Con su enorme peinado afro y un dashiki multicolor, la Negra Grande de Colombia actúa delante de las cámaras de televisión puertorriqueñas representando a su país. Estamos en 1975, en la cuarta edición del Gran Premio de la Canción Iberoamericana, competición musical que desde tres años antes se celebra entre los países miembros de la Organización de Televisión Iberoamericana (OTI). Leonor González Mina, hija de agricultores nacida cerca de la costa oeste colombiana, defiende una canción sobre migración y chabolismo. Los espectadores de la red televisiva, que incluye RTVE, han podido disfrutar de la presencia de una de las mujeres afrocaribeñas más representativas y más comprometidas —tanto por sus canciones como por su activismo político— de una cultura que ha conseguido convertirse en tremendamente influyente a través de su música: la cumbia, que los cuatro vientos del mundo han difundido por todas las pistas de bailes, ondas electromagnéticas, lo mismo que a través de los diferentes sistemas de transducción de ondas acústicas en soportes de reproducción.
Casi cincuenta años después, la noticia del fallecimiento de Leonor González Mina, la Negra Grande de Colombia, el 27 de noviembre de 2024, ha tenido poco eco en el panorama mediático español, pero gracias a los unos y ceros de las comunicaciones digitales hemos sabido del dolor que su despedida ha causado en su tierra natal. Como banda sonora del luto por su voz poderosa y emotiva, nada mejor que una de sus interpretaciones más conocidas, que constituye además una buena muestra de la poesía de las músicas afrocaribeñas.
«Navidad negra» es una canción de José Barros, gran compositor y aventurero colombiano, que describe una fiesta en plena naturaleza con música, bebida y bailes. Podemos bromear diciendo que es la respuesta afrocaribeña al celebérrimo «White Christmas» de Irving Berlin y, aunque quizás no haya vendido tantos millones de ejemplares como el disco grabado por Bing Crosby1, es una de las canciones más populares del repertorio de la cumbia y una pieza de una belleza emotiva y eterna.
Una de las primeras grabaciones, y quizás la más emblemática, de«Navidad negra» es la de Pedro Laza y sus Pelayeros en su álbum del mismo título editado por Discos Fuentes en 1960. El contrabajista Pedro Laza nació en la costa atlántica —concretamente en Cartagena de Indias— y estuvo activo en las escenas musicales de Colombia y toda Hispanoamérica desde los años 30 y 40 hasta su muerte en 1980. Al frente de la orquesta que llevaba su nombre, su colaboración con el puertorriqueño Daniel Santos le llevó al gran público y marcó un hito en las músicas caribeñas con una modernidad agresiva y vibrante.
La canción da comienzo con un motivo musical de aire melancólico pero contagioso. Una parte A que choca con el marcado ritmo que la acompaña y desde el principio nos sitúa en un escenario de contrastes. «En la playa blanca de arena caliente»: la pureza límpida del blanco que refleja la luminosidad marina como un espejo frente al calor de la arena que denota la realidad material de los granitos minerales recalentados por el sol y que connota sensualidad, erotismo y pasión. Dos pareados que se repiten como un eco en la estrofa A de la sencilla estructura A-B-A-B-A-B de la canción.
La música y la bebida aparecen ya en la primera estrofa para animar la fiesta. Y es a través de una referencia a los sentidos del oído y el olfato que el oyente las percibe. «Hay rumor de cumbia y olor a aguardiente». Está imaginería quizás prosaica va a encontrar su contrapunto en la bonita poesía del segundo motivo musical: «La noche en su traje negro estrellas tiene a millares. Y con rayitos de luna van naciendo los altares del pescador de mi tierra». Las luces de las estrellas y la luna en la oscuridad se nos aparecen actualmente como una contraposición envidiable a la iluminación artificial de las decoraciones navideñas de las grandes ciudades y parecen ofrecer algo de protección —¿maternal?— a los participantes en la fiesta playera. La personificación de la noche vestida de gran gala sirve para explicarnos cómo la naturaleza, esos rayitos de luna, se pone al servicio del pescador que es el gran protagonista de la canción junto con la propia música que será descrita más detalladamente en la siguiente estrofa.
«La gaita2 se queja, suenan los tambores en la Nochebuena de los pescadores»: la repetición del motivo musical A nos informa de que estamos participando en una celebración religiosa amenizada por instrumentos de diferentes texturas y expresividades. La canción nos explica lo diferente que es el «quejido» de la gaita del sonido de los tambores: una sencilla elección de términos que hace que el oyente sienta la melancolía que envuelve toda la canción, tradicionalmente interpretada en tono menor (el de las canciones tristes). Mientras, el golpear de la percusión nos parece el latido que da vida a la celebración navideña.
El contagioso ritmo de cumbia de «Navidad negra» nos ha llevado de la playa a los astros celestes y, ahora —en la segunda repetición de la parte B— nos vamos tierra adentro, a las rancherías3 donde vive la gente humilde. Y de nuevo escuchamos sonar los instrumentos indígenas y africanos: «millos y tambores interpretan los cantares del pescador de mi tierra», ese protagonista que hemos encontrado antes cuando construía sus altarcitos, igual que en México los construyen para sus muertos o en Valencia para celebrar los milagros de Vicente Ferrer, su santo patrón. La música y los instrumentos que la interpretan continúan siendo el tema principal tanto de la letra de la canción como de la festividad religiosa que podría ser tanto una tradición cristiana como un ritual pagano.
Para la tercera y última estrofa continuaremos en el universo de los pescadores. En plena fiesta, hasta las canoas cobran vida —igual la noche se equiparaba con una mujer humana con su traje de gala— y se convierten en danzantes subyugadas por la música y la alegría festiva: «Bailan las canoas formando una fila» es una de las imágenes más bonitas de la canción que nos habla de la alegría universal y de cómo los objetos se unen a los seres vivos en la conmemoración de la tradición navideña. Pero no olvidemos que los marineros son los que manejan las canoas que, en su cotidianidad laboral, son su instrumento de trabajo y de supervivencia gracias a sus capturas, pero en la Nochebuena les sirven para festejar esas horas de libertad y jolgorio con la sencilla coreografía que la letra de Barros describe. Para terminar, escuchamos al remero —el boga— cantando «su canción sentida4».
Y la canción concluye con la repetición de los versos sobre la fiesta en las rancherías con la música y los altares.
Estamos ante una canción de belleza ritual y repetitiva cuya descripción idealizada de una fiesta humilde e ingenua posee un poder de ensoñación que nos lleva a compartir esa alegría y esa emoción de la gente del mar con su música, sus altares y su sencilla religiosidad.
Notas
(1) Se calcula que la grabación de Crosby editada por el sello Decca en 1942 ha vendido 50 000 000 de ejemplares, con lo cual es el disco sencillo más vendido de todos los tiempos.
(2) Gaita: especie de flauta de origen indígena típico del Caribe colombiano.
(3) Millo: también de origen indígena, es una flauta que se construye con la caña de diversas plantas incluido el maíz.
(4) Ranchería: conjunto de ranchos (chozas o casas pobres), según RAE.
(5) En la versión de la inolvidable Negra Grande de Colombia se entiende «su canción sencilla».