Se dice de Ibn Battuta: «es el Marco Polo musulmán».
¿Qué epíteto es ese? ¿Qué significa? ¿Qué esconde?
Esto se trata de un hombre y cada hombre es singular.
Se trata de un viaje y cada viaje inaugura sus caminos. Únicos. Propios.
Se trata de un libro y ya sabemos lo que es cada libro. Un mundo.
Hay un hombre, un viaje, un libro, como lo ha habido tantas veces, pero cada historia es irrepetible.
Vamos al comienzo.
Ibn Battuta nació en la costa del estrecho de Gibraltar, en lo que hoy es el norte de Marruecos, concretamente en Tánger, en el año 703 de la Hégira —1304 para nuestro calendario—. Hizo el viaje más extenso del que se haya tenido conocimiento hasta esa fecha.
Al final él regresa y tiene un libro. Aunque en realidad antes debió concebirlo, antes aún debió recorrer el mundo y antes —mucho antes, al principio— debió partir como si fuera a volver pronto a casa, la hermosa Tánger, construida por dioses. Lo que pasó entre el principio y el final es historia. También literatura.
Del nombre
El libro de Ibn Battuta se llama Regalo de curiosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes maravillosos, también Riḥla, nombre propio y común a la vez.
La riḥla es un viaje y también un relato. O, mejor, fue primero un viaje y después un tipo de relato que inauguró un género clásico de la literatura en lengua árabe. Durante el siglo XII se hicieron cada vez más frecuentes los desplazamientos desde el occidente del mundo islámico —el Magreb y Al-Ándalus— hacia oriente. Las razones más frecuentes de los viajes eran la peregrinación ritual a La Meca, los estudios en alguno de los grandes centros de saber del oriente musulmán —El Cairo, Bagdad, Damasco—, el comercio y la invariable ansia de aventuras que aqueja a los espíritus inquietos desde siempre y fue capaz de llevarlos hasta Persia, India, China y hasta la helada Rusia. Los periplos eran largos, accidentados, ricos en vivencias y novedades. ¿Por qué no contarlos? Y ya que estos viajes por etapas llevaban el nombre de rihla, también lo adoptaron sus crónicas.
Es una palabra múltiple, por lo tanto mágica. Significa: partida, emigración, itinerario, peregrinación, periplo, relato.
De la forma
El relato tiene su estructura prescrita por el género. Es en primera persona y se construye conforme al trazado del itinerario, de acuerdo con un orden cronológico y a la vez espacial. La descripción se convierte en el núcleo narrativo principal: pueblos, ciudades, costumbres, plantas, comidas, bailes, atuendos. Nada escapa al ojo del viajero.
Del precursor
Se dice que la primera rihla —la original— es la de Ibn Yubair, el valenciano, viajero andalusí que, sintiéndose culpable después de haber bebido vino en la corte de Granada, encaró su doliente peregrinación a La Meca. Doscientos años antes que Ibn Battuta. Visitó Alejandría, Medina, Kufa, Hillah, Nasibin, Harram, Alepo, Bagdad, retrató la vida cultural, política y religiosa de Oriente, documentó las Cruzadas. Todo en una trabajosa prosa rimada que sirvió de fuente e inspiración a los posteriores viajeros cronistas.
De los mapas
Hasta entonces, el mayor y más completo dibujo del mundo por entonces lo había hecho un musulmán. Al-Idrisi confeccionó en 1154, por encargo del rey normando Roger II de Sicilia, la Tabula Rogeriana que incluía la totalidad del continente euroasiático y el norte de África más una serie de anotaciones históricas y geográficas, producto de la observación directa en sus propios viajes por el mundo conocido. Aunque era un trabajo científico, el autor no se ahorró un nombre prometedor para su trabajo: El libro de los viajes placenteros a tierras lejanas o, según otras traducciones, El placer de aquel que anhela cruzar los horizontes. La cartografía de Al-Idrisi fue copiada por los geógrafos árabes prácticamente sin modificaciones durante los siglos posteriores. Y sin embargo a Ibn Battuta no le interesaban los mapas. Tampoco los tratados físicos y toponímicos. Lo que más le gustaba de los libros de geografía árabe eran esos abundantes párrafos con reflexiones sobre la civilización humana.
De la geografía
Qué maravilla la geografía de entonces. La ciencia de las longitudes y latitudes, la de los itinerarios y los estados, la que determina la posición de los países, la que ordena el comercio, el correo, las fronteras y las administraciones, la ciencia de las maravillas del mundo, también la de las personas. Los árabes cultivan la geografía humana y sagrada, la que es capaz de llevarlos hasta La Meca, la que extiende el islam y permite a cualquier musulmán sentirse en casa allí adonde vaya y ponerse bajo las órdenes de algún sultán, la que los lleva a adquirir la ciencia de las grandes ciudades de Oriente o hasta los mismísimos confines, donde después hay nada. La curiosidad, la imaginación, los prodigios. Todo está al alcance de la mano o, mejor, de aquellos pies capaces de andar por días y meses y años con un cuaderno entre sus ropas, apuntando todo. No todos pueden ni quieren hacerlo. Hay tantos peligros en el mundo. Mercaderes, embajadores, espías y peregrinos —viajeros todos— se cruzan en el camino. Duermen en conventos y morabitos, reciben comida, ropas y mantas. Tal vez algunos dinares de oro.
La rihla de Ibn Battuta sigue la geografía del poder.
Del mundo musulmán
El mundo que recorrió Ibn Battuta ya no era el brillante y esplendoroso que había retratado Ibn Yubair. Las Cruzadas habían acotado su territorio. En el margen occidental, Al-Ándalus se había reducido a Granada y Málaga y solamente pervivían restos de comunidades musulmanas en Cádiz, Jaén y Almería, cada vez más cercadas por el poder cristiano. En la zona oriental, los otomanos estaban penetrando en Asia y, promediando el viaje de Ibn Battuta, ya habían alcanzado la franja del Danubio; Egipto, Palestina, Líbano, Siria y Jordania estaban bajo el poder de los mamelucos y en el norte de Arabia se vivían grandes transformaciones tras la conquista de los mongoles, mientras que la pujante Irak sufría un gran declive, explicado por la presencia de tribus turcas en la zona. Ya hacía varios años que los europeos dominaban el Mediterráneo.
Del viaje
«Salí de Tánger, donde nací, el año 725 con el objeto de peregrinar a la Santa Casa y de visitar el sepulcro del enviado de Dios, solo, sin compañero con cuya amistad solazarme ni caravana a la que adherirme, pero movido por una firme decisión en el alma y porque el ansia de encaminarme a aquellos nobles santuarios anidaba en mi pecho».
Era el año 1325 del calendario occidental e Ibn Battuta parte, aparentemente, con el único objetivo de peregrinar hacia La Meca. Se dirigió a Egipto, la costa este de África y desde allí hasta la península arábiga para alcanzar su objetivo y sin embargo sigue adelante: la región mesopotámica y persa, los dominios de la Horda de Oro, Constantinopla, el Sultanato de Delhi, las islas del sur de Asia, la costa este de la India. Avanza y se detiene, pasa meses y hasta años en un mismo lugar. Se pone a las órdenes de emires, reyes y sultanes. Va por vía terrestre y marítima. ¿Cuántos barcos? ¿Cuántas caravanas? ¿Cuántos reinos y pueblos?
Del regreso
Emprende el regreso en 1347. Pasa por Tánger, Al-Ándalus y otra vez África, su casa. Pero, ¿hay algo así como el hogar después de tanto tiempo andando? Es más que un regreso, es un viaje en sí mismo. Marruecos ya no es lo que era. La peste negra que había arrasado Europa se hace sentir con fuerza del otro lado de Gibraltar. Las ciudades parecen arrasadas. En Fez conoce al sultán, quien se muestra muy interesado en todo lo que cuenta aquel viajero: quiere un informe sobre los lugares visitados. Solo dispone de su memoria y tiene muy poco interés por la escritura, por lo que el sultán encomienda la tarea al secretario de la corte. El granadino Ibn Yuzayy escucha los recuerdos del explorador y los pone por escrito «en obediencia a la noble indicación de dictar a un amanuense cuantas ciudades viera en el curso de sus andanzas, la narración de los acontecimientos peregrinos, la relación de los reyes del mundo con quienes se entrevistara y de los hombres más devotos de Dios».
Del libro
Todos coinciden. El libro de Ibn Battuta es una copia del que había escrito Ibn Yubair doscientos años atrás. ¿Quién es el responsable? ¿El viajero o el escribiente? La descripción de los templos y las ciudades, de las mujeres y las costumbres, de las cortes y los mercados; párrafos enteros reproducidos palabra por palabra. ¿A quién le importa la originalidad? ¿Cuántos están en condiciones de leer, comparar y contrastar? Y además, ¿quién se va a quedar con una aburrida descripción cuando puede haber además aventura, sangre, risas, curiosidades? Su protagonista tiene dos de los ingredientes imprescindibles para un cronista de viajes: la firme voluntad de moverse y el delirio de grandeza. Por eso su libro se hizo célebre. Pero para eso habría que esperar.
De la escritura
El relato es práctico y metafísico a la vez. ¿Lo fue también el viaje? Hay datos y reflexiones.
Ibn Battuta le da cuerpo y volumen a la rihla, alimentándola con su testimonio, pero quien organiza, escribe y otorga carácter estilístico es Ibn Yuzayy. El resultado es la mixtura de ambas voces: un libro bicéfalo. Hay detalles de la flora y la fauna, de las construcciones y la ingeniería, de los hombres, de los gobernantes y su burocracia, de los templos, los ritos y los milagros. Aunque haya perdido sus notas en alguna vuelta de su periplo —tal vez aquella vez que robaron sus ropas y pertenencias —, el viajero se acuerda de todo. ¿O solo recuerda lo que ha leído en otras rihlas? ¿O es el amanuense, con su pluma, quien carga de imágenes, acción y detalles a un simple compendio de itinerarios y lugares? ¿A cuál de ellos atribuir las mentiras y exageraciones? ¿A la época? ¿Al género?
De los hechos, datos y cifras
Ibn Battuta emprendió su viaje a los veintiún años. O a los diecinueve.
Recorrió el mundo durante veintiocho años. Tal vez treinta.
Durante ese período, hizo cuatro peregrinaciones a La Meca. Puede que hayan sido tres.
Su tercera peregrinación fue en 1330. O en algún otro momento.
Atravesar Turquía completa le llevó un día de marcha.
De Zafar a Calicut llegó en veintiocho días de marcha. Entre Baba Saltuq y «el último país de los turcos» hay dieciocho días de marcha.
En Crimea, un caballo cuesta un dinar.
En India, dos o tres.
En Yemen, entre mil y cuatro mil.
Una esclava virgen, en Rumí, se puede conseguir a cuarenta dinares de oro.
La escritura del libro llevó tres meses. O años.
Los kilómetros recorridos pudieron ser ciento veinte mil o ciento treinta mil. O menos o más.
Hasta la aventura de Magallanes y Elcano dos siglos después, Ibn Battuta fue la persona que más territorios exploró.
Murió en 1368. O en 1377. O en alguna fecha entre esos años.
No es posible saber cuántas personas leyeron la rihla de Ibn Battuta en su época.
Del descubrimiento
La fama de Ibn Battuta se demoró quinientos años. Algunos manuscritos empezaron a circular por fuera del mundo musulmán cuando los exploradores europeos se obsesionaron con África y el resto del universo árabe. Circularon los manuscritos, los eruditos y académicos revisaron línea por línea, detectaron plagios, inexactitudes, mentiras y, aun así, quedaron encantados con el descubrimiento: lo que tenían entre sus manos era testimonio del mayor viaje realizado en la Edad Media. Y llegaron las traducciones. A través del islam es el nombre de la rihla de Ibn Battuta en español y, como en cualquier relato de viaje, el lector encontrará un recorrido y un extenso marco geográfico. También encontrará a un hombre, siempre y cuando se esté dispuesto a aceptar que detrás del nombre de un viajero en la portada de un libro se esconden múltiples experiencias y que ese hombre es una invención literaria.