En su centro de día, MSF acoge a muchos menores no acompañados procedentes de Sudán. Uno de ellos es Texas (nombre elegido por el chico), un sudanés de dieciséis años. De agosto a octubre, el chico acudía cada semana al centro para encontrar un lugar de respiro, ducharse, comer caliente y cargar su teléfono.
Al llegar a Calais, Texas intentó varias veces cruzar el canal de la Mancha en camión, sin éxito. Agotado por los infructuosos intentos, abandonó finalmente su proyecto de vivir en el Reino Unido y se instaló en el centro de menores no acompañados del departamento local para empezar una nueva vida en Francia.
Ya en el centro, Texas llevó a cabo un proyecto fotográfico que bautizó como Calais Darkroom. Las fotografías, tomadas con una cámara desechable, muestran la realidad de los campos por donde transitan miles de personas para cruzar el canal de la Mancha y llegar al Reino Unido.
En palabras del propio Texas: «La cámara viajó conmigo todo el tiempo. Mi objetivo era mostrar la vida de la gente que se desplaza en Calais y nuestras condiciones de vida. Para mí era importante mostrar la realidad a la que nos enfrentamos, ya que muchas personas —ciudadanos, pero también refugiados— no se dan cuenta de cómo vivimos en Calais. Yo mismo no esperaba vivir en un campamento sin comida ni acceso al agua. Antes de venir a Calais, no me imaginaba esta vida. Pensaba que los intentos de travesía eran más fáciles y no podía imaginarme que haría tanto frío aquí.
A través de mis fotos, me gustaría que la gente observara la realidad tal y como es, sin juzgarla. Antes de participar en este proyecto, nunca había tenido una cámara. La había visto en el cine y en la televisión. Ha sido una experiencia increíble llevarla encima, hacer fotos y ver el resultado durante estos días.
Mi foto favorita es la de la ropa secándose fuera. Desde el momento en que hice esta foto, supe que iba a ser mi favorita. Realmente representa la vida en la «jungla» (término que se utiliza a menudo para referirse a los campamentos). La gente no tiene hogar y se ve obligada a lavar la ropa fuera, en el río, y secarla en los árboles».
«La vida continúa, lo aceptemos o no. Si la aceptamos, podemos adaptarnos; si nos enfrentamos a ella, aprendemos de la confrontación. La desesperación no cambia nada. Deja que la vida haga lo que quiera, y haz lo que tú quieras».
Exigido por las asociaciones y prescrito por el Conseil d’État en 2017, la implantación de un sistema que permita a las personas desplazadas lavar su ropa sigue sin ser un servicio prestado por el dispositivo humanitario del gobierno francés. Los migrantes, solicitantes de asilo y refugiados se ven obligados a lavar su ropa en los ríos y secarla en el clima húmedo de Calais.
«El lado oscuro de la vida de los jungos. Cada día buscan comida y cobijo de la lluvia y el frío».
Estos momentos alrededor del fuego suelen ser importantes para los jóvenes, que sueñan con su vida en el Reino Unido. También es una forma de evitar la soledad que suele provocar la aparición demuchos pensamientos difíciles de afrontar: las preocupaciones por la familia en casa, los numerosos intentos fallidos de cruzar, el largo viaje migratorio, la violencia vivida o la difícil y repetitiva rutina diaria en Calais.
En junio de 2017, el Consejo de Estado instó al prefecto de Pas-de-Calais y al ayuntamiento de la ciudad a crear instalaciones de acceso al agua, así como letrinas, y a organizar un sistema adecuado de duchas. En la actualidad, el emplazamiento que muestra la fotografía es el único lugar habilitado por el ayuntamiento de Calais que permite a los desplazados acceder a letrinas. También es el lugar donde las asociaciones instalan semanalmente puntos de recarga de teléfonos móviles y donde MSF dirige su clínica móvil.
Los trenes regionales que pasan por Calais son utilizados a menudo por los desplazados para llegar a los puntos de embarque de las embarcaciones improvisadas que se dirigen al Reino Unido. Estos puntos se han ido desplazando al sur de Calais (Boulogne-sur-Mer, Le Touquet, Wimereux, etc).
«En este aparcamiento casi conseguí marcharme al Reino Unido, pero por desgracia no lo logré».
Estos aparcamientos son a menudo escenario de violencia. Los jóvenes acogidos por MSF denuncian comportamientos inadecuados y a menudo violentos por parte de los guardias de seguridad, que, según los jóvenes, no dudan en emplear la violencia física y verbal. Además, los perros guardianes que les acompañan suelen ir sin bozal ni correa. En varias ocasiones, el equipo de MSF ha visto marcas de mordeduras de perro en las piernas de jóvenes u hombres adultos que, tras ser descubiertos en un camión, han sido atacados por el perro guardián.
«Aquí me dije que me escondiera bien o la policía me echaría gases lacrimógenos».
Cruzar en camión se ha vuelto más complicado, aunque esta opción no se ha abandonado del todo. Es el caso, sobre todo, de quienes no tienen dinero y no pueden pagar las enormes sumas que exigen los contrabandistas para cruzar en barco.
La espera es a menudo larga y difícil en Calais. Las condiciones extremadamente precarias en las que sobreviven las personas en movimiento acentúan la dificultad de esta espera. La espera es a menudo una característica asociada a la trayectoria migratoria y a cualquier desplazado que intente establecerse en un lugar. Esperar, hacer cola para conseguir comida, duchas y ropa, pero también esperar, a menudo demasiado tiempo, para realizar trámites administrativos. Esperar para poder esperar por fin vivir con dignidad y seguridad.
Las condiciones climáticas es otro elemento que repercute en la salud mental de los jóvenes en Calais. El clima de la región exige a las personas recurrir a una mayor adaptabilidad y energía. Se convierte, por tanto, en un factor de estrés que se suma a los ya presentes en la vida de las personas que se desplazan y que puede provocar síntomas como trastornos del sueño o ansiedad.
Desde el desmantelamiento en 2016 de la ‘Jungla de Calais’, un gigantesco poblado de chabolas por el que pasaron hasta nuve mil migrantes y refugiados en su camino hacia el Reino Unido, decenas de pequeños campamentos efímeros han surgido aquí y allá en las afueras de la ciudad, entre los desvíos de la autopista, polígonos industriales o edificios en desuso.
El modelo sigue siendo el mismo: pequeñas tiendas de dos plazas, algunas cubiertas con lonas azules, que se apiñan alrededor de un fuego de leña. Algunas se levantan sobre palés de obra recuperados a modo de suelo rugoso. Esto las mantiene alejadas de los charcos, el barro y la basura que ensucian los alrededores. No hay agua corriente, ni duchas, ni retretes. Las condiciones de vida son extremadamente precarias.
