¿Cómo puede ser que uno de los sitios más reconocibles del mundo sea, a su vez, el lugar donde más desubicada te puedas encontrar? Esto es lo que les sucede a los protagonistas de La cocina. La última película de Alonso Ruizpalacios transcurre en The Grill, un restaurante para turistas en pleno Times Square. Sin embargo, por muy cerca que se encuentren de la famosa plaza, los protagonistas apenas saldrán del subsuelo donde se ubican las cocinas del restaurante en el que trabajan casi sin descanso preparando platos para los visitantes que quieren vivir «la experiencia New York».
Tras haber ganado el premio al mejor largometraje y al mejor guion en la Berlinale con dos de sus obras anteriores, Güeros (México, 2014) y Museo (México, 2014), Alonso Ruizpalacios estrena el próximo 8 de noviembre la adaptación de la obra teatral también titulada La cocina, de Arnold Wesker, incorporando en la película parte de sus vivencias de cuando trabajaba de friegaplatos en Londres para poder pagar sus estudios de cine. En este largometraje, el director sigue apostando por la unión entre su estilo formal tan personal y un acercamiento a la temática social. Así, las primeras imágenes de La cocina, con la obturación tan lenta que se difuminan los contornos, acompañan a Estela (Anna Diaz) el mismo día en el que llega a Nueva York. Como los migrantes que a principios del siglo pasado desembarcaban en Ellis Island, Estella llega en barco desde México. Completamente desorientada, consigue encontrar el restaurante donde, de manera ilegal, ya trabaja su primo. Como sucedía en Güeros diez años atrás, es Estela quien ejerce de guía durante los primeros minutos de la película para después pasarle el testigo a su primo Pedro (Raúl Briones) y a su amada Julia (Rooney Mara), los verdaderos protagonistas de la película.
La cocina se construye alrededor de todo el bullicio y caos que supone el servicio de comida en un restaurante con tantas mesas. Por eso la película traduce formalmente los cambios de ritmo que se dan en el restaurante: cuando la actividad en la cocina es frenética, el formato es estrecho, mientras que cuando los trabajadores tienen el descanso en el que se fuman el cigarrillo, el tiempo se dilata y el formato se expande. Y no solo cambia la pantalla, incluso la obturación jugará de nuevo un papel dentro de todo ese caos, emborronando la película cuando esta llegue a uno de sus puntos álgidos.
¿Y por qué un sándwich no nos parece tan apetecible si lo vemos en blanco y negro? Alonso Ruizpalacios ha declarado que uno de los contrastes que le interesaban de esta historia era el demostrar lo duro que trabajaban estos personajes para elaborar unos platos que ellos no querrían comerse. No hay duda de que el blanco y negro cambia nuestra perspectiva de la comida. Pero no solo afecta a esto, sino que supone una estilización de todos los elementos de la pantalla. Además, la eliminación de los colores simplifica la imagen. Teniendo en cuenta que uno de los temas de la película es también el racismo, el blanco y negro facilita una expresión directa del colorismo, puesto que los personajes se considerarán más sospechosos cuanto más oscura sea su piel. El director también expone otra capa de discriminación que no es visible al contraponer personajes étnicamente del mismo origen, pero que se encuentran en situaciones muy diferentes porque todavía en Nueva York no es lo mismo ser latino si tu pasaporte es verde o azul. Casualmente, estos son los dos únicos colores que rompen con el blanco y negro del resto de la película, y lo hacen en dos momentos determinantes del relato, trasladando la historia a un territorio enigmático.
Pero si la personalidad del film pudiera concentrarse en un único momento, este tendría que ser el largo plano secuencia del servicio de comidas. Da la sensación de que la película está construida para llegar a este instante, porque aquí, cuando el caos es mayor y los malentendidos son más graves, es cuando la cámara adquiere un mayor dinamismo en una compleja puesta en escena en donde todos los personajes se cruzan y las voces se solapan hasta que un desliz acaba por sumergir (literalmente) la cocina del restaurante a una dantesca paranoia colectiva. Tanto esta secuencia como toda la película son ejemplo de la puesta en escena extremadamente formalista del director. Uno de sus rasgos distintivos es, precisamente, la unión que hace entre una forma cinematográfica muy precisa con una temática social, alejándose de una de las tendencias cinematográficas más importantes en la que se busca insertar la realidad en la propia imagen mediante una forma fílmica naturalista.
Otro de los elementos más interesantes de La cocina es que su trama está salpicada por hechos que, a pesar de ser falsos o equívocos, afectan a sus personajes y de los que tienen que sufrir sus consecuencias: como cuando Estela consigue su trabajo porque la confunden con otra candidata, o cuando todos los trabajadores son interrogados por un dinero que en realidad nunca fue robado. Incluso elementos más íntimos como el propio embarazo de Julia está rodeado de incertidumbre. Ruizpalacios inserta así en La cocina la ausencia de certeza en la que muchos migrantes viven su día a día en ciudades como Nueva York (pero también Madrid o Barcelona). Pero destaca como uno de los momentos de mayor lucidez en la película el intercambio de insultos con el que los trabajadores bromean antes de empezar a trabajar. Cada uno desde sus puestos y en su propio idioma se insultan unos a otros, intentando enfatizar sus diferencias para así encontrar su identidad propia. El tratamiento de los idiomas y de sus relaciones es uno de los puntos en los que el director mexicano se acerca más a esa realidad de los migrantes, para los que la vida siempre es más difícil, porque el mismo hecho de hablar en otro idioma es agotador.
Es posible que La cocina se perciba de manera muy diferente dependiendo del país en el que se vea. En todo caso, la película nos apela a todos los habitantes de las sociedades pluriculturales, los migrantes y los que no, para que nos preguntemos cuáles son las consecuencias del día a día de nuestra forma de vida.
Creo que si tuviéramos que definir a Alonso Ruizpalacios con una palabra esa sería «energía». Me acuerdo de la energía de sus protagonsitas en «Güeros», esa fabulosa película (también con Raúl Briones en un papel menor), sobre unos chavales universitarios que deciden buscar a una leyenda del rock. Y qué valentía haciendo continuamente todos esos giros tan impredecibles. Parece que la película va a ir de una cosa y acaba yendo de otra totalmente distinta. La verdad que hay ganas de ver «La cocina». Y encima con Rooney Mara, sin duda una de las mejores actrices del momento.
Ganas de ver la película. La hostelería se ha convertido, no sólo en una metáfora de la sociedad actual, la división entre los que sirven y los que disfrutan, sino en el inquietante y duro horizonte profesional mayoritario en este país. Sin embargo, las comedietas habituales nos presentan esta realidad frívolamente. Por fin algo distinto.
Me sumo a las ganas de verla. Me parece muy interesante. Aún en la infancia, la aceptación de la sumisión, de los mandatos de los jefes, del desprecio y la jerarquía porque vas a tener el privilegio de trabajar con ellos, es difundida, fomentada y aceptada en prime time.
El sueño americano en blanco y negro en un intenso ambiente de trabajo en una cocina es una forma perfecta para expresar la dura realidad de los migrants. Estoy deseando verla.