El Centro de Arte Hortensia Herrero, que hace pocas semanas cumplió un año desde su apertura en noviembre de 2023, ha venido a sumarse a la propuesta cultural de Valencia, una ciudad que aspira a ser faro y guía de la mediterraneidad al mismo tiempo que mira hacia Europa y otros continentes dando muestras de su vocación internacional. Tres grandes momentos han iluminado la historia artística de la capital: la Baja Edad Media y su proyección económica que la consagró como referente del gótico tardío; el siglo XVII y su importancia en la órbita religiosa del papado, que dejó tantos ejemplos excelentes del Barroco, y el desarrollo comercial y turístico de los siglos XX y XXI que avalan la modernidad de la cuarta población española en número de habitantes.
Valencia se merecía un centro que acogiera el arte más vanguardista y que se sumara a los museos ya existentes, aquellos que guardan los restos de todos los pueblos que la han habitado o los retablos góticos tan demandados en su época, las iglesias que componen un conjunto con poco que envidiar al romano o la explosión de luz que capitaneara el insigne Sorolla. El diseño, la danza y sobre todo la música, que son esencia del carácter levantino, han encontrado sus espacios en el Palau de la Música, el IVAM y el CCCC (Centro del Carmen de Cultura Contemporánea), pero la propia institucionalidad de estos ámbitos, eventualmente sometidos al devenir político, ha limitado en ocasiones su desarrollo en la dirección que sus propios responsables hubieran deseado. Por ello, la iniciativa privada ha jugado un papel tan importante y al mismo tiempo tan libre en la promoción de todas las actividades que tienen como denominador común la creatividad del ser humano.
Hortensia Herrero, hoy mecenas, coleccionista y creadora de la fundación que lleva su nombre, tuvo claro su anhelo de ocupar ese hueco multidisciplinar, fresco y muy novedoso con el que completar el panorama artístico de su ciudad. Su afición a las tradiciones, sus creencias y sus valores la han llevado a patrocinar diferentes disciplinas a las que ha podido aportar sus conocimientos, así como su interés y sus recursos para potenciar el conjunto de obras maestras que se pueden visitar en el corazón de la ciudad, aquellos lugares que le otorgan personalidad propia al margen de las construcciones y del desarrollismo de los barrios periféricos.
El espacio expositivo
El CAHH se encuentra en la calle del Mar, muy cerca de la plaza de la Virgen y de la plaza de la Reina, de la catedral, de las iglesias de san Nicolás de Bari y san Pedro Mártir, de la de los Santos Juanes y del Mercado Central, así como de otras construcciones de sumo interés que se encuadran en la Ciutat Vella. Y todo confluyó cuando Hortensia Herrero decidió exponer su colección privada de arte y abrirla al público ampliando el contenido y transformándola en un ente para el disfrute general: una mecenas con una importante colección, un palacete en ruinas con una ubicación y un tamaño adecuado y una visión clara de lo que iba a ser y de la función que venía a cumplir. En este sueño hecho realidad tuvo un papel fundamental Javier Molins, doctor en Bellas Artes, licenciado en periodismo, curador y, sobre todo, experto en el arte más vanguardista; el encuentro de ambos se produjo en diciembre 2013, en la inauguración de la exposición Sorolla and America en el Meadows Museum de Dallas (EE. UU.) y fue providencial pues, a partir de ese momento se inició una relación que ha dado tan sensibles frutos —visitando museos, fundaciones y estudios de artistas— y que continuó con el nombramiento de Molins como asesor artístico de la Fundación HH.
Hortensia Herrero es una mujer de formación universitaria, empresaria y propietaria de la cuarta parte de un negocio familiar del sector de la alimentación que le ha proporcionado los recursos necesarios para llevar a cabo lo que se ha convertido en su proyecto de vida. Dueña de un temple y un carácter decidido, fue adquiriendo obras de arte y patrocinando diversas actuaciones en el ámbito de la restauración, como la que se llevó a cabo en la bóveda de la iglesia de san Nicolás de Bari y su capilla de la Comunión, de la que se hizo cargo el Instituto de Restauración de la UV, con Pilar Roig a la cabeza y con la colaboración de Gianluigi Colalucci, restaurador jefe de la Capilla Sixtina. En 2012 se constituyó la Fundación HH en cuyos estatutos se recogen tres objetivos fundamentales: la recuperación del patrimonio, la promoción de la danza y el patrocinio de la plástica contemporánea.
En el año 2016 la Fundación adquirió un palacete del siglo XVII situado en la antigua judería, que se encontraba en ruinas, conocido como el Palacio Valeriola. Había pertenecido a la viuda del general Alfonso Armada y se cuenta que tuvo muy diferentes utilidades —algunas fantásticas— antes de ser abandonado por sus propietarios. Como casi todas las casas señoriales del centro de Valencia, disponía de una gran planta baja, una planta principal o noble y una planta superior o andana dedicada a granero, cría de gusanos de seda y otras utilidades al servicio de sus habitantes. Al edificio principal se le habían ido agregando algunas dependencias para caballerizas, talleres de oficios, etc. que acabarían formando parte de la propiedad, pero no del recinto principal del que se diferenciaban. Se adquirió asimismo el edificio anexo, llamado de san Cristóbal, que se ha reconstruido y ampliado; ambas construcciones se han unificado en un único espacio expositivo, aunque conservando cada uno de ellos los rasgos que le eran característicos.
La intervención llevada a cabo por un equipo muy extenso de arquitectos y técnicos, así como de restauradores de oficios tradicionales como carpinteros, esgrafiadores, ceramistas, etc. ha estado codirigida por una de las hijas de Hortensia Herrero, Amparo Roig, arquitecta de profesión, y José Martí con el equipo de ERRE, la prestigiosa empresa de arquitectura y rehabilitación. Los trabajos de puesta a punto se han prolongado a lo largo de siete años en los que se ha tenido un objetivo muy claro: reconstruir unas edificaciones que alberguen la colección y todos los servicios que requieren los nuevos modelos de centros de arte (dependencias didácticas y administrativas o modernos sistemas de traslado y conservación de las obras expuestas) cuidando de que el protagonismo recaiga no tanto en el continente como en el contenido.
La pureza de las formas, de los materiales utilizados y de los colores neutros de la fachada y de algunas dependencias interiores recuerdan mucho lo que se conoce como quiet luxury: elementos atemporales de extraordinaria calidad, reutilización de ladrillos, suelos o vigas convenientemente restaurados y devueltos a sus primitivas fábricas, afianzamiento de suelos y muros con hormigones actuales y cerramientos modernos que, en su conjunto, han respetado las primitivas construcciones a las que han dado nueva vida.
Las sucesivas intervenciones a lo largo de su existencia habían enmascarado algunos componentes que ahora han salido a la luz como una parte de lo que fue el circo romano de la Valentia Edetanorum y un pequeño tramo de calle del barrio de los judíos en el que se situaba. Parece increíble que todavía se hayan encontrado restos cerámicos y vasijas que ahora se exponen en la planta baja, como muestra de su existencia ancestral, al costado de una parte del muro de mampostería totalmente integrado en el conjunto del edificio. Estos restos se compadecen perfectamente con el diseño moderno de un patio que cuenta también con un refrescante jardín vertical que ocupa una superficie de 160m2.
Las tres plantas del centro quedan conectadas por la escalera reconstruida en parte con los materiales originales, lo que da unidad a las estancias que, sin embargo, han sido concebidas como espacios independientes. Son escenarios, en palabras de Manolo Valdés (Equipo Crónica), que permiten visiones diferentes de las obras hasta para sus propios autores, con perspectivas que confieren nuevos cauces sensitivos al espectador.
Las obras
Hortensia Herrero se inició en el coleccionismo privado guiada por la intuición y por el interés que despertaban en ella los artistas españoles del siglo XX que habían recorrido los caminos de las vanguardias. Sus primeras adquisiciones se produjeron, sin embargo, en el ámbito cercano de los pintores valencianos para posteriormente ampliar su colección a reconocidos creadores españoles y extranjeros. Las obras de Rafael Canogar, Miró, Tàpies, Chillida, Manolo Valdés o Miquel Barceló conformaron un primer corpus de la colección —a la que se añadirían Calder o el art brut de Dubuffet, entre otros— que más tarde se instalaría en el Palacio Valeriola.
La Fundación se decantó por el arte del siglo XX y también por las formas más actuales de expresión artística en soportes no tradicionales. Más de cien obras de cuarenta y siete creadores nacionales e internacionales componen un repertorio que impresiona y alude directamente a los sentidos de quienes las disfrutan. Es un conjunto que reúne lo más significativo tanto de la plástica vanguardista del siglo XX, representada por pinturas y esculturas de sus más destacados autores españoles y extranjeros, como de las nuevas tecnologías aplicadas a la creación artística: arte estático, arte ilusorio, imágenes que conmueven, al fin.
Las site-specific
En sintonía con los grandes museos como el MoMA de Nueva York, la Tate Modern de Londres o el Centro Pompidou de París, el CAHH no es una colección al uso sino un espacio de interacción entre los creadores y los espectadores. Algunas obras requieren en exclusiva de su contemplación, pero otras muchas están concebidas como objetos de participación para el que se detiene ante ellas, convirtiéndose así en protagonista de una experiencia única e intransferible. Esto ocurre con las llamadas site-specific expresión inglesa que alude a las obras realizadas para un espacio concreto y con una intencionalidad definida y que, en palabras de la propia Hortensia Herrero, resulta más cool que su traducción al español como obras para un lugar específico.
Siempre ha sido así a lo largo de la historia: los que podían permitirse encargar a los artesanos y artistas de su época la construcción de espacios religiosos o residencias palaciegas, requerían de pintores y escultores las piezas para decorar y, en muchos casos, completar la arquitectura que las acogía. Las iglesias se llenaron de imágenes de Jesucristo, la Virgen, los apóstoles y los santos como forma de mantener la devoción por ellos, de mover a la piedad o de satisfacer los anhelos de grandeza, por qué no decirlo, de algunos prebostes eclesiásticos. Los reyes y las familias nobles hicieron lo propio para engalanar sus residencias, nombrando pintores de corte o comprando obras de artistas extranjeros con los que dar lustre a sus legados.
El encargo de obras site-specific responde al mismo afán de poseer en exclusiva una creación artística pensada tanto por y para el comitente como por y para el espacio que la ha de albergar. Para el CAHH se ha encomendado a seis creadores la realización de obras para seis espacios concretos. Todos ellos han intervenido en la propia estructuración del lugar escogido que, a su vez, ha condicionado su discurso creativo.
Cristina Iglesias ha utilizado un nuevo material, el jesmonite, una resina ecológica, para crear unas estructuras verticales de color claro que conforman un paso incierto —Tránsito Mineral—, un pasadizo entre los dos edificios en el que es preciso detenerse para observar cada uno de los paramentos. El destino no es únicamente el final del pasillo sino el propio tránsito por el espacio sinuoso que crean las piezas que lo componen.
Jaume Plensa ha optado por realizar una composición alfabética —Tempesta— en acero inoxidable 314, con estructura circular, que reúne caracteres latinos, griegos, hebreos, árabes, cirílicos, chinos, japoneses o indis entrelazados para coronar un espacio de unión: es el lugar de acogida sin prejuicios, es la unión de culturas sin jerarquizaciones que representan la esencia humana singular; es la declaración de principios de lo que aspira a ser la creación artística en cualquiera de sus facetas.
El artista irlandés Sean Scully recibió el encargo de realizar una obra para la antigua capilla del palacio después de que Hortensia Herrero conociera las vidrieras que este realizara en la abadía de san Giorgio Maggiore, en la pequeña isla cercana a Venecia. Scully creó dos vidrieras rectangulares, una cuadrada y todas las ventanas del tambor de la cúpula —magníficamente reconstruida al modo antiguo por Salvador Gomis con materiales recuperados, mortero de yeso y cal— a las que se suma Landline Head (2020), una pintura acorde a las tonalidades de los vidrios con la que se equilibra la luz que baña todo el espacio. La horizontalidad del propio trazado del lienzo y el simbolismo de las gotas de pintura que hacen referencia a la sangre de Cristo, aportan un cierto misticismo a este espacio ahora desacralizado.
Tomás Saraceno, artista argentino residente en Berlín, firma una de sus conocidas clouds de colores para el vestíbulo del CAHH, una instalación compuesta de seis elementos distribuidos a diferentes alturas, a medio camino entre las nubes que nos cubren y las telas de araña que pueblan la naturaleza y que son algunas de las obsesiones del artista junto a la protección del medio ambiente.
Mat Collishaw, un artista nacido en Nottinghan y perteneciente al grupo Young British Artists, del que también forman parte Demian Hirst (conocido por su tiburón en formol) y Tracey Emin (My Bed), recibió el encargo de realizar una obra que se vinculara a la tradición fallera con la que Hortensia Herrero guarda un nexo muy especial. Collishaw anduvo por todos los escenarios de construcción, fiesta y cremación antes de componer Transformer, un espacio inclusivo que recoge las imágenes relacionadas con el fuego desde el interior de una falla o la excitación que producen los fuegos artificiales que tanto hacen vibrar los sentidos de los valencianos. Las imágenes elevan el tono a través de la estimulación sensual que producen el fuego y las propias tradiciones incrustadas en la memoria colectiva.
Olafur Eliasson es el autor de Tunnel for unfolding time, la obra que compuso para un pasillo sin salida en la que el visitante que lo recorre debe volver sobre sus propios pasos. Ha utilizado 1035 piezas de cristal, cada una de tamaño y color diferentes, ensambladas en metal, que se convierte en un túnel negro si se vuelve la vista atrás. Es una de las obras más inquietantes por su significado, encargada como site-specific aunque el CAHH cuenta con otra obra muy original de este danés, Your Accontability of Presence (2021) que atrae a muchos espectadores que ven sus siluetas proyectadas en diferentes colores según el movimiento que adquieran.
Algunas otras muestras de la colección
La obra del inglés David Hockney está representada por una video instalación, un espacio inmersivo de arte multimedia en el que se representan las cuatro estaciones mediante treinta y seis pantallas sincronizadas con treinta y seis vídeos en los que Hockney reúne las imágenes tomadas en el bosque de Yorkshire a lo largo de un año, siempre desde el mismo punto de vista. Este autor ha transitado por varios estilos a los que no renuncia y que conforman un bagaje especial que le permite mostrar interés por las nuevas tendencias en el mundo de la imagen, sin sujetarse de por vida a una manera de hacer o un estilo en concreto.
La obra Left in Dust, espectacular movie sin fin firmada por Mat Collishaw, fue concebida después de conocer que parte de los restos encontrados en el subsuelo del palacio pertenecían a un antiguo circo romano, recinto en el que las cuádrigas y los caballos competían en festejos que fueron muy populares. Como buen británico, se sintió concernido por este tipo de animal que ha incorporado de manera tan vistosa a una de sus obras. Si la contemplación estática de todo lo expuesto invita a la reflexión, el dinamismo de Left in Dust hace que el espectador intervenga de manera muy activa, que investigue y se pregunte por las nuevas técnicas que se están incorporando a la creación artística.
Algo muy similar ocurre con otra de las obras más celebradas: The World of Irreversible Change firmada por el Colectivo teamLab. Su fundador, Toshiyuki Inoko reunió en el año 2001 a un ecléctico grupo de amigos entre los que se encontraban artistas, programadores, ingenieros, animadores y matemáticos para la creación de trabajos en los que confluyeran el arte, la ciencia y la tecnología sin dejar de lado la naturaleza y el mundo de las tradiciones. Según su filosofía, todas las disciplinas que los humanos hemos separado para poder entender el mundo en el que vivimos, deben reunirse para trascender los límites de nuestra percepción del mundo y de nuestra relación con él, máxime en tiempos en los que la tecnología nos permite ir más allá del mundo sensible.
Una sucesión de pantallas presenta una aldea medieval japonesa poblada por labradores y samuráis que está conectada, en este caso, con la estación del año y la climatología de Valencia. Al tocar las superficies, el espectador puede activar las condiciones en las que se desarrolla la vida de esa aldea al otro lado del planeta; esta tecnología resulta muy atractiva especialmente para niños y adolescentes, nativos digitales y entusiastas de todo lo que viene de Japón.
Además de estas formas tan novedosas, el CAHH cuenta con una muy buena colección de arte óptico y cinético, más conocido como Op Art, con obras del venezolano Jesús Rafael Soto y de Carlos Cruz-Díez; también se pueden contemplar, porque el espacio dedicado al autor así lo permite, tres grandes obras de Anselm Kiefer de la colección Walhalla, con sus característicos libros de plomo centrando los paisajes inquietantes de tonos apagados que suele utilizar.
La colección cuenta asimismo con originales de autores como Roy Liechtenstein, Andreas Gursky, Anish Kapoor, Georg Baselitz, Tony Cragg, El Anatsui, David Rodríguez Caballero, Peter Halley y otros tantos menos conocidos por el gran público, pero que son o han sido grandes actores del panorama artístico internacional. Las piezas creadas por tan importantes nombres de la historia del arte reciente se han seleccionado para formar con ellas un catálogo muy equilibrado y han sido distribuidas de manera que cada uno de los diecisiete espacios en los que se sitúan las hace especialmente singulares; todo ello permite que el recorrido de las salas se convierta en un paseo ligero, nada cargante, en el que escoger con facilidad dónde y cuándo detenerse.
Un nuevo modelo de museo
El CAHH ofrece multitud de actividades de carácter didáctico con las que acercar a estudiantes, interesados y curiosos tanto al arte más contemporáneo, a lo más novedoso en tendencias artísticas y en artes plásticas como a algunas de las obras más significativas de autores consagrados. Es un lugar concebido para el goce de los sentidos, la sorpresa, la paradoja y todo aquello que estimula las inquietudes de los que se adentren en él. Una experiencia única que eleva los niveles de percepción del mundo en el que vivimos y que habla de entendimiento, de integración y de aceptación desde las propuestas de aquellos que miran a su alrededor desde el punto de vista de la creación artística. Y no es la mirada exclusiva de los artistas lo que uno se lleva tras la visita, es la de cualquier ser humano sensible, la de cualquiera de nosotros.
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