El pasado día 29 de octubre, España entera se preparaba para el puente de noviembre, que para unos ya es el de Halloween y para otros todavía el de Todos los Santos. No sabemos quiénes son hoy la mayoría, si los ruidosos esqueletos o las silenciosas flores en los cementerios; sí sabemos, en cambio, que la lluvia se llevó todo por delante, incluido el «escándalo Errejón» sobre el que discutíamos antes de la tormenta. Ha llovido mucho. Más aún desde que en España se representaba el Tenorio la misma noche que los celtas celebraban el fin de la cosecha. Ahora, muchos campos están cubiertos de cemento y aunque por los barrios los niños ríen y se disfrazan, cuando llueve el agua arroya calle abajo a toda velocidad.
Evaporación
A la Depresión Aislada en Niveles Altos también se le llamaba antes de otra forma, pero DANA tiene más punch porque es un acrónimo técnico que dan ganas de explicar con algún gráfico y eso vende muy bien en medios y redes sociales. La gota fría era más costumbrista y, aunque también podía ser devastadora, ahora que va a golpear más veces y más fuerte parece lógico que cambie de nombre. Igual que los santos de noviembre.
El Mediterráneo, los polos y el planeta del que forman parte están cada vez más calientes. El Levante español viven una parte del año con el mar suspendido sobre sus cabezas y, cuando el vapor se encuentra con la corriente en chorro, fría y proveniente de no sé dónde, el cielo se desploma. Todo esto lo entendemos, más o menos, pero eso no quiere decir que tengamos el tiempo suficiente para procesarlo. En entornos de alta energía, todo está en constante movimiento: la DANA desplazó a Errejón, que quizá sintió un terrible alivio esos días; la visita de las autoridades a Paiporta removió el lodo de la tormenta cuando todavía no había sedimentado; inmediatamente después, el huracán Trump reclamó la atención del torbellino mediático para el ombligo del mundo (o sea, para sí mismo). Parece imposible encontrar un momento para comprender por qué nuestra vida transcurre entre materiales inflamables o cuáles fueron las distintas chispas de esta explosión en cadena.
Condensación
Hay una diferencia importante entre que algo pase (unas elecciones, una lluvia torrencial, un comportamiento indebido) o que nos afecte de forma radical y colectiva. Y eso es, precisamente, lo que está pasando ahora mismo: Trump ya no viene, sino que vuelve a un mundo que se le va pareciendo cada vez más; la DANA golpea más y más fuerte porque se alimenta de un mar caliente y cae sobre un suelo abarrotado que ya no puede contenerla; mientras tanto, muchos hombres dicen y hacen cosas impropias, porque eso es lo que han hecho siempre (creerse impunes). La feliz novedad que supone vivir en un mundo en el que esto se pueda decir y denunciar ha venido acompañada, de forma inevitable, por una sensación de borrasca. No podía ser de otra manera: vivimos, también, con un mar de agresiones suspendidas sobre nuestra sociedad; y cuando una gota de violencia condensa y por fin puede llover, se desata la tormenta. Sin embargo, al día siguiente vuelve el calor. Todo se evapora muy rápido y pronto vuelve a llover de forma descontrolada. El agua viene turbia contra nosotros y todos, cada uno a nuestra manera, buscamos un asidero.
Precipitación
La demanda de certezas crece rápidamente y, desde hace demasiado tiempo, estamos más pendientes de criticar a quienes ofrecen respuestas sencillas a problemas complejos que a plantear nuestras propias preguntas. Por supuesto que desde la derecha (y hasta el infinito y más allá) se instrumentalizarán las tragedias y las causas profundas de ciertos problemas se transformarán en causantes superficiales. Frente a nosotros tenemos un adversario que critica las alertas climáticas como algo totalitario, se va de romería durante las crisis, azuza a sus cachorros para que agredan a las autoridades del Estado y, al día siguiente, celebra la victoria de un presidente condenado por la justicia, entre otras cosas, por abusar de una mujer. Sin duda, es complicado enfrentarse a un tramposo dopado mediáticamente. Pero la solución no pasa, o no solo, por sustituir a Pedro Sánchez por Carlos Mazón. Tras esa respuesta, que hoy es necesaria, mañana hay que encontrar un momento para no ser arrastrados por la corriente.
Hace unos días, solo unos pocos después de la riada, el Ayuntamiento de Guardamar del Segura decidió seguir adelante con la tramitación del proyecto de urbanización de más de trescientos cincuenta mil metros cuadrados del tramo final de la cuenca del Segura, una zona con alto riesgo de inundación en la provincia de Alicante. Las figuras de los promotores de esta aberración urbanística, ambiental y espaciotemporal, tan próxima a la tragedia, resultan menos llamativas que la del presidente de la Comunidad Autónoma, el presidente del gobierno o el rey; sin embargo, tienen nombres, apellidos, empresas y partidos (por la región de la que hablamos, no tendrán dificultad en averiguar cuáles son). En el corto plazo, es imperativo para la propia supervivencia que el continuo cálculo de coste-beneficio de las acciones que mueven el mundo haga pagar caras este tipo de decisiones. No obstante, no es menos importante recordar que se toman porque el cálculo económico y político es hoy la única lógica del mundo. Tanto en la gestación como en la gestión de una crisis como la de la DANA. Si queremos el tipo de sociedad que necesitamos los que podemos quedar sepultados por una riada de lodo, no podemos privarnos de este tipo de análisis.
Infiltración
La última parte del ciclo simplificado del agua se llama «infiltración y escorrentía». La segunda es una palabra poco atractiva para el entretítulo de un artículo, pero junto a su compañera describe los dos caminos que la lluvia sigue en su camino hacia el mar. A estas alturas, la metáfora ya está consumida: antaño, los campos absorbían el agua y las rocas quedaban atrapadas entre los árboles. La gota fría podía ser destructiva, pero la urgencia no caía sobre una costa masificada en la que el imperio del turismo fue desplazando a la gente hacia las zonas de riesgo.
Por supuesto, es difícil hablar del cambio climático y de urbanismo tras una tragedia. Es difícil buscar el equilibrio entre el feminismo y las necesarias garantías del sistema judicial con una parte del país celebrando una serie de presuntas agresiones sexuales y casi todo el Congreso haciendo sus propios cálculos electorales. Es difícil enfrentarse a Donald Trump cuando todo atisbo de sensatez es woke y las prisas arrasan la sensatez. Tenemos que asumir de una vez el estado de la cuestión: estamos en guerra (primero cultural, ahora judicial) y correr a batallar en campo abierto donde decide el enemigo no está saliendo bien. Pare recuperar los enfoques que pueden permitir transformar los debates de nuestro tiempo necesitamos un poco de pausa.
En las próximas semanas, por ejemplo, en España se hablará del modelo territorial: si la coordinación del Estado de las autonomías sirve para paliar las consecuencias del cambio climático, entonces el Estado de las autonomías será viable; si además demuestra sensibilidad hacia las peculiares necesidades de cada región a la hora de afrontar este desafío monumental, podría incluso sugerirse la conveniencia de un modelo federal que hiciera frente a la pesadilla madrileña. Pero eso no será esencialmente bueno por el progreso de las posiciones propias ni porque el federalismo sea mejor que el centralismo (aunque pensamos que así es en el caso español), sino porque ayudará a muchas personas que verdaderamente necesitan ayuda. Es difícil ejecutar una buena obra en el apremiante arte de la política, inscrita además en un marco cada vez más constreñido. El más difícil todavía será tomarse un respiro, a la vez que se da la batalla, para valorar sobre qué margen del río queremos actuar. De lo contrario, seguiremos siendo arrastrados por la corriente.