Si uno visita Marruecos, debe hacerlo como se exploran las historias: tomando el volante, sin itinerarios cerrados, y enfrentándose a todo lo que encuentre en el camino. Esta tierra no está hecha para el turismo rápido, sino para el viajero dispuesto a perderse en cada pueblo, en cada curva del desierto. Marruecos no es un decorado de postal; es una novela en movimiento, un lugar donde las historias brotan en cada esquina, se mezclan y te miran, te retan a detenerte y a mirar más de cerca. Aquí tienes algunas rutas para emprender un viaje sin compromisos, sin prisas, siguiendo los pasos de cineastas, escritores, y quizá, de aquellos que alguna vez se quedaron atrapados en la belleza y el caos de este país.
Ruta de Tánger y el Norte: el eco de Bowles y el caos de Casablanca
Al llegar a Tánger desde España, el primer impulso es detenerse, observar el puerto, y casi escuchar el eco de historias pasadas, como si Paul Bowles aún estuviera sentado en el Café Hafa, con su mirada perdida en el mar, tejiendo fragmentos de El cielo protector en cada sombra de la ciudad. Tánger es la ciudad de la Librairie des Colonnes un lugar que no se deja capturar fácilmente, como una bestia que huye en cuanto la miras de cerca. Sube al Petit Socco, recorre las calles sucias y antiguas, déjate empapar por el sonido de los vendedores y las luces del atardecer.
Desde aquí, el camino sigue hacia Tetuán, una ciudad escondida en el tiempo y los recuerdos de María Dueñas en El tiempo entre costuras, donde se respira un aroma añejo y andaluz. Y luego, a Chefchaouen, esa fantasía azul, donde todo parece un espejismo y, si uno no se fija bien, podría acabar olvidando qué es real y qué es sueño. Uno se queda fascinado, sin entender bien qué magia lo detiene en esta ciudad perdida en las montañas del Rif.
Ruta del Sur: a la caza de mitos cinematográficos
Desde Marrakech, una ciudad que a estas alturas parece salida de una película, uno cruza el paso de Tizi n’Tichka para adentrarse en el universo de Ouarzazate. Este es un lugar donde la realidad y el cine se cruzan sin pedir permiso. Aquí se filmó Lawrence de Arabia, Gladiator, y tantas otras películas épicas. Y sin embargo, cuando uno pisa la kasbah de Ait Ben Haddou, no es difícil imaginar los gritos de la historia, los ecos de batallas que quizás nunca existieron, o las sombras de personajes que solo viven en las películas. A este lugar vienen todos, con el corazón un poco encogido, sin saber si lo que buscan es el pasado o algo que jamás sucedió.
Ruta de los pueblos bereberes: siguiendo las sombras de la aventura
En las montañas del Alto Atlas, uno puede encontrarse con algo tan difícil de definir como la palabra «aventura». En las aldeas de Imlil y Ourika, hay una calma que sólo tienen los lugares que no se preocupan por el tiempo. Aquí, puedes pensar en Paul Bowles de nuevo, en sus cuentos donde la vida parece estar siempre al borde del peligro, en Isabelle Eberhardt y su búsqueda frenética del desierto y del olvido. Son aldeas polvorientas, con el sol cayendo como una losa sobre los tejados, donde uno podría detenerse una eternidad sin recordar del todo el motivo.
Y si sigues adelante, el Sahara te espera. Merzouga, las dunas de Erg Chebbi, el silencio que todo lo devora. No es un paisaje cómodo; es un desierto que pone a prueba a los que lo pisan, un lugar donde William Langewiesche escribió sobre la inmensidad sin compasión del Sahara Unveiled. Aquí se viene a perderse, a ver la noche caer y a preguntarse si hay algo más allá de las estrellas.
Ruta Atlántica: a la deriva entre la nostalgia y lo moderno
Desde Tánger hacia el sur, la costa atlántica es otra historia, otro tipo de soledad. Asilah, un pueblo pesquero donde se siente el peso de la nostalgia, un lugar que recuerda a las leyendas exóticas de Las mil y una noches, una especie de sueño que parece desmoronarse con cada ola del Atlántico. Y más al sur, El Jadida, con su cisterna portuguesa, es el tipo de ciudad que parece esconder secretos en sus murallas. Esta ruta es un paseo entre épocas, un lugar donde las ciudades se pierden en el tiempo, atrapadas entre la modernidad que las alcanza y una historia que se niega a desaparecer.
La ruta culmina en Casablanca, un lugar donde cualquier cinéfilo espera ver aparecer a Humphrey Bogart en cada esquina, a pesar de que la película se filmó lejos de aquí. En Casablanca uno se pierde buscando un mito, intentando encontrar el café que nunca existió, y aun así, el aire de la ciudad parece susurrar: «Siempre tendremos París». Quizá sea ese el encanto de Casablanca, la manera en que mezcla la verdad con la fantasía, creando un recuerdo que nunca fue.
Consejos para perderse en Marruecos
Viajar en coche por Marruecos no es para quienes buscan seguridad o comodidad. Hay que volver para contarlo. Aquí el polvo, el caos, y la maravilla te envuelven, y sólo queda adaptarse, dejarse llevar. No tengas prisa, y no busques itinerarios perfectos; simplemente sigue los pasos de las historias, cruza los caminos como quien avanza por las páginas de un libro abierto, sin pensar en el final. Marruecos es una mezcla de cine y literatura, de realidad y leyenda. Un lugar donde lo inesperado no es un accidente, sino una promesa, un país que te obliga a mirarlo de frente, sin perderte ni una sola escena.