Mi palabra es la verdad y la verdad ofende.
Lo que doy es un mensaje decorado con música para despertar la conciencia de la gente a ciertos niveles de la realidad.
(Peter Tosh)
«No soy político, pero sufro las consecuencias», dijo la voz que sostenía el micrófono frente a más de treinta mil espectadores la noche del sábado 22 de abril de 1978. Entre esos treinta mil estaban Michael Manley y Edward Seaga, políticos de bandos opositores cuyos partidarios más lumpen habían convertido a Jamaica en escenario de violencia y muerte cotidianos, muy lejos de la imagen idílica de un paraíso caribeño de sólido sol y aguas turquesas. De la otra mano, la que no sostenía el micrófono, salía un humo denso y libérrimo: quien había tomado la palabra fumaba un gordísimo porro mientras fustigaba a los dos políticos, candidatos al máximo poder del país, por permitir el caos, la delincuencia, la desigualdad social… y no legalizar la marihuana. «Yo no quiero paz, quiero igualdad y justicia», cantó la misma noche que Bob Marley, su ex compañero y estrella principal del evento denominado One Love Peace Concert, invocó la Positive Vibration y enarboló «One Love, One Heart» como lema pacifista. El porro seguía humeando ante el delirio de miles en el National Stadium de Kingston, capital del país, mientras su portador condenaba los problemas de su sociedad frente a dos de los que consideraba responsables y lo veían, anonadados e incómodos ante sus bocanadas de verdad, desde la primera fila. «Everyone is crying out for peace/None is crying out for justice» («Todos claman por la paz/ nadie clama por justicia»), cantó en «Equal Rights», con una sangrante Jamaica haciéndole coro. Más tarde, durante la interpretación de «Jamming», Bob Marley haría subir al escenario a Manley y Seaga y uniría sus brazos en señal de capitulación de la violencia. La foto de ese momento se convirtió en icónica imagen en la mitología marleyana para tiempos futuros. Esperanza para una pronta calma que, sin embargo, no llegaría. La realidad cruda y la utopía bienintencionada pasaron de cruzar sus caminos en los barrios más salvajes de Kingston a hacerlo en el concierto más histórico de la música reggae.
El metro noventa y tres de aquella voz humeante no admitía dudas. Se estiraba largamente en el escenario y se movía por él con la libertad de quien pasea frescamente por los pasillos de su casa, por sus habitaciones más secretas, abriendo las ventanas de par en par para dejar entrar el aire fresco y salir él mismo a saludar al mundo. A zancadas, corriendo de un lado a otro, bailando, pedaleando un monociclo, ensayando movimientos de artes marciales, o, años más tarde, usando una guitarra con forma de rifle para enfrentarse a Babilonia con mensajes que eran balas letales, a pesar de que su única intención «militar» era reclutar soldados para Jah. En la Biblia, Babilonia representaba al falso sistema religioso opositor a Jah, o sea, a Dios. En el mundo rastafari no luce muy diferente: es el establishment humano como antítesis de los designios divinos, en una sociedad sometida al racismo o la esclavitud, laboral, económica o de pensamiento. En el universo de reggae y dreadlocks que lo convirtió en una de sus voces más representativas a nivel mundial, Peter Tosh se sentía una especie de profeta, el que abría las ventanas de su música para ofrecerle al mundo un poco de verdad en un mundo conmocionado, frívolo y materialista. «La paz es el diploma que obtienes en el cementerio», dijo también aquella noche de abril del 78 bajo el cielo jamaiquino, mientas llamaba «piratas» a la élite política, fustigaba la brutalidad policiaca y convocaba al pueblo a la rebelión contra el sistema colonial opresor, demostrando que su mensaje no admitía condescendencias. Y así, probablemente, selló para siempre su destino.
***
«Saben que no apoyo los juegos políticos ni las artimañas, porque tengo objetivos, esperanzas y aspiraciones más grandes. Mi deber no es dividirlos, mi deber es unificar a la gente, porque dividir a la gente es destruirla. Y destruirte a ti mismo también», declaró Peter en una extensa entrevista para Trouser Press Magazine, publicada en la edición diciembre de 1983/enero 1984, cuando los años de distancia hacían ya posible evaluar fríamente los resultados del One Love Peace Concert, en un mundo que no contaba ya con la presencia física de Bob Marley.
Michael Manley fue primer ministro de Jamaica entre 1972 y 1980, cuando perdió el poder en favor de su eterno rival, Edward Seaga, quien ocupó el mismo cargo entre 1980 y 1989. El primero pertenecía al Partido Nacional del Pueblo (PNP), de izquierda, con relaciones amables con Moscú y abiertamente amistosas con Fidel Castro. Seaga, por su parte, representaba al derechista Partido Laborista de Jamaica (JLP), relacionado con oscuras maniobras de Washington y la CIA. Para aumentar su control sobre los barrios, cada uno de ellos recurrió a un reputado gánster local. Estos desataron un conflicto paramilitar urbano que perjudicó a miles de personas y causó decenas de muertos. Para el PNP de Manley, el aliado fue Aston ‘Bucky’ Marshall. Con Seaga y el JLP estaba Claudius ‘Claudie’ Massop. Curiosamente, estos dos rudeboys —chicos rudos en el lenguaje callejero jamaiquino de aquel tiempo— fueron los verdaderos «ideólogos» del One Love Peace Concert, responsables de convocar a Marley al cartel para que el evento tuviera el impacto mediático suficiente que pudiera llevar al país a una tregua.
El líder de The Wailers había dejado la isla en 1976, tras sufrir un atentado que casi le cuesta la vida, pero aceptó regresar para intentar que la paz volviera a Jamaica. Para ello convocó a sus excompañeros, Peter Tosh y Bunny Wailer, para actuaciones solistas, y otros importantes artistas —Culture, Dennis Brown o Jacob Miller e Inner Circle entre ellos— confirmaron también su participación. Musicalmente fue un show magnífico y una gran oportunidad de difundir ante el mundo la identidad jamaiquina. Hasta hoy, cuarenta y seis años después, el video de aquellas interpretaciones es uno de los más importantes testimonios audiovisuales de la riqueza del reggae y el mensaje rastafari. Todo quedó registrado en el documental de 1980 Heartland Reggae. El objetivo social principal, sin embargo, no fue logrado.
Menos de un año después, Claudie Massop perdería la vida en un tiroteo con la policía, y en 1980, Bucky Marshall sería asesinado en Nueva York. En 1980, año electoral, se registraron ochocientos ochenta y nueve asesinatos en Jamaica: quinientos más que el año anterior. En mayo del 81, además, Bob Marley sucumbiría al cáncer. Tiempo después de aquella presentación de abril del 78, Peter Tosh sería intervenido, torturado y golpeado casi hasta morir por la policía, que usó contra él fierros, cables o maderos. ¿Su gravísimo delito? Fumar yerba. De hecho, solo dejaron de golpearlo cuando pensaron que ya estaba muerto. Tosh sabía que era la venganza de lo que él llamó siempre «shitstem» —un juego de palabras para llamar al sistema, «sismierda»—, por su rebelde alegato de justicia envuelto en humo cannábico frente a Manley y Seaga en el One Love Peace Concert. Se ha dicho que fueron necesarios más de cuarenta puntos de sutura para curar sus graves fracturas en la cabeza y brazo y otros tipos de heridas en todo el cuerpo. Tras su recuperación, Tosh las luciría como marcas de guerra necesarias. Su postura contestataria se afianzó y se hizo cada vez más intransigente. «All who signed that peace treaty/ Is now resting in peace in the cemetery/ And this one have a gun/ And that one have a gun» («Todos los que firmaron ese tratado de paz/ Ahora descansan en paz en el cementerio/ Y este tiene un arma/ Y ese tiene un arma») cantó en «Peace Treaty» («Tratado de paz») tema que incluyó en Mama Africa, su combativo álbum de 1983. No hace falta ni siquiera preguntar a qué se refería.
***
«Los rasta no bautizan con agua, sino con fuego», contó Abuna Yesehaq que le dijo Peter Tosh en uno de sus primeros acercamientos. Aunque Yesehaq fue enviado desde Etiopía por el propio emperador Haile Selassie I para evangelizar occidente, hubo un primer choque cultural con los rastafaris por un aspecto fundamental de su fe.
Es necesario anotar que, si bien casi un ochenta por ciento de los jamaiquinos son cristianos, esta cifra puede dividirse en la actualidad entre anglicanos, pentecostales, adventistas, baptistas o miembros de la llamada Iglesia de Dios. A pesar de que el credo predominante es el protestante, tras siglos de dominio británico, hacia los años 30 del siglo pasado era ya notoria la influencia del pensamiento panafricanista de Marcus Garvey dentro de las clases menos favorecidas de la Jamaica colonial. Este predicador, político y activista social fundó la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro (UNIA, por sus siglas en inglés), que buscaba la reivindicación de los afrodescendientes y el regreso de todos a su tierra originaria, el continente africano. Para aquel momento, había pasado un siglo de la abolición de la esclavitud en la isla, pero seguían manteniéndose tratos y costumbres esclavistas. «Miren a África. Un rey negro será coronado, porque el día de la liberación está cerca», había dicho Garvey. Y para sus seguidores más acérrimos sonó a estricta profecía.
Aparentemente, esta se cumpliría el 2 de noviembre de 1930, cuando el Ras Tafari Makonnen —cuyo linaje llegaba, según varias fuentes, al rey Salomón, personaje influyente en la Biblia, el Corán u otras creencias, de modos distintos— fue coronado como emperador de Etiopía con el nombre de Haile Selassie I. Esto marca el momento fundacional del credo inspirado en su nombre: Movimiento Rastafari. Ellos consideran a Selassie —obviando su polémica trayectoria posterior en el trono etíope— como un enviado de Dios a la tierra. En esa cosmovisión, Garvey es una suerte de Juan el Bautista. A pesar de que el activista moriría en 1940, para cuando nació Peter Tosh, en 1944, el garveyismo era ya la semilla que alimentaba a los rastas. Era la palabra de un hombre considerado ya héroe nacional jamaiquino, alimentando las creencias de todo un pueblo necesitado de un mesías para sobreponerse a sus penurias. Por eso, cuando en abril de 1966 Haile Selassie, Jah Rastafari, llegó a Kingston, miles experimentaron una epifanía. Entre ellos, Winston Hubert McIntosh y Neville O’Reilly Livingston, de entonces veintiuno y diecinueve años, quienes integraban una incipiente formación musical llamada The Wailin’ Wailers, que había sonado en la radio con su «Sinner Man» y otros temas con influencia calypso, ska o rocksteady, junto a otro amigo suyo, establecido por esos días en Delaware como obrero de una fábrica de Chrysler: Robert Nesta Marley. Los tres tomarían lo mejor de esos ritmos, los reinterpretarían y se convertirían en alquimistas fundacionales de lo que hoy conocemos como reggae. Al lado del verde, amarillo y rojo de la bandera de Etiopía, se instalaron colores y melodías como estandartes de la cultura rasta.
La llegada a la isla caribeña del emperador etíope, considerado una divinidad redentora del pueblo, aumentó el poder y la influencia del Movimiento Rastafari, que fue uno de los primeros colectivos de la sociedad jamaiquina enfocado en recuperar la memoria histórica de los descendientes de los esclavos negros. Esto lo convertía también en una suerte de movimiento de protesta. Winston Hubert y Neville O’Reilly serían pronto conocidos como Peter Tosh y Bunny Livingstone, y empezarían a dejarse crecer los dreads —las trenzas que identifican a los seguidores de Rastafari—, y a consumir más marihuana que de costumbre, pues para los rastas es no solo placer, sino liturgia. Por eso reivindican su derecho civil y religioso a consumirla sin ser golpeados o arrestados. Marley volvería a Kingston recién seis meses después. Su despertar rasta sería más tardío. Aunque parezca un detalle frívolo, su evolución religiosa puede notarse en la evolución de su peinado en las portadas de los discos de las posteriores formaciones de The Wailers.
Abuna Yesehaq fue enviado por Haile Selassie cuatro años después de su propia visita, en 1970. Su principal objetivo, como ya lo dijimos, era evangelizar occidente. Con ese fin estableció una sede de la Iglesia Ortodoxa Etíope Tewahedo en Nueva York y luego se estableció en Kingston, donde fue recibido, primero, con alegría, y luego, con desconcierto. Logró bautizar en su iglesia a miles de rastas, pero luego aparecieron divergencias graves: si bien su iglesia consideraba a Ras Tafari como un líder, a diferencia de los rastas, no lo veía como un mesías. El conflicto fue inevitable. Tras una resistencia inicial que incluyó serios desencuentros con Tosh y sus amigos, logró bautizarlo en esta fe. Allí, el artista recibió el nombre de Wolde Semayat («Nacido del cielo»). Una recopilación de sus mejores éxitos entre 1978 y 1987, editada el 2003 en Sudáfrica —un país al que nunca quiso ir a tocar, por su postura personal contra el Apartheid que se vivió allí por décadas— lleva este nombre. Póstumamente, fue denominado Fikre-Selassie («Amor de Selassie») por el mismo Abuna Yesehaq, según confesión de Alvera Coke, madre del cantante.
En 1980, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski publicó «El emperador» un documentado perfil sobre Haile Selassie, a quien también llamaban «el elegido de Dios», «su más sublime majestad», «el muy altísimo señor», «el León de Judá» o «Rey de Reyes». «¿Qué es un rasta?» —respondería Tosh alguna vez a la pregunta de un periodista. «Un hombre que habla la verdad. Un rasta es un seguidor del creador»—.
(Continuará)