Los viajes en el tiempo son un tema recurrente y delicado en los filmes de ciencia ficción. La presunta continuidad del espacio-tiempo es una cuestión abierta a hipótesis contrapuestas, por lo que su explotación cinematográfica en un sentido u otro cuenta con apoyos teóricos que respaldan tramas aparentemente contradictorias. Así, The Terminator (James Cameron, 1984) planteó una paradoja interesante: qué mejor para acabar con un enemigo que cargarte a su madre… antes de que se quede embarazada de él. Claro, esto implica viajar al pasado un poco a ver qué pasa, puesto que si exterminas a su madre un nimio daño colateral podría ser que implosionara la realidad futura. Sea como sea, la trama asumía que si quieres hacer tortilla hay que romper algunos huevos: Skynet, la inteligencia artificial que aspira dominar el mundo, envía desde el año 2029 a un cíborg asesino (en concreto, un Terminator modelo T-800 interpretado por Arnold Schwarzenegger) a 1984 para que acabe con la futura madre del líder de la resistencia, John Connor. Pero Connor, muy vivo él, que para eso es la gran esperanza de la humanidad, se entera y manda a su mejor amigo y lugarteniente, Kyle Reese (Michael Biehn), también al pasado para que proteja a su (futura) madre Sarah (Linda Hamilton). La moraleja abierta a interpretaciones en cierto modo antiabortistas quedó eclipsada porque resultó que el padre de John Connor iba a ser su futuro amigo Kyle, quien técnicamente no había nacido cuando de facto le engendró (tremendo jaleo). En su descargo hay que decir que puede que Kyle entendiera algo mal cuando John le dijo que cubriera las espaldas a su madre. El caso es que tras muchos tiros y el descubrimiento para el gran público de las posibilidades de la mirilla láser, el Terminator fracasó en su misión, pero triunfó en taquilla.
Siete años más tarde, James Cameron (que repetía como director y guionista) se vino arriba y decidió agitar el avispero elevando la paradoja al cuadrado en la secuela Terminator 2: el juicio final, para la que también contó con Schwarzenegger y Hamilton. Resulta que Skynet se ha creado (bueno, siendo estrictos, se creará) gracias a los restos del T-800 (un brazo y un chip) de 2029 que la propia Skynet envió a 1984. Es decir, que si Skynet no hubiera enviado al Terminator al pasado, Skynet y por extensión el Terminator, no habrían existido. La suspensión de la incredulidad parece tambalearse cuando te planteas en serio este arranque, aunque aquí ya depende de si eres seguidor de las teorías de Stephen Hawking o del ahora de moda Kip Thorne (ha sido asesor en Interstellar —Christopher Nolan, 2014—) sobre la imposibilidad o no de interferencia entre universos paralelos. Una vez detectada la falta de consenso en la comunidad científica también en este particular, solo cabe dejarse llevar y disfrutar con una de las películas de acción más trepidantes de los noventa. Skynet, que pese a ser una máquina insiste en la humana habilidad de tropezar dos veces con la misma piedra, envía a un Terminator modelo T-1000 (Robert Patrick) para intentar cargarse a un adolescente John Connor (Edward Furlong), quien de nuevo se las arregla en el futuro para mandar a un guardaespaldas (esta vez, un T-800 modificado pero con el mismo aspecto que el de la primera parte). Pero cuidado, dado que el T-1000 está fabricado con —abróchense los cinturones— una POLIALEACIÓN MIMÉTICA, el asunto va a ser complicado tanto desde el punto de vista del desarrollo de la trama como de los efectos especiales. En efecto, ese «metal líquido» capaz de cambiar a voluntad de forma y color, supuso verdaderos quebraderos de cabeza a Stan Winston y su equipo puesto que, hasta ese momento, el morphing (un truco visual que consiste en filmar la transformación de un objeto en otro de forma fluida y continua) apenas se había esbozado en serio en Willow (Ron Howard, 1988). La toma cenital del T-1000 mutando de un inofensivo suelo de gres a un guardia de seguridad barrigudo, por ejemplo, causó verdadera sensación.
Por otra parte, en esta secuela Sarah se ha puesto cachas y se ha vuelto demasiado intensa durante su reclusión en un sanatorio mental. Está obsesionada con el futuro, dando vueltas a una frase que aparece en sus sueños: «No hay destino, solo existe el que nosotros creemos». Es curioso, porque en castellano tiene una doble interpretación, ya que creemos puede ser una forma verbal proveniente de crear o de creer. Si se tiene eso en mente cuando todo acaba, aún con los ojos llorosos tras el chapuzón de despedida, y recuerdas que el Terminator bueno ha perdido parte del brazo en los engranajes de la maquinaria durante la pelea, puedes interpretar que la historia se va a repetir, que el destino es irreversible aunque se retrase un poco.
Tanto «Terminator», como «Total recall», se me han quedado bastante pasadas aunque en esta última, está una impresionante Sharon Stone en sus comienzos que para mí, nunca ha estado más guapa. Creo que «Robocop» ha aguantado mucho mejor el paso de estas décadas.
Total recall solo falla al final. El tono burlon que tiene toda la pelicula hace que se le perdonen tanto determinados aspectos de ambientacion como los agujeros en las teorias sobre el borrado de memoria.
Con robocop ocurre lo contrario: al ser mas seria y oscura, las cosas que se han quedado desfasadas (lease: cutres) destacan mas porque no estan hechas para parecer asi.
Para mi; mas que su primera parte, Terminator 2 es un prodigio cinematográfico. No envejece y sigue manteniendo intacto todo el poderío visual y de accion. Siempre me parecio que es una de las mejores en exponer el hecho de que «el destino es simplemente irreversible…» y que por mas que se haga hasta lo imposible solo lo estaremos retrasando lo inevitable.