Lo siguiente se ha instalado ya como un lugar común o una manía sacrosanta dentro de las tertulias y actividades librescas: hablar de literatura y citar a Borges. O, por lo menos, pensar en él o en algunas de sus frases. «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído». Sí, deliciosa frase hecha que establece cercanía entre los lectores pero que a la vez entabla una correspondencia secreta con una posible «sabiduría» venida del universo de los libros. «Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca». De nuevo Borges, y nadie más que él, con su figura encorvada y ciega capaz de resistir tanta muletilla y obviedad por parte del lector al conjurarlo, fomentando su grandeza que, con el paso de los años, parece haberse consolidado no tanto por su literatura, sino más bien por su imagen pop.
Circunstancia paradójica esta, pero no insólita. Son varios los casos de escritores que cuanto menos se los lee más célebres se vuelven en el imaginario popular, convirtiéndose primero en íconos y luego en indiscutibles clichés. Podríamos pensar así en David Foster Wallace y en su tan poco leída y excesivamente citada La broma infinita, o en Rimbaud o Kafka, autores cuyos rostros o frases aparecen hasta en tiradas de tacitas personalizadas (en camisetas, post de redes sociales, hoteles o cafés temáticos, copys de influencers, memes, etcétera) y cuya obra, la más de las veces, se desconoce casi por completo.
Sin ninguna duda, Jorge Luis Borges pertenece a esta casta de escritores —casi siempre muertos—, que no pueden faltar como materia de intercambio o esnobismo en todo lo relacionado con la cultura y las artes literarias. Es decir, Borges como absoluto arquetipo del lugar común. Es decir, Borges como elemento pop.
En La nueva novela hispanoamericana, Carlos Fuentes decía acerca del lugar común: «Después de todo, el lugar común es un sitio de encuentro, una posibilidad inicial de diálogo y, como tal, posee ciertas virtudes que nuestro mundo de esferas aisladas no debe sacrificar». Imposible sacrificar a Borges a estas alturas, pues —y permítase el cliché— Borges es la Literatura. Desde luego, este lugar común podría funcionar tranquilamente en James Joyce, en Kafka o en generaciones enteras de escritores y poetas, pero aplicándolo a Borges toma otra carga de especial significado. Y esto porque Borges tuvo algo que los otros —«sus mayores»— no gozaron: el registro audiovisual.
A través de todo el material fotográfico y fílmico que se tiene de Borges, podemos estar muy cerca del mito, comprenderlo, asimilarlo, ingresar a su universo literario por vías mucho más rápidas y seguras. De ahí que todo el mundo, a veces sin haberlo leído, sepa cómo hablaba Borges, qué autores le gustaban, cómo eran sus gestos, a quién desdeñaba, en fin, cómo era cada una de esas señas particulares que lo resumían. Alan Pauls ha dicho que los íconos alusivos de Borges —«los ojos estrábicos; las manos cruzadas sobre el puño del bastón; el pelo blanco y lacio»— son populares y ya están instalados en la memoria literaria como lugar común, y todo en él es «crecientemente masivo, condenado a terminar menos en un libro que en los suplementos culturales, la radio o la televisión»1.
En efecto, la era del Homo videns ha convertido a Borges en una figura pop, en un mito accesible a todos, y, por eso mismo, en un cliché. Por paradójico que pueda parecer, el autor de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es dentro del universo literario/cultural el más popular de los escritores, incluso muchísimo más pop que los escritores llamados «populares». Hoy ya no es posible decir «conjetura», «conjunción» o «paradoja» sin pensar en Borges, del mismo modo que es inevitable prever plagios si se emplean sinécdoques como «la unánime noche» o «fatigar bibliotecas».
Todas estas pequeñas promulgaciones hacen de Borges un lugar común en el imaginario literario y no necesariamente un escritor que, como diría J. M. Coetzee, renovó más que ningún otro el lenguaje de la ficción2. Pero quizá todo esto sea en principio culpa de Borges, pues a pesar de haber escrito como nadie, es indudable que ayudó a forjar su destino pop, y no solo como figura, sino también en el plano artístico.
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Cuando el crítico literario Javier Aparicio Maydeu escribió en 2002 un artículo sobre Historia argentina de Rodrigo Fresán, dijo algo que ahora puede parecer desconcertante: «¿Un Borges pop? Tal vez Borges y lo pop formen un oxímoron…»3. Bajo otro punto de vista diríase que en lugar de oxímoron, Borges y lo pop forman un absoluto pleonasmo. Esta misteriosa amalgama parece venir desde mucho antes de que Borges sea Borges, es decir, ese escritor tocado por la fama y recurrente visitante a programas televisivos. Casi como un sistema paradojal, el encuentro de Borges con lo pop se lleva a cabo cuando este precisamente no es nada popular.
Siendo un completo desconocido, Borges tiene un primer flirt con la cultura pop dentro de su propia literatura. Más allá de sus reconocidos signos vitales como escritor —la reflexión metafísica, las proezas técnicas o retóricas, la especulación, la erudición intolerable, la perfección del estilo, etcétera—, Borges es también un reivindicador de los géneros populares y utiliza sus formas no tanto ya como una expresión estética en sí misma, sino también como pura política. Alan Pauls nos vuelve a decir que Borges fue «el escritor más peleador de la literatura argentina» y convirtió «la literatura en un gran campo de batalla, los libros en armas, las palabras en golpes». Según Walter Benjamin, la política es sinónimo de oposición, y bajo este precepto podría decirse que Borges tuvo gran esencia política, pues todo en su postura literaria es resistencia, contraste, provocación: Quevedo versus Góngora. Cervantes versus Quevedo. Dostoyevski versus Tolstói. La alta literatura versus la «literatura popular». Cita alegremente a autores pop como Wells, a Chesterton, a Kipling, a Wilde, a Stevenson, solo para provocar y seguir haciendo política literaria. Agrega Alan Pauls: «La discordia y la violencia nunca ceden en Borges. El tango solo le importa en la medida que puede oponérsele a la milonga; escribe sobre Almafuerte solo para pelearse con Lugones, y se pelea con Lugones». Oposición e irreverencia, quizá estas dos palabras podrían definir a ese primer Borges. De ahí que haya sido un defensor agresivo de los géneros populares sin proponérselo del todo; tal vez en primera instancia por oposición a la feligresía de la «alta cultura», pero luego, quizá, por simple gusto estético.
De esta manera incursiona tempranamente en lo pop, apropiándose de sus sistemas formales solo para violentarlos dentro de su propia órbita. Hace relatos policiales —incluso inventa a Bustos Domecq, autor de cuentos detectivescos, y se burla del género—, compone milongas, elogia la épica del wéstern, explora en las ficciones sobre gauchos y guapos cuchilleros, escribe cuentos fantásticos desde la concepción popular anglosajona, erige poemas con palabras pop como «morfina», «film cinemático», «hambre sexual», «plano ultraespacial», «anarquismo»4, y, por supuesto, tantea con la oralidad argentina sin caer en lo estrictamente oral5.
Pero ahí no queda todo. Otro factor que vincula a Borges con lo pop se encuentra definitivamente en sus conferencias literarias, donde su voz y su ritmo —a diferencia de la voz y el ritmo en sus escritos— admiten cierta condescendencia y se vuelven amables con el receptor. Es pues en este punto donde Borges toma conciencia por primera vez de que existe un público, una masa, y que ya no podrá escribir ni hablar más para sí mismo, sino para otros, para rostros extraños que no solo lo escucharán, sino también lo grabarán y, como en muchas de sus ficciones, lo volverán un ser infinito al reproducirlo6.
Consciente de estos protocolos de índole divulgativa, Borges se transforma, es decir, se vuelve pop una vez más. De inmediato aprovecha las posibilidades del registro sonoro y se establece desde entonces y para siempre como el escritor más oral y hablado de la literatura latinoamericana. Alan Pauls se hace aquí la siguiente pregunta: ¿por qué el decir de Borges es más popular que su literatura? Se responde así: «En parte porque la voz viaja más y mejor que lo escrito, y porque es un material más sensible a la lógica reproductiva de los medios de comunicación (…) Borges escrito fascina pero es inapelable; el Borges oral propone un hechizo menos costoso y tal vez más conmovedor, el de una voz expuesta, siempre en peligro, desnuda. Dulce revancha del lector humillado: Borges, al hablar se da el lujo de necesitarnos». En efecto, Borges por primera vez se entrega por completo a su público y se vuelve la versión más amable, más «humana», más pop, de su literatura.
Ahora bien, no puede olvidarse que Borges utilizaba todas estas categorías de la cultura popular para contrarrestar con ellas un discurso oficial y crearse un espacio literario propio que hoy por hoy lo redefine. A más de treinta años de su muerte, esto solo puede demostrar dos cosas inobjetables: su enorme dimensión política y cómo lo pop en su universo no es un oxímoron, sino un absoluto pleonasmo.
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El Borges público: esa figura que se paseaba con mucho gusto frente a las cámaras y sets de televisión; esa figura que, «al cabo de los años», ha derivado inevitablemente en un ícono pop. De este otro Borges nunca puede saberse cuándo está hablando en serio o en broma, cuándo está aburrido o muy cómodo, cuándo agotado o enérgico. Hay un episodio que, como casi todo en Borges, se ha vuelto un lugar común para describir su conducta en la televisión. El suceso ocurre durante su segunda entrevista en el programa A fondo de La 2 (TVE), conducida por el periodista Joaquín Soler Serrano. Allí se le menciona algunos nombres de los autores jóvenes del momento. Se le pregunta por Julio Cortázar y Borges se disculpa por no haber seguido su obra luego de haberle publicado Casa tomada. Se le consulta por Gabriel García Márquez y alaba Cien años de soledad (aunque en otra entrevista diría que «con cincuenta años hubiera sido suficiente»). Se le menciona a Mario Vargas Llosa y lo desdeña sin asco. Finalmente, el periodista le pregunta por su autor favorito y Borges, entre sorprendido y feliz, le responde: «Bueno… hay un joven Virgilio que promete mucho», y se parte de risa ante la duda del entrevistador. En otra oportunidad, Borges muestra todo su esplendor mientras un periodista en Roma trata de ponerle en aprietos con la siguiente pregunta: «¿Borges, en su país todavía hay caníbales?». A lo que el autor de Ficciones responde con algo mucho más provocativo todavía: «Ya no. Nos los comimos a todos».
Travieso y divertido, Borges es la hilaridad personificada. «Siempre jodiendo» podría decirse sin ningún temor de caer en la ofensa, ya que son todas estas señas las que componen en parte la figura pública de Borges y muestran por qué a la postre ha derivado en tanta popularidad y lugar común.
Uno de los principales atractivos de su imagen pop es que a pesar de haber nacido en el siglo XIX, Borges parece un contemporáneo nuestro o, por lo menos, alguien muy cercano gracias a la ilusión de los medios tecnológicos. Nunca hemos visto ni veremos a James Joyce o a Marcel Proust, mucho menos a Franz Kafka, tomando el pelo a periodistas o meando en suntuosos urinarios mientras son fotografiados. Ni siquiera a Hemingway, el terrible y legendario Hemingway, quien siempre aparece solemne y «adecuado» en los pocos registros audiovisuales que se tienen de él. En cambio en Borges, pese a toda su estampa decimonónica y erudita, la travesura pública sí es posible. Así vemos en él no solo a la literatura, sino también al humano o al Dios hecho hombre, y eso en definitiva lo populariza. De ahí que más allá de la admiración que deriva la figura de Jorge Luis Borges, también hay otra cosa que deriva de su nombre: el afecto puro.
Esa es la razón por la cual Borges ha proliferado fuera de su literatura, convirtiéndose prácticamente en una marca o un producto intercambiable. Desde frases imposibles adjudicadas a él hasta memes de burla con su gato Beppo. Desde polos con estampas de su rostro hasta tatuajes con sus versos más famosos. Desde creepypastas protagonizadas por su persona hasta canciones dedicadas a su honor. Si se googlea su nombre aparecen, según la analítica web, cerca de cuarenta millones de entradas de búsqueda, superando por mucho a las veintiuna millones de entradas de Gabriel García Márquez, once millones de Mario Vargas Llosa y siete millones de Julio Cortázar.
Algunos hechos han alimentado más esa popularidad. Por ejemplo, el saber por su viuda María Kodama que estaba encantado con Pink Floyd y que para celebrar su cumpleaños ponía «Run Like Hell» a todo volumen. Nada de Mozart, Brahms o Chopin. Solo Pink Floyd y, a veces, The Beatles. También están las graciosas selfis con Vasco Szinetar, fotógrafo venezolano, quien dijo que la foto con Borges iluminó su proyecto de Retratos frente al espejo como una opción de vida fotográfica en el tiempo7. Y, claro, también están las míticas fotografías de Borges meando en los suntuosos baños del antiguo Colegio de San Idelfonso en México D. F. El fotógrafo Rogelio Cuellar, responsable de las estampas, cuenta que había sido bautizado por Borges como «el Duende» y que cuando el autor de El Aleph sintió el clic de la cámara mientras orinaba, dijo en doble sentido: «El duende ya está haciendo travesuras». Cosas como estas, además de no tener problema alguno en dar su número de teléfono a la salida de sus conferencias y entrevistas, han colocado a Borges en el centro de la esfera pop.
Desde hace ya buen tiempo se volvió usual que músicos famosos mencionaran encuentros no comprobables con Borges en algún momento de sus vidas. Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, cuenta en Mastropía. Conversaciones con Luis Alberto Spinetta que conoció a Borges y charlaron largo y tendido sobre literatura y política. Por su parte, Joaquín Sabina y Facundo Cabral aseguran haberse cruzado con Borges en algún bar de la ciudad. Incluso confiesa María Kodama que en un hotel de Madrid, Mick Jagger vio a Borges y se arrodilló a sus pies y dijo: «Maestro, he leído todos sus libros». A lo que Borges, entre sorprendido y halagado, le preguntó quién era. «Soy Mick Jagger», dijo el cantante. «Ah, contestó Borges, uno de los Rolling Stones»8.
Pero como si todo esto no bastara, algunos músicos y grupos musicales han llevado a Borges a sus propias creaciones. Charly García en «Córrete Beethoven», Divididos en «Qué tal», Ariel Leira en «Sin tu amor», Miguel Mateos en «Bar imperio» o Salta La Banca en un «Vals para Jorge». A juzgar por su referencia inmediata a Borges, los casos más extremos en pleitesía son los de la banda argentina llamada literalmente Cuentos Borgeanos y los del álbum de hip-hop Curso básico de poesía compuesta por Rapsusklei, Sharif y Juaninacka, en donde entre canción y canción se escuchan extractos de la voz de Borges recitando un poema o dictando una sentencia. Se sabe también que en 1999 Pedro Aznar llevó adelante el ambicioso proyecto de musicalizar varios poemas de Borges y de tocar en vivo esa música en el Teatro Colón. El resultado fue un show con artistas invitados como Rubén Juarez, Mercedes Sosa, A.N.I.M.A.L. y otros.
De esta manera, Borges como ícono pop ha penetrado en campos que no son necesariamente los campos en los que se descarga el interés por la literatura: el cine, la televisión, el internet. Mick Jagger, en su debut como actor en la película Performance (1970), aparece recitando un extracto de El Sur; Umberto Eco basa un personaje principal de su famosa novela El nombre de la rosa en la figura de Borges; en internet se pueden hallar foros con creepypastas o historias de Borges en los que aparece en comisarías, programas de televisión matutina, bares de dudosa reputación e, incluso, peleando a cuchillo con un peronista.
Llegados a este punto, valdría recordar que Borges era un opositor del deporte más popular del planeta. Parte de su agenda política en la vejez fue desacreditar el fútbol y, cada que podía, soltar un dardo venenoso en su contra. Así aparece nuevamente el Borges peleador, contrincante, eterno disidente. Pero esta vez ya nada tiene que ver con la literatura ni con la oficialidad culta de su época, espacios que ha conquistado con mucha justicia, sino más bien entra en disputa con el gran público, con la canalla, con el gusto generalizado del mundo.
Durante la final del Mundial de 1978, reñido entre Argentina y Holanda, Borges se las arregla para cometer la herejía más grande a su patria: convoca, a la misma hora del encuentro, una conferencia sobre «La inmortalidad» en su biblioteca, la cual se llena de simpatizantes. Dos años después, en una entrevista para el programa televisivo La gente, dirigido por Augusto Bonardo, declara: «Qué raro que no censuren a Inglaterra su mayor pecado: la difusión de juegos tan estúpidos como el fútbol. Qué raro que nunca se critique esto. El futbol fue severamente condenado por Kipling y por Shakespeare en Hamlet. ‘Esos bajos jugadores de fútbol’, dice Shakespeare. Y Kipling muchas veces, desde luego. Dos máximos poetas de Inglaterra lo condenaron. Y aquí, en Argentina, la gente lo alaba».
Aunque parece no darse cuenta de lo que hace, esta nueva política en Borges —bajo los términos del marketing y la publicidad— arrastra una demagogia invertida, es decir, en lugar de entrar en populismos archiconocidos, ataca el populismo pero solo para disfrazar su misma búsqueda: captar la atención pública, entrar al mundo pop y ganarse, nuevamente, su propio espacio.
Con todo, quizá lo más evidente de la popularidad de Borges sea algo que Adolfo Bioy Casares previó como algo escandaloso: aquello de que hoy en día todo el mundo conoce a Borges, aunque muy pocos —poquísimos— lo lean. ¿Qué otra característica más pop que esa puede haber para identificarla? Francamente, ni una sola.
Notas
(1) Alan Pauls, El factor Borges.
(2) J. M. Coetzee, Costas extrañas.
(3) Javier Aparicio Maydeu, Un Borges «pop». Diario El País. 02 de noviembre, 2002.
(4) Jorge Luis Borges. Insomnio. (1920)
(5) Recuérdese que en un ensayo mencionó que el Corán no hay camellos porque Mahoma no tenía por qué saber que para escribir un texto específicamente árabe tenía que haber camellos: los camellos eran para Mahoma parte de su realidad, no podía distinguirlos; por el contrario, «un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página». Mahoma sabía que podía ser árabe sin camellos, al igual Borges sabía que podía escribir en argentino sin caer en una falsa o impostada oralidad.
(6) Si se hace un rápido repaso de los audios en video de sus conferencias en YouTube, podrá verse que su disertación sobre Ulysses de James Joyce tiene más de 140 mil reproducciones; su ponencia sobre la Poesía, 350 748 mil reproducciones; su charla sobre La divina comedia, 143 565 reproducciones; su conferencia sobre el Budismo, 276 753 reproducciones; sobre la Ceguera, 134 191 reproducciones; sobre Las mil y una noches; 73 778 reproducciones, etcétera.
(7) Entrevista a Vasco Szinetar (Venezuela 1948), realizada por Almuneda Cruz. Diario El Día.
(8) Entrevista a María Kodama. Diario La Nación.