Cómo diría el ínclito Antonio Gasset: «Yo vengo aquí a hablar de cine, no a hacer amigos», por ello me permito abordar la presentación del festival ArteKino con la franqueza que merece, celebrando su audacia y señalando, sin concesiones, las heridas y las maravillas que expone. ArteKino, en su novena edición, parece un acto desesperado por preservar algo que el resto de nosotros damos ya por perdido: una idea de Europa. No la Europa de los tratados ni de los burócratas con trajes grises, sino una Europa visceral, en carne viva, latiendo con todas las contradicciones de su historia y las incertidumbres de su presente. Un continente hecho de jóvenes directores que filman con rabia, con nostalgia, con una especie de melancolía alegre, como si supieran que lo que tienen entre manos se desmorona incluso mientras lo capturan.
Este no es un festival para quienes buscan una digestión fácil. Las once películas seleccionadas, a visionar de forma gratuita en Arte.tv no se contentan con entretener; te arrastran. Aquí no hay finales felices ni concesiones. En su lugar, está la crudeza de los trabajadores nómadas del sector nuclear en Francia, la tragedia silenciosa de los menores atrapados en el tráfico de drogas en el Reino Unido, el amor inverosímil —¿acaso existe otro tipo?— entre una galerista alemana y un hombre congoleño en Fráncfort. Los directores no se conforman con observar: diseccionan, perturban, exponen la trama descosida de una Europa que ya no sabe qué es, ni mucho menos qué quiere ser.
ArteKino, de la plataforma de streaming española Arte.tv —que conocerán por el canal cultural francoalemán Arte—, tiene algo profundamente moderno, pero no en el sentido que solemos darle a esa palabra. No es un festival que busque impresionar con imágenes pulidas o discursos pulcros; su modernidad está en su falta de cinismo. ArteKino es más que un festival; es una provocación. En un mundo atrapado en la positividad de lo uniforme, donde la transparencia y el rendimiento aniquilan la diferencia, ArteKino aparece como un espacio para lo contemplativo, lo ambiguo y lo irreductible. La filosofía de este festival, permítanme decirlo, es una rara avis en esta sociedad del cansancio en la que deambulamos como autómatas, esclavos del consumo vacío y del entretenimiento prefabricado. Y, milagrosamente, logra algo casi subversivo: devolver al espectador ese tiempo perdido, ese lujo olvidado de reflexionar y de sumergirse en una experiencia estética auténtica.
Es destacable, por lo paradójico, cómo estas películas, hibridaciones entre documental y ficción, acaban resultando más reales que la vida misma. Quizá porque se atreven, con un descaro admirable, a plantear las preguntas que nos persiguen en nuestras noches de insomnio y que evitamos a plena luz del día. ¿Cómo sobrevivir en un mundo que nos atropella? ¿Cómo amar cuando todo se desmorona? ¿Cómo lidiar con una historia tan pesada y llena de cicatrices como la nuestra? No esperen respuestas, porque no las hay. Pero, al menos, estas películas tienen la decencia de no mirar hacia otro lado.
El festival no se limita a poner estas historias en una pantalla y dejarlas a su suerte. Los premios —el del Público Europeo, con sus 20.000 euros, y el del Jurado Joven, compuesto por estudiantes de cine— invitan al espectador a convertirse en cómplice. Votar no es solo un acto simbólico; es una forma de comprometerse, de decir: «Esto importa». Incluso el sorteo de una bicicleta eléctrica entre los votantes parece un gesto deliberado, un recordatorio de que el cine puede ser tanto una experiencia intelectual como un acto terrenal, físico, conectado al mundo.
ArteKino no es ajeno a los gestos estratégicos. Al asociarse con Filmin en España, el festival amplía su alcance, pero también reafirma su compromiso con la accesibilidad. Durante todo diciembre, cualquier persona puede acceder a las películas de forma gratuita en la sección “Festivales” de la plataforma. Este esfuerzo por llegar al mayor número de personas posible no es un acto de caridad; es una declaración de principios. La cultura, parece decirnos el festival, no es un lujo para unos pocos, sino una necesidad básica, como el agua o el aire.
Todo esto, por supuesto, está respaldado por la Fundación ArteKino, que no se contenta con organizar un festival al año. Sus iniciativas van desde financiar largometrajes hasta recuperar clásicos olvidados del cine europeo. Pero no hay nada de nostalgia en este esfuerzo; más bien, parece un intento de construir un puente entre el pasado y el futuro, entre lo que fuimos y lo que podríamos llegar a ser.
Tomen nota: ArteKino es más que un festiva:; es una provocación. Una invitación a mirar de frente las complejidades de nuestro tiempo, a enfrentarnos a las contradicciones que definen nuestra existencia. Es incómodo, desafiante, incluso exasperante a veces, pero esa es precisamente la idea. El cine, al igual que la vida, no está aquí para complacernos ni para envolvernos en algodones. Está diseñado para inquietarnos, para sacudirnos, para cambiarnos. Y en este mundo nuestro, siempre tambaleándose al borde del colapso, permitirse ese desafío es, créanme, uno de los últimos lujos auténticos que nos quedan.