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Lealtad familiar y protagonismos de la propia vida

Lealtad familiar y protagonismos de la propia vida

Sueño: soy el padre de mis padres

Llego al portal de casa de mis padres. Está iluminado con la luz de la mañana. Entro con mi propia llave y ellos están al fondo, en la zona del ascensor. Se sorprenden al verme allí. Vienen corriendo hacia mí como si tuvieran veinte años. Es un portal muy profundo para un edificio tan modesto como ese.

Mi madre me abraza y expresa su alegría de verme como nunca. Se muestra activa e infantil.

Me cuentan cosas de sus hermanas, mis tías, que no recuerdo. El trasfondo es la alegría de estar juntos. Me tratan como si yo fuera su padre.

El portal está lleno de muebles y cosas de la casa como si se fueran a trasladar, poco a poco la zona se va amueblando con armonía y parece que viven allí mismo.

Mi padre viste un batín verde oscuro con dibujos árabes negros muy llamativo. Su pelo también está extremadamente poblado y ondulado. Tiene el porte de un galán de cine italiano de los años cincuenta, como Marcelo Mastroiani o Vittorio Gasman.

La pared proyecta la sombra de un árbol del exterior que nunca ha existido en ese lugar.

Me despierto viendo ese árbol a través de mi ventana y quedo fascinado por la escena. 

Tengo la impresión de que me tratan como si ellos fueran mis hijos. Creo que me escapé de aquel portal para soñar este sueño en la ventana de mi casa.

(Denia, 5 de septiembre de 2010)

Lealtades invisibles

La pregunta esencial para explorar la lealtad es: 

¿Qué tenía que hacer yo, antes de los siete años, para que mi padre y mi madre me miraran y me tuvieran en cuenta? 

Nuestros antecedentes nómadas nos convierten desde niños en personas que necesitan ser tenidas en cuenta y aceptadas para que la tribu no nos olvide cuando emprende la travesía. Un fracaso en esto puede suponer el abandono y en consecuencia, la muerte. Por ello, el niño hace lo que sea para ser tenido en cuenta, incluso por encima de la propia voluntad. Aunque el riesgo de abandono no exista, nuestra memoria colectiva nos lo recuerda.

La primera parte de la vida es de la tribu, la segunda parte es del individuo.

En ocasiones, la palabra es más expresión de lealtad que de pronunciamiento de la propia voluntad. En momentos significativos de la vida, como cuando la muerte está presente, la palabra se refiere a lo que el clan espera de nosotros y nos hace parte de él.

A menudo tenemos la impresión de que nuestra vida se rige por el impulsor de un guion cinematográfico. Esto ocurre especialmente cuando entramos en estrés. 

En momentos de cierta tensión nos decimos a nosotros mismos cosas como: 

—Sé ordenado. 

O bien: 

—No des problemas. 

O también: 

—Cálmate… 

Estos automandatos suelen tener su origen en lo que de niños notábamos que nuestra familia esperaba de nosotros. Sobre todo, cuando no nos lo expresaban verbalmente.

La vida dispone de un diseño previo en el que está prevista la lealtad y también la despedida de nuestros mayores. Si el vínculo estuviera basado solamente en lo que la comunidad espera de nosotros, no podríamos desarrollar nuestra vida y la intuición que tenemos acerca de lo que deseamos desarrollar en ella. El respeto al propio mandato vital debe tener un lugar egocéntrico, que va creciendo con el transcurso del tiempo.

La vida se conduce en la paradoja de inserción y desapego. En cada fase vital prevalece un aspecto o el otro. La evolución nos orienta al pensamiento y la existencia libres que nos permitan desarrollar nuestro propio mandato. Por eso, a veces repetimos algunas experiencias que no significan lo mismo para nosotros debido a nuestra propia evolución.

Relato: segunda visita

Pañuelos planchados y ordenados, calcetines doblados con cuidado como él me enseñó a mí de niño. Relojes viejos que funcionaron en otro tiempo. Objetos recogidos en viajes, mejor en bares de los viajes, recuerdos, saleros, palilleros, llaveros. Restos de medicamentos olvidados, afortunadamente. 

Todo geométricamente colocado en el cajón, también en el de abajo y en el de abajo. Me traslado al armario y abro sus puertas. La ropa cuelga de las perchas en líneas de tela paralelas hacia el suelo. Todo cabe perfectamente, ninguna camisa padece angosturas.

Cuando estoy enmimismado puedo experimentar varias edades. El hombre que soy ahora ante las cosas personales de mi padre muerto hace unos días convive con el niño que se acercaba con curiosidad a explorar la vida secreta de los cajones de mi padre.

Durante muchos años me alejé de esa alcoba, de ese despacho. En la adolescencia quise ver el mundo exterior y creí que tenía que negar aquellos cajones. Ahora sé que hubiera bastado con alejarme y volver de vez en cuando. Sospecho que esta tristeza mía latente tiene que ver con esa lejanía.

Ahora vuelvo en segunda visita, en segunda intención. Mi fascinación por los objetos de mi padre continúa. Sin embargo, ahora que ha muerto, también tengo que decidir cómo nos deshacemos de todas estas cosas.

(Valencia a 3-VII-2011)

Es importante agradecer lo recibido por nuestro árbol genealógico. Del mismo modo que también es esencial el desapego respetuoso de la comunidad para generar nuestra propia vida.

Patrón de trance: despedida de los padres

Imagina que llegas a un camino, piensa que eres pequeño y haces un camino de la mano de tu papá y dile mientras caminas con él lo que te gustó, lo que te preocupó, lo que te hizo daño… de pequeño con dos años, con tres, con cuatro, de más mayor, más mayor… mientras caminas de su lado.

Nota cómo te mira tu papá mientras le cuentas eso, cómo reacciona, qué te dice.

Y vas cada vez más adelante y le cuentas cosas mientras observas sus reacciones.

Hasta que el papá enferma y vislumbráis una luz delante de vosotros. Él se va metiendo en esa luz. Esa luz le lleva al país de los muertos.

Le acompañas hasta que te despides de él y le dejas marchar.

Observa a tu pareja, a tus hijos que te esperan fuera de esa luz. 

Esencial, que la o el cliente le deje ir y regrese y que note que su familia le espera. 

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