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Ana Belén Santiago: «El Teatro del Barrio es un espacio felizmente político, basado en la solidaridad, la empatía y el poder de la comunidad»

Ana Belén Santiago para Jot Down

Este año el Premio Nacional de Teatro 2024 se concedió a Teatro del Barrio, un proyecto inspirado originalmente por el 15M, que mantiene vivos el teatro político y el épico en la línea de Erwin Piscator y Bertolt Brecht, y el teatro social entendido como reflejo de los problemas de nuestro tiempo, y herramienta de participación ciudadana. Diez años de trayectoria han vuelto a manifestar, con este galardón, su capacidad de influencia en la sociedad, bien plasmada en las reacciones a favor y en contra. Críticas que han calificado el premio como pago del ministro de Cultura Ernest Urtasun a estómagos agradecidos, por un lado, y manifestado una sincera alegría, por otro, hacia la continuidad de una de las escasas utopías imaginadas en el 15M que aún se mantienen vivas. En su rincón del barrio de Lavapiés nos recibe, con una sonrisa que no se le caerá de la boca en toda la entrevista, y una pasión que desborda en cada una de sus respuestas, su directora artística, Ana Belén Santiago. Hablamos en el ambigú, el bar donde puedes compartir espacio con los actores tras cada función, rodeados de los diseños constructivistas del artista Jacobo Gavira para los carteles de las funciones. Y al final de nuestro encuentro hasta aparece un guía turístico, que ha elegido traer a sus grupos a ver este rincón tan típicamente madrileño, porque Madrid también es esto.

* Para facilitar el contexto en la lectura añado en cursiva algunas aclaraciones a lo que nos cuenta Ana.

Hace diez años, Alberto San Juan dijo al inaugurar el Teatro del Barrio: «Esta no es una sala alternativa que da espacio a compañías pequeñas, sino un centro de difusión y debate de ideas políticas útiles». ¿Esto sigue siendo así?

Sí, sin duda, sin duda. Parte del éxito que podemos tener nació precisamente de una intuición. De Alberto San Juan, María Espín o Paloma Domínguez, que fueron quienes idearon este proyecto y entendieron que esa energía existente en Madrid y en tantas otras ciudades del Estado, donde había asambleas en las plazas, hablaba de un nuevo impulso por pensar en lo común. Entendieron esa ilusión como un reenamoramiento de lo político: la política no como algo exclusivo de los políticos, sino como un ejercicio apasionante e ilusionante para la ciudadanía, para un vecindario. Propusieron que hubiera un espacio en el que lo político también fuera abordado por las artes. Al fin y al cabo, el teatro proviene de una larga tradición de bufones y juglares, encargados de señalar que el rey está desnudo.

¿Qué puede aportar un teatro que no pueda hacer un partido político o un influencer, dos actores cuya influencia vemos diariamente en el mundo?

El teatro, ahora mismo, propone de manera increíble un acto casi revolucionario: apagar el móvil y estar un tiempo en silencio, escuchando. Hacerlo en solitario no es igual. Ahora, con las plataformas, también se puede hacer desde casa, pero para hacerlo en común con otras personas, vecinos y vecinas, y ver a alguien sobre el escenario que podría ser tú mismo, hay que venir aquí. Creo que ese propio contexto, como decía Juan Mayorga, convoca a la polis, genera una especie de asamblea. Eso es lo insólito, lo que proponemos: un espacio de encuentro para la escucha y luego para el debate, en un teatro como el del Barrio, donde a la salida de la sala tenemos un ambigú, un bar. Es habitual, y uno de los valores que nos hace especiales, poder ver una obra de alguien que te interesa, una historia que te interesa, y luego tener la oportunidad de encontrarte con los artistas y charlar con ellos. Ellos valoran muchísimo que alguien les diga: «Esto me ha interesado muchísimo, me ha recordado, o me ha aliviado, o resulta que no tenía ni idea de esto y, fíjate, me has abierto los ojos; ahora quiero seguir investigando». Eso es lo que ofrecemos, y por eso el teatro, que siempre se ha dicho que es un arte en crisis desde que apareció la radio, no acaba de desaparecer. Porque es ese espacio que congrega a una comunidad temporal, algo muy humano y muy necesario. En ese sentido, ni una comunicación por redes sociales ni una comunicación política ofrecen ese tiempo en silencio para la escucha. Además, a los artistas —quizás también a los influencers— se les otorga de base un derecho a la irreverencia, a la fantasía. Podríamos decir incluso que están un poco ajenos al «me gusta», aunque, evidentemente, necesitan público; el teatro solo tiene sentido cuando hay un público. Pero, en este sentido, es más libre.

Me hablabas del debate después de las obras. Quería preguntarte por todo lo que hacéis aquí, además de lo que sucede en el escenario: la acción vecinal, las clases en la Universidad del Barrio, los bailes. ¿Eso complementa la acción teatral o son actividades separadas que forman parte del conjunto del teatro?

Es un complemento total, porque partimos de la premisa de que, en esta era contemporánea, la más informada de nuestra civilización, existe la ficción de que, por tener acceso a la información y saber lo que ocurre en cualquier parte del mundo, entendemos lo que pasa. Sin embargo, tal cantidad de impactos muchas veces nos aturde y nos desorienta. Nosotros tenemos un propósito: servir de orientación, ser una brújula para el tiempo presente. Pensamos que las artes escénicas y el teatro nos acercan a ello desde la ficción, como lo hacían los cuentos de hadas o la mitología, para hacernos sentir más seguros, para entender el mundo. Pero también lo hacemos desde otros espacios, como los martes de acción vecinal. Es una apertura de nuestro escenario y de nuestro altavoz a aquellas luchas, denuncias o investigaciones que necesitan ser escuchadas, como la situación asfixiante de la gentrificación en Lavapiés recientemente, o para informar sobre por qué se convocó una huelga general por Palestina a finales de septiembre. Damos ese espacio para explicar, porque volvemos a lo mismo: las redes sociales no proporcionan tiempo, ni en la emisión ni en la recepción.

La Universidad del Barrio, que es el espacio de los lunes, también propone abordar conocimientos no hegemónicos, aquellos que no suelen formar parte del currículo universitario. Nos acercamos a la historia, a los medios de comunicación, a la economía, de una forma crítica, y es un espacio para compartir conocimientos con expertos y expertas en determinadas áreas.

¿Como ponencias?

Sí, aunque a veces hay formatos más originales. Es un espacio abierto en el que cualquier persona interesada puede participar, según el tema o el programa regular que hacemos. Al final, entendemos que todo esto es un conjunto. Y en cuanto al baile o la fiesta, que es también una de nuestras señas de identidad, recogemos claramente el legado de Emma Goldman, una de nuestras inspiradoras. Fue una de las mujeres más buscadas de Estados Unidos por su activismo libertario y tiene esta anécdota en la que, durante una fiesta, un compañero le dijo: «Un referente político como tú, de la lucha obrera, no debería estar aquí, ni subirse a esta mesa dando saltos». Y ella respondió con su famosa frase: «Si no puedo bailar, no es mi revolución, no es mi lucha». Es decir, el espacio para relacionarnos desde la alegría, desde el cuerpo, desde la celebración, nos parece muy importante. Al final, se trata de pensar en un proyecto político en el sentido de organizarnos comúnmente, y eso también pasa por disfrutar, por los placeres y por el propio cuerpo. La energía que lo impulsa tiene que ver con la alegría, un sentimiento ilusionante que lleva a la acción, frente al agotamiento y la pasividad en la que podríamos caer hoy en día.

Ana Belén Santiago para Jot Down

Hablemos de ti. ¿Cómo llegas a la dirección artística del Teatro del Barrio y cuándo?

Yo tenía relación con este teatro al principio, por el entusiasmo como espectadora hacia lo que aquí se proponía. Luego tuve la oportunidad de trabajar con Alberto San Juan como ayudante de dirección en tres proyectos. Uno de ellos fue una lectura dramatizada que hicimos en el Ayuntamiento sobre Tierno Galván, acerca de una serie de sesiones con motivo de un aniversario, aunque no recuerdo el año. Después fui ayudante de dirección en Masacre (Masacre – Una breve historia del capitalismo español, texto y dirección de Alberto San Juan) y en Mundo Obrero (obra en el Teatro Español). Eso me acercó aún más al proyecto del Teatro del Barrio, y cuando Alberto empezó a tener un montón de proyectos y propuestas, tuvo que dejar la dirección artística. Al final, esto es como una tuneladora, preciosa, pero lleva mucho más trabajo del que se puede imaginar. Así que, en 2018, se abrió una convocatoria, y el propio Alberto me dijo: «Creo que tiene sentido; si te apetece, podrías presentarte». Me presenté y, bueno, fue una gran alegría que me seleccionaran. Y aquí estoy.

Y te estrenas en San Isidro de 2018 [fiestas patronales de Madrid], ¿verdad?

Sí, así de castizo. Era cuando comenzaba a cogerle el tino, el pulso a un espacio tan particular, con el que me siento muy identificada en términos de valores políticos, humanos y de relaciones. Pero con una programación intensiva: doce funciones a la semana. Es un poco locura atender al pulso de lo que está haciendo el tejido artístico en relación con el presente. Cuando yo entré, había desde el propio equipo la voluntad de encontrar maneras de salir de la multiprogramación, porque al final supone una sobrecarga en comunicación increíble, además de la carga técnica. Y cuando ya empezaba a aterrizar todo, de pronto vino la pandemia, que fue un shock. Durante meses tuve que decir «no» a proyectos y a artistas, que tenían todo el sentido para estar aquí. Sabía de sus circunstancias; quedarse sin trabajo era una situación muy grave para estas personas. Por eso, desde entonces, soy una ferviente defensora de la multiprogramación. Ahora mismo me agota, me quita energías, pero pienso: bueno, es un privilegio cumplir este mandato de las instituciones culturales, conectar el mundo artístico con la ciudadanía. Aquí podemos hacerlo con todas las voces y talentos que están surgiendo desde las artes escénicas, y eso es una suerte.

Hay una crítica que quería que me desmintieras o confirmaras. Dicen que la diferencia entre la dirección de Alberto San Juan y la tuya es que él se centraba más en temas políticos y tú, en temas sociales como el feminismo o los cuidados.

Puede ser, es interesante. Podríamos encontrar una diferencia entre teatro social y teatro político. Desde mi prisma, el teatro político se podría expandir, ampliar sus límites, porque el tiempo actual, respecto a principios del siglo XX, contiene otras tensiones. En términos políticos, ha habido todo un movimiento de reivindicación de identidades, y ese origen tan fundado en la lucha de clases, en opresores y oprimidos, ahora se ha vuelto un poco más complejo. Puede que los movimientos sociales y las luchas civiles por la igualdad, por el derecho a ser, hayan dejado un poco de lado la agenda política tradicional, incluso la social, la lucha de clases y la revisión de un sistema político basado en esa dicotomía. Está en nuestra mente y en nuestra agenda —la del teatro— recuperar y repensar todos estos temas.

Se podrían recoger todos esos cambios, porque han pasado muchas cosas. Al final, como mujer, estoy atravesada por determinadas circunstancias, como ser hermana de una persona con parálisis cerebral. Nuestra historia de vida nos atraviesa, nos conecta y nos hace muy sensibles a ciertas situaciones. Probablemente, todo eso por lo que estoy atravesada acaba influyendo, y tiendo a fijarme en ciertos proyectos, a diferencia de lo que podría interesarle a Alberto. Sin embargo, también es cierto que el tiempo ha cambiado mucho desde 2018 hasta 2024. La circunstancia política, precisamente en 2018, estuvo marcada por esa gran huelga del Día de la Mujer. De repente, hubo un impulso muy fuerte hacia los movimientos feministas.

Alberto decía que tenemos hambre de realidad; creo que esa era su intuición. Pero como un teatro político está en relación con el presente, puede ocurrir que el tiempo presente te acabe dictando la programación. Habría que ver si tiene sentido o no, pero es cierto que nosotras también impulsamos proyectos, recogemos lo que los creadores y creadoras hacen, y se notan tendencias. Ahora mismo, podría decir que no hay tanta producción sobre memoria histórica relacionada con la guerra civil española o la dictadura. Sin embargo, tenemos un proyecto para 2025 que dirigirá Andrés Lima, con texto de Esther F. Carrodeguas, y que contará, de momento, con intérpretes como Alba Flores y Nüll García. Creo que el elenco va a crecer, pues la obra trata sobre mujeres libres. Es el título provisional, pero se centra en ellas, en la división feminista que crearon dentro de la CNT, en ese movimiento anarcosindicalista tan prolífico de principios del siglo pasado, y también en las librepensadoras del siglo XIX, junto con otras mujeres excepcionales de los cafés teatros y bares, conocidas como las Sicalípticas. Estamos recuperando su legado, y será un ejercicio de recuperación de memoria histórica y de teatro político. Va a ser muy guay. Muy, muy guay.

¿Cuántas propuestas recibes al año?

Pues unas mil trescientas o mil cuatrocientas, por ahí.

¿Y cómo consigue una de ellas subirse al escenario?

Como somos una cooperativa, aprovechamos esa fuerza que tenemos, con la idea de que cuantos más ojos seamos, cuantos más oídos, más finas seremos en las decisiones. Nos sentimos más enriquecidas en el plural. Yo me reúno todos los meses con una Comisión de Socias que valora las propuestas que recibimos y las discutimos. También compartimos qué obras de teatro hemos visto y qué temas creemos que deberíamos abordar, para fijar ciertos temas importantes. Esa es una línea. De ahí salen algunas propuestas que decimos: «Ostras, esto tiene todo el sentido».

Por otro lado, también hay gente que me conoce personalmente o que ya ha estado aquí, y esa es una vía más directa. No presentan un proyecto externo, y esa sería otra forma de llegar a la programación.

Además, hay una labor de búsqueda: ir a ver espectáculos, programaciones de otros teatros y festivales, ver el trabajo de gente en los diferentes escenarios. Y muchísimas veces, proponer. Una de las cosas para las que me ha entrenado este teatro es proponer de todo, constantemente. El “no” lo tengo superasimilado, así que mis propuestas ya tienen cierta irreverencia. Pensemos en ese proyecto del que te hablaba, con Andrés, Alba Flores y Esther Carrodeguas. A veces lo comentas y se enamoran de la idea.

A Pepe Viyuela le dije, hace unos tres años: «Mira, Pepe, este sitio en el que estás tan a gusto, al que te encanta regresar, quiero que sea también un espacio de investigación, de experimentación, de riesgo. Así que, si alguna vez quieres hacer algo diferente, probar algo raro —nos encantan las flores raras—, lánzate». Y el otro día me escribió y me dijo: «Estoy pensando en…». A veces lanzas semillas y, de pronto, un día florecen. Así que nuestra programación se nutre de estas tres vías: la propuesta directa, la búsqueda activa y la provocación.

Ana Belén Santiago para Jot Down

¿Qué pasa cuando la propuesta que llega o la que se desarrolla es muy amateur? Estoy pensando en obras como Se fue el país y quedamos nosotras, que no está hecha por actrices profesionales, sino por trabajadoras del hogar y cuidadoras inmigrantes.

Nosotras, en términos artísticos, entendemos este espacio como uno de media carrera. Para quienes ya han terminado sus estudios y probado en salas menos vertiginosas. Aunque es una sala de solo ciento treinta y una butacas, tiene un escenario de 8 por 8,5 metros de altura y una dotación técnica excelente. Al final, tiene un peso en el que ciertos trabajos pueden ser devorados por el escenario. Para esos casos, otros espacios, probablemente de la red de teatros alternativos, son más adecuados para foguearse. Aquí debe venir gente que ya no tiene remedio, que va a dedicarse a esto profesionalmente. Esa sería un poco la norma. Sin embargo, todas las normas nos las saltamos. Las ponemos para orientar la mirada, pero nos las saltamos.

Los proyectos de teatro comunitario sí tienen cabida en la programación del Teatro del Barrio. Quizás un teatro amateur o universitario, donde no hay una voluntad de profesionalización, sino una voluntad artística. Este espacio quizás no es adecuado para esos casos, pero cuando una comunidad se une porque comparten una circunstancia, un problema o un sueño común, y están guiados, como en el caso que mencionas, no por artistas profesionales, sino por su valor político, les damos este espacio y una programación. Para que tengan su cartel al lado de Alberto San Juan o Malena Alterio. Eso nos gusta mucho, y creemos que estar en un escenario y tener un altavoz es una forma de dignificar su lucha y su protesta. En ese sentido, el criterio es completamente político, no artístico. No es que pase a un segundo plano, sino que lo artístico es precisamente que esos dos carteles estén juntos. Y muchas veces es tan potente ver a alguien contando su propia historia, que la falta de técnica o experiencia pasa a un segundo plano. Es muy conmovedor.

Tuvimos, por ejemplo, una producción totalmente profesional dirigida por Alberto San Juan, con texto suyo y de Víctor Morilla, que fue Celebraré mi muerte, protagonizada por Marcos Hourmann. Él era médico, no actor. Fue el médico que ayudó a morir a una mujer y tuvo que irse a Inglaterra (aplicó la eutanasia, fue denunciado por el hospital, no por la familia de la paciente, y tuvo que abandonar España porque nadie quiso contratarle). A través de su experiencia y su militancia posterior, abrió un debate muy importante en España sobre la eutanasia. Ahora tenemos una Ley de Eutanasia. Él no era actor entonces, pero hay espacios limítrofes que son muy interesantes. Y a veces, cuando la técnica artística no es tan sólida, lo que surge es aún más conmovedor, mucho, mucho más.

En la programación actual tenemos El chispazo, un espectáculo escrito por Marcos Mayo y dirigido por Montse Ortiz, del que hemos recibido críticas por parecer un poco amateur. Marcos Mayo es una persona con parálisis cerebral; escribe e interpreta un texto sobre su descubrimiento de la sexualidad. Es gay y habla de garitos nocturnos, alcohol y su trabajo en un banco. Me parece muy poderoso ese discurso, esa voz propia. Tiene una presencia maravillosa; ha participado en Supernormales en el CDN (Centro Dramático Nacional). Es impactante que cuente su historia porque, ¿quién asociaría una parálisis cerebral con ese tipo de vida? Pues claro que sí, es posible. Y ahí hay una fuerza muy importante. Luego está la cuestión de que tiene algunas dificultades en el habla, lo que nos obliga a un estado de atención al que, a veces, la vida misma nos empuja. Y eso también es algo relevante.

¿Cuánto dura aquí una obra en cartel?

Las obras que vienen de fuera están bastante más limitadas por el gasto de alojarse en Madrid, los traslados, etcétera. Después de la pandemia, además, se han acortado los tiempos de las antiguas temporadas teatrales. En 2018 y 2019 se podía tener una obra programada durante tres semanas, pero ahora eso es difícil. La propuesta actual en programación es más bien: «Probemos una semana y, si funciona genial, la recuperamos pronto, en dos meses». Eso es respecto a las obras externas. Pero también tenemos una línea, o un convencimiento, o un valor como proyecto, de acompañar a los artistas. Por eso hay obras como la de Pamela Palenciano, No solo duelen los golpes, que lleva nueve años. Hay artistas y discursos que consideramos importante apoyar para que amorticen su inversión, crezcan como artistas y encuentren su público. Además, creemos que lo que dicen es relevante, así que pueden estar todos los meses con una o dos funciones, y eso les permite continuar.

Ha habido un cambio tras la pandemia. Antes, si sabías que tenías tres semanas para ver algo, te relajabas. Ahora hay muchísima más actividad en Madrid, brutal. Las obras deben durar menos en cartel, porque si solo están una semana, te dices: «Ostras, que me lo pierdo». También tiene su contra: cuando alguien la ve y es buenísima, el boca a boca queda muy limitado y, a veces, perdemos público. No sé, son modelos de exhibición, guiados por sensaciones. Podrían estar cambiando ahora mismo y permitirnos volver a programar otras obras, hacer apuestas y arriesgar con cosas que creemos que funcionarían.

Todos estos ideales que os definen, las obras que estrenáis, ¿implican que sois un teatro de izquierdas?

Me encanta algo que dijo Sinisterra en una entrevista aquí: ya no se trata de izquierdas o derechas, sino de solidarios o insolidarios. Este es un espacio de solidarios. Si eso lo asociamos a la izquierda, podría entrar, pero no es la idea tradicional de izquierdas. Sobre todo, es un espacio político, expresamente político, felizmente político. Basado en la solidaridad, en la empatía y en el poder de la comunidad.

Entonces, ¿el público que viene aquí no tiene una única orientación política?

Eso nos encantaría, porque significaría una salud social estupenda. Que una persona decida tomar ciertas decisiones en su votación y en su relación con lo económico, y que, aun así, quiera ver un espectáculo o escuchar lo que dicen personas que votan de forma diferente, sería fantástico, ¿no? Eso hablaría de una salud social espectacular. Pero es cierto, y se ha dicho alguna vez, que el teatro político predica para su propia parroquia. Bueno, pues eso también lo ha hecho la Iglesia católica y parece que no le ha ido mal. Nos encantaría que sucediera lo mismo con todos los espectáculos, como ocurrió con el de Juan Mayorga, La lengua en pedazos (basado en El libro de la vida de Teresa de Jesús, que le valió el Premio Nacional de Literatura Dramática). Fue mi primera producción como productora, y detectamos personas que no eran las habituales, y eso nos pareció estupendo. Supongo que les pareció un lugar un poco excéntrico para sus costumbres, y como somos muy campechanas, muy sociables, aprovechamos la circunstancia para charlar.

Aquí se habla de un mundo, de un tipo de vida a favor de la vida, a favor de la buena vida. Y yo creo que para eso, para pensar en ello y construirlo, estamos convocadas todas.

¿Cómo os afecta la polarización de la sociedad? Abogados Cristianos denunció una de vuestras obras, y a Pamela Palenciano la acosaron y denunciaron desde Un Tío Blanco Hetero.

Eso fue una excepción; no solemos recibir amenazas. Quién sabe ahora, teniendo en cuenta la polarización política y, consecuentemente, social, que es algo de absoluta preocupación y tristeza. Más allá de que en redes sociales, en algunos debates o críticas pueda haber comentarios, no nos sentimos atacadas. Salió un reportaje, y han salido dos noticias sobre el premio que nos dieron, en el periódico El Debate, que nos encantaron porque nos definían como «ultraizquierda» y «radicales de izquierdas». Y pensamos: pues sí, qué bien, ¿no? Había algunas definiciones que supongo, desde su punto de vista, eran insultos, y a nosotras nos parecían términos muy chulos con los que identificarnos, la verdad. Sí que nos pasó esto con Pamela y tuvimos que contratar seguridad para sus funciones, por si acaso la violencia del espacio virtual pasaba al espacio real. Aquellas fueron amenazas muy graves. No nos hemos vuelto a ver en esa situación, y ojalá no nos toque, pero no vamos a dejar de programar nada por un posible riesgo. No vamos a dejar de producir ningún espectáculo por ese riesgo. Y luego está, sí, lo de que una vez nos enviaron una Biblia con el capítulo de Sodoma y Gomorra subrayado. La guardo con cariño.

Ana Belén Santiago para Jot Down

Este septiembre habéis recibido el Premio Nacional de Teatro. ¿Eso ha cambiado mucho las cosas aquí dentro o nada?

Ay, bueno, sí, nos ha cambiado bastante la vida porque, de pronto, tenemos más repercusión y la oportunidad de hablar con muchas personas como tú, como este medio, que nos dais espacio. Ese sí que es un cambio sustancial y muy, muy ilusionante. Creo que es algo muy importante porque confirma una intuición: somos pequeños, no; enormes, no pequeñas, enormes. Somos un pequeño teatro de 131 butacas en el corazón de Lavapiés, con sueños enormes, y de pronto, este reconocimiento confirma que esos sueños son legítimos, que tienen sentido y que son valorados desde fuera también.

Otra cosa importantísima que nos ha pasado es que nos sentíamos queridas. Sentíamos que los artistas y las vecinas, y la gente que pasa por aquí, se iban muy contentas. Muchas artistas nos llamaban “casa”. Pero, de repente, hemos visto esa alegría en redes sociales, en mensajes, nos mandan flores y bombones. Ha sido muy emocionante. El señor de enfrente, que tiene una asociación de empresas de rehabilitación, cuando le entrevistaron para una tele, dijo: «Es como si me hubieran dado el premio a mí». Eso es muy bonito, sentir que propones algo con lo que las personas se identifican y se genera un sentido de pertenencia entre gente tan diversa. Es lo mejor que nos ha pasado, a la misma altura que el premio, realmente. Todavía estamos con los decibelios de la alegría y el entusiasmo a tope, aunque siempre somos bastante joviales.

El importe del premio, 30 000 euros, ¿es significativo para vosotras o escaso?

Es una cantidad significativa, se pueden hacer cosas. Estamos pensando qué hacer más allá de nosotras mismas. La idea sería hacer una celebración o fiesta y también pensar en cómo vehicular parte del premio a las artistas. Queremos destinar una parte al mundo artístico, quizás creando una beca de creación, unas becas de creación que ojalá pudiéramos sostener. Al final, es un premio que reconoce también a las artistas que están con nosotras y a las que quieren estar aquí.

Te he escuchado muchas veces defender que la actividad cultural tiene que recibir subvenciones.

Por supuesto. Creo que existe el derecho constitucional de acceso a la cultura, y al final, las instituciones culturales somos las herramientas para concretar ese derecho. Estamos haciendo un trabajo que está dentro del propósito de todas las Administraciones Públicas, cada una en su nivel y ámbito, garantizando los derechos fundamentales. Los derechos culturales están muy en la palestra ahora mismo; se está hablando mucho de ellos. Dejar a determinados proyectos culturales en el terreno del mercado de libre competencia extinguiría muchas voces.

Es similar a la educación o la sanidad, donde la intervención de las Administraciones Públicas es necesaria para regular, porque si no, no existirían. Aquí igual: existiría fundamentalmente, o casi exclusivamente, un teatro comercial, que está muy bien y es muy valioso, dinamiza mucho la cultura. A mí me encanta ver musicales y disfruto de muchas obras comerciales que generan mucho empleo. Pero este es un sector con muchísimas profesionales en paro, y cualquier proyecto que ofrezca trabajo de calidad es crucial. Hay muchos proyectos y voces importantes que, sin nuestro amparo, el de las salas de teatro independientes, en el sentido de privadas, no podrían desarrollarse ni profesional ni artísticamente. Tendrías que ser rico, tener una herencia, para poder dedicarte a escribir y actuar aunque nadie viniera a verte. Y acabaríamos generando un discurso artístico de élites. Por eso, debemos proporcionar oportunidades laborales para que cualquier persona, independientemente de su situación u origen económico, pueda ser artista y salir a este escenario. En ese sentido, las subvenciones a la cultura son tan imprescindibles como las subvenciones a la ganadería o a las fábricas de coches, donde no me meto porque no soy especialista. Mucho se critica y mucho se habla de las subvenciones a la cultura. Deberíamos hacer un estudio, pero si se analizara cómo los ingresos que recibimos por subvenciones se transforman en impuestos, puestos de trabajo y aportes a la Seguridad Social, veríamos que también son líneas de inversión para las administraciones —estatales, autonómicas y locales—. Permiten que funcionen espacios que venden entradas, que tienen IVA, que contratan a artistas que pagan seguridad social e IRPF. Todo eso genera un retorno de la inversión que regresa a las diferentes administraciones.

¿Y qué tal os trata el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid en ese sentido?

Debo decir que el Ayuntamiento nos da la subvención más alta posible dentro de la convocatoria de salas de teatro. Eso es algo nuevo, históricamente hablando; se implantó durante el consistorio de Manuela Carmena, con unas subvenciones mejor dotadas y muy amplias. A partir de ahí, empezamos a recibir más soporte económico del Ayuntamiento. Luego, con el cambio de alcaldía, se ha mantenido. Me parece importante destacarlo porque convocan a un jurado independiente de profesionales que hace una valoración, y esta es totalmente respetada. Sin embargo, en la Comunidad de Madrid estamos en el mínimo, con solo un poquito más de lo mínimo otorgable. Espero que se animen para la próxima, ahora que somos Premio Nacional de Teatro.

Hablemos de dinero. ¿Cómo se consigue el equilibrio entre estrenar obras transformadoras y lograr la sostenibilidad para seguir existiendo?

Es una labor funambulista permanente. Aproximadamente, el 60 % de nuestros ingresos provienen de la taquilla, de los ingresos por exhibición. De ahí que exhibamos tanto. Hemos crecido en las ayudas que recibimos de las administraciones y hemos implementado nuevos proyectos, como los proyectos de residencias, que nos han permitido acceder a otras ayudas. Ahora mismo, entre el 15 % y el 20 % de nuestros ingresos proceden de subvenciones. Además, el retorno de nuestras producciones en gira nos aporta otro 20 % o 25 % aproximadamente. Llevamos producciones por teatros públicos de todo el Estado e incluso fuera. Estuvimos en la Academia de España, en Roma, con una producción dirigida por Mayorga y Alberto San Juan en escena: La gran cacería. Ese retorno nos permite amortizar la inversión en las producciones y sostener el proyecto global. Solo con la taquilla no nos sostendríamos.

También recibimos donaciones de personas que nos apoyan, y a veces alquilamos el espacio. Por ejemplo, para la próxima película de Daniel Calparsoro, este será el espacio de catering para todo el equipo, y estamos con muchas ganas de ver a Luis Tosar aquí. Además, tenemos talleres y una escuela, que también generan algunos beneficios. Como haría cualquier empresa, diversificamos la actividad, porque no todas las fuentes de ingreso tienen el mismo músculo. A veces una no acierta en la programación, y no acertar no significa que la propuesta no tenga calidad.

Por ejemplo, después de la pandemia retomamos y ampliamos obras como el espectáculo de Ruth Bárcenas, al que llamamos Estado B porque incorporamos todas estas escuchas de Villarejo, etc. Se amplió con Manolo Solo y Pedro Casablanc en escena. Fue justo cuando regresaba la variante ómicron de la COVID, en diciembre de 2021, cuando mucha gente se perdió las Navidades en familia. Yo tampoco pude ir a Santander, y luego vino Filomena (el temporal de nieve que colapsó Madrid una semana). Pensé que, estando todos tan saturados, nadie querría ver cómo el Estado fallaba hasta ese nivel. A veces, la aproximación crítica revela algo triste, y no parece que sea el momento social para enfrentarse a eso. Y, aun así, fue un pepinazo.

El humor siempre ha tenido mucho peso en el Teatro del Barrio. ¿Eso surge de forma natural o tenéis establecido que un porcentaje de las obras sean humorísticas?

Surge de manera natural, creo que por nuestra propia energía jovial, con tendencia a la risa y a la alegría. Todo el equipo actual, y también los que han pasado por aquí, tienen esa disposición. Me encantó una reflexión que hacía Caitlin Moran en Cómo ser mujer. Le preguntaban si no era demasiado simpática y con demasiado sentido del humor para que se la tomara en serio, algo similar a lo que le pasaba a Emma Goldman por bailar. Y ella, una activista feminista importante, respondía diciendo que el feminismo era algo tan serio como para ponerle los mejores recursos que tenemos. Y el sentido del humor es, sin duda, uno de los mejores. Yo diría lo mismo respecto a lo político: la mirada crítica y la tarea de imaginar futuros mejores son tan importantes que necesitamos aportar nuestros mejores recursos. Y el humor, sin duda, es uno de ellos.

Ana Belén Santiago para Jot Down

Hablábamos antes de la gentrificación de Lavapiés. ¿Vosotras, con este local, no estáis también expuestas a ella, a no poder pagar el alquiler?

Digamos que aquí abrazamos la vulnerabilidad. No hemos visto la posibilidad de comprar el local; no sé si podríamos económicamente, ni si nuestro casero, Alfredo Pindado (fundador de la Sala Triángulo, hoy Teatro del Barrio), estaría dispuesto a venderlo. Pero nos va bien; tenemos un buen casero y la relación es buena. Creo que eso también ocurre: hay personas que alquilan viviendas con mucha responsabilidad y empatía hacia el inquilino. Yo vivo de alquiler, no me lo suben, y he encontrado pisos muy fuera de mercado, de esos baratos que te cuenta una amiga. Son de caseros o caseras que no quieren aprovecharse de la situación. Pindado es de ese tipo de casero. Tenemos esa suerte.

¿Y lo de ser una cooperativa ayuda? Una cooperativa de consumo para teatro, ¿se os podría definir así?

Nuestra forma jurídica es cooperativa madrileña de consumidores. Las fórmulas jurídicas existentes son lugares estancos, y parecía que esta era la más adecuada, la que más se acercaba a nuestro espíritu. Aunque, personalmente, la relación entre «consumo» y lo cultural me genera urticaria. Como cuando la gente dice: «Yo es que consumo muchas series». Me parece que estamos cediendo una batalla al libre mercado. No, no todo está en términos de consumo; no todo se reduce a compraventa. Creo que es importante proteger palabras, proteger términos.

Pero bueno, la idea, para no enrollarme más con esto que me causa urticaria, es que cuando se pensó en crear este teatro bajo una premisa política, se quiso que tanto la forma como el fondo tuvieran sentido y estuvieran relacionados. No podíamos ser una S.L., sino un espacio donde muchas personas fueran propietarias. Concretamente, unas 680 personas, que son nuestras socias y las propietarias de este teatro. Tenemos 680 amigas y opiniones.

Entiendo que algunas cooperativistas trabajáis contratadas en el teatro, como tú. Pero ¿y las otras 679 qué hacen?

Pueden reunirse en Asamblea y tomar las decisiones más importantes del teatro y aprobar un poco el funcionamiento general. Delegan en un Consejo Rector, compuesto por nueve socias, que es quien está al tanto del día a día y aprueba o no determinadas propuestas del equipo de trabajadoras o de otras socias. Son como una Junta Directiva. Así que tengo 679 jefas, pero yo también soy cojefa, por decirlo de alguna manera. Además, toda la actividad se organiza en comisiones, que son los espacios donde, si alguien quiere implicarse más activamente en el devenir del teatro, se apunta a una. Tenemos la Comisión de Actividades, que comisaría el programa de acción ciudadana de los martes, ese espacio de denuncia y altavoz. Está la Comisión Varoufakis, que es una asesoría económica formada por economistas de la cooperativa que asesoran al Consejo Rector y al equipo de trabajo sobre presupuestos y soluciones ante situaciones económicas. Luego está la Comisión de Programación, con la que me reúno para multiplicar la mirada sobre lo que se hace en el teatro. Y está la Comisión de Comunidad, que se encarga de dinamizar y generar vínculo entre todas las socias. Espero no haberme olvidado de ninguna, porque sería terrible (ríe). Luego estamos el equipo de trabajadoras, que estamos en una situación asalariada.

¿Las socias que no son asalariadas trabajan pro bono?

Sí, lo hacen porque les gusta y porque es divertido y gratificante hacer ciertas cosas. Están construyendo un proyecto, y eso tiene mucha fuerza. De las 680, la comunidad más activa son unas 50 o 60 personas. Se hacen socias pensando: «Esto tiene que existir, y yo estoy aquí para ser socia». Además, solo es necesario aportar 100 euros una vez; cuando alguien quiere irse, le devolvemos su dinero. Eso sí, si esto se va al garete, nos quedaremos con los cien euros. Creo que también hay un gesto simbólico de apoyo, de querer formar parte.

¿Y esas socias son de aquí, del barrio? Porque tenéis mucho peso en La Latina, ¿o vienen de todas partes?

Vienen de todas partes, incluso de fuera de España. De pronto aparecen y dicen: «Soy socia, pero como vivo en Burdeos, ahora que estoy de vacaciones en Madrid, vengo a ver qué tal». Les encanta, y dicen que qué pena perderse todo lo que hacemos.

Hablemos del precio de las entradas. Hay quien dice que las de cine son caras, unos 10 euros; las vuestras oscilan entre 15 y 18 euros. ¿Son caras?

Uf, claro, es que depende del prisma. Para una mujer trabajadora con tres hijos, que cría en solitario, probablemente sí lo sea. Y para otras circunstancias, puede parecer barato. Nosotras intentamos fomentar la accesibilidad económica a nuestras propuestas. Lo que pasa es que los ingresos de taquilla determinan lo que cobran las compañías, así que no es una decisión unilateral. Decidimos el precio de las entradas junto a las compañías porque de eso depende también su sustento. Lo consideramos un precio razonable. Queremos poner en valor que no solo estás disfrutando de un espectáculo; ese espectáculo implica personas trabajando en unas condiciones específicas, con un equipo en el teatro haciendo su trabajo. Para sostener esa estructura laboral, debe haber una financiación. Estamos pensando en crear para la próxima temporada tres categorías de entradas que atiendan diferentes circunstancias: una categoría media, una categoría para quienes quieren ayudarnos y a otras personas, y otra para quienes tienen dificultades económicas, de modo que el precio no sea un impedimento para venir. Estamos estudiándolo, pero con el volumen de gente que viene aquí necesitamos una forma clara de organizarnos. Lo que sí hacemos es colaborar con colectivos del barrio y de fuera, o con departamentos de igualdad del Ayuntamiento, para ofrecer entradas gratuitas cuando sabemos que nos van a sobrar butacas. Así, el artista se encuentra un patio de butacas lleno, y estas personas pueden venir gratis, lo que creo que es una retroalimentación muy positiva.

Vamos a cerrar con una recomendación para los lectores y lectoras de Jot Down. ¿Qué deberían venir a ver esta temporada?

Recomendaría nuestra última producción, Hoy tengo algo que hacer. Tiro para dentro, pero no por narcisismo de espacio ni por egoísmo, sino porque sería feo elegir a unas artistas de la programación frente a otras. Creo que recomendar una producción nuestra tiene sentido, además porque este espectáculo ofrece una reflexión muy hermosa. Es un teatro gustoso, con una palabra poética, casi filosófica. Es profundo, con palabras que invocan mundos sobre algo que nos pasa a todos: la reflexión sobre el sentido de lo que hacemos, esa rueda de «hago esto, tengo que hacer aquello», y de pronto te encuentras con un personaje que quiere tener cosas que hacer porque ha perdido ese encargo. Está en un periplo para aprender qué cosas se deben hacer. Creo que está muy bien lograda y, además, tiene otra cosa importante: sales más contento de lo que entraste.

¿Siempre sales contenta de aquí?

No, no siempre. A veces sales un poco depre, pero con esta obra sales con júbilo. Si algo se puede esperar del teatro, o al menos lo que yo espero, es que me pase algo. Y en este espectáculo creo que te pasa algo, y ese algo es muy bueno.

Ana Belén Santiago para Jot Down

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Un comentario

  1. Comisión Varoufakis,que la de economia se llame asi ya indica como puede acabar todo.
    Excepto para el que seguira en su casoplon con vistas a la Acropolis.

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