Las vidas de los adolescentes suelen estar llenas de dramas pequeños y dilemas existenciales que, con los años, resultan ridículos, pero mientras los vivimos son la tragedia máxima. Si a esta ecuación le sumamos una soledad existencial digna de un cuadro de Edward Hopper y una dosis de surrealismo francés, el resultado podría ser la vida de Amanda, protagonista de la película homónima disponible en el Festival ArteKino. Amanda no es solo una adolescente impertinente y socialmente torpe; es también un espejo en el que se refleja la precariedad emocional de nuestra sociedad.
Amanda, interpretada magistralmente por Benedetta Porcaroli, busca desesperadamente una «mejor amiga» —también un novio y un trabajo— y la encuentra en la hija de la mejor amiga de su madre. Su nombre es Rebecca una joven hikikomori que vive encerrada en su habitación y cuya presencia hace que cualquier interacción social parezca una cita con Kafka. Rebecca está obsesionada con la inmovilidad física y fantasea con un futuro distópico en el que tiene que vivir encerrada en un espacio de tamaño diminuto. Para ello, entrena hasta 20 horas al día quedándose encerrada en espacios muy pequeños. «Tienes que entrenar la capacidad de estar en otro sitio» le aconseja Rebecca a Amanda cuando le cuenta sus pausados avatares.
Amanda no vive en la maravillosa casa de su familia, sino en una habitación ruinosa de un desvencijado hostal —pagada por sus padres—, un escenario que parece el decorado perfecto para subrayar su sensación de precariedad emocional y material. La decadencia del espacio físico en el que habita es un reflejo directo de su estado mental: provisional, inestable y desprovisto de calor humano. Amanda acaba por irse a vivir con Rebecca, una decisión que, como todo en su vida, está cargada de un absurdo cómico y una angustia existencial difícil de clasificar. La película, dirigida por Carolina Cavalli, nos muestra cómo Amanda y Rebecca encuentran en su extraña convivencia una forma de reconciliarse con sus propias soledades, formando un vínculo tan improbable como necesario. Entre risas incómodas, silencios significativos y pequeñas victorias cotidianas, ambas construyen un refugio emocional que, aunque frágil, es profundamente humano.
La película está llena de simbolismos a lo David Lynch, desde un caballo viejo al que Amanda cuida con una ternura que no es capaz de expresar hacia los humanos a un ventilador de mercadillo que desea adquirir acumulando puntos del supermercado. Amanda lo desea con fervor para revenderlo de segunda mano y comenzar así su trayectoria laboral, un gesto aparentemente trivial que encierra todo un universo de anhelos frustrados y pequeños triunfos cotidianos. Este juego de obsesiones, marcado por un delicado equilibrio entre lo mundano y lo poético, recuerda en su esencia al estilo de Paolo Sorrentino, quien logra capturar la complejidad de las emociones humanas a través de objetos y situaciones cargadas de un simbolismo casi teatral.
Lo que hace especial a Amanda es cómo abraza la contradicción y la vulnerabilidad de su protagonista sin intentar convertirla en una heroína. Como menciona la reseña de The Irish Times, Amanda podría hacer que la protagonista de Fleabag parezca una «Girlboss» en comparación. Su torpeza y su falta de aspiraciones concretas son un retrato brutalmente honesto de una generación (Z) que crece en medio de la incertidumbre y la alienación. Amanda no busca el éxito, ni siquiera la felicidad; simplemente intenta sobrevivir en su pequeño caos personal. Esta falta de pretensiones convierte la película en una experiencia mucho más auténtica y conmovedora.
Desde la perspectiva psicológica, Amanda es un caso fascinante de lo que Donald Winnicott llamaría un «falso self». Ella se presenta al mundo con una actitud desafiante y un sarcasmo hiriente, pero estas no son más que capas de protección para ocultar una fragilidad extrema. La amistad con Rebecca es solo una terapia de espejo: al enfrentarse a alguien que ha renunciado al contacto humano, Amanda puede comenzar a cuestionar su propia relación con la soledad. Sin embargo, lo más interesante es cómo la película no trata de redimir a Amanda ni de darle un arco de transformación evidente. En lugar de eso, nos deja con la incomodidad de una protagonista que, a pesar de sus esfuerzos, sigue atrapada en un ciclo de alienación.
Por supuesto, la película no estaría completa sin su tono humorístico, un humor ácido a partir del que se construyen los diálogos de la protagonista. Estos son dagas lanzadas al aire que a menudo terminan clavándose en ella misma. Su incapacidad para establecer conexiones genuinas se convierte en el motor de situaciones hilarantes y, a la vez, profundamente tristes. Es como si el guionista hubiera tomado prestada una frase de Woody Allen parafraseando a Groucho Max: «Me niego a pertenecer a un club que acepte a alguien como yo como miembro», y la hubiera adaptado al contexto de una adolescente desubicada.
Desde Ghost World, ninguna película había logrado plasmar una relación entre adolescentes tan real y convincente como la de Amanda y Rebecca. En ambas historias, los personajes muestran con una honestidad brutal las contradicciones y complejidades de la amistad en la adolescencia, ese extraño territorio donde la complicidad puede coexistir con la alienación y el conflicto, creando un retrato conmovedor y universal de una etapa cargada de incertidumbre. En ambas, el desenlace evita el sentimentalismo barato optando por una resolución abierta. No hay moraleja ni lección clara, porque la vida rara vez nos ofrece tales comodidades. Amanda no sale transformada ni triunfante; simplemente sigue adelante, lo que, en el fondo, es la única forma honesta de cerrar una historia como esta.
Amanda es una película que, como su protagonista, podría parecer difícil de amar al principio. Su humor ácido y su enfoque despojado de artificios narrativos no son para todos, pero los que se atrevan a conectar con ella descubrirán una obra profundamente humana. Una película que, entre carcajadas nerviosas y silencios incómodos, nos recuerda que la soledad no es algo que se pueda resolver acumulando puntos en un supermercado o cuidando caballos viejos. Es un estado del alma que solo comienza a disiparse cuando encontramos a alguien a quien contársela.
Puedes ver Amanda de forma completamente gratuita en el canal de youtube de arte.tv