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Paul Bowles: un héroe fuera de foco (1)

Paul Bowles, 1987. Fotografía: Ulf Andersen / Getty.
Paul Bowles, 1987. Fotografía: Ulf Andersen / Getty.

«Navegar es preciso, vivir no lo es».

(Fernando Pessoa)

Se puede contar un siglo contando a un hombre. Se puede contar a un hombre contando un siglo. Como tantos otros escritores y compositores, Paul Bowles es una representación del siglo XX. Nacido en 1910, fue contemporáneo de la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, el nazismo, la conformación de la Unión Soviética, la Segunda Guerra Mundial, las dos bombas atómicas, la guerra FFría, la Revolución cubana, la independencia de Marruecos, la guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna, la Revolución argelina, la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, del fin de la historia.

1. El mundo ordinario

A los diez años tocaba el piano como un adulto, o mejor dicho, como un niño talentoso. Se fue de la casa de su familia con diecisiete años a estudiar a la Universidad de Virginia porque eso es lo que había hecho Edgard Allan Poe, uno de sus mayores ídolos. Una vez lejos de la casa familiar, describió ese lugar como un infierno modesto.

Una tarde de 1931, en la habitación del campus, se dio cuenta de que no quería estar ahí. La vida académica no era su lugar. Agarró una moneda y eligió que el destino tomara la decisión: si salía cara se iría de viaje a Francia, si salía cruz se tomaría una pastilla para suicidarse. Salió cara, se subió a un barco, atravesó el océano y llegó a París con veinticuatro dólares en los bolsillos. 

Así comienza la aventura. El comienzo del viaje infinito de un nómada obsesivo que decidió conocer el mundo para conocerse a sí mismo. Un escritor y compositor que, como tantos otros, viajó para tener algo que contar. Un alma errante que vivió más allá de los parámetros establecidos para su época.

2. El encuentro con el maestro

«Todos tememos a la muerte y buscamos nuestro sitio en el universo. La tarea del artista no es sucumbir a la desesperación, sino buscar un antídoto para el vacío de la existencia», eso le dice Gertrude Stein (Kathy Bates) al escritor imaginario Gil Pender (Owen Wilson), en Medianoche en París, la película de Woody Allen.

Ese personaje podría ser Bowles, o cualquier otro escritor norteamericano de la generación perdida. Nacida en 1874, Stein fue, durante cuatro décadas, una de las mujeres más influyentes en los círculos de artes plásticas y escritura de comienzos del siglo XX. También fue quien le cambió la suerte a Bowles, como a tantos otros narradores de posguerra.

En su casa en París acogió y aconsejó, entre otros, a Hemingway, Fitzgerald, Picasso, Matisse y Braque, quienes acudieron a ella en busca de libertad de expresión y dinero. Durante los primeros años de Bowles en Francia, Stein se transformó en su patrocinio vital. Y fue quien, en 1931, le financió su primer viaje a Marruecos.

3. Cruce del umbral

Cuando Jane Aure tenía quince años sufrió un accidente a caballo que la llevó a Suiza a operarse. A la vuelta, venía en el barco leyendo la novela Viaje al fin de la noche cuando Louis Ferdinand Céline se le presentó y le preguntó por el libro que tenía en sus manos. Después de ese encuentro casual, decidió convertirse en escritora, aunque la salud y sus decisiones no la ayudaron con su objetivo.

No se puede hablar de Paul Bowles sin Jane Aure, quien en 1938, después de casarse con él en una iglesia protestante, se transformó en Jane Bowles. Se habían conocido el año anterior en la casa de una familia negra donde se pasaron toda la noche fumando cigarrillos de marihuana. Ella lo veía como un hombre extraño, él la veía como una joven alocada. Desde el primer momento se declararon abiertamente bisexuales y decidieron conformar una pareja de amor libre. Ella decía que su esposo era su enemigo. Él decía que era su protector. Fue una relación tan intensa como el momento histórico que les tocó vivir.

El primer viaje que hicieron juntos fue a México. En una entrevista, Paul recuerda que ella decidió viajar parada y no sentarse en el asiento del autobús que le había tocado. El siguiente, la luna de miel por Guatemala y Panamá. Llevaron veintinueve valijas, un tocadiscos y una máquina de escribir. Por las noches, él se quedaba en la habitación escribiendo; ella se iba de bares para volver tarde, y borracha.

En 1940 abandonaron el sexo como pareja. Él vivía enojado y reclamando algo que ella no podía darle. Discutían y peleaban todo el tiempo. De ahí en más la relación entró en una faceta sobre la que osciló hasta la muerte de Jane, en mayo de 1973, en un hospital psiquiátrico de Málaga. Esta forma rara de quererse y acompañarse no impidió que viajaran y exploraran el mundo, a veces juntos, otras por separado, siempre en busca de una historia más allá de ellos.

4. La gran prueba

Una noche de 1947 Paul tuvo un sueño. Al día siguiente se tomó un barco desde Nueva York a Marruecos para escribir una novela. No sabía sobre qué ni tampoco cómo. Lo único que sabía era que iba a ser la historia sobre una travesía por el desierto. De ese impulso nació El cielo protector, una novela rechazada por varias editoriales hasta convertirse en best seller en 1949. 

Un narrador testigo comienza en un bar y, de forma extraña, se transforma en omnisciente con el pasar del tiempo. Ese narrador, que podría ser él, es decir Paul Bowles, contará los pasos del viaje de tres personas: Port y Kit, una pareja que lleva diez años casada, y George, un amigo que con el paso del tiempo se va transformando en un tercero en discordia.

Con el pasar de las páginas uno ve que la historia principal del trío amoroso lleva en su esencia el valor de la excusa narrativa. El verdadero motor de la historia son los paisajes y personajes de África del norte; lo que sucede fuera de foco es lo que llama la atención, la verdadera profundidad del relato. Eso no quita que la trama no esté calculada de forma matemática. Bowles era compositor y utilizó las herramientas que le dio la música para construir una estructura que avanza como una canción precisa y meticulosa.

La novela es una historia de amor y exploración. El amor como un terreno desconocido a explorar, tanto como África y sus ciudades perdidas en el desierto. Cada uno de los personajes entra en su propio periplo y atraviesa el viaje como puede. Ninguno saldrá igual. Recorrer países que uno no conoce y enamorarse tienen un punto en común: ¿hasta qué punto uno es quien es por el lugar en el que está, por el otro con quien comparte su vida?

El explorador y el enamorado negocian su identidad todo el tiempo, es un intercambio constante, una forma de licuar el yo. El gesto doloroso de darle a una persona o a un lugar la posibilidad de infectarte. Ni el turista ni el amante de una noche quieren que el otro tenga poder sobre sí, solo ven un lugar, un paisaje, o un cuerpo, como un medio para satisfacer su placer. El enamorado y el viajero son lentos y erráticos. El turista y el amante no, son rápidos, efectivos, mejores pero nunca profundos.

El tiempo es lo que diferencia al viajero del turista, al enamorado del amante de una noche. Eso es lo que detecta y muestra Bowles en su relato. No solo con lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Antes de mostrar cómo un personaje entró a la habitación del hotel primero te muestra dónde está apoyada la servilleta que quedó de la noche anterior. Antes de contarte cómo fue la caminata por el pasadizo de una ciudad te enumera los comercios y las personas que dividen el hotel del cine. El merodeo como actitud: jamás se entra derecho a la escena. Una escritura donde se recorren los detalles, el estilo indirecto, esa forma de contar como si se estuviera pidiendo permiso.

La historia no es un relato del yo, tampoco un diario de viaje, es una ficción cargada de pesimismo y existencialismo propio de la vida de posguerra. Una trama bastante común que, cuando se la compara con la pareja de Paul y Jean, parece autobiográfica. En 1998, Bowles utilizó el prólogo de una reedición para desmentir que el personaje femenino estuviese inspirado en su mujer.

El cielo protector es una novela antropológica que utiliza la dinámica del viaje como metáfora de la vida y el descubrimiento. Una ficción que podría condensarse en ese poema de Borges, «El desierto». Primero como una certeza: «Si hemos de entrar en el desierto/ya estoy en el desierto/si la sed va a abrasarme/ que ya me abrase». Segundo como una posibilidad: «A un hombre lo dejó una mujer/ Resolvieron mentir un último encuentro/ El hombre dijo:/ Si debo entrar en la soledad/ ya estoy solo…».

(Continuará)

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