En el mundo de ayer que Abdelrahman Munif representa en Ciudades de sal, se planta una palmera por cada nacimiento de varón, de modo que ambos, el ser humano y el ser vegetal, crecen a la vez, y el oasis se vuelve más verde y hermoso con cada generación. Las palmeras, al igual que las tierras, nunca quedan desatendidas. Cuando alguno de los hombres emprende un viaje, siempre hay algún hermano, familiar o amigo que se ocupa de las tierras y las palmeras. De este modo, al igual que sucedió en el pasado y sigue ocurriendo en el presente, los habitantes del lugar se aseguran de que, también en el futuro, la gente que pase por su valle pueda seguir bebiendo de sus aguas, reposando a la sombra de los árboles y expresar la bendición: «Que descansen en paz todos aquellos que plantaron una palmera en este verde lugar».
Sin embargo, todo empieza a cambiar cuando el gobierno envía una comisión formada por tres personas extranjeras encargadas de registrar los nombres de todos los varones y de todos los recién nacidos. Este control y la captura de información que conlleva no son actos inocentes y preceden a la caída en desgracia de sus gentes:
Esta comitiva recorrió muchas zonas del desierto con infinidad de papeles y cuadernos de gran tamaño a cuestas, sin que la gente supiera por qué habían venido ni cuál era el verdadero objetivo de todo aquel trajín. Esta desconfianza fue la que llevó a los habitantes de Wadi al-Uyún a reaccionar con un fuerte recelo: ocultaron muchos datos, no dijeron una palabra acerca de los viajeros nómadas y no dieron los nombres de las mujeres. Solo una pequeña parte de los hombres quedó registrada y para mayor precaución la gente pidió a los muchachos de entre ocho y catorce años que se ausentaran durante el día y fueran a jugar por los jardines del valle. Entonces los padres fingían recordar solo los detalles más vagos e insignificantes acerca de la fecha de nacimiento de sus hijos. Así hicieron todos, o casi todos los habitantes de Wadi al-Uyún. El motivo de tal comportamiento fue que durante las semanas que precedieron a la llegada de aquellos hombres corría el rumor de que el Gobierno estaba reclutando jóvenes para el servicio militar. Sin embargo, eso no impidió que tres o cuatro familias del valle hicieran exactamente lo contrario y registraran a todos los varones, a ciertos viajeros e incluso añadieran a la lista a algunos hombres que ya estaban muertos. Parece que lo que les llevó a actuar así fue que uno de los miembros de la comisión les informó, con suma cautela y pidiéndoles no mencionar ni una palabra del tema a nadie, que se iban a repartir grandes cantidades de harina, azúcar y ropa entre la gente del valle y de otras zonas, y que la repartición se haría en función del número de habitantes de cada lugar. Pero la mayoría se rio de estas noticias y aseguró que no eran más que embustes para convencerlos, porque el Gobierno nunca había hecho antes nada parecido, incluso durante los años en que la gente se moría de sed y de hambre.
El temor no tarda en extenderse entre los habitantes del valle. Se sienten desconcertados al descubrir que la pequeña comitiva cada vez conoce más detalles sobre su vida como beduinos, sobre el desierto, sobre los clanes que la habitan y la religión que profesan. Los extranjeros no muestran reparo alguno en apropiarse del conocimiento local: cuándo tienen lugar los períodos de lluvia y cuándo son los días de más calor, cuáles son los lugares con agua, dónde y cómo se producen los movimientos de arena, en qué épocas suelen llegar las caravanas, de dónde proceden y adónde se dirigen después. Hasta que un día, bien podría decirse que de repente, comienzan a llegar grandes máquinas y más hombres para la inspección y extracción petrolera: una sentencia de muerte de ese mundo de ayer, de sus tradiciones y de sus modos de vida.
Según el pensador Edward Said, Ciudades de sal fue la novela de petróleo-ficción que en su día mostró con mayor claridad y acierto las repercusiones del descubrimiento de enormes reservas de combustible fósil, su extracción en la península arábiga, y la responsabilidad de los estadounidenses y la oligarquía local. Por su parte, el crítico y periodista libanés, Fouad Ajami, alabó la capacidad de Munif para acercar al lector a ese mundo desértico del golfo Pérsico y de la península arábiga antes del petróleo, sin embargo reprobó su tono ideológico. En palabras de Ajami, contar historias no es lo que le gusta a Munif, sino hacer política.
Para Munif, nacido en Jordania en 1933, hijo de padre saudí y madre iraquí, estudiante primero de la Universidad de Bagdad donde se hace miembro del Partido Árabe Socialista Baaz, luego de la Universidad de El Cairo, y finalmente doctor en Economía por la Universidad de Belgrado, el oro negro aparentaba ser una fuente de riqueza pero en realidad empobreció a los árabes, provocó una ruptura de las comunidades y secuestró su destino, desde entonces sometido a la opresión autoritaria. Como muchos otros escritores de su generación, sintió que Occidente era responsable de traicionar su sueño nacionalista y de brindar protección a las oligarquías petroleras.
El escritor de origen beduino detentó diversos cargos políticos y ejerció el periodismo. A partir de la década de los años 1980 comenzó a dedicarse en exclusiva a la literatura. Cuando publica el primero de los tres tomos que comprende Ciudades de sal, considerada por no pocos críticos su obra maestra, tiene cincuenta años y hace veinte que le han despojado de la ciudadanía saudí por sus ideas políticas. Tras cambios continuos de residencia, en diferentes países de Oriente y en Francia, finalmente se muda a Damasco, Siria, donde vive hasta su muerte en 2004.
En 2015, en plena guerra civil en Siria, robaron la que había sido la biblioteca privada del autor y novelista en su residencia de Damasco. Se consideraba una excelente fuente de conocimiento de los movimientos políticos y culturales del Mediterráneo oriental y del norte de África. A modo de reparación, el colectivo Fehras Publishing Practices, formado por los artistas Kenan Darwich, Omar Nicolas y Sami Rustom, han realizado en los últimos años una laboriosa tarea de catalogación del contenido de esta biblioteca, que contaba con aproximadamente diez mil publicaciones.
Para Munif, las «ciudades de sal» eran ciudades que no ofrecen una existencia sostenible, se hacen inhumanas para sus habitantes, que no hallan en ellas medios de subsistencia y finalmente desaparecen. Una historia que nos interpela con fuerza. En español solo se llegó a publicar la primera parte de la trilogía, en la editorial Belacqua y con una excelente traducción de Anna Gil Bardají. En inglés, puede encontrarse con facilidad una traducción de esta larguísima trilogía, a cargo de Peter Theraux.