El pasado día 15 de noviembre se estrenó en los cines de España Gladiator 2, una película que parte de una premisa insuperable. Su antecesora de 2000 no puede calificarse solo como un filme. Es una obra de culto, un icono cultural contemporáneo, que para muchos, entre quienes me incluyo, está dentro las obras cinematográficas más importantes de todos los tiempos, con unos personajes y diálogos que se han quedado en nuestra mente de forma perpetua y creo que ello es así porque hemos podido entender lo que aquella película contenía, su verdadero trasfondo y su mensaje, que iba mucho más allá de la épica de los combates de gladiadores, como metáfora de la vida misma y de sus dificultades, empatizando e identificándonos con el gran Máximo Décimo Meridio, un luchador fuerte, noble y valiente frente al poder corrupto y la adversidad.
Es cierto que Gladiator 2 lo tenía muy difícil, de inicio, por el contraste al que iba a ser sometida necesariamente. Y lo que, desde mi punto de vista, se ha realizado con esta secuela es algo inteligente, siendo su director Ridley Scott consciente, como lo somos todos, de que la obra predecesora no admite comparaciones, que su sombra es ciertamente muy alargada y que va a cubrir y a opacar cualquier producción que quiera ponerse a su nivel. Por esta razón Gladiator 2 no pretende equiparar sus personajes con los de la predecesora; muy por el contrario, a aquellos personajes los mitifica, los pedestaliza, prácticamente los eleva a la categoría de dioses inspiradores, y yo considero que esto es un acierto. No es posible encarar una película como esta bien olvidando la anterior y presentándola como una producción totalmente ajena o bien no teniendo en cuenta, de alguna manera, al protagonista de la película de 2000. La cuestión es saber cómo encajarlo, respetando al personaje y a las emociones que entonces causó en el público. Considero que así se ha hecho: prueba de ello son los propios títulos iniciales del filme, en los que el tributo a Máximo es manifiesto y la sensación que como espectador he tenido al salir del cine.
Los personajes de esta secuela tienen unas características que voy a enfocar desde un punto de vista filosófico. La primera cuestión importante es el desdoblamiento del protagonista y del antagonista. Esta es, también, una forma de rendir homenaje al inmenso papel que interpretó Russell Crowe como Máximo en la primera película, y lo mismo puede decirse de Joaquin Phoenix como el emperador Cómodo. Esas interpretaciones son irrepetibles, y el peso y la personalidad que adquirieron ambos personajes ha dado lugar a que en la secuela tengan que ser, por ambos lados, dos intérpretes quienes asuman los roles que antes solo uno integraba.
Lucio y Acacio
En la película tenemos dos protagonistas, el hijo de Máximo, Lucio Vero (Paul Mescal), y el general Acacio (Pedro Pascal). Se ha recurrido a esta fórmula ante la perspectiva del peso de Máximo, al punto de que un solo personaje no sería capaz de estar mínimamente a su altura. El recorrido de Lucio y de Acacio supone, en ambos casos, una confrontación contra el poder político corrompido. Lucio, siendo hecho esclavo tras una batalla y haciéndose valer como gladiador y Acacio como general que observa que por parte de los emperadores, a los que más adelante me referiré, el pueblo y la propia Roma les importa bastante poco, primando su gloria personal y el mantenimiento en el sitio por encima de lo que sea. Los coprotagonistas son la vivificación de la ética pública, la encarnación, en dos partes, de los postulados éticos del estoicismo, como Máximo lo fue también en su momento. Sin dejar, los dos, de ser guerreros, su camino está regido por los fundamentos de la sabiduría (para saber cómo afrontar las batallas y escalar progresivamente hacia su objetivo, por cierto, elevado desde un punto de vista filosófico al querer trascender sus propios intereses y priorizar los del colectivo, esto es, los de Roma, haciendo una dejación de lo propio en beneficio del interés general), la fortaleza (pues ambos tienen la capacidad de sobreponerse física y mentalmente de las batallas), la templanza (interiorizando las arbitrariedades que se comenten con ellos y con el pueblo y llevándolas de una forma comedida y discreta, hasta el momento preciso en el que sus planes son ejecutados), y justicia (pues este valor es la luz de guía de ambos para todas sus acciones). En fin, dos personajes que se unen a lo largo del desarrollo de la película para obtener un buen fin superior a ellos: la materialización del sueño de Roma, el ocaso de la tiranía.
Geta y Caracalla
La misma situación se produce con los antagonistas (a priori) de la película. Ante la grandeza interpretativa presentada en el rol de Cómodo en Gladiator, ha resultado necesario innovar dado que muy difícilmente el carisma mostrado entonces se podría reproducir en esta ocasión. Por ello, se ha acudido a los emperadores hermanos Geta y Caracalla. Se podrá decir que la presentación de estos emperadores es la de dos histriones llegados al poder de una forma desconocida atendiendo a los acontecimientos del primer filme, y que estos roles son una práctica caricatura. Pues bien, no dejando de ser cierto que, a efectos de la película, sin duda se ha querido ridiculizar a estos emperadores, a modo de una pareja de botarates desquiciados que por desgracia tienen el destino de Roma en sus manos, esto también tiene un fundamento histórico y filosófico.
Geta y Caracalla son uno de los ejemplos de la deriva real del Imperio romano que le llevó a su desaparición, y que vino dada esencialmente por la corrupción política. Es un hecho que los emperadores que se fueron sucediendo a lo largo del tiempo eran cada vez peores, muchos de ellos incluso objeto de mofa si no fuera por lo anteriormente dicho, esto es, que en sus manos estaba el futuro de personas. Estos dos emperadores, en efecto, cuando reinaron, lo hicieron ya en una época de declive; entre ellos no se podían ni ver y uno estuvo detrás del asesinato del otro. El que quedó, Caracalla, aparte de las famosas termas, pasó a la historia no precisamente por sus bondades. La interpretación que realizan los actores Joseph Quinn y Fred Hechinger es histriónica a propósito, porque, efectivamente, se ha querido presentar al poder de entonces de una forma cómica, risible, pero a la vez terrorífica, pues se trataba de dos locos al frente de un imperio, y con el Senado como mera caja de resonancia de sus disparates. Esto ocurrió realmente, y se prolongó en el tiempo, dando lugar a que un gigante inamovible como era Roma terminara carcomido y con pies de barro, facilitando la caída a manos de quienes ellos mismos, de forma despectiva, denominaban «bárbaros». Hay aquí una innegable crítica atemporal al poder político, y estas interpretaciones me traen a la memoria, por ejemplo, al gran Peter Ustinov en su rol cinematográfico de Nerón, que estuvo en la misma línea de la que aquí se presenta, esto es, una parodia con un trasfondo terrible, o a Malcolm McDowell, quien asumió el rol de Calígula en la cinta del mismo nombre, en su caso incluso con un componente si cabe aún más explícito.
Macrino
Es este personaje la revelación del filme, el verdadero enemigo, si bien maquiavélicamente envuelto en las sombras. Denzel Washington lo interpreta de forma magistral, y asume el rol de un emperador que realmente existió, de origen africano, y que reinó tras Caracalla, después de una conjura, si bien por un corto espacio de tiempo. Lo grandioso del papel de Macrino en la película es el reflejo actual que tiene; por momentos se llega a perder la perspectiva de la época y pareciera que ese proceder mezquino e hipócrita, con las consecuencias que conlleva, tiene lugar en la actualidad, lo que ejemplifica que este comportamiento intrigante va más allá de la historia: el espectador no lo tiene como algo lejano, lo entiende muy bien porque, en verdad y tristemente, forma parte de la vida. Es la personificación de la falta de escrúpulos, de la manipulación encubierta, de la utilización de instituciones y de personas con un fin egoísta orillando completamente el interés general con el objetivo de llegar al poder.
Marco Aurelio
Para mí, aquí se encuentra el verdadero hilo conductor de la película, y el enlace con la anterior. No solo lo es desde un punto de vista referencial, pues de forma tan explícita como implícita la película se refiere al emperador filósofo en numerosas ocasiones, llegando al clímax cuando se exhibe el busto real del emperador en su juventud, que es el que conocemos históricamente. Máximo, en la primera película, era la encarnación de los principios estoicos, y en esta se comparten entre Lucio y Acacio. Todos ellos encarnan el sueño del Roma, la idea de un buen emperador que quería eliminar el imperio y establecer la república, haciendo que el Senado realmente ejerciera sus funciones y no fuera una mera comparsa de cualquier desviado que llegara al poder. La historia nos ha demostrado, y nos explica vivamente, que en la confrontación entre la filosofía y la política aquella no suele salir victoriosa, y que el hundimiento de sociedades y de la humanidad en su conjunto viene precisamente de esa desunión, pues en el momento en el que quien ejerce el poder tiene un concepto filosófico del mismo, necesariamente se elevará sobre sus propios intereses y velará por los de todos, como Platón ya sostenía, llegando a ser un auténtico hombre de Estado, no solo en la palabra hueca.
Al margen de licencias históricas, o del espectáculo que supone una película de esta magnitud, que cuenta con ciertos anacronismos que hay que entender dado el contexto cinematográfico (también los tenía la anterior) como la exhibición de animales exóticos para entonces o frases labradas en inglés en la piedra en unos tiempos de latín, el trasfondo de la película tiene su importancia, pues es una representación de acontecimientos que no están, para nada, tan atrás en tiempo. Es algo muy propio de todo lo que tiene que ver con Roma, con la cultura clásica, incluso cuando se versione de una manera un tanto flexible, como es el caso: no nos es ajeno, nos es familiar. Mi sensación al terminar la película fue la de haber visto una digna secuela, una continuación respetuosa y con un mensaje emocionante y para la eternidad que hay que saber apreciar.
No deja de ser irónico que a través de la boca de Macrino salga a colación el nombre de Cicerón, quien en su día dijo que «ningún buen ciudadano puede tolerar un poder que se crea superior a las leyes». Quedémonos con esto.