El próximo año se cumple el cincuentenario del inicio de la transición, el proceso de cambio de régimen político que acabó con la dictadura franquista y trajo la democracia que, con todas sus imperfecciones, aún disfrutamos en España. En estas cinco décadas se han editado sobre los hechos muchos libros de historia, biografías, memorias, diarios y ensayos. Numerosos programas de televisión incluso obras de teatro han abundado en lo ocurrido y un sinfín de reportajes y artículos de opinión se han publicado en prensa diaria y revistas. Hay información sobre aquel periodo histórico que aún no ha sido desclasificada y que se mantiene protegida por una Ley de Secretos Oficiales de 1968 que el actual gobierno pretende reformar. Las expresiones que se están manejando en el anteproyecto de ley para definir los plazos para hacer públicos los documentos, «cincuenta años prorrogables», o las multas de hasta tres millones de euros por difundir información clasificada no ofrecen muchas esperanzas de que en breve conozcamos nuevos datos sobre la transición. Con este material «secreto» bajo llave, y teniendo en cuenta que los protagonistas de aquel cambio político o han fallecido o, por su avanzada edad, empiezan a olvidar o a confundir lo ocurrido, no parece, en principio, que tenga mucho sentido editar algo más sobre la transición. Además, el asunto empieza a cansar a las generaciones más jóvenes. Con la guerra civil y la movida, la transición se disputa el primer puesto en el ranking de «asunto boomer» (aburrido, rancio, cargante) en redes sociales como Instagram o TikTok. A pesar de todo lo anterior, hace unos días se ha publicado un libro más sobre el asunto: Objetivo: democracia. Crónica del proceso político que transformó España Además, le han dado un premio (ESPASA de ensayo). A lo largo de sus 352 páginas no cuenta nada nuevo, pero, sin embargo, es un libro necesario, muy necesario.
Juan Fernandez-Miranda, el autor, es periodista (adjunto al director de ABC) y ha publicado otros tres libros: El guionista de la transición (Plaza & Janés, 2015), biografía de su tío abuelo Torcuato Fernández-Miranda; Don Juan contra Franco (Plaza & Janés, 2018), con Jesús García Calero, y El jefe de los espías (Roca editorial, 2021), junto a Javier Chicote. En este volumen que se acaba de editar analiza el periodo que transcurre entre el 20 de noviembre de 1975 (fallecimiento del dictador Francisco Franco) y el 15 de junio de 1977 (día en que se celebraron las primeras elecciones generales y democráticas después del franquismo). A partir de la segunda fecha, se puede aseverar que en España hay una democracia. Podemos discutir sobre la calidad o fragilidad de esa democracia, pero, desde el momento que hay elecciones libres y limpias; se respetan las libertades básicas; hay pluralismo político e ideológico y la soberanía reside en el pueblo, se puede afirmar que en España ya se había realizado y terminado con éxito el tránsito de una dictadura a una democracia. Aún no teníamos una constitución, pero lo que podemos llamar «transición esencial» —el cambio de régimen político— se había producido.
En aquellos diecinueve meses, se murió el dictador, se coronó un rey, se ratificó a un presidente de gobierno —que posteriormente dimitió— y se nombró a otro, se legalizaron los partidos políticos (incluido el comunista), se aprobó en las cortes la Ley de Reforma Política y fue mayoritariamente aprobada por el pueblo español en referéndum, renunció a sus derechos dinásticos el padre del rey, se declaró una amnistía, se liquidó de facto el Movimiento Nacional franquista y se eligió un parlamento por sufragio universal. Todos estos hechos fueron responsabilidad de una serie de personas a las que podemos llamar protagonistas del proceso de cambio de régimen. Juan Fernandez-Miranda, con claridad y objetividad describe en su texto lo más relevante y las circunstancias que explican los comportamientos de los principales actores del cambio. A diferencia de la mayoría de los libros publicados hasta hoy sobre la transición, Fernandez-Miranda deja fuera de su crónica las emociones, la nostalgia, la épica y la ideología; lo cual es de agradecer como lector y algo que infunde dinamismo a su documento.
Por qué es necesario este libro
En el transcurrir de todos estos años, numerosas falsedades, lugares comunes o, cuando menos, medias verdades se han incorporado a la narración de la transición política española. Hoy lo llamamos storytelling, pero estas tergiversaciones de la realidad han ocurrido siempre que hemos mirado atrás, a nuestra historia. Estamos hablando de modificaciones en el relato de los hechos (de forma consciente o inconsciente) para hacerlos más fácilmente entendibles (apelando a la lógica) o más atractivos (utilizando las emociones). El problema es que cincuenta años después, gran parte de los españoles desconocen lo que ocurrió en aquel periodo tan importante de nuestra historia reciente.
Se comenzó afirmando que el mérito principal de la transición lo detentaba la oposición democrática de izquierdas y para ello se utilizaron medias verdades como que la mayoría de los españoles estaban en contra de Franco y que el régimen agonizaba al mismo tiempo que empeoraba la salud del dictador. Se convirtió el consenso en la herramienta omnipotente que actuó de motor y que explica la transición cuando la verdad es que dicho consenso solo operó después de las elecciones de 1977 (cuando ya teníamos democracia) y especialmente en la negociación de la Constitución. Solo a partir de 2012, con el movimiento 15-M y la llegada posterior de Podemos al escenario político, se empezó a reconocer el importante papel de los franquistas moderados y del rey en la transición, pero se hizo para acusarlos de orquestar un cambio lampedusiano, (que todo cambie para que todo siga igual). Según esta versión de la extrema izquierda, la intención de la transición era preservar los intereses políticos y económicos de una élite compuesta de una serie de familias y de grupos de interés y apuntalar la supervivencia de unos poderes fácticos. El libro que estamos analizando viene a dejar claro lo que ocurrió y por qué.
Hay que entender que nunca ha sido fácil aceptar la idea de que un rey que había sido educado por franquistas, que fue nombrado heredero por el dictador y que había jurado lealtad a sus leyes y principios, tomara la iniciativa para cambiar el sistema político que había puesto en sus manos todo el poder. Más complicado es aceptarlo hoy, a la luz de todo lo que hemos conocido recientemente sobre ese mismo rey, el que desde hace unos años llamamos «emérito».
Los hechos son que entre noviembre de 1975 y junio de 1977 fue el rey Juan Carlos de Borbón y un grupo de franquistas que podríamos llamar «moderados» (aunque antes de la muerte del dictador no lo eran) los que iniciaron el tránsito entre el autoritarismo y la libertad y lo hicieron siguiendo la voluntad del monarca. El rey Juan Carlos sabía, desde al menos diez años antes (Juan Fernández- Miranda lo demuestra), que debía cimentar su reinado y la monarquía sobre una democracia. Conocía el error cometido por su abuelo Alfonso XIII al asociar la monarquía con la dictadura de Primo de Rivera. Es posible que Torcuato Fernández-Miranda le informara de lo ocurrido en Italia cuando la casa Saboya apoyó al fascismo. Y gracias a su mujer, la princesa Sofía, conocía de primera mano cómo el apoyo a la dictadura de los coroneles por parte de Constantino II, su cuñado, supuso el fin de la monarquía en Grecia. Tenía el apoyo del ejército (precisamente por ser un ejército completamente leal a Franco y en su gran mayoría leal a su sucesor) y la obediencia de la mayoría de los procuradores de las cortes franquistas (por el mismo motivo). Este cúmulo de poderes y apoyos le permitió al rey traer la democracia. No fue fácil; hubo que convencer a muchos reluctantes y sortear numerosos momentos de crisis en los que el proceso estuvo a punto de fracasar. Hizo falta, sobre todo, un buen fontanero (Torcuato Fernández-Miranda) que conectando las tuberías legales encauzara esa voluntad y ese poder del rey para, reformando las siete leyes fundamentales franquista, alumbrar la octava ley que fue la llamada «Ley para la Reforma Política» que establecía que la soberanía residía en el pueblo, que el régimen político de España era la democracia parlamentaria y que se celebrarían elecciones. «De la ley a la ley». Como escribe Juan Fernández-Miranda en la página 205: «Don Juan Carlos señaló cuál era la estación de término, el profesor (Torcuato) estableció las vías para recorrer el camino». No es verdad que el rey quisiera una democracia descafeinada y que la presión de los grupos de la oposición y la acción popular en la calle y en las facultades universitarias lo obligaran a una reforma política más profunda.
Como buen periodista acostumbrado a seleccionar y ordenar por importancia las noticias, el autor de este libro hace una crónica en la que incluye lo esencial, lo que fue determinante para que el objetivo (la democracia) se consiguiera. Por eso, la ausencia en sus páginas de muchas reuniones, conversaciones, manifestaciones e intrigas es significativa. Fernández-Miranda, con su recopilación de hechos, desmiente o deja en evidencia todas esas falsedades o medias verdades que se habían impuesto en diferentes sectores de la opinión pública.
A título de ejemplo: con la intención de demostrar cómo el rey, entonces príncipe, comenzó a entender cuál era su misión, Juan Fernandez-Miranda describe con precisión el momento en que Juan Carlos de Borbón decide desobedecer a su padre, don Juan, y emprender el camino por su cuenta. El 5 de enero de 1968, el príncipe había cumplido 30 años, la edad mínima que marcaba la ley de sucesión para poder ser nombrado heredero. En mayo de 1968, don Juan propuso a su hijo pasar cinco meses en Estoril con él. Juan Carlos estaba a punto de ser nombrado heredero a título de rey por el caudillo y conocía las desavenencias entre este y su padre. Por eso, sabiendo que ir a Estoril sentaría mal al Caudillo y podía poner en riesgo su designación, respondió a la invitación de su padre con las siguientes palabras:
Yo he seguido una línea que tú me trazaste. El general Martínez Campos, duque de la Torre, se oponía a que yo me instalara en la Zarzuela. Él quería que yo fuera a Salamanca y fuiste tú quien me puso allí. Con ello tomaste una opción. Estar en la Zarzuela era estar cerca de Franco. En estos años nada hice que te perjudicara a ti o a la institución. Ahora no puedo hacer el feo de ausentarme cinco meses de España. Tú has jugado una carta; yo otra, por tu mandato. Sigue tú con la tuya y yo con la mía. Si gana tu carta, me descubro, chapeau, pero no lo veo posible. Hemos de pensar en España y en la Institución.
Uno jugaba una carta y el otro jugaba otra. No es complicado leer entre líneas: don Juan acercándose a la oposición democrática y enfrentándose a Franco y su hijo acercándose al dictador y, posteriormente jurando las leyes Fundamentales y los principios del Movimiento, pero el objetivo de los dos es el mismo. Y no es otro que «la Institución». Es decir: la monarquía. Los dos trabajaban para conseguir el mismo objetivo y el hijo ha respetado al padre y se ha subordinado a su autoridad. Pero, a partir de ese momento, Juan Carlos toma la iniciativa y comienza su propio camino.
Durante aquellos diecinueve meses, se produjeron numerosas huelgas y manifestaciones callejeras. No fue una transición pacífica —como falsamente se ha afirmado en muchos relatos más cercanos al cuento de hadas que a la historiografía— y el terrorismo y la violencia de la extrema izquierda y la extrema derecha causaron muchas víctimas y dolor y pusieron en peligro el cambio, sobre todo porque dieron argumentos al bunker y a los militares golpistas. En su libro Fernandez-Miranda cita algunos de los más significativos asesinatos de ETA, los secuestros de Oriol y Villaescusa y dedica un capítulo a los cinco muertos que se produjeron en una iglesia de Vitoria en marzo de 1976. Todos estos hechos, todos los intentos de ruptura de la oposición democrática tuvieron su influencia, qué duda cabe. Pero la iniciativa para conseguir el cambio, en aquel periodo inicial, siempre la llevó el rey y sus hombres, principalmente Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez.