Sociedad

Los Beatles y el Hematocrítico

Miguel López, el Hematocrítico
Miguel López, el Hematocrítico. Foto: Olmo Calvo.

Noviembre de 2013. Un «señor» con barba y calvo lee un libro de mil páginas muy cerca del puerto de Vigo y va comentando sus impresiones en Twitter con el hashtag #eltochoBeatles: «Con 8 años castigaron a George Harrison por portarse mal en la fila», «El padre de John Lennon estuvo en la cárcel por robar un vestido de mujer de un escaparate estando piripi», «Continúo la lectura de #eltochoBeatles. Ya he avanzado bastante y los Beatles están a punto de nacer». Ese señor era Miguel López, el Hematocrítico. Quien, por cierto, siempre tenía un hashtag para todo. Gracias a ello, y a su amable pero afilado sentido del humor, se hizo un hueco en el corazón de miles de usuarios de internet a lo largo de más de una década. Hasta que, desgraciadamente, falleció el 27 de noviembre de 2023 de un infarto de miocardio a los cuarenta y siete años. «Hemato», como le llaman sus amigos virtuales que, por cierto, se contaban por multitud porque era un tío afable y cercano con todo el mundo, se caracterizaba por la pasión que desbordaba en todas y cada una de sus aficiones, que eran muchas. Como «El Hematocrítico del Arte» ponía subtítulos de humor absurdo a obras de la historia de la pintura, consiguiendo sacar una sonrisa pero también divulgar sobre arte a la manera «hematocrítica». Después acuñó la palabra «tróspido» comentando realities televisivos en Twitter. Pero también era un apasionado de los videojuegos, la literatura, los cómics o la música. Más concretamente, le fascinaban los Beatles. Y en especial Paul McCartney, de quien se proclamaba rendido admirador. Pues todas esas pasiones las abordaba pública y privadamente de la misma manera, con el sentido del humor y la buena onda por banderas. Ese día de noviembre de 2013, los ojos de Hemato, abiertos como platos, apasionados, devoraban, página tras página, Tune In (volume 1) de Mark Lewisohn, que sostenía como un niño sostiene un juguete nuevo y largamente deseado. 

Noviembre de 1958, otro puerto pero de Liverpool, en Reino Unido. Dos chicos con chupa de cuero negra, pantalones negros, pelo engominado y aspecto de querer meterse en problemas. Esperan a que llegue un barco que trae un tesoro que, para ellos, es muy especial. Por fin, el cargamento arriba a puerto y obtienen su botín. Abren un momento la bolsa y miran dentro. Es el nuevo single de Buddy Holly. No les importa nada más, tan solo la música. Así que es uno de los mejores días de sus vidas. Esos chicos se llaman John Winston Lennon y James Paul McCartney. Y son unos apasionados de la música, tanto es así que se hicieron amigos porque Paul era capaz de tocar «Twenty Flight Rock’» de Eddie Cochran. Y John tenía un grupo, los Quarrymen. Y Paul quería tocar en un grupo, como hacía su padre, Jim McCartney, que tenía una banda de jazz. A John, su madre, Julia, le había enseñado a tocar el banjo, pero solamente con cuatro cuerdas. Así que tenía mucho qué aprender, y muchas ganas de aprenderlo, porque dentro de él sentía la pulsión de utilizar la música como vía de expresión de todo su mundo interior. De modo que cada vez que llegaban barcos al puerto de Liverpool desde Estados Unidos, los chicos corrían a esperarlos ávidos por escuchar nueva música, apasionados por descubrir sonidos nuevos.

Cuando conocí al Hematocrítico, todo lo que hoy llamamos en internet era campo. Nuestras primeras interacciones, como no podía ser de otro modo, siempre tenían que ver con algún nuevo libro que uno de los dos hubiera descubierto sobre los Beatles. Y es que Miguel poseía una interesante y variopinta colección. Cuando no era una biografía de Paul, ya que era un fanático absoluto del bajista zurdo, era un libro que analizaba los aspectos técnicos de la banda o una recopilación de artículos. Pero, por lo general, Paul McCartney era el tema de conversación. De hecho tras su muerte quedó pendiente para siempre un charla en la que íbamos a repasar toda la carrera en solitario de Paul. Y estamos hablando de casi una treintena de discos. A partir de ese momento en que nos conocimos, pude asistir durante años a cómo la pasión de Hemato por los Beatles se manifestaba con una mezcla de inocencia, ilusión e insaciable curiosidad. Cada vez que Paul sacaba nuevo material, o se editaba un documental sobre los Beatles, Hemato aparecía y quería siempre más información. Cada dato nuevo que obtenía le hacía gracia, lo recibía con aspavientos y se lo llevaba a su terreno, el del sentido del humor, la vuelta de tuerca amable y la broma. 

A primeros de los años 60, los Beatles se habían hecho famosos no solamente por su música. Pensemos por un momento en los padres, y las madres, de esas y esos jóvenes que chillaban enfervorecidas ante su presencia. Esos chicos venían del norte de Reino Unido, de modo que no tenían modales refinados, poseían un acento marcado y venían de tocar skiffle. Un estilo musical que se tocaba con objetos que también se usaban para lavar la ropa. Por lo tanto, ni ellos ni su música tenían mucho glamur y no tenían muy claro que fueran una buena influencia para sus hijas, e hijos. Para colmo, John, Paul, George y Ringo eran descarados, usaban el sentido del humor y la fina ironía a la menor oportunidad. Incluso llegando al chiste faltón. Claro que ese era parte de su encanto, y del carisma que hacía que se metieran a todo el mundo en el bolsillo. «El monstruo de cuatro cabezas» les llamaban sus amigos, porque siempre que salían terminaban siendo el alma de la fiesta combinando las ocurrencias que se les ocurrían a unos y a otros. Pero el caso es que en el universo de los Beatles, en esa hermandad de cuatro personas que mantuvieron nueve años, el espíritu reinante no distaba mucho del que después tendría la comunidad de seguidores del Hematocrítico en Twitter: sentido del humor, sarcasmo, darle la vuelta a la realidad de una manera amable, acogedora, incluso diría que bondadosa. Las canciones de los Beatles, casi todas sus letras, eran también así. Podían ser psicodélicas a veces, pero casi siempre rezuman valores nobles como el amor fraternal. También hablaban de amor y desamor, claro, pero es que eran cuatro veinteañeros en los sesenta.

Así que sí, parece que los universos Beatle y Hematocrítico tienen distintos nexos de unión. Como la capacidad de ilusionarse y sorprenderse con el paso de los años, y una avidez por el aprendizaje y por el descubrimiento que pocas personas tienen. De hecho, Paul McCartney ha manifestado a lo largo de su carrera ser fan de artistas de lo más variado. Como Eminem, entre otros. Aunque este es uno de los más llamativos. Del mismo modo, la lista de cosas que apasionaban e interesaban al Hematocrítico creo que es inabarcable. Por lo tanto, no resulta extraño que su legado se haya recogido en un festival tan ecléctico como HEMATOFESTI, festival de literatura infantil y humor que se celebra del 6 al 10 de noviembre en Vigo. Dos temáticas que, por cierto, tienen también un largo historial de puntos en común y que definían perfectamente al homenajeado. Un festival en el que, por tanto, igual te encuentras una exposición, Hematocrítico Ilustrado, como sesiones de cuentacuentos o una gala de humor. Y, por supuesto, en el festival hay espacio para esos videojuegos blancos, amables, didácticos pero también un poco mordaces cuando quieren. Videojuegos hematocríticos, claro, como los de la franquicia Super Mario, de Nintendo. Hasta sesiones de juegos de mesa encuentras, y nada más y nada menos que en un museo de arte contemporáneo, el MARCO de Vigo, donde Iván R. presentará PORQUELANDIA, un juego diseñado por Ledicia Costas y él mismo en el que personajes de lo más variopinto se ven envueltos en situaciones estrambóticas. Algo que entronca muy bien con una de las iniciativas tuiteras de Miguel López, «Legends of Hemato». Un trasunto de «Elige tu propia aventura» disparatado en el que sus seguidores decidían mediante encuestas cómo continuaban las historias que él escribía. 

Pero el Hematocrítico y los Beatles tuvieron en común dos cosas fundamentales: la pasión, ya lo hemos dicho, y el sentido del humor. Que, junto con la bonhomía, son los materiales que se requieren para la genialidad. ¿Se puede hacer algo de manera excepcional? Sí, pero cuando se reúnen estos ingredientes el resultado es un legado artístico y creativo de esos que dan calor al corazón en los días más grises. Siempre desde el humor, que para Hemato era la mejor manera del mundo para hacer llegar un mensaje. Y si hablamos de Beatles y de humor… tenemos que hablar de los Monty Python. ¿Cuántas bandas, en la historia de la música moderna, tienen una película paródica? The Rutles protagonizan All you need is cash, un falso documental de 1978 dirigido por Eric Idle y Gary Weis y creado exclusivamente para televisión. Para la película, Neil Innes y Eric Iddle no sólo crearon una banda ficticia, sino que además llegaron a sacar un disco, parodiando éxitos de los Beatles, como Help!, que en este caso se acabó llamando Ouch. Un mockumental de humor absurdo, en el que el propio George Harrison aparece como reportero de informativos impasible mientras a sus espaldas decenas de personas desvalijan la sede principal de Apple, la empresa que crearon los Beatles para proteger sus intereses. Tema aparte sería la rivalidad de esta marca con la otra Apple, la de los ordenadores. Era tan estrecha la relación que había entre el humor y los Beatles, y en este caso, más concretamente con George Harrison, que financió por completo La vida de Brian, después de que en EMI leyeran el guion con el rodaje a punto de comenzar y decidieran retirar la inversión. Como bien dijo el más joven de los Beatles, fue «la entrada de cine más cara de la historia». Pero eso no quiere decir que el resto de los chicos se quedasen a la zaga en cuanto a sentido del humor. Lo que pasa es que eran británicos, y a priori a nosotros no nos parece que tengan tanta gracia. Del mismo modo, era inesperado que un coruñés fuera tan gracioso como Hemato. Así que creo que todo al que le gusten los Beatles debería celebrar la vida y el legado del Hematocrítico, porque pocas maneras más hermosas hay de vivir una afición que cuando tu corazón y tu mirada se llenan de luz al descubrir una nueva canción, un nuevo matiz, un nuevo mensaje en su música. Como dice Pancho Varona, «todos los días escucho a los Beatles, todos los días aprendo algo, todos los días me hacen feliz». Algo que por cierto, a mí y a muchos también nos pasaba con los tuits del Hematocrítico.

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