción, el terror y la fantasía, encontrarás un libro en Minotauro que te guste. Intentamos apelar a este público un poco más amplio y reconocer todos los subgéneros, nuevas tendencias y todo lo que llega nuevo al mercado.
¿Cuáles son las tendencias actuales que más están captando tu atención?
Yo creo que todo lo que tiene que ver con el mercado asiático me parece interesante. Esta apertura, esta curiosidad. El lector de género es curioso y muchas veces inicia la búsqueda. Muchas veces te va por delante. Nos llegan mails de gente que lo está petando en China y tú aquello ni lo conoces. Y te empuja un poco a la búsqueda. En ese sentido, ellos muchas veces son también motor de lo que nosotros reflejamos en el catálogo. Y luego hay muchas cosas que se están haciendo fuera que creo que también dan voz a otras maneras de ver las cosas, o otras perspectivas. A lo mejor que los elementos LGTBI estén empezando a ser importantes. Que voces de otras culturas estén empezando también a contarnos su versión de la historia. Tenemos autores como Simón Jiménez que es de ascendencia filipina o autoras como Zen Cho, la autora de Black Water Sister, que tienen todo ese bagaje cultural que no es europeo y que no es anglosajón. Y que te hace abrir un poco los ojos y descubrir otros mundos. Al final, si el género y la fantasía y la ciencia ficción no es el género donde tú te puedes poner en el lugar del otro, no lo es ninguno. Es un género que te permite explorar otros mundos, otras maneras y otras cosas. Y esas otras voces que están entrando rompiendo con lo anglosajón como el único modelo a seguir es interesante. Nos da perspectiva, nos da frescura, nos lleva a descubrir nuevos narradores. Al final, yo creo que un editor lo que descubre son voces. Y eso significa que te pueden contar el mismo libro, que te pueden contar la misma historia, pero la voz hace que suene diferente, que suene fresco. Hay una parte en la que es muy difícil inventar cosas nuevas. Así que a veces la voz es lo que va a marcar por qué este libro sí, por qué este libro no, por qué esto me llega o me emociona, por qué está conectando conmigo. Hay muchos autores que están rompiendo con esa hegemonía de lo anglosajón, de lo masculino, de lo… Creo que es una de las cosas más interesantes para explorar.
Ese enfoque se nota particularmente en las editoriales independientes, muchas veces interesadas en encontrar voces en los márgenes de lo establecido. ¿Estás al tanto de su trabajo?
Solemos coincidir bastante en sitios como el Celsius o la Feria del Libro de Madrid. Conozco bastante lo que hacen Duermevela, lo que hace Biblioteca de Carfax, lo que hace Chronos aquí en Cataluña o lo que hace Mai Més. Estamos en un momento dulce. Que el interés por el género signifique que hay toda una miríada de pequeñas editoriales independientes que puedan subsistir me parece un síntoma de salud de este género y de salud literaria. Ha habido un crecimiento también de público lector, relacionado probablemente con la pandemia o con el agotamiento de otros medios, digamos, de comunicación o de entretenimiento. Yo creo que la televisión, por ejemplo, como medio está en un punto complicado. La gente más joven y las nuevas generaciones se comunican a través de redes sociales, se comunican a través de YouTube. Que estén encontrando su sitio, aunque sea un sitio pequeñito, creo que son buenas bases para crecer y para llegar a nuevos lectores. Y creo que además sanea mucho. Nuestro objetivo es llegar a un público lector amplio y hay cosas que no podemos hacer. Aquí entra también esta diferencia entre ¿este libro sería para mi catálogo o sería para mi biblioteca personal? Yo sé que son para mi biblioteca personal, pero que no pueden ser para mi catálogo. Porque, por desgracia, cuando te pones a hacer una previsión de ventas e imaginas a cuántos lectores puedes llegar con ese libro, y ves que vas a alcanzar unos pocos cientos, esto hace que sean proyectos muy difíciles de asentar en el momento actual del sello. De todas maneras, cuando lo hacemos, que lo hacemos, es lo que llamamos el libro del editor. Es ese capricho que de vez en cuando te puedes dar. Pero es verdad que hay cosas que no te puedes plantear, que no están en tu línea o que no van a llegar al público al que tú te diriges. Merece más la pena que otras editoriales que sean más cercanas o que tengan más afinidad tengan la oportunidad de defenderlos. Hay autores que simplemente no nos planteamos en estos momentos. Pero yo creo que Carfax está haciendo un trabajo brutal con el terror. Han conseguido hacer una colección de terror con títulos muy bestias como Jack Ketchum, y hacerla bonita. Me parece de premio. Es muy difícil hacer una colección de terror bonita, que tenga ese diseño, que sea atractiva, que la línea tenga una coherencia, que todos los libros sean apetecibles y que no te echen para atrás. Porque muchas veces si reflejas en una cubierta el contenido que hay… No me he atrevido a leer La chica de al lado. Creo que no tengo el estómago. Pero tienen libros que son muy duros y que tiene sentido que estén traducidos porque son una oferta para un tipo de público específico. Me parece una valentía que lo puedan hacer, y una suerte. Estas editoriales acaban de completar todo el mercado. El lector actual de género es un lector súper afortunado. Tiene una oferta brutal que no sé si ha tenido en algún momento. Lo pueden escuchar, lo pueden leer, lo pueden ver. Me parece un momento súper dulce para el lector de género.
Has destacado ese mimo en el apartado gráfico de la obra. Cada vez se hace más relevante esa necesidad también de captar la atención del lector de un primer vistazo. Crear objetos de coleccionista.
Yo creo que mucho. Aquí me parece que hay dos cosas. La primera es que estamos en un mercado que es complejo. Se publica muchísimo, hay muchas novedades entrando en librerías y el espacio es pequeño. Los editores tenemos esta obsesión de la mesa de novedades y que se siga viendo cuando se vaya, que puede pasar a la semana siguiente. Es un mercado muchas veces desalmado. Porque si una novedad no empieza a tener frutos en una semana, en dos o en un mes, es posible que la quiten de la mesa de novedades y acabe en las estanterías. Y entonces se queda de lomo y tu diseño se pierde.
Por otro lado, estamos en una época en que el lector vuelve a tratar el libro como un objeto precioso, como un objeto de coleccionista, como algo que quiere tocar. Creo que lo digital nos ha ayudado mucho en la difusión y gracias a lo digital llegamos a sitios donde antes no habríamos llegado, que puede ser un pueblecito de Lima, Perú, o un pueblo de Tailandia donde nuestros contenidos están en digital, pero la parte física sigue siendo súper importante. Y al final un lector especializado y un lector constante quiere tocar el libro y quiere sentirlo y quiere sentir que tiene algo especial en las manos.
De hecho, los nuevos lectores también le han dado un giro a esto porque son ellos los que en redes sociales están enseñando libros y están hablando de libros pero no sólo del contenido sino también los están tratando como objetos de valor, que es de donde viene el mundo editorial en los 70, cuando empezó la andadura de Grupo Planeta en una España de posguerra y el libro se consideraba un objeto de lujo porque te daba una categoría o ese plus de calidad. El libro es un objeto que no va a desaparecer jamás, así que intentamos cuidarlo, hacemos ediciones especiales, las mimamos, intentamos mirar el papel, mirar los acabados. En los últimos cinco años hemos estado haciendo todo un proceso de revisión de las traducciones de Tolkien de El Señor de los Anillos, El Hobbit, El Silmarillion y Cuentos inconclusos que es en parte un homenaje a Porrúa y a Matilde Horne y a otros tantos traductores que habían trabajado en ella: Rubén Masera, la Sociedad Tolkien… Me parece importante tratar el libro como un objeto precioso y creo que las editoriales nuevas tienen esta idea.
Hablando de Tolkien, ¿estás al tanto de Los Anillos de Poder, donde se han tomado ciertas libertades que en general han cabreado bastante al público?
Es muy difícil posicionarse en esto. Intento estar al día, como mínimo. Confieso que no he visto entera la segunda temporada de Anillos de Poder. Tiene algunas cosas buenas y algunas cosas malas. Es probable que las cosas malas acaben pesando más, sobre todo para el público. Pero es que lo que tenían me parece que son los derechos de los apéndices, apenas una cronología y nombres de personajes, y con eso han creado una serie de cero. Y esta inversión tiene bastante mérito. Algunas de las cosas buenas para mí son los paisajes, por ejemplo, o que te lleven otra vez a la Tierra Media, a una edad anterior, a lo mejor cosas que no habíamos visto en pantalla con la trilogía de Peter Jackson. Me parece una barbaridad, es precioso, es todo aquello que te habías imaginado y es casi como tener una postal delante.
Creo que, por otro lado, entiendo a la gente, sobre todo lectores de toda la vida, que se han sentido decepcionados, sobre todo por el guion o por la creación de personajes. Y es difícil posicionarse. Hay un tipo de lector de Tolkien que ha creado una Tierra Media en su cabeza y que lleva viviendo en ella 30 años, y que probablemente es su refugio y su lugar seguro emocionalmente. Y a lo mejor, cuando la vida no le gusta, se da un paseo mental por Rivendel. Yo creo que es imposible que este lector se vea satisfecho con cualquier tipo de adaptación. Es muy difícil que algo que ha hecho otra persona cumpla tus expectativas.
De todas maneras, siempre pienso que algo positivo es que se siga teniendo interés en el mundo de Tolkien, que siga siendo actual y que siga siendo fuente de inspiración. A mí esto me parece muy bueno. Las series o, por ejemplo, en diciembre estrenarán también La guerra de los Rohirrim en animación, que también es un formato muy curioso, súper actual, y tiene una pinta espectacular además. Creo que también va a abrir una nueva puerta. La gente que va a entrar por ahí, o la gente que entró con las trilogías de Peter Jackson, que es algo que he ido hablando mucho con los compañeros de Sociedad Tolkien, es muy distinta a la generación anterior. A partir de los 2000, la gente más joven que fue entrando en la Sociedad Tolkien descubrió primero las películas de Peter Jackson y después los libros. Llegaron después, cosa que antes no pasaba, pero acaban llegando los libros. Y eso es lo que me parece importante: que siempre acaban llegando al corazón de la Tierra Media, que siguen siendo los libros de Tolkien.
Y en una época donde prima tanto lo visual, poner en valor el trabajo de los ilustradores me parece obligatorio. ¿Estás al tanto de la polémica con el Tolkien Legendarium y su uso de la inteligencia artificial para recrear personajes y lugares del universo de Tolkien?
Yo creo que todo tiene que ver con el espíritu que tienen los libros. El libro no va a ser el mismo si lo traduce una persona que si lo traduce otra. No va a haber el mismo catálogo si estoy yo que si estuviera otro editor. No va a ser el mismo libro si lo ilustra John Howe o Alan Lee. Aquí hay también una voz. Yo creo que al final, como el libro se acaba embebiendo o se acaba empapando de todas las personalidades que hay a lo largo de su historia y de su creación, no va a ser el mismo producto El pájaro que bebe lágrimas si hubiera trabajado otro equipo completamente diferente en él. Tendría otra cubierta, tendría otra traducción, igual los nombres serían distintos, y yo creo que esto es importante, sobre todo en la parte de ilustración. Me parece que es un tema que tiene que ver con la voz del autor. Un ilustrador le va a dar una vida a ese libro y va a dejar su huella y va a ser una huella completamente distinta, o va a ser una visión completamente distinta la de un traductor que la de otro que a lo mejor tiene otras influencias o que viene de otro sitio, que tiene otra historia. Quiero decir que al final hay un montón de factores que hacen que tú, porque eres tú, veas así una historia.
Va a sonar muy apocalíptico, pero creo que cuando pones un trabajo que a priori debería ser artesano, artístico, tan de mimo, en manos de máquinas, algo se pierde. Y no digo que no nos puedan ayudar. Yo creo que la inteligencia artificial lo que nos tiene que servir es como herramienta, para realizar tareas que ahora mismo son redundantes o que no añaden valor artístico, que se puedan hacer más rápido, que se puedan hacer de una manera que sea menos complicada, menos farragosa. Pero yo creo que el libro tiene que ser un producto creado por manos humanas. Porque yo creo que una máquina, por mucho que tú la alimentes, no te va a dar una visión personal. Y vas a decir, estas ilustraciones son de Ted Nasmith, porque es que esos paisajes solo los hace Ted Nasmith. O este libro es de Tomás Hijo porque este grabado que utiliza sólo lo hace Tomás. Si un editor de contenido lo que está buscando son voces que cuenten historias, yo creo que la parte de ilustración es una capa más de esto. Al final una ilustración te va a contar una historia y tú quieres que la historia te la cuente alguien que te emocione. Y a mí me parece muy difícil que te emocione algo que no te esté contando una persona.
Hablando de voces, ¿qué tal está la cosecha de voces españolas en el género?
Yo creo que estamos en un momento interesante también. En ese aspecto, Minotauro creo que tuvo un cambio de la época pre-Planeta a la época Planeta. En la época pre-Planeta se trabajó sobre todo con autores anglosajones o que no escribían en español, a pesar de que sí que hubo una colección pequeñita que llevó Marcial Souto, que había sido muy colaborador de Minotauro en la época de Porrúa, traductor, editor, asesor, con una colección de autores rioplatenses que fue donde apareció por primera vez Kalpa imperial de Angélica Gorodischer, que justo la hemos recuperado ahora. Pero es verdad que era una colección que sobre todo buscaba autores de fuera, creo que también porque en ese momento era básicamente lo que había en el mercado, y seguía a las grandes editoriales extranjeras y traía los contenidos. William Gibson, Le Guin, estos autores que estaban haciendo historia de alguna manera en el género del momento.
Cuando Minotauro se integró en Grupo Planeta, una de las primeras cosas que se hicieron fue empezar a mirar un poco hacia dentro y a los autores que escribían en español. Siempre ha sido uno de los focos de Editorial Planeta: encontrar talento dentro y defender el talento propio. Creo que fue una de las cosas bonitas que se hicieron aquí a partir de 2001. Con Paco García se empezaron a buscar autores nacionales. Se hizo una gran labor para tener a Javier Negrete, a Elia Barceló, a Juanmi Aguilera, a Rafa Marín… Hay una cantidad de talento ahí en esos primeros años de Minotauro dentro de Planeta muy bestia. Y fueron los años también en que se creó el Premio Minotauro precisamente con esta vocación. El Premio Minotauro, al final, no deja de ser una manera de incentivar el talento en español. Habíamos tenido también finalistas de Argentina como Carlos Gardini. Se intentaba reflejar aquí el talento que venía de América Latina.
Creo que sosteniendo y manteniendo el Premio Minotauro, haber tenido una colección como Minotauro Laberinto, que es nuestra colección para talento nacional, nos ayuda a tener ya las dos patas. El Premio Minotauro sigue buscando las mejores novelas de ciencia ficción, fantasía y terror escritas en español. Algunas de las últimas son Hija de la Frontera de Asier Moreno, Horizonte de Estrellas de Víctor Conde y Guillem Sánchez, o Sabino Cabeza con Frontera Oscura. Hemos tenido bastante buena cosecha en los últimos años, creo, y estamos muy contentos con ellas. Minotauro Laberinto es el sello donde vamos integrando ese talento que localizamos y que escribe en español. Y aquí hay autores de América Latina como Francisca Solar, que es chilena, o Melissa Corbetto, argentina de la que también acabamos de publicar un libro, Francisco Ortega y su Bahamut, compartiendo este espacio con Antonio Runa, que es el podcaster de La órbita de Endor, que tiene estas dos novelas del detective Isaac Zarco. A Carlos Sisí también lo tenemos ahí en la órbita, o Lidia Ciprés, que es una autora joven de aquí de Barcelona, o Ana B. Nieto. Es un poco nuestro campo de pruebas, el sitio donde de alguna manera das espacio a estas nuevas voces para que tengan un sitio donde poder desarrollarse y donde poder empezar a construir una carrera. Y la verdad es que hemos tenido mucha suerte.
Por ejemplo, lo que está haciendo Antonio Runa, que no está anunciado todavía, y donde va a cambiar absolutamente de género y se va a ir a hacer otra cosa que no tiene nada que ver con lo que ha hecho hasta ahora… Antonio ha sido uno de los grandes descubrimientos porque es que escribe de maravilla. Lo habíamos tenido como jurado del Premio Minotauro en un Premio Minotauro, me entregó un pendrive y me dijo: «Tengo una novela de terror para ti». Yo me quería esconder debajo de la mesa porque pensé: «Mira que si ahora no me gusta, Antonio, que ahora es colega, que lo hemos tenido integrado en el premio como jurado, y le voy a tener que decir que no». Porque él siempre recuerda que yo enseguida le dije: «El terror no vende, es que no lo vamos a poder publicar». Y claro, es cierto, el terror es complicado. Y yo pensé que una novela de terror sería difícil. Y cuando la empecé a leer, me pareció una maravilla. Antonio escribe súper bien, además tiene una voz. Él dice siempre que no es él, pero yo creo que cuando escribe con Isaac Zarco, te da la sensación de que lo oyes a él. Y yo creo que ahí descubrimos una voz y es una de las grandes alegrías de un editor: alguien que te cuenta las cosas, a veces las cosas de siempre, pero te las cuenta de una manera que te llegan. Y eso hace que un libro de ciencia ficción, fantasía, terror sea, vamos a decir, exitoso. No simplemente que sea publicable, sino exitoso. Hay varias maneras de definir el éxito, probablemente el éxito comercial es que un libro llegue al máximo público posible y que genere lo que llamamos el fandom. Esto lo vemos con Grady Hendrix en el catálogo en estos momentos, por ejemplo. Me parece un autor que ha conseguido que la gente que lo sigue esté esperando su siguiente libro. Y para mí esto es un éxito.
¿Te gusta meter mucha mano en los manuscritos durante su proceso de edición?
Depende un poco de cómo nos llegue el material. En general, cuando yo entro en este proceso, el autor ya suele tener la novela escrita. Pocas veces empezamos de cero. En general, ellos ya tienen por lo menos la novela empezada o su idea, y a partir de aquí lo que hacemos es un proceso de compartir feedback. Cuando me la entregan, yo me leo la novela, y en ese momento comparto opiniones, lo que no deja de ser una visión de lector especializado. Muchas veces les digo: «No tienes que quitar nada que tú no quieras quitar, yo te estoy dando mi opinión como lector beta, y porque creo que a lo mejor esto podría funcionar mejor». Pero hay autores que prefieren mantener el manuscrito como está. Hay autores que hay cosas que sí, cosas que no. Al final, acaba siendo una conversación, pero normalmente entro en el momento en que ellos ya han hecho la mayor parte del trabajo creativo.
Luego, con autores que tenemos de larga duración, con Carlos Sisí, de vez en cuando nos sentamos y pensamos cosas juntos. Esa es la parte más divertida. Pensamos: «¿Qué será lo próximo?» o él me propone tres ideas locas y de sus tres ideas locas a veces cojo la menos loca, o la más loca. Llevamos mucho tiempo trabajando juntos y hemos conseguido este clima de confianza entre autor y editor que es complicado de conseguir. Hablamos mucho, coordinamos mucho y compartimos mucho. Él me cuenta lo que le va ocurriendo, y entre los dos intentamos darle forma a aquella primera idea para que él tire a partir de ahí. Luego, a veces se le va por otro sitio, y esto me ha pasado: me entrega una idea de novela que son tres paginitas escritas con «mira, esto es todo lo que va a pasar». Me leo ese resumen, me leo la novela y digo: «Pues se me ha cambiado el final entero, ya no tiene nada que ver con lo que me comentó». Él siempre lo dice, es muy de brújula. Tiene como un sexto sentido y un instinto con los personajes y con las historias. Él sigue su instinto y llega a sitios superinteresantes. Yo creo que escribe en una especie de trance, como una especie de Homero, un dios lo posee y escribe a través de él porque siempre va por caminos que no te esperas. Y siempre funcionan.
Háblame de algún manuscrito memorable.
Hija de la frontera me gustó mucho. Fue el premio Minotauro del año pasado, con Asier Moreno. El proceso del premio es muy a ciegas. Yo en el jurado soy voz, pero no soy voto. Cuando estamos haciendo los debates con el jurado, soy más una testigo ocular o una oyente que una persona opinadora. Esta novela tuvo la suerte de ganar por unanimidad, todo el mundo, los cinco miembros del jurado, dijeron que era muy buena. Cuando la empecé a leer me sorprendió mucho que me tocara tantas teclas, algo que no tiene por qué pasar, pero en ese momento conectó con unas lecturas que para mí habían sido muy importantes en su época, como El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer o Mago y cristal, el cuarto volumen de La torre oscura de Stephen King. La estaba leyendo y pensaba: no puede ser que tenga una referencia como Spanbauer, que es un autor muy desconocido, bastante oscuro, raro, rarísimo, super raro. Cuando te cuentan El hombre que se enamoró de la luna, creo que lo que quieres es correr en dirección contraria a ese libro, pero luego lo lees y tiene una poesía, unas tripas y un estómago que no he encontrado en ningún otro libro. Y Asier fue capaz de llevar esas sensaciones a una novela de fantasía oscura, algo que me pareció brutal. Tiene un trabajo estético y estilístico de ritmo, de forma, casi de sintaxis y de gramática, y de crear neologismos, casi como una especie de evolución del lenguaje, que me tocó mucho. Me gustó un montón y conecté mucho con esta novela. Hija de la frontera me parece una de las grandes novelas que hemos hecho en los últimos años. Creo que uno de los grandes aciertos de la novela es también la protagonista, que es un personaje que te lo crees, que es súper humano, súper real, que se equivoca un montón. Es un personaje que lo cogerías de la mano y dejarías que te llevara donde fuera, porque te da igual. Asier tiene esa capacidad.
La portada me había hecho pensar en Abercrombie.
De hecho, Abercrombie es un referente para Asier, y por eso intentamos hacer algo parecido. El mapa, por ejemplo, es de Fernando López Ayelo, que es una figura desconocida o casi invisible en el mundo editorial. Pero Fernando, que es miembro de la Sociedad Tolkien, hizo también este mapa, y ha hecho varios mapas. Su trabajo es impresionante. Cuando trabajas con cosas como Tolkien, te das cuenta del nivel de detalle que hay que dedicarle, porque, por ejemplo, las runas de los mapas hay que traducirlas al castellano. Y Fernando lo hizo a mano para que la tipografía encajara con el español, lo más parecido a Tolkien.
¿Cuál es el proyecto más ambicioso que has liderado en Minotauro?
La revisión de Tolkien, sin duda. Primero, porque era un proyecto que iba a tener muchos ojos mirándolo, creo que he sido la editora a la que no le ha quedado más remedio que hacerlo. A veces pienso que si hubiera podido, tampoco lo habría querido hacer yo. Pero, por otro lado, tuve la suerte de poder llevarlo a cabo y era una deuda pendiente con los lectores.
Ha sido muy complicado, porque cuando tocas algo en Tolkien es súper delicado. Siempre digo que Tolkien es como hacer… me perdonarán, pero neurocirugía, en el sentido de que tú cortas algo aquí y no sabes si aquí se está cayendo algo. Cambias una palabra, o una frase, o una expresión que te parece que sólo aparece ahí, y resulta que tiene resonancias en los tres libros, en no sé cuántas páginas, como algún poema o alguna referencia. La revisión de Tolkien ha sido compleja, ha sido un trabajo creo de los más desafiantes que hemos hecho, pero ha sido también súper bonita. Creo que estaba entusiasmada y aterrorizada a la vez, de aquellas tareas titánicas que nunca sabes si quieres hacer en realidad, pero hemos tenido mucho apoyo.
Hemos tenido a Martin Simonson primero, coordinando toda la revisión. Hemos tenido a Mónica Sanz después, hemos tenido a Fernando ayudándonos también con toda la revisión de las runas, a Nur Ferrante en la parte de los poemas, la sociedad Tolkien dándonos apoyo continuamente, y creo que ha sido una tarea titánica, pero que ha merecido mucho la pena. Entrar en Tolkien de esa manera es algo que no puedes hacer siempre. En los últimos volúmenes ya no los he podido seguir tanto, pero los primeros que hicimos con Martin me los leí enteros, todos los cambios, y cómo estaban justificados, y por qué cambiaste esta palabra y no otra, qué palabra viene del original y por qué. A lo mejor la traducción no había sido la más adecuada, o había incluso alguna elisión, cosas que no te das cuenta hasta que no entras en el texto a este nivel. Y aprendí un montón de Tolkien haciendo esto. Me ha parecido alucinante, pero ha sido muy exigente a la vez, muy bonito.
¿Y hacia dónde te gustaría llevar a Minotauro en los próximos años?
Esta es la pregunta del millón que nos hacemos cada seis meses. A mí me gustaría que Minotauro no perdiera su personalidad, que es algo muy complicado. Que siguiera teniendo su identidad, y que para la gente siguiera siendo un referente, pero que fuera un sello con el atractivo suficiente para atraer a nuevos lectores. El desafío que tenemos es coger un sello del pasado y llevarlo al futuro, y esta es la transición que intentas hacer siempre. Creo que un sello que tiene 70 años de historia tiene que actualizarse, tiene que renovarse. Es un trabajo con una responsabilidad brutal. Ya no puedes hacer depende de qué cosas con un sello así, porque de repente, si un año te vuelves loca, los lectores dirán ¿qué le pasó a la gente de Minotauro en el 2025 que se pusieron a editar esto? Es importante mantener la identidad y no olvidar de dónde vienes, pero a mí me gustaría llevarlo al futuro, que la gente lo siga reconociendo por la calidad que tenía, que siga viendo a Porrúa en el Minotauro de 2024 o 2025, pero que encuentre cosas que lo sorprendan y lo estimulen. Porrúa decía que el editor nunca dejaba su huella, que el portafolio del editor o la huella del editor tenía que ser siempre su catálogo. A mí me gustaría que quedara un poquito de mí en Minotauro en el futuro, con los que estamos haciendo, con los que tienes una sintonía o que a ti te han hablado de algún modo, como Grady Hendrix, como Silvia Moreno García, como Joan Samson, que en algún momento recuperaremos. Me gustaría que fueran clásicos del futuro. Y tener la confianza de los lectores, porque al final, como tú decías, hay lectores que han sido reticentes con el camino de Minotauro. Es una labor seguir convenciéndolos de que seguimos siendo Minotauro y de que lo que hacemos es de calidad, que está bien hecho. Conocer a un lector, explicarle un libro, que te diga: «Hombre, pero ya no hacéis aquello» y tú lo puedas sorprender diciendo: «No, pero vamos a hacer esto, queremos recuperar este clásico, acabamos de recuperar a Aldiss o Harrison«. Es muy bonito ver cómo los lectores de los años 80 se emocionan o les brillan los ojos porque piensan que ya nadie se acuerda de esos autores, y de repente los ven otra vez en librerías y vuelven a estar en el escaparate. A mí me gustaría que Minotauro fuera eso en el futuro.
Y para cerrar, ¿qué libro o autor de ciencia ficción o fantasía recomendarías a alguien que quiera empezar a leer literatura de género?
Qué difícil, porque son cosas muy mezcladas. A mí me sigue pareciendo que Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas son una manera amable de entrar, de algún modo, y de tener una visión de lo que vas a tener en el género y lo que es la ciencia ficción. Al final, en fantasía, creo que una buena entrada es John Wynne, que lo estamos editando ahora, que tenemos la trilogía El hambre de los dioses y La sombra de los dioses, porque creo que mezcla muy bien una fantasía épica más tradicional con nuevas tendencias, como por ejemplo, mitología nórdica, y meter todo el folklore nórdico y vikingo en estas series.
Y terror… es que empezar con el terror es muy complicado siempre. Grady Hendrix, ¿qué voy a decir yo? Pero creo que, por ejemplo, Joan Sampson, que en catalán fue publicada por Males Herbes con El subhastador. Lo publicaremos en febrero, seguramente también con el título El subastador, y es un libro donde parece que no está pasando nada, y a la vez están pasando un montón de cosas tremendas por debajo. Muy relacionado con Shirley Jackson, es una de las influencias claves y confesas de Stephen King para La tienda. Creo que es una manera buena de entrar en el género.
Siguiendo con el terror y volviendo a Carfax, que creo que están haciendo cosas muy chulas, leí hace poco Acércate de Sarah Grant, que es un libro de posesiones, donde creo que un punto diferencial es que quien cuenta la historia es la persona que ha sido poseída. Normalmente la historia se cuenta como una crónica. Incluso en Una cabeza llena de fantasmas de Paul G. Tremblay te está contando la historia desde fuera. Acércate lo bueno que tiene es que te cuenta la historia desde dentro. Me parece un libro muy curioso y muy moderno en el sentido de que creo que puede apelar a un público muy actual.
Como editores, a veces intentas engañar un poco a la gente. Te voy a dar algo que no parece género, y de repente vas a descubrir que hay un monstruo al final del libro o que hay algo que es género 100 %. A mí estos libros me parecen muy interesantes para entrar, que te cojan de la mano, te lleven de una manera amable y de repente descubras a Cthulhu y a los dioses.