La edad dorada de la animación española fue abanderada por BRB Internacional, una productora cuya característica fundamental era cierta querencia por añadir ratones en todas partes. Pero empecemos por el principio.
Cuando se habla de la calidad de las series españolas, uno tiende a olvidar que hubo gente como Cruz Delgado y Claudio Biern Boyd. El primero firmó auténticas maravillas como Don Quijote de la Mancha o Los Trotamúsicos, mientras que al segundo le debemos D’Artacán o David el gnomo (y su no menos genial spin-off La llamada de los gnomos). Todas eran adaptaciones de obras literarias, de Cervantes a Alejandro Dumas, y mostraban un sorprendente respeto por el material original, hasta el punto de que muchas de ellas siguen siendo, a día de hoy, las adaptaciones más fieles que se han hecho de sus respectivas fuentes. La vuelta al mundo de Willy Fog, surgida a partir de la novela casi homónima de Julio Verne, es una de ellas.
Como era habitual en otras series de la época (del Sherlock Holmes de Miyazaki a D’Artacán), los personajes de la novela original se convertían aquí en animales antropomórficos. No nos vamos a poner aquí a analizar la coherencia en la jerarquía de subespecies animales en los dibujos animados, que nos daría de bruces con el absurdo de la célebre «paradoja de Pluto», sobre la que los más eminentes filósofos han sido incapaces de ponerse de acuerdo. Lo que nos interesa es un rasgo concreto de la zoología audiovisual española. Porque, aun con la mencionada fidelidad de estas series a las novelas originales, ni los mosqueperros ni el gentleman viajero se libraron de una sacada de la manga que, de haber existido internet, habría puesto en pie de guerra a los fans puristas, si es que las obras de Dumas y Verne tuvieron alguna vez tal cosa.
Y es que donde D’Artacán tuvo a Pom, Willy Fog tuvo a Tico. Con toda la fidelidad a la obra de Verne, el bueno de Claudio Biern Boyd no se pudo resistir a meter una pincelada de color local con la presencia del ratón. Además, con ello venía a continuar la noble tradición de meter con calzador un personaje hispano en las adaptaciones de La vuelta al mundo en ochenta días: si la célebre versión cine matográfica de 1956 le daba al mayordomo francés Passepartout los rasgos y dejes mexicanos de Mario Moreno «Cantinflas», los dibujos no se quedaban atrás otorgándole a Rigodón (parisino, esta vez sí) un compañero diminuto y andaluz. La sarta de tópicos regionales encarnada por el personaje difícilmente pasaría hoy el filtro. O quizá, quién sabe, se convertiría directamente en un rompetaquillas, a lo Ocho apellidos vascos pero con gracia. Porque por encima de las consideraciones de estereotipos o de humor fácil, una cosa es indudable: la mezcla funcionaba.
Pero no acaba aquí la reflexión animalista. Apuntaos un tanto, amantes de los gatos: en Willy Fog, los buenos, roedor sevillano aparte, son un león, un gato y una pantera: todos felinos, mientras que los antagonistas son de origen canino: perros y lobos que, por distintos motivos e intereses, intentan dar al traste con la apuesta del señor Fog de viajar de Londres a Londres por el camino más largo.
Mientras tanto, cada parada del itinerario ofrece nuevas oportunidades para la exaltación de la amistad, pero no de esa que viene acompañada del Asturias, patria querida, sino de la que se complementa con canciones de Mocedades. Sin ánimo de ponernos nostálgicos, ¿quién puede olvidar aquella mítica «Sílbame» con la que se cerraba cada episodio? Y es que la edad dorada de la animación española no escatimaba en gastos, y tan pronto te contrataba a Juan Pardo para componer el «Sancho-Quijote» como te sacaba un disco entero cantado por los de Vizcaya loando a Fog, a Rigodón y hasta al continente americano en pleno. Porque, ¿por qué no? Un trayecto que acaba con un golpe de guion que ríete tú de El sexto sentido (nos guardaremos el spoiler, que nunca se sabe), y que hace de La vuelta al mundo de Willy Fog un viaje redondo, que acaba donde empezó pero mucho más lejos. Porque el que vuelve de un viaje siempre es mejor y más sabio que el que partió.
De guaje, lo que me pareció de mérito es que Dix, bully y transfer, sin un puñetero duro dieron la vuelta al mundo a la misma velocidad que Willy Fog.
Es curioso que Juanma hable de topicazos regionales y acto seguido caiga en lo mil veces trillado del himno de Asturias como himno de los borrachos.
«Pon así la boca como si fueras a beber
Ve soltando el aire poco a poco y a la vez».
Y sí, el girito final del libro es de los mejores golpes jamás pergueñados.