Estos fragmentos los publicó Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias, lib, I, cap. CLXIII. En ellos Cristóbal Colón habla de su tercer viaje, y de cómo al llegar a la isla Española halló sublevado a Roldán, entre otras cosas.
Año de 1499
Después de llegar, con tanta gente y poder de Vuestras Altezas, después de que él cambiase su primer propósito, yo quería salir a él, mas hallé que era verdad que la mayor parte de la gente que yo tenía estaban en su bando. Como eran gentes que debían trabajar, Roldán y los que con él estaban, los que ya estaban de su parte, encontraron la forma de hacer que se pasasen a su bando porque les prometieron que no trabajarían y tendrían rienda suelta, mucha comida y mujeres, y, sobre todo, libertad para hacer todo lo que quisieran. Así fue necesario que yo disimulase y, en fin, acordé que les daría dos de las tres carabelas que había de llevar el Adelantado a descubrir, las cuales estaban de partida, y cartas de buen servicio para Vuestras Altezas, y su sueldo, y otras cosas, muchas deshonestas. Así que se las envié allá al cabo del poniente de esta isla, y he estado siempre en fatiga, pues desde que vine hasta hoy día, que es el mes de mayo del 99, aún no se ha ido y tiene allá los navíos, y cada día me roban y ofenden. Nuestro Señor lo remedie.
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Muy altos Príncipes: cuando yo vine acá, traje a mucha gente para la conquista de estas tierras. Decían ellos que servirían muy bien y mejor que nadie, pero fue al revés, según después se ha visto, porque no venían más que por la creencia de que había oro y especias que pensaban que cogerían con palas en la ribera de la mar y que no haría falta nada más salvo echarlo en las naos —tan ciegos los tenía la codicia—. No pensaban que, aunque hubiese oro, estaría en las minas, como los otros metales, y las especias en los árboles; y el oro sería necesario cavarlo, y las especias cogerlas y curarlas.
Lo cual todo lo predicaba yo en Sevilla, porque eran tantos los que querían venir, y yo conocía su fin, que hacía que se les dijera esto y que supieran todos los demás trabajos que suelen sufrir los que van a poblar nuevamente tierras muy lejos. A lo cual todos me respondían que a eso venían. Mas ellos, al llegar acá y ver que les había dicho la verdad y que su codicia no había lugar de hartarse, quisieron volver, sin ver que era imposible conquistar y señorear esto; y como yo no se lo consentí, me odiaron. No tenían razón, pues yo los había traído y dicho claro que yo venía a conquistar, y no a volver pronto como ya había visto hacer a otros semejantes, y que tenía conocida su intención. Me tomaron odio porque no les consentía ir tierra adentro, de dos en dos o tres en tres, algunos solos, por lo que murieron muchos indios por esta causa, por andar así sueltos, pues mataban si yo no lo remediaba, como digo, y llegaba su osadía a tanto, que me hubieran echado sin debate de la tierra, si Nuestro Señor no lo hubiera impedido.
Recibí esto con gran pena, así como por los bastimentos que yo les había de proveer; algunos que no podían dar de comer en Castilla a un mozo querían tener acá seis o siete hombres, y que yo los gobernase y pagase sueldo; no había razón ni justicia que los tuviera satisfechos. Otros habían venido sin sueldo, posiblemente la cuarta parte de ellos, escondidos en las naos, a los cuales me fue necesario contentar así como a los otros, de manera que, desde entonces, tengo mayor pena con los cristianos que con los indios, que por una parte se ha doblado y por otra se me alivia. Se me dobla por este ingrato desconocido, Roldán, que vivía conmigo, y los que con él estaban, a los que yo tenía hecha tanta honra. Este Roldán, que no tenía nada, en pocos días tenía ya más de un cuento, y a estos otros que ahora nuevamente fueron llegando de Castilla, se les dio dineros y buena compañía, así que me tienen en pena. Por otra parte estoy aliviado, porque la otra gente siembra y tienen muchos bastimentos, saben ya la costumbre de la tierra y comienzan a gustar de su nobleza y fertilidad, muy al contrario de lo que hasta ahora se decía: que no hay tierra en el mundo tan aparejada para haraganes como esta y mucho mejor para quien quisiera tener una hacienda, como después diré, por no salir del propósito. Así que nuestra gente que vino acá no podía satisfacer su codicia, la cual era desordenada, tanto que muchas veces he pensado y creído que ella ha sido la causa de que Nuestro Señor nos haya cubierto de oro y otras cosas. Cuando acá salí al campo hice experimentar a los indios cuánto podían coger, y hallé que algunos sabían bien y cogían en cuatro días una medida en la que cabía una onza y media, y así tenía yo asentado en todos los de esta provincia de Cibao y les placía de dar tributo por cada persona, hombre y mujer, de catorce años arriba hasta setenta, una medida de estas que yo dije de tres en tres lunas, y cogí yo este tributo hasta que fui a Castilla, así que por esto tengo yo imaginado que la codicia haya sido causa que se pierda.
Mas estoy muy seguro de que Nuestro Señor, por su piedad no mirará nuestros pecados. Nuestra gente, después de ver que su parecer no les salía como tenían imaginado, estaban acongojados y querían volver a España; así pues les daba yo lugar para que fuesen en cada pasaje, y por mi desdicha, aunque de mí hubiesen recibido mucha honra y buen tratamiento, ellos, al llegar allá, hablaban de mí peor que de un moro, sin dar ninguna razón, y levantaron mil testimonios falsos, y dura esto hoy día. Mas Dios Nuestro Señor, el cual sabe bien mi intención y la verdad de todo, me recompensará, como hasta ahora hizo, porque hasta hoy no ha habido persona contra mí con malicia a quien no le haya él castigado, y por esto es bueno echar todo al cuidado de su servicio, que él le dará gobierno. Allá dijeron que yo había asentado el pueblo en el peor lugar de la isla, pero es el mejor, dicho de boca de todos los indios de la isla; y esos que esto decían, muchos de ellos no habían salido fuera del cerco de la villa un tiro de lombarda: no sé qué fe podían dar. Decían que morían de sed, y pasa el río allí junto a la villa, no tan lejos como Santa María, en Sevilla, al río. Toda esta tierra es la más sana y con más aguas y mejores aires que cualquier otra que se halle bajo el cielo, y se debe creer que es así, pues está en un paralelo y en una distancia de la línea equinoccial con las islas Canarias, las cuales en esta distancia están conformes, mas no en las tierras, porque son todas sierras secas y altísimas, sin agua ni fruto y sin cosa verde, las cuales fueron alabadas por los sabios por estar en tan buena temperancia, debajo de tan buena parte del cielo, distantes de la equinoccial, como ya dije. Mas esta Española es grandísima, ocupa más que España y está muy llena de vegas y campiñas y montes y sierras y ríos grandísimos y otras muchas aguas y puertos, y toda pobladísima de gente muy industriosa; así que creo que debajo del cielo no hay mejor tierra en el mundo. Dijeron que no había bastimentos, y hay carne y pan y pescado en tanta abundancia que, después de llegar acá, los peones que se traen de allá para trabajar acá sin sueldo se mantienen a ellos y a los indios que les sirven; como Roldán, el cual está en el campo más de un año, con 120 personas, las cuales traen más de 500 indios que los sirven, y a todos los mantienen con mucha abundancia.
Dijeron que yo había tomado el ganado de la gente que lo trajo acá, pero no trajo nadie nada, salvo ocho puercas a 70 maravedís la pieza que se recogieron en la isla de la Gomera; y como eran personas que querían volver luego a Castilla y las mataban, yo defendí que multiplicasen, mas no que no fuesen suyas.
Dijeron que la tierra de La Isabela, donde está el asentamiento, era muy mala y que no daba trigo; yo lo cogí y se comió pan. Y es la más hermosa tierra que se puede codiciar; una vega de catorce leguas de largo y dos de ancho, y tres y cuatro, entre dos sierras, y un río muy caudaloso que pasa por medio, y otros dos no grandes, así como muchos arroyos que de la sierra vienen a ellos, y por pan de trigo no cura nadie porque esto otro es mucho y mejor y se hace con menos trabajo. De todo esto me acusaban de forma injusta, como ya dije, y todo para que Vuestras Altezas me aborreciesen a mí y al negocio; mas no fuera así si el autor del descubrir de ello fuera converso, porque los conversos son enemigos de la prosperidad de Vuestras Altezas y de los cristianos, mas echaron esta fama y tuvieron forma de que llegase a perderse del todo, y estos que están con este Roldán, que ahora me da guerra, dicen que los más son de ellos.
Me acusaron de la justicia, la cual siempre hice con tanto temor de Dios y de Vuestras Altezas, más que los delincuentes sus feos y brutos delitos, por los cuales Nuestro Señor ha dado en el mundo tan fuerte castigo, y de los cuales tienen aquí los alcaldes los procesos.
Otros infinitos testimonios dijeron de mí y de la tierra, la cual se ve que Nuestro Señor la dio milagrosamente, y la cual es la más hermosa y fértil que haya debajo del cielo, en la cual hay oro y cobre, y tantas clases de especias, y tanta cantidad de brasil, del cual, solo con esclavos me dicen estos mercaderes que se puede haber cada año cuarenta cuentos, y dan razón de ello, porque es la carga ahí más de tres veces cada año y en la cual puede vivir la gente con tanto descanso, como todo se verá muy pronto.
Y creo que, según las necesidades de Castilla y la abundancia de La Española, va a venir muy pronto mucha gente, y será el asiento en La Isabela, donde fue el comienzo, porque es el lugar más idóneo y el mejor, más que ningún otro de la tierra, como se debe de creer puesto que Nuestro Señor me llevó allí milagrosamente, no pude ir atrás ni adelante con las naos, solo descargar y hacer asiento. Esta razón me movió a escribir esta escritura, por la cual dirán algunos que no era necesario relatar hechos pasados, mas yo comprendí que todo era necesario, así para Vuestras Altezas como para otras personas que habían oído maldecir con tanta malicia y engaño, lo cual se ha dicho sobre cada cosa de las escritas, y no solamente de las personas que fueron de acá, y más con mucha crueldad de algunos que no salieron de Castilla, los cuales tenían facultad de probar su malicia al oído de Vuestras Altezas y todo con arte, y todo por hacer una mala obra, por envidia, como pobre extranjero; mas en todo me ha socorrido y socorre Aquel que es eterno, que siempre ha usado misericordia conmigo, pecador muy grande.
La rebelión de Francisco Roldán
Las expectativas de obtener grandes riquezas en las Indias habían sido altas para los que había llegado y, al no verse satisfechas, creció el descontento. Aprovechando la coyuntura, Roldán se enfrentó con Bartolomé Colón en 1497 y estableció un régimen rival en la parte oeste de La Española, reclutando allí a muchos colonos. En 1498, todas las villas y fortalezas se habían unido a él, menos La Vega y La Isabela.
El detonante de la rebelión fue la solicitud de Roldán de reflotar una carabela que habían sacado del mar los Colón en La Isabela, y así volver a Castilla. Diego Colón denegó la petición argumentando que el buque no tenía cuerdas ni el equipo necesario para el viaje. Sin embargo, el barco acababa de regresar de Xaragua de recoger el tributo —algodón y cazabe—, de Behechio, y de transportar estas mercancías hasta La Isabela. El hecho de no poder salir de la isla les convenció definitivamente de que había que hacer algo. Diego Colón intentó disuadirlos enviándolos a La Vega para exigir un tributo a unos indios que se negaban a pagarlo. Para Roldán esta fue la excusa perfecta para recabar apoyos por la isla.
Estos apoyos los buscó entre los indios prometiéndoles que si se aliaban con ellos les quitaría el tributo que les habían impuesto. También recorrió los distintos fuertes construidos por los españoles ofreciéndoles cambios a mejor. Poco a poco, Roldán se hizo fuerte en la isla.
A finales de agosto de 1498, Cristóbal Colón llegó a La Española. Fue recibido por su hermano, quien le puso al corriente de la rebelión de Roldán y le informó de lo acaecido en esos dos largos años.
Al poco tiempo, Roldán acudió a Santo Domingo a reunirse con el Almirante, y tras varias reuniones y cartas completaron unas capitulaciones por las que Colón se comprometía a preparar en dos semanas dos barcos para los colonos que quisieran volver a Castilla, además de darles un certificado de buen comportamiento a todos. Las capitulaciones se firmaron en noviembre de 1498. Sin embargo, el Almirante escribió una carta dirigida a los Reyes Católicos manifestando que los colonos, los rebeldes, deberían ser sometidos a la justicia. Esto no sucedió. Las carabelas prometidas en las capitulaciones no llegaron hasta marzo del año siguiente, en bastante mal estado. Entonces, los seguidores de Roldán rehusaron regresar a Castilla.
Cartas renovadas de Cristóbal Colón
Esta carta forma parte de la recopilación de Cartas renovadas de Cristóbal Colón, publicado por la editorial West Indies Publishing Company
1. Insulis Nuper Inventis – La carta robada de Colón
2. Carta de Cristóbal Colón a Pedro Margarite
3. Carta perdida de Cristóbal Colón a los Reyes dando cuenta de su segundo viaje a las Indias
4. Carta de Colón a los Reyes acerca de la Española y otras islas
5. Cartas desde la Española
6. Carta a Francisco Roldán
7. Carta a los Reyes Católicos sobre el alzamiento de Francisco Roldán
8. Carta a su Santidad informándole de los sucesos de sus viajes anteriores
9. Carta de Colón a su hijo Diego al emprender el cuarto viaje
10. Carta de Colón a los Reyes mediante la que se les notifica cuanto le ha ocurrido en el cuarto viaje
11. Carta del Almirante Cristóbal Colón pidiendo al Rey Católico nombre a su hijo D. Diego para sucederle en la administración de las Indias.
12. Cronología de la vida de Cristóbal Colón