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Internet Explorer: elogio de la lentitud

internet explorer elogio de la lentitud

El 15 de junio de 2022, a través de un post publicado en el blog oficial de Windows, se informaba que Internet Explorer, el navegador que utilizaron millones de personas para ingresar a la web por primera vez, iba a dejar de funcionar. «Nuestra historia, en muchos sentidos, también es la historia de internet y lo que ésta ha permitido hacer a personas y organizaciones de todo el mundo», decía el texto de despedida, firmado por Sean Lyndersay, gerente general de IE. «Pero la web ha evolucionado y también los navegadores. Las mejoras incrementales de Internet Explorer no pudieron igualar las mejoras de la web en general, por lo que comenzamos de nuevo», añadía para luego detallar la llegada de Microsoft Edge, el nuevo navegador de la empresa.

La segunda cita encierra más de lo que parece a simple vista, pero volveremos a ella más adelante. Internet Explorer surgió a mediados de la década de 1990, cuando la World Wide Web comenzaba a ganar espacio en los medios. Por aquellos años era asunto de entendidos, nerds y especialistas informáticos que le proyectaban un gran futuro, aun cuando menos del 1 % de la población mundial estuviera conectada. Y no la tenían fácil cuando les llegaba el turno de explicarla. Ya es célebre la entrevista que le hizo David Letterman en 1995 a Bill Gates, entonces aún CEO de Microsoft, para que le contara sobre «esa gran nueva cosa» que era internet. El empresario ofreció algunos ejemplos básicos y poco atractivos, que fueron rebatidos con humor por el conductor.

El concepto detrás de internet —permitir a cualquiera conectarse con otros a través de servidores— era algo novedoso y potencialmente revolucionario, pero como toda abstracción necesitaba de una bajada metafórica para que pudieran comprenderla quienes no estaban familiarizados con el asunto. Y allí entró en juego la idea de la exploración: la web permitía explorar el mundo desde una computadora. O al menos una forma nueva de mundo, uno digital, en dos dimensiones, con el texto como lenguaje principal y el monitor como ventana. «Nuestro mundo está a la vez en todas partes y en ninguna parte, pero no está donde viven los cuerpos», decía en un momento la Declaración de independencia del ciberespacio, un manifiesto que el ciberactivista John Perry Barlow presentó en Davos a comienzos de 1996, con el objetivo de crear una internet soberana, sin las interferencias de los gobiernos.

A los medios les atrajo esa idea de exploración de escenarios digitales, y así comenzaron a publicarse artículos e informes sobre internet con palabras como navegar, surfear, internautas, puerto, ancla o deep web, que daba la noción de algo profundo, oculto, que requiere conocimiento y herramientas especiales para poder ser visto. Por supuesto, también estaba el e-mail, una forma de mensajería ultrarrápida que tomaba prestada la imagen del correo de cartas y postales.

El nuevo mundo

Más allá del sistema operativo que tuviera una computadora, para visitar ese mundo era necesario contar con un navegador, un software que permitía acceder a la web (técnicamente, un programa que puede interpretar el código en el que está escrita una página). Internet Explorer no fue el primero (antes estuvieron Mosaic y Netscape, entre otros), pero el hecho de que ya viniera instalado en el popularísimo Windows 95, lanzado al mercado por Microsoft con una gigantesca campaña de marketing, ayudó a que fuera ganando una porción de mercado cada vez mayor. La primera versión de IE duró pocos meses y tuvo un desempeño modesto, con algunos entusiastas, pero cuando se actualizó a su versión 3.0, en agosto de 1996, las cosas cambiaron.

En menos de un año, el navegador de Microsoft ya era usado por el 30 % de los internautas, y ese porcentaje comenzó a aumentar a medida que más y más personas alrededor del mundo se subían a la ola de internet, que ya nadie discutía como el gran invento de fin de siglo. Todos hablaban de ella, todos querían formar parte: programadores, empresas, medios de comunicación, celebridades. En cuestión de meses, la web se ganaba su lugar en la cultura de masas con una presencia que parecía ser ubicua. En las entrevistas televisivas, ya no solo hablaban de ella los especialistas, sino cualquier otra figura pública que mostrara interés. «¿Cuál es tu relación con internet?», «¿Ya tienes tu sitio personal?», «¿Chateas? ¿Cuál es tu usuario de ICQ?», solía preguntar el reportero cuando surgía el tema.

En 1999, David Bowie declaraba en el programa Newsnight, de la BBC, que internet era el nuevo rock ‘n’ roll. «Creo que ni siquiera hemos visto la punta del iceberg; el potencial de lo que internet hará a la sociedad, tanto lo bueno como lo malo, es inimaginable», dijo el artista, ante la mirada perpleja del conductor. Y después agregó una idea que, con el tiempo a nuestro favor, podríamos calificar de visionaria: «El estado del contenido va a ser muy diferente a cualquier cosa que podamos imaginar en este momento. La interacción entre el usuario y el proveedor aplastará nuestras ideas acerca de qué se tratan los intermediarios».

Se aproximaba el 2YK y, al menos en lo que correspondía a este nuevo mundo, el entusiasmo le llevaba bastante ventaja al escepticismo. Internet permitía interactuar con personas de muchos países, acceder a información que era casi imposible de conseguir en las bibliotecas locales, e incluso obtener álbumes y películas que no habían tenido distribución en ciertas regiones del mundo, gracias a la maravillosa y no siempre legal cultura de las descargas. Eso daba lugar a nuevos especialistas, por lo general gente joven, porque aquello que antes costaba años descubrir, quizás a través del desplazamiento por diferentes geografías, ahora llevaba apenas unos minutos, sin salir de casa. Era un territorio lleno de aventuras, y el vehículo para atravesarlo, la vía de acceso, eran los navegadores, con Internet Explorer al frente: cuando empezó el siglo XXI, ya era el más popular de todos. 

Es probable que uno de los primeros artistas que advirtió el choque entre el viejo y el nuevo mundo, esa suerte de aceleración cultural, haya sido James Murphy, líder del entonces incipiente grupo neoyorquino LCD Soundsystem. Publicado en 2002, el primer sencillo de la banda, una especie de punk avant garde titulado «Losing My Edge», era un réquiem para la generación analógica, con motivo de la llegada de chicos formados por la cultura web. La letra habla de esa juventud que sabe tanto como el narrador acerca de bandas legendarias, como Blondie, Can o Liquid Liquid, solo que llegaron a ellas a través de internet, descargando sus discos y leyendo bios en páginas dispersas. Eran chicos que no habían ido a sus conciertos, no se habían emborrachado en un club con esa música de fondo. «Yo estuve ahí», recita una y otra vez la voz en «Losing My Edge», cuya traducción sería algo así como «Perdiendo mi ventaja».

Losing My Edge

Una lógica similar podría aplicarse a Internet Explorer. ¿En qué momento perdió su ventaja el navegador más popular de aquellos años? La historia de su derrumbe debe comenzar necesariamente en el pico de su popularidad: 2004, cuando alcanzó el 95 % de porción de mercado. El logo del navegador, una E minúscula de color azul rodeada por una estela amarilla, aparecía no solo como un ícono en los escritorios, sino que funcionaba casi como sinónimo de internet, decorando carteles de cibercafés y publicidades. Al igual que Windows, su liderazgo daba la impresión de ser una fortaleza. Pero detrás se venía gestando una tecnología que los tomó desprevenidos y no tuvieron los reflejos necesarios para afrontar.

La década del 2000 también fue la de la masificación de los teléfonos móviles y la de la web 2.0, una actualización de internet que permitía a los usuarios («internautas» ya sonaba viejo) navegar y también publicar contenido, sin necesidad de ser expertos en coding. Así llegaron los blogs, YouTube y redes sociales como Facebook y Twitter, que alentaban a cualquier persona a mostrar lo suyo, a compartir sus ideas con todo el planeta. Si antes era posible explorar el mundo digital a través de una ventanilla, como un testigo silencioso, ahora los navegantes también tenían la posibilidad de dejar su huella.

Es posible que no exista un único hecho que simbolice ese eje en la cultura web, pero uno de los que mejor lo representa es la llegada del iPhone de Apple, en 2007, porque instaló una forma de navegación, sobre todo a partir de sus versiones sucesivas, que anticiparía el uso que se mantiene hasta la actualidad. Es decir, a través de apps, saltando entre una y otra, con el uso de los navegadores como algo secundario. Por eso cuando Sean Lyndersay decía en el post de despedida de Internet Explorer que la web había evolucionado, posiblemente hacía referencia a ese momento en el que su producto no pudo acompañar esos avances.

No lo planteaba explícitamente en el texto, pero esa demora fue el comienzo del fin para el navegador, aun cuando su partida se haya producido en un lento fade out. Menos diplomático para explicar el fracaso fue Ben Slivka, desarrollador original del Explorer y una figura importante para los primeros años de internet. Alejado de Microsoft desde 1999, en su blog personal tiene publicada una entrada que se titula «Internet Explorer: A brief history», en la que ofrece su visión de los hechos. Allí revela, entre otras cosas, que el principal artífice del fracaso fue Steve Ballmer, que había asumido como CEO de la empresa en reemplazo de Gates.

El nuevo director tomó una decisión arriesgada y a contramano de los tiempos: quería tener un sistema cerrado, en el que el software desarrollado por la empresa solo corriera a través de Windows. Si bien era algo que le había funcionado a Apple en su momento, internet tenía una filosofía más democrática y abierta. En palabras de Slivka, Ballmer quiso «jugar a la defensiva» y promover Windows y Office en internet, sin la posibilidad de intercambios con otros sistemas operativos. Poco tiempo después llegarían navegadores mucho más útiles y amigables, como Firefox, y desde luego Chrome, desarrollado por Google, que para 2012 ya era el más usado, un liderazgo que mantiene hasta hoy. En materia de smartphones, además, Microsoft tampoco pudo pisar fuerte frente al iOS de los iPhone y Android, también propiedad de Google.

Un navegador para nostálgicos

Por sus fallos constantes y, principalmente, las demoras en cargar páginas, a contramano de una era cada día más rápida para la web, en los años previos a su desaparición Internet Explorer se transformó en meme, un consumo humorístico de generaciones mucho más habituadas a navegar con dispositivos móviles que con computadoras de escritorio. «El navegador más usado… para descargar otros navegadores», rezaba un chiste que circulaba ya entrados los 2010, cuando Explorer aún existía pero se usaba cada vez menos. 

Como una manera de ratificar esa presencia fantasmal en internet, su icónico logo azul, al igual que el de Windows 95, formaría parte de muchas obras del movimiento vaporwave. Se trata de un género alimentado por la nostalgia milenial, muy propio de la cultura web, que proyecta escenarios en los que tanto la música como la imagen son manipuladas para escucharse y verse más lentas y opacas, como si hubieran sido pasadas por un filtro que las añejara. Y si bien es una estética sin bajadas de línea explícitas, en las canciones y videos de vaporwave sobrevuela una crítica al capitalismo acelerado de estos tiempos, porque representa una mirada melancólica de los últimos años del siglo XX, justo antes de que los teléfonos móviles lo dominaran todo, allí cuando el Explorer y las promesas de libertad que traía internet daban sus primeros pasos.

Si lo vemos así, hay algo en su lentitud que tal vez pueda enseñarnos algo.

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2 Comentarios

  1. «- ¿Para qué sirve Explorer? – Para bajar Firefox.» empezó a circular de forma casi inmediata, el 2004 o 2005. La diferencia con Explorer era notable. Me cambié a Firefox el 2004 y unca más volví a preferir IE, pero dicen que alrededor del 2020 llegó a ser bastante pasable.

  2. Que tiempos aquellos….

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