Benjamí Villoslada (Palma, 1964) es un informático, empresario y divulgador tecnológico mallorquín. Cofundador de Menéame en 2005, ha desempeñado roles clave en el ámbito tecnológico, incluyendo su labor como director general de Desarrollo Tecnológico del Gobierno de las Islas Baleares entre 2015 y 2019. Actualmente, centra sus esfuerzos en Dentalpic, una plataforma que ofrece a los pacientes una segunda opinión permanente y confiable sobre su salud bucodental a través de fotografías intraorales.
Quedamos con Benjamí en las instalaciones de Lanzadera, la aceleradora de startups ubicada en Valencia, donde Villoslada y su equipo desarrollan Dentalpic. En este entorno de innovación y emprendimiento, conversamos sobre su trayectoria, los desafíos a los que se enfrenta en este nuevo reto empresarial y su visión sobre como la tecnología no está cambiando como sociedad. Y también hablamos de Menéame, la niña de sus ojos…
¿Cuál fue tu primer ordenador?
Mi primer ordenador fue un Altos Series 5 con Z80. Tenía tres usuarios en tres puertos serie con terminales «tontos». Era un Televideo 910 y un ADM3A. Trabajaba con esos dos terminales conectados al Altos. En otro modelo de Altos se desarrolló una parte importante del Unix. Eran máquinas multiusuario.
¿Con qué edad?
Con dieciocho años empecé a programar.
¿A programar en BASIC?
En BASIC. Estos Altos iban con el sistema operativo Oasis o MP/M, a elegir, ambos multiusuario. No tenían nada que ver con MS-DOS, que, de hecho, el IBM PC aparece cuando yo empiezo. Antes de eso estaban los Commodores, los primeros Apple II, que me gustaban mucho. Pero no eran multiusuario, y yo pensaba en software para empresas, donde diversos trabajadores trabajan en grupo con datos comunes.
Me cae la cosa de asesorar a alguien «porque a Benjemí le gustaban los ordenadores». Me pregunta un empresario, con el que trabajé luego, qué ordenador podría meter en su empresa, y le digo que un Altos Series 5. Yo no podía tener ordenador en casa; eran carísimos. Toqué el primero, aquel Altos, cuando me invitó a trabajar para él. Me di cuenta de que en los disquetes había fuentes de la contabilidad y de la gestión, e hice un curso de BASIC. Me dedicaba a programar y llevar la contabilidad, en ese orden; la contabilidad no era un reto para mí.
¿Trabajabas como contable?
Sí, me quieren fichar de contable y, como me gustan los ordenadores, el jefe dice: «Para entrar, vas a escoger un ordenador». Me compro una revista que era un tocho, un libro que se vendía en los kioscos, con todos los modelos de ordenadores, con todas las características, con todos los sistemas operativos. Se llamaba Guía del comprador de informática y la editaba Haymarket. Los que más me gustan, por las explicaciones que daban, son los Altos. Los Altos los vendía en Madrid TISA, que tenía un palacete en la calle Serrano. TISA era el importador de Altos. Y fue esto, un Altos Series 5 con un Z80 y tres terminales. Nosotros teníamos solo uno en el taller, que era el mío, pero podríamos crecer gracias a la tecnología. Estaba todo previsto.
La empresa de informática que nos vendió el Altos ve que yo modifico el software y les gusta lo que hago. En cierto momento tengo problemas con el jefe de esta empresa y les pido trabajo a otra empresa de informática. Me dicen: «Ven para acá». Y enseguida ya tengo el primer cliente en Vilanova i la Geltrú, Manufacturas Mago, para el que hice el programa de facturación y contabilidad, con un Altos ACS 8000 con dos disquetes de 8 pulgadas y 500 Kb. La empresa era relevante, con muchos trabajadores y muchos datos. Era una aventura meter todo eso en disquetes de 500 Kb. Hacían falta muchos, y que el software lo gestionara. Tenías que cambiar el disquete tan a menudo que el operador tenía que trabajar junto a la CPU. Tener más terminales (que la CPU permitía) era utópico por la logística que significaba cambiar constantemente de disquete. Trabajaba en software multiusuario que, en la práctica, no podía serlo.
¿Tres y medio?
Sí, porque los de tres y medio vinieron mucho después. Los de ocho pulgadas eran flexibles de verdad. Luego llegaron los de cinco y cuarto. Finalmente, llegaron los de tres y medio, rígidos y con aquella tapa de aluminio; esto fue bastante más tarde. Fue un invento de Sony, por cierto. Pero ya no nos basábamos en disquetes para trabajar. Eran para copias de seguridad de los discos duros, que llegaron pronto tras el boom del IBM PC. Los que se lo podían permitir hacían copias en cartuchos de cinta. De ahí viene el nombre TAR, el ultramegaconocido comando de Linux: ‘Tape ARchive’. En una cinta cabía todo el disco duro; en disquetes necesitabas doce y estar ahí para cambiarlos.
De lo técnico a lo práctico: el objetivo era programar contabilidades y facturaciones para mis clientes. En la empresa de informática sucedió que yo era contable y todos mis compañeros de programación eran matemáticos, físicos o economistas. Tenía una perspectiva diferente. Básicamente, sabía cosas como que las facturas de proveedores van al haber de la contabilidad. Imagina un físico programando una facturación con contabilidad y que le tenga que preguntar al cliente cómo pasar las facturas a contabilidad. El cliente decía: «Vaya birria de ordenador he comprado, que no lo sabe». Esa era la percepción social. Me lo preguntaban a mí en la oficina. Ahí descubrí, sin saberlo, qué era el análisis funcional, que ocupaba una buena parte de mi tiempo en diversos proyectos de mis colegas programadores que desconocían la gestión de empresas, pero que dominaban las matemáticas o la física y me explicaban muchas cosas sobre sus especialidades.
Aprendí un montón y les ayudaba en todo lo que podía. Nos hacía mejores, pero el jefe no lo veía así y empezaron los reproches: programas poco. Ya, pero el resto programaba más y mejor. Corría el 1985 y estaban por inventar los puestos de análisis funcional, jefes de producto, jefes de proyecto
Me contabas antes que incluso llegaste a hacer un framework, aunque en aquella época no existía el concepto, con todas las rutinas de BASIC para reutilizarlas.
Sí, claro. Cada cliente era un proyecto que se empezaba desde cero, y había muchas cosas que se repetían en el software de gestión. Todas estas partes las automaticé y las usaban todos los compañeros. Descubriría, bastantes años después, que a eso se le llamaba framework. Los programadores en sí saben programar, pero no saben nada de lo que programan. Por ejemplo, yo no sabía nada de supermercados, pero hice el software de un supermercado. Me lo tenían que explicar. No sabía nada de ubicaciones en almacenes, del LIFO, del FIFO. Ni de terminales de mano para recorrer las estanterías leyendo códigos de barras que previamente había impreso mi software. Sucedía al principio de los 90. Conocía los conceptos, pero no la ejecución. La aprendí trabajando cada día en casa del cliente en directo, viendo cómo se movían con los toros, qué hacían, y lo programaba a medida. Claro, era vender mi tiempo. Nunca llegué a hacer ningún proyecto global que sirviese para muchas empresas. Vendía mi tiempo, que era lo que me surgía vender, pero era un error.
¿Eras freelance?
Siempre fui freelance. En realidad, era autónomo para la empresa que me dijo «ven para acá» tras mis primeros programas. Luego se complicaron las cosas, porque básicamente había muchísimo trabajo y todo era muy manual; era vender nuestro tiempo. Eso producía problemas de caja, muchas frustraciones. Trabajábamos diez y doce horas cada día, con varios clientes a la vez, para sacarlo adelante. Lo que realmente les interesaba era vender ordenadores; ahí es donde ganaban. El software, a veces, incluso lo regalaban para que comprases el ordenador, y te daban los fuentes, como hicieron en la empresa en la que era contable.
El informático era un gasto, un mal necesario. En ese momento, mi jefe quería vender ordenadores, ordenadores y ordenadores. Pero claro, luego para cada cliente tenías que estar ahí empezándolo todo de cero. Los ordenadores eran carísimos, y el software era algo secundario. Pero si lo queríamos hacer bien, como programadores, nos cargábamos el margen. Ese ambiente no me gustaba y decidí ponerme por mi cuenta. El software a medida cuesta dinero y no tiene que formar parte de lo que pagas por el ordenador. Muchos clientes vinieron conmigo y fui freelance durante mucho tiempo trabajando para ellos, pero siempre colaborando con alguien porque estar solo es muy duro.
Conocí una empresa en El Vendrell, Tarragona, cuyos fundadores acababan de salir de la universidad y estaban empezando a fundar su empresa. Al incorporarme yo como freelance, como colaborador, fue como si montásemos un despacho de abogados, donde cada cual tiene su especialidad. Les traje mucho software, mis frameworks y clientes funcionando que les podían servir de referencia. Ellos podían reutilizar mi software. Además, les ayudaba porque ellos eran telecos y tampoco sabían mucho de facturas de proveedores. Trabajé con ellos hasta el año 2000, más o menos. Les aprecio muchísimo; fueron nuestros mejores años del software de vender tu tiempo. Un error, sí, que hizo que me alejara.
Y más o menos cuando tienes treinta años descubres internet, ¿no? En el 95. ¿Qué significa para ti? ¿Cómo entraste? ¿Entraste por Infovía? ¿Cuál fue el proceso de descubrir que existía esa conexión?
Me gusta mucho leer. Era habitual del quiosco la primera semana de cada mes, y me llevaba todas las revistas de informática. Internet me flipó muchísimo. Mi primera conexión fue con Ibertex para tener un correo electrónico de Goya, una empresa de telemática de Madrid. Habían hecho una pasarela de correo electrónico al Ibertex, y yo tuve una dirección de correo electrónico con aquel Ibertex, donde los píxeles eran como puños.
En Francia había algo similar que tuvo bastante éxito, el Teletel, y muchos franceses lo tenían en casa. Pero aquí no llegó a implantarse porque, cuando progresaba, apareció Infovía. Les dije a mis compañeros de El Vendrell, los dos telecos: «Esto va a ser la bomba con Infovía», porque, claro, conectarse a internet desde Tarragona, desde Calafell o El Vendrell, requería hacer una llamada interprovincial a un ISP de Barcelona, y era carísimo. Entonces, te conectabas a internet muy poco, solo para recoger el correo y colgar. Cuando apareció Infovía, les propuse que nos hiciéramos ISPs para tener clientes de toda España. Se animaron y montamos, posiblemente, junto a RedySoft de Reus, uno de los primeros ISPs de Tarragona con Infovía. Infovía nos animaba a tenerlo todo duplicado, tanto internet como Infovía, porque era una intranet con una pasarela a internet. También ofrecía llamadas locales, lo que hacía que fuese más barato. Para conectar la primera vez, reaproveché el módem que te regalaba Telefónica para Ibertex. Me acuerdo que un rayo lo rompió, llamé, y Telefónica me envió otro. En esa época, Telefónica estaba muy interesada en que la gente se conectara: vendía muchos accesos y cobraba bastante a los ISPs.
En Tarragona fue muy difícil. En Girona y Barcelona hubo ISPs que marcaron el futuro, pero en Tarragona no fue así. Tuvimos una gran competencia de la Universidad de Tarragona, que creó Tinet, un servicio que ofrecía conexión gratis a todo el mundo de Tarragona. Tinet estaba patrocinado por la Caixa y la Diputación. Además, la Cámara de Comercio, con su impuesto revolucionario que pagábamos, que no usábamos para nada, pero que minaba nuestro proyecto con nuestro propio dinero. Con esa competencia desleal, todo era muy complicado. Nos hundieron. En Girona, Lleida y Barcelona, los ISPs pudieron prosperar porque no tenían esa competencia desleal. Allí surgieron emprendimientos relevantes, en internet, que empezaron con los ISPs. Luego crecieron como grandes empresas. Bueno, es historia. En Tarragona, perdimos el negocio y no surgió nada interesante en décadas. Fuimos la provincia maldita para los negocios de internet, a diferencia del resto de Cataluña.
Recuerdo mi email de queja a Tinet. Quizás en 1996. Un tal Gómez me contestó diciendo que yo estaba muy equivocado; que el futuro era la conexión gratis y que incluso, en el futuro, la regalarían los Testigos de Jehová (sic). En 2024, pagamos por la conexión y casi todo el resto es gratis para la mayoría. No acertaron, pero regalar cosas (pagando otros) les dio mucha visibilidad, de la cual todavía viven hoy. Lo último ha sido crear una asociación para limitar la IA. Tuvo visibilidad en todos los medios y dijeron disparates tan enormes como cuando las dijo en el siglo pasado el fundador de Tinet. En una buena parte de la Cataluña boomer, solo los lobos (los boomer) opinan sobre la tecnología (las ovejas). En el pasado, afortunadamente, su visión únicamente arrasó con el futuro digital de las comarcas de Tarragona.
Ese tiempo, desde que descubres internet, lo acabas definiendo como el periodo «bitolítico».
Bueno, yo hablo del «bitolítico» porque creo que el cambio que nos trae internet va a ser como el del neolítico. Eso de dejar de ser cazadores-recolectores, establecerte, construir ciudades, sembrar, fue una revolución económica muy grande. No hace falta repasar todo el neolítico ni las épocas que vinieron después, pero creo que ahora estamos ante algo similar: todo lo que pueda ser software será software, y todo el software que pueda ser inteligencia artificial será inteligencia artificial.
Es una revolución tan grande que no podemos hablar de la cuarta revolución industrial, ni de un cambio de época como pasar de la Edad de Hierro a la de Bronce. internet no es ni una revolución industrial ni un cambio de edad; es un cambio de era. Vamos al bitolítico, llámalo como quieras, porque lo va a revolucionar tanto como lo hizo el cambio de la sociedad en aquel momento.
En ese momento, porque realmente tú ya estás muy involucrado con la informática, ves internet y surgen las comunidades virtuales, y ahí te involucras. ¿De alguna manera sientes que es un sitio al que perteneces?
Mucho, muchísimo. Por cuestiones familiares, largas de explicar, no fui a la universidad. No quisieron que fuera. Hice FP, pero no de programador, sino de contable.
Internet hace que conozca a mucha gente interesantísima, enorme. Flipo.
No te dejan estudiar.
No, no puedo estudiar. Empiezo a trabajar muy joven, a los dieciséis años como administrativo de FP1 y luego como contable. A los dieciocho empiezo a programar, y es en el mundo laboral donde construyo mi red. Mucha gente lo hace en la universidad; no necesita exposición pública porque ya ha tenido ese entorno, sus redes de apoyo y de ayuda. A mí esa red me aparece en internet, cuando empiezo a participar en los foros, tanto en Usenet como en las listas de correo, que por entonces conocíamos como ‘mayordomo’.
Recuerdo que en RedIRIS había muchas listas de correo, en el mayordomo, y también un programa de radio, el primero sobre internet del mundo: El internauta, de Jordi Vendrell, en Catalunya Ràdio. Mientras estábamos montando el ISP, le expliqué la experiencia a Jordi por fax porque aún no sabía su correo electrónico. Era todo muy reciente. Le mando el fax explicándole los problemas para montar el ISP, sobre todo con RedIRIS para registrar dominios .es. Era dificilísimo: no querían venderlos, eran muy restrictivos. En cambio, con los .com o los .net podías hacer lo que quisieras. Jordi me respondió también por fax y me dijo: «Tienes que venir a la radio a explicarlo».
Nos conocimos en persona, y con Jordi Vendrell hicimos amistad muy rápido. Estábamos en contacto a diario (todos los días, literalmente) a través de chats como ICQ. Se convirtió en mi mentor; un mentor de lujo. Él había sido, hasta 1992, el líder de audiencia en la FM en Cataluña, y yo lo admiraba muchísimo; jamás me perdía su tertulia L’Orquestra, y antes seguí diariamente sus programas, desde El Lloro hasta La Orquestra, pasando por el Mínim esforç y otros que no recuerdo.
Ahora era mi mentor. No me lo podía creer. Jordi era la persona más generosa que jamás conocí. Además, era colaborador en prensa, con La Vanguardia y otros medios. Nuestra amistad fue muy importante. Él me abrió su red de contactos. Entré en la lista de correo de su programa de radio, donde estaban todos los que hacían cosas interesantes en internet: los rectores de universidades catalanas, jefes de redacción de periódicos… Esa lista de correo era un espacio clave. Participaba y me leía gente relevante e interesante. Les gustó lo que explicaba y me dijeron: «Tú tienes que hacer radio, escribir, colaborar».
A partir del 95 empecé a alejarme un poco de la informática como profesión. No pude desvincularme del todo por compromisos como el efecto 2000 o el cambio al euro, que me mantuvieron ocupado hasta el 2004. Pero ya desde el 98 mi interés estaba en otro sitio: pensar en el cambio grande que llegaba y actuar. No tenía sentido seguir vendiendo mi tiempo como programador.
¿Cómo descubres el software libre?
Con el efecto 2000 empecé a notar que el mundo de Theos (antes Oasis), el sistema operativo que utilizaba, estaba llegando a su fin. Las empresas comenzaban a adoptar los grandes ERP como Navision o SAP, y no me gustaban nada. Me di cuenta de que, como freelance, trabajando con un grupo de cinco o seis programadores, no podíamos competir con esos softwares tan complejos. No teníamos los recursos para desarrollar algo similar. Terminaríamos siendo distribuidores de software hecho, lo que para mí era como ser chef y acabar trabajando en un McDonald’s, donde lo más complicado es manejar la freidora.
El software libre, en cambio, te daba acceso a un montón de código para desarrollar muchas cosas. Por ejemplo, con Linux podías montar servidores y sistemas operativos sin depender de grandes corporaciones. Empecé con Mandrake, que luego se llamó Mandriva, después pasé a SUSE y finalmente a Debian, y luego Ubuntu por comodidad. Me di cuenta de que la comunidad podía desarrollar herramientas muy útiles, como los ERP, que era lo que más me interesaba en ese momento.
¿Ya existían ERPs en el software libre?
No había muchos, pero empezaron a surgir. Por ejemplo, Odoo, que al principio se llamaba Tiny ERP y luego OpenERP. Era muy básico, pero tenía potencial porque ya estaba programado en Python y la comunidad de Python era muy lista, y sólo podía mejorarlo. Yo en ese momento ya estaba más enfocado en montar servidores, trabajar con PHP, CMS y personalizarlos. Dejé el sector de la gestión empresarial porque vi más futuro en ser «sysadmin» y montar sistemas web.
Intenté participar en un proyecto de ERP con la asociación BULMA (Bisoños Usuarios de Linux de Mallorca y alrededores). Toda su idea en cuanto a «sysadmin» era muy buena, pero no en el negocio de la administración de empresas. Ellos querían hacer un ERP instalado en los clientes, y yo pensaba que eso era un error. Tras años de programar, había aprendido que lo importante era crear productos, no vender tu tiempo. Entonces apareció Gmail, y vi cómo utilizaban Ajax para crear aplicaciones web muy avanzadas. Pensé que un ERP podía funcionar como una aplicación web, algo que ahora llamamos SaaS, aunque en ese momento el término no existía.
¿Estamos hablando de 2004?
Sí, por aquel entonces no se conocía el término SaaS, pero ya existía Salesforce, que era un ejemplo de aplicaciones web como servicio. Pensé que si Gmail podía hacer cosas tan avanzadas, nosotros también podíamos crear ERPs como SaaS. Así podías vender suscripciones y actualizarlas para todos los clientes sin necesidad de desplazarte. Era mucho más eficiente que vender tu tiempo en casa del cliente, que es lo que siempre hice. Y no daba para mucho.
TinyERP evolucionó a OpenERP y finalmente a Odoo. Hoy en día es un SaaS muy completo que se puede instalar localmente —como WordPress, para entendernos— o utilizar como servicio. Esa versatilidad le ha dado mucho éxito, pero también plantea problemas, porque los SaaS propietarios, como Holded, no te permiten modificar nada.
¿Eso lo ves como un problema?
Sí, porque aunque el RGPD exige que puedas exportar tus datos, el problema es la importación. Migrar datos entre sistemas es un proceso complicado que puede destruir empresas. Por ejemplo, Odoo es compatible con SAP, y en casos como el de Danone, que tenían muchas delegaciones y licencias caras, el Odoo resultó una solución más económica. En el Govern de las Illes Balears fuimos pioneros en adoptar Odoo en empresas públicas para gestionar presupuestos y recursos sin que hiciese falta un SAP carísimo.
Volviendo a tu trayectoria, mencionas las comunidades y cómo empiezas a moverte en ellas, incluso montando tu propio blog. Eres de los primeros que utiliza WordPress, ¿no?
Sí, usé WordPress desde la versión 1, en 2004. Pero ya tenía ganas de bloguear desde el 2000, cuando seguí de cerca el éxito de Blogger.com. Fueron los primeros en automatizar el blogging. Antes de eso, los blogs los hacían informáticos montándoselo todo a mano. Blogger creó un formulario que generaba páginas HTML, sin base de datos, y fue un éxito tremendo.
Probé Blogger en 1999 e hice mi primer blog, que creo que fue el primero en catalán en esa plataforma. Lo usé para explicar en las redes sociales de la época. Era algo experimental porque no tenía tiempo para escribir seriamente; estaba saturado con el efecto 2000 y el cambio al euro. Pero Blogger tuvo tanto éxito que incluso pidieron donaciones para mejorar sus servidores, y acabaron siendo rentables. Google los compró y lo demás es historia.
Y en 2004, con WordPress, empiezas a escribir de forma más regular.
Sí, en 2004 pude dedicarme más en serio, gracias a que WordPress ya era una herramienta mucho más avanzada. La blogosfera empezaba a consolidarse, y ahí encontré un espacio para escribir y participar activamente en internet.
¿Cómo conoces a Ricardo?
Por la red de Jordi Vendrell. Él, en su programa de radio, invitaba a personas relevantes de internet. La UIB, la Universidad de las Islas Baleares, era un referente en ese momento. Primero con Nadal, el rector de aquellos años, hicieron seminarios y conferencias sobre internet. Recuerdo un póster de uno de esos eventos en Mallorca que decía algo así: «Si lo puedes ver, lo puedes digitalizar; si lo puedes explicar o escribir, lo puedes digitalizar; si lo puedes oír, lo puedes digitalizar; y todo digitalizado se puede distribuir en internet». Ese mensaje me pareció fantástico.
Jordi Vendrell invitaba a Llorenç Valverde, un matemático y director del Departamento de Matemáticas e Informática de la UIB, a su programa. Cuando decidí mudarme a Mallorca, porque con Theos podía trabajar en remoto, Jordi me dijo: «Tienes que conocer a Llorenç». Quizá fui el primer teletrabajador de Mallorca, allá por 1999.
Llorenç me introduce en la UIB, y ahí conozco a Ricardo Galli, un hacker amigo suyo. Para una radio pública de Mallorca, montamos juntos la primera emisión de radio a la carta y en directo por internet. Usamos un servidor que compró la radio, lo colocamos en el data center del Consell Insular de Mallorca y digitalizamos el sonido con software libre. Creamos archivos en formato Ogg Vorbis porque el MP3 tenía derechos de uso, y desarrollamos una base de datos con la programación para generar automáticamente los archivos de los programas. Estoy seguro de que fue el primer podcast en catalán, aunque en aquel entonces no existía el término podcast. El Consell organizó unos premios de innovación en radio y televisión, y ganamos el primer premio. Ricardo y yo comenzamos a colaborar estrechamente desde entonces.
¿Cómo surge Menéame?
Con Ricardo estábamos en BULMA, un grupo de usuarios de Linux (LUG) muy activo. Ricardo había desarrollado un CMS propio para la comunidad, que se convirtió en una de las comunidades más potentes de España. Era una unión de software y talento, con una visión muy fuerte. Incluso nos pasábamos de ‘fuertes’. En 2004 trajimos a Richard Stallman a Mallorca, y tuve la oportunidad de ser su guía durante esos días. Hablamos mucho de software libre y corregimos juntos la traducción al catalán de Free Software, Free Society. Stallman era muy puntilloso con los términos, y quería que todo quedara perfecto. Personalmente, Stallman era insoportable; intelectualmente, uno de los mayores lujos que he tenido la suerte de experimentar.
Me pidió mi clave pública para poder entrar a su servidor y crear un software para que fuesen más fáciles de ver las fotos de sus viajes. Entraba en su servidor como si fuese su casa. Me largué inmediatamente. Lo probé un par de veces, pero siempre tenía que llegarme. Jamás me atreví a tocar nada. Imagina que tengo un error de programación y que a través de mi álbum entran a la cocina del servidor de una persona tan relevante. No; prefiero fracasar por prudente que por inconsciente. Que Richard confiara en mí, tras tantas conversaciones en mi Citroën, es un lujazo.
Para 2005, la blogosfera estaba cambiando. Había muchos blogs interesantes, pero algunos bloggers estrella empezaron a volverse algo arrogantes, y la comunidad se fragmentó. Por otro lado, surgían portales como Digg y Reddit, que introducían un modelo colaborativo, donde las noticias se seleccionaban por votos de la comunidad en lugar de depender de editores.
Ricardo y yo compartíamos un RSS con blogs y noticias que nos interesaban, más que lo que veíamos en sitios como Barrapunto, que también tenía un enfoque editorial cerrado. Cuando vimos lo que estaban haciendo Digg y Reddit en el Web 2.0, Ricardo me propuso que hiciéramos algo similar, un proyecto basado en esa idea, pero adaptado a España. Él se encargaría del desarrollo, y yo del diseño, ya que mi blog había tenido cierta repercusión por su diseño sencillo y funcional.
Esa fue la semilla de Menéame, un proyecto que surgió de la filosofía del software libre, las comunidades abiertas y nuestra visión de democratizar el acceso a las noticias y contenidos relevantes.
¿Habías trabajado con CSS?
Sí, empecé con CSS, y me fascinaba lo que se podía hacer en la web. Sin embargo, lo odiaba como lenguaje. Su inexactitud me resultaba frustrante. Admiro mucho a quienes lo dominan, pero a mí siempre se me atravesó. Aun así, me gustaba dibujar, y me pareció interesante encargarme del diseño. Ricardo me dijo: «Tú te encargas del diseño y yo del PHP. Vamos a sacar como software libre un CMS para hacer un Reddit tal como existe software libre para lugares tipo Slashdot, cosa que hace que en España tengamos a Barrapunto».
¿Lo hicisteis con algún framework?
No, empezamos con un servidor que estaba en el despacho de Ricardo. El servidor se llamaba MNM, porque la Universidad de las Islas Baleares había trabajado en un proyecto europeo llamado Multimedia Newspapers of Minoritized Languages o algo similar, cuya abreviatura era MNM. Internamente, tanto Llorenç Valverde (director del departamento de informática y matemáticas de la UIB) como Ricardo bromeaban llamándolo Menéame, añadiendo las vocales al MNM. Cuando decidimos un nombre para el proyecto, Menéame nos pareció perfecto.
El nombre tenía pegada, era memorable y tenía su propio verbo: «menear». Además, podía generar memes y tenía ese toque divertido. Pero necesitábamos una mascota, porque en el mundo del software libre todos los proyectos exitosos tenían una. Pensé en un elefante, porque me gustaba el Tux de Linux, pero los elefantes no son tan achuchables. Así nació Eli, una elefanta sin colmillos, que se balancea en la tela de una araña como metáfora de moverse por la web y los votos. Quería que Menéame tuviera un diseño muy naíf, inspirado en la simplicidad relajante de Google.
¿Qué respuesta tuvieron de la comunidad en ese primer año?
La comunidad respondió de manera increíble. Después de tantos años de activismo, conferencias, artículos y proyectos de software libre, como las visitas de Richard Stallman, ya teníamos un público que confiaba en nosotros. Menéame fue recibido con entusiasmo porque ofrecía algo nuevo: una red social donde la comunidad tenía el poder de decidir qué noticias subían o bajaban. El primer año alcanzamos 30 000 usuarios únicos diarios, lo cual era muchísimo para ese momento en internet. El 90 % del tráfico era directo, gracias al boca a boca. Hasta 2010, Menéame tenía más tráfico en España que Reddit en todo el mundo.
La anécdota es que el proyecto empezó para hacer un CMS libre, tal como lo era el de Slashdot, llamado Slashcode, que permitía tener el Barrapunto en España. Pero Menéame no funcionó como CMS, sino como comunidad. Y ahí tuve que ponerme las pilas para hacer crecer una comunidad con una mascota, un diseño, un lenguaje, una cultura que nos uniese. Esto tuvo mucho más valor que el código, e incluso que el diseño. Y aprendí muchísimo sobre negocios en internet. Ahora sé que todo eso se llama product-market-fit y go-to-market, entre muchas otras cosas que ignoraba por entonces. Simplemente sucedió y lo seguí por instinto.
Hoy, que sé mucho más (pero todavía no del todo), no me arrepiento de nada. Fue lo que tenía que suceder.
¿Hubo ofertas para comprar Menéame?
Sí, varias. Firmamos NDAs con grupos editoriales importantes, pero rechazamos todas las propuestas. Entrar en un grupo mediático significaba perder nuestra independencia. Por ejemplo, Menéame era de los pocos lugares donde se permitían críticas al Corte Inglés. En un grupo mediático, eso sería imposible. Queríamos mantener la libertad y la esencia de la comunidad.
Hoy, después de conocer un gobierno y empresas grandes desde dentro, sé que muchas críticas son erróneas. Pero sigo pensando lo mismo: si son erróneas, tenemos que poder razonarlo. Si no es posible, nuestra crítica también es errónea. Todos nos equivocamos, y saberlo es una ventaja, no una ofensa.
Martín Varsavsky invirtió muy pronto. ¿Cómo apareció en la ecuación?
Al principio, era un proyecto de Ricardo y mío, pero Martín Varsavsky llegó rápidamente al conocer nuestro trabajo y la proyección de Menéame. Aunque él invirtió, siempre respetó nuestra visión y filosofía. Eso fue clave para que Menéame siguiera siendo independiente.
Conocimos a Martín tras muchas críticas, de Ricardo y mías, a su nuevo producto Fon. Que Martín nos tuviese en cuenta, a pesar de todo lo que dijimos negativo de su proyecto, habló mucho en favor de él —por lo menos para mí. El nuestro era feedback de gente relevante para él. Por su olfato; estar de acuerdo en cosas de entorno era secundario. La misión y la visión son lo importante. Eso me encanta.
Siempre pensé que Martín es alguien en quien puedes confiar en los negocios, porque está dispuesto a rectificar, pensar y considerarlo todo. Aunque los diálogos, a veces, supongan muchos puñetazos en la mandíbula. La suya es de hierro, y la mayoría de las mandíbulas de sus oponentes son de cristal. No lo es la mía, ni hablo de ideologías; hablo de capacidad para explicarlas y cambiar los productos.
Él se explica abiertamente en X, te guste o no. Le explico cosas por WA, con mensajes de voz extensos, y me escucha. Quiero trabajar con personas así aunque no pensemos igual. Lo importante es que nos escuchamos con respeto máximo, y admiración mutua.
La comunicación es un lujo con Martín, pero tienes que estar muy seguro de ti mismo para hablar con él, porque sabe más que tu sábana de debajo.
¿Como empresa, desde el principio fue rentable?
Sí, fuimos rentables desde el primer momento. Recuerdo que inicialmente usamos mi cuenta de AdSense, la que tenía en mi blog, para la publicidad en Menéame. En el primer mes ya empezamos a facturar, creo que unos 150 euros, lo cual era sorprendente para una web nueva. Sin embargo, justo antes de cobrar, Google nos clausuró la cuenta. Pensamos que íbamos a tener que poner dinero de nuestro bolsillo para pagar el servidor, y no estábamos seguros de si abrir una nueva cuenta de AdSense era buena idea.
Lo comentamos con la comunidad de Menéame, y nos advirtieron de que Google podía incluso bloquear cuentas de personas asociadas con la misma dirección. Era complicado. Finalmente probamos con una nueva cuenta, en otro lugar, y funcionó. Nos daba lo justo para pagar el servidor, aunque nosotros seguíamos trabajando gratis.
¿Dónde tenían alojado el servidor?
Lo teníamos en colocación en un ISP de Madrid que nos trataba muy bien. Cuando ese ISP se vendió a otra empresa, fuimos de los primeros en pasarnos a AWS.
¿Cómo aparece Martín Varsavsky en la historia?
Conocimos a Martín a raíz de que criticamos bastante su proyecto FON en Menéame. Ricardo y yo escribimos en nuestros blogs sobre cómo FON, al meter routers cerrados, iba en contra del espíritu del software libre. La comunidad, que estaba muy ligada al software libre, también lo criticó duramente. Martín se enfadó y entramos en contacto a partir de ahí.
Curiosamente, eso llevó a que él se interesara por Menéame. Por entonces ya había otras personas interesadas en invertir, pero Martín nos convenció porque entendía internet y respetaba nuestra visión. Se convirtió en nuestro business angel, invirtiendo primero una pequeña cantidad y luego ampliando su participación hasta un 33 %. Siempre nos dejó hacer lo que quisimos con el proyecto, lo cual fue clave.
¿Cómo impactó eso en Menéame?
Con Martín conseguimos una estabilidad económica que nos permitió respirar tranquilos, pero seguimos con nuestra filosofía de no gastar demasiado. Ahora, mirando atrás y con la experiencia que tengo, me doy cuenta de que eso fue un error. Si alguien invierte en ti, debes utilizar esos recursos para crecer.
Una anécdota curiosa con Martín fue cuando le contamos lo que había pasado con AdSense. Nos dijo: «Conozco a Serguéi (Brin), voy a llamarle». Nosotros estábamos en plan: «No llames al fundador de Google por esto», pero Martín lo hizo, y cuando llegamos a casa, recibí una llamada de Google desde California. Nos pidieron disculpas, nos devolvieron la cuenta de AdSense y además nos dieron permiso para probar una idea que teníamos: repartir los ingresos de AdSense con los usuarios.
Eso era bastante innovador, ¿no?
Sí, queríamos que cuando alguien subiera una noticia a portada, los ingresos de AdSense asociados fueran para esa persona. Eso nunca se había hecho antes, pero con el apoyo de Google —vía Martín—, lo implementamos. Era una muestra de cómo queríamos compartir con la comunidad.
En 2011, Menéame se convierte en un actor clave en el 15M. ¿Cómo lo vivieron?
Fue un momento increíble. Menéame se convirtió en el medio oficial de las plazas durante el 15M. En esa semana, pasamos de 250 000 usuarios únicos diarios a 500 000, con tráfico incluso desde Estados Unidos, probablemente por gente usando VPNs. La prensa tradicional no sabía cómo abordar el movimiento, mientras que en Menéame la comunidad compartía información, blogs y análisis en tiempo real. Esa relevancia nos puso en la cima, pero también marcó un punto de inflexión. Después del 15M, Menéame empezó a perder tracción, sobre todo cuando movimientos como Podemos comenzaron a usar plataformas como Reddit para organizarse.
Aparece Podemos y empieza el bajón de Menéame. ¿Cómo impactó eso en la plataforma?
Con la aparición de Podemos y el auge de Reddit, muchos usuarios migraron a subreddits relacionados con el movimiento. Aunque Menéame seguía siendo fuerte, ese cambio marcó el inicio de un descenso en su relevancia. En paralelo, Digg había colapsado, perdiendo toda su clientela frente a Reddit, que consolidaba su posición global.
¿Qué papel jugó el boicot al canon AEDE en esa dinámica?
El boicot al canon AEDE fue un punto crítico. Sucedió en 2014, en un momento en el que prácticamente todos los medios usaban Menéame para promocionarse, excepto, debo decir, El Mundo, que era el único que entendía cómo trabajar con nosotros sin intentar hacer trampas. El País, por ejemplo, publicaba artículos presumiendo de ser el medio más meneado. Había una buena relación, aunque distante, porque éramos muy estrictos con nuestra comunidad y evitábamos que los medios manipularan el sistema.
Cuando el canon AEDE empezó a discutirse, nos pareció una barbaridad. Era un ataque directo al derecho de cita, algo esencial para la libertad en internet. Nos enfadamos muchísimo, y la comunidad reaccionó votando negativamente los contenidos de medios de AEDE, lo que los eliminó de facto de Menéame. No hicimos nada algorítmico para provocar esto; fue una decisión soberana de los usuarios.
¿Cómo impactó la medida de AEDE en internet en España?
Google News cerró en España, lo cual fue un golpe duro para el ecosistema digital. Durante años no volvió, hasta que recientemente, con la mediación de CLABE, se llegó a un acuerdo para que Google pagara a los medios por sus contenidos. Pero en aquel momento, la medida fue vista como retrógrada y dañina, incluso como algo propio de un régimen autoritario: que el derecho de cita sea de pago por intereses corporativos. Tremendo.
¿Cómo justificaban los medios esa postura?
Recuerdo una conferencia en el Palacio de la Prensa en Madrid. El director general de AEDE, José Gabriel González Arias, me dijo, en un tono paternalista: «Antes, la gente compraba el periódico, lo leía de portada a portada, página por página. Ahora, con vosotros, leen una noticia y se van». Su visión era que Menéame había destrozado su modelo de negocio, pero no entendían que no puedes ir en contra del progreso. Es como intentar frenar la evolución de internet, algo imposible salvo en dictaduras como la de Corea del Norte.
¿Legalmente, cómo os afectó la implementación del canon AEDE?
Tardaron un tiempo en desarrollar el reglamento, pero el daño ya estaba hecho. Google News cerró, y Menéame quedó en una posición complicada. Yo en 2015 me uní al gobierno balear y dejé de estar involucrado directamente en el día a día de Menéame, aunque seguí siendo socio y consejero en algunos aspectos estratégicos. Desde entonces, la plataforma siguió con un nuevo equipo liderado por Remo y Daniel Seijo.
¿Qué aprendiste de todo ese proceso?
Que emprender en España, especialmente con un proyecto innovador, siempre está lleno de obstáculos. Parecía que el objetivo principal del canon AEDE era Google, pero nosotros terminamos atrapados en el fuego cruzado. La falta de profesionalización que tuvimos en Menéame también nos pasó factura, pero nuestra independencia y la fuerza de la comunidad siempre fueron nuestros mayores logros.
¿Cómo entran Remo y Daniel en Menéame?
En 2015, después de dos años con dificultades para profesionalizar Menéame, surge la necesidad de cambios importantes. Ya en 2013 había planteado varias ideas para diversificar la plataforma, como una edición de deportes o el proyecto Pregúntame, que propuse en 2013 y Ricardo programó en 2014 como «subMenéames» (subs), en general, sin consultarme ese cambio tan grande. Si Menéame Deportes no funcionó, ¿cómo podían funcionar docenas de subs? No sabía qué hacer con los subs, pero me lo reprochaba. Eso fue un golpe para mí porque mostró la falta de trabajo directivo en equipo y la dificultad para alinear visiones dentro de Menéame. Además, la relación interna se deterioró. Ricardo criticaba mis propuestas de estrategia y desarrollo de productos. Mientras tanto, yo ganaba mil euros al mes como autónomo y necesitaba otros proyectos para mantenerme, ya que tenía responsabilidades económicas añadidas, como una pensión y pagar dos viviendas tras mi divorcio.
Intenté involucrar más recursos, incluyendo profesionalizar la publicidad, pero Ricardo rechazaba muchas opciones y no quería nuevas empresas en la ecuación. Me di cuenta de que sería imposible profesionalizar Menéame bajo esas circunstancias. Cuando recibí una oferta para unirme al gobierno balear, lo vi como un respiro y propuse una transición. Pensé en mi pareja de aquel entonces, que estaba al tanto de todo y podía encargarse del diseño y la continuidad del proyecto —no me equivoqué, ella tiene talento y su CV posterior lo confirma. Pero mi propuesta enfureció a Ricardo, y decidió salir de Menéame.
Propuse entonces a Remo, quien llevaba la contabilidad de la empresa, como una opción para gestionar la transición. Remo aceptó y sugirió incluir a Daniel como socio. Ricardo vendió parte de sus participaciones a ellos bajo un acuerdo NDA, por lo que los detalles de la operación no se conocen públicamente. Martín Varsavsky se mantuvo como socio y Ricardo continuó colaborando de forma puntual con la programación durante un tiempo, ya que el software de Menéame era «legacy» y requería su conocimiento.
Yo me desligué del día a día de Menéame en 2015, aunque seguí siendo socio. En aquel momento, Menéame tenía unos 250 000 usuarios únicos diarios y se encontraba en el puesto 20 en el ranking de AIMC, por encima de LinkedIn en España, que era el 21. Remo y Daniel asumieron la gestión con la misión de profesionalizar la plataforma y mejorar su estructura comercial.
¿Qué aprendiste de esa etapa?
La importancia de tener roles claros, profesionalizar desde el principio y garantizar un equilibrio entre la visión técnica y la estratégica en cualquier proyecto. Sin estos elementos, es fácil que las tensiones internas dificulten el crecimiento, incluso en proyectos con tanto potencial como Menéame.
¿Cómo comienzas ese reto en el gobierno?
Recibo una llamada del vicepresidente del gobierno poco después de su nombramiento. Me dice que habían pensado en mí para impulsar el software libre en el gobierno. Acepto, y uno de mis primeros logros fue llevar todo el software del gobierno a GitHub bajo licencias de software libre. Sin embargo, pronto me doy cuenta de que trabajar en un gobierno es tremendamente complejo. Me encanta la frase de Edward O. Wilson: «Tenemos sentimientos del paleolítico, instituciones medievales y tecnología de dioses». Aunque se suponía que yo representaba la conexión tecnológica, me encontré con un sistema administrativo arcaico, lleno de burocracia y dependencias históricas.
¿Cuáles fueron los hitos más importantes?
Uno de los mayores retos fue implementar la Ley 39/2015 y 40/2015, que exigían que todos los trámites administrativos fueran digitales. Esto coincidió con el decreto del FLA (Fondo de Liquidez Autonómica) del gobierno de Rajoy, que condicionaba la entrega de fondos a avances tecnológicos concretos. Nos pusimos bajo una enorme presión porque cada trimestre teníamos que demostrar que cumplíamos los requisitos para recibir mil millones de euros al año.
¿Cómo lo afrontaron con tan pocos recursos?
La Dirección General tenía un presupuesto de nueve millones y treinta y cinco personas, la mayoría project managers porque los desarrolladores estaban externalizados. Con ese equipo tuvimos que enfrentar retos como digitalizar archivos, implementar registros digitales y construir sistemas interoperables. Algunos logros fueron crear un archivo documental digital con software libre (Alfresco), desarrollar Regweb, un sistema de registro en software libre, el primero de su tipo en España. Lo presentamos a un proyecto europeo y ganamos el Share and Reuse Award de la UE. La idea era resistir la centralización del software por parte del gobierno central, asegurando la soberanía digital de Baleares.
¿Por qué era importante la soberanía digital?
Dependiendo del software centralizado del gobierno de España, las administraciones locales perdían control sobre sus datos. Esto generaba riesgos políticos, ya que los cambios de gobierno podían afectar la disponibilidad o el uso de esos datos. Mi enfoque fue que cada entidad tuviera su propio sistema basado en software libre, reutilizable y adaptado a sus necesidades.
En el gobierno central puede gobernar una ideología totalmente distinta a la nuestra. La tecnología digital es importante, y cada uno tiene que poder usarla según los votos de cada cual. El software libre era un camino para no repetir desarrollos entre gobiernos.
¿Qué obstáculos enfrentaron con grandes proveedores como SAP?
SAP estaba muy arraigado en Baleares, como en muchos otros gobiernos autonómicos. Por ejemplo, el sistema de contabilidad presupuestaria y las nóminas del personal sanitario dependían de SAP. Las licencias costaban 1,2 millones de euros al año, más los altos costes de consultoras como IECISA (Informática El Corte Inglés), que solía ganar los contratos de SAP. Intenté introducir Odoo, un ERP libre, en algunas empresas públicas como alternativa. Logramos implementarlo en una empresa pública de Mallorca, pero expandirlo era muy complicado debido a la inercia de los sistemas establecidos y la dependencia de las instituciones de SAP.
¿Cómo impactó el FLA en los avances tecnológicos?
El FLA fue una bendición y una maldición. Por un lado, nos puso bajo una presión constante, con auditorías trimestrales muy estrictas por no haber aceptado ningún SaaS estatal. Por otro lado, permitió que las Illes Balears se convirtiera en una referencia en transformación digital porque nos pusimos las pilas. El reto nos permitió aumentar recursos, pasar de 30 a 70 plazas y aprobar un decreto de inmersión digital para coordinar esfuerzos (decreto 70/2016, de dos de diciembre). Siempre preferí llamarlo «inmersión» y no «transformación». La inmersión es algo como aprender una nueva lengua para explicar tu mundo de otra manera; la transformación es dejar de ser lo que eras.
¿Qué papel jugaron las relaciones con el gobierno central?
El gobierno de Rajoy intentó centralizar el software administrativo a base de muchos SaaS, pero sus sistemas estaban al límite de su capacidad. Cuando Pedro Sánchez asumió el gobierno, su equipo frenó esos planes porque las plataformas centrales no eran sostenibles. Esto confirmó mis sospechas de que podíamos hacerlo mejor por nuestra cuenta. Apostar por la soberanía tecnológica y el software libre permitió a las Illes Balears demostrar que era posible avanzar sin depender de sistemas centralizados. Fue un período de gran aprendizaje y satisfacción, a pesar de las dificultades.
¿Qué opinión te merece la gestión del dominio .CAT?
Desde mi experiencia con la ISOC-CAT, Cataluña, que fue pionera en España, y como patrono de la fundación .CAT, siempre he defendido que el dominio era un espacio lingüístico y cultural. Su propósito inicial era identificar contenido en catalán y fomentar un ámbito digital donde la lengua tuviera un papel relevante. Cada lengua sirve para explicar las cosas en el lugar donde estás, y la cultura son las cosas que haces sin pensar, que expresas en tu lengua.
En Madrid dices que haces ‘la vertical’, en Barcelona dices que ‘fas el pi’ (haces el pino) y en Mallorca que haces ‘l’ullastre esbrancat’, que en castellano significa ‘el acebuche escamondado’. Una cosa tan anecdótica como esa refleja una cultura y entornos únicos. Esa combinación de lo lingüístico con lo cultural hacía el .CAT único para llamar la atención sobre una forma de ver y explicar el mundo, pero lamentablemente se ha politizado en exceso, especialmente por sectores que lo vinculan al independentismo. El interés de Òmnium en el .CAT no me gustó. Esto no refleja el espíritu original del proyecto y me molesta que esa percepción haya prevalecido.
Hiciste cosas en el ámbito del internet de las cosas.
Cuando llegué a la Dirección General venía con la idea clara de apostar por el internet de las Cosas (IoT), influido por mi experiencia previa en Barcelona y el trabajo relacionado con las smart cities. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no era tan sencillo. Muchas de las infraestructuras necesarias, como las farolas o las carreteras, no estaban bajo la jurisdicción del gobierno autonómico. Las farolas pertenecían a los ayuntamientos, y las carreteras al Consell de Mallorca. Esto limitaba mucho nuestra capacidad para implantar sensores o dispositivos directamente en esas estructuras. Lo que sí teníamos eran torres de comunicaciones dedicadas al sistema de emergencias. Estas torres, más de 60 (ahora 64), estaban distribuidas estratégicamente en montañas y puntos clave para garantizar la operatividad de la red de emergencias Tetra pensada para situaciones críticas. Estas infraestructuras eran nuestras y estaban conectadas por fibra óptica, lo que las hacía ideales para un proyecto de IoT. Fue aquí donde identifiqué una oportunidad clave.
Conocía LoRaWAN, una tecnología de comunicación inalámbrica de baja frecuencia y bajo consumo, libre, perfecta para IoT. Era una solución económica, ya que no requería contratar frecuencias específicas, y ya estaba siendo utilizada con éxito en sistemas como el de alarmas de Securitas Direct, pero con la tecnología propietaria Sigfox —parecida a LoRaWAN. Por ejemplo, cuando alguien intentaba inhibir una alarma con un bloqueador de 4G, el sistema enviaba un aviso inmediato de que estaba siendo manipulado. Esto me demostró el potencial de esta tecnología para aplicaciones críticas y cotidianas. Decidimos aprovechar las torres de comunicaciones del gobierno para instalar antenas LoRaWAN y crear una red de IoT que diese cobertura a las cuatro islas. El coste era asumible. Además, al tener las torres comunicadas por fibra óptica, teníamos ya una infraestructura robusta que podíamos utilizar. Convencí al gerente de la empresa pública, Tomeu Tugores, de que esta era una inversión estratégica, y con su apoyo comenzamos a desplegar las antenas.
El resultado fue impresionante: nos convertimos en la primera región del mundo, según Google, en tener cobertura IoT total. Esto nos abrió un abanico de posibilidades. Por ejemplo, en el ámbito del turismo, podríamos equipar a los visitantes con sensores para localizar a personas extraviadas en rutas de montaña. En el caso de la violencia de género, imaginamos dispositivos que pudieran enviar alertas automáticamente si detectaban una agresión. La red también podía ser usada para aplicaciones agrícolas, como el monitoreo del riego o del estado de los cultivos. Google se interesó rápidamente por el proyecto y nos ofreció colaborar. Nos proporcionaron acceso a sus servidores y nos conectaron con un partner para desarrollar el software necesario. Solo tendríamos que encargarnos de los sensores, pero aquí nos encontramos con un obstáculo inesperado: la rigidez de la administración pública. Los procedimientos requerían concurrencia competitiva y estudios técnicos, lo que complicaba la aceptación de un apoyo directo (y gratuito) como el de Google.
A pesar de estos retos, logramos consolidar la red de IoT y dejarla operativa. Firmamos un convenio con la Universidad de las Islas Baleares para que pudieran usarla en proyectos de investigación y desarrollo. Además, documentamos las buenas prácticas en un libro que se publicó a través de la UIB, y la red se convirtió en un referente para otras comunidades autónomas, como Valencia, que replicaron el modelo. Este proyecto también atrajo la atención de iniciativas como el Smart City World Congress de Barcelona, que en 2018 promovió la creación del Smart Islands World Congress con sede en Palma de Mallorca. Solo se celebró una edición debido a cambios políticos, pero marcó un hito en la proyección de la región como líder en innovación tecnológica. El sistema ha seguido utilizándose para diversas aplicaciones, como el control de aforo en playas durante la pandemia, demostrando el potencial de una red IoT bien diseñada y gestionada.
Fuimos referencia en España a través de la comunidad Unired, que pasó de centrarse en las torres para la TDT a tener el foco en la IoT en solo un año. Le llamaron Foro Smart Towers. Esas torres eran oro para el IoT.
¿Qué opinas sobre el impacto de la inteligencia artificial en la Wikipedia?
La Wikipedia siempre ha sido una conversación entre apasionados de las enciclopedias. Aunque la inteligencia artificial ya utiliza su contenido para alimentar bases de datos y modelos, creo que las conversaciones humanas en torno a su construcción continuarán. Lo que puede cambiar es cómo se accede a la información: el SEO y el SEM han contaminado los buscadores tradicionales, haciendo que muchas personas prefieran interacciones más directas, como las que ofrece ChatGPT o similares. La Wikipedia tiene un futuro en su capacidad para adaptarse. Proyectos como Wikidata, que organiza datos de forma estructurada y accesible para inteligencias artificiales, son un buen ejemplo de cómo puede mantenerse relevante.
Sin embargo, el núcleo humano de la Wikipedia, sus editores y bibliotecarios, está siendo una ventaja y un problema al mismo tiempo para temas de profundidad y detalle. En este momento, los wikipedistas me parecen demasiado restrictivos para poder decir que reúnen el conocimiento humano. Herramientas como Perplexity lo hacen mejor cuando hay suficiente información fuera de la Wikipedia, y quizás deberían revisar cómo llevan la misión, el día a día, de su visión acerca de ‘reunir el conocimiento humano’.
¿Cómo ves el futuro de la web y las redes sociales en este contexto?
internet siempre ha sido un mercado de conversaciones, como decía el manifiesto Cluetrain. Hemos pasado de listas de correo y blogs a plataformas como Wikipedia, Reddit y redes sociales transaccionales como Instagram. Sin embargo, el futuro parece ir hacia conversaciones personalizadas, ya sea con máquinas o personas. En China, por ejemplo, WeChat domina todas las interacciones: desde pagar hasta comprar o socializar. En Occidente, el comercio electrónico, las redes sociales y los asistentes virtuales están convergiendo hacia esa experiencia conversacional.
Creo que ChatGPT es un adelanto de lo que será el futuro de la web: un entorno donde las interacciones son más directas y fluidas, reduciendo la necesidad de navegar por páginas saturadas de SEO y publicidad.
¿Qué papel jugará la tecnología en este cambio?
La tecnología se centrará en facilitar conversaciones: dispositivos como los AirPods Pro de Apple, que integran inteligencia ambiental para mejorar la comunicación, son un ejemplo de cómo vamos hacia un entorno más inmersivo. En lugar de ver la tecnología como una herramienta separada, se está integrando en nuestras experiencias cotidianas de una manera casi imperceptible. Las conversaciones, sean con humanos o máquinas, serán el eje central de esta evolución. Apple Intelligence lo hará popular e integrado, que funciona automágicamente, que es lo que suele hacer Apple (y lo peta casi siempre).
¿Qué ventajas tienen?
Los AirPods Pro con iOS 18 han mejorado muchísimo. Ahora tienen un modo transparente que, si me los pongo, te oiré mejor que en persona. Por ejemplo, si estuviésemos en un lugar ruidoso, tú y yo con AirPods nos oiríamos perfectamente. Si me los pongo en este momento, me oigo como si estuviera en la radio con los auriculares AKG que hay en casi todas las radios, fuerte, claro y modulando mejor, lo cual me gusta mucho porque me ayuda a hablar mejor. Y si tú me hablas, no solo te oiré, sino que además tiene una amplificación que puedo ajustar. Por ejemplo, puedo decidir oírte al 100 % o un poco menos si quiero que suene más bajo.
Además, si estoy oyendo un podcast o música y empiezo a hablar, automáticamente se pausa, me enfoco en la conversación y luego el podcast sigue. En iOS 18 han añadido muchos ajustes.
¿Qué otras aplicaciones imaginaste para esta tecnología?
En 2014, escribí un artículo llamado La ciudad silenciosa, que después renombré Proyecto Suricata. El Ayuntamiento de Barcelona me pidió un informe con ideas de futuro. Propuse etiquetar digitalmente la ciudad y abrirla mediante una API, para que cualquier aplicación o wearable pudiera usar esa información. Imagina llevar gafas inteligentes: si eres aficionado a la arquitectura, al pasar frente a un edificio podrías ver el nombre del arquitecto y datos históricos. Con auriculares como los AirPods, en lugar de mirar una pantalla, podrías escuchar esa información directamente. Esto cambiaría la forma en que interactuamos con las ciudades: ya no harían falta tantos rótulos visibles, porque podrías recibir información sobre restaurantes, precios, mesas disponibles o servicios médicos cercanos.
¿Qué ejemplos de futuro ves en esto?
En China ya están adelantados en este sentido con WeChat. Allí hacen todo con esa app: compran, pagan, socializan. Cuando fui a China, vi cómo integraban todo en un solo sistema. Por ejemplo, una marca de plumas estilográficas, PenBBS, surgió de un foro de chat. Su comunidad discutía sobre tintas y plumas, y de esas conversaciones nació una línea de productos que ahora se agotan rápidamente.
Sony intentó algo parecido en 2015, con unos auriculares que adelantaban lo que hoy son los AirPods, pero no supieron comercializarlos. Apple, en cambio, ha conseguido una integración perfecta entre dispositivos, que está transformando la forma en que usamos los auriculares.
Llevando estos auriculares puedes tener notificaciones, música, traducciones simultáneas, e incluso hacer compras. La voz y la conversación serán el futuro. Por ejemplo, con avances en traducción, podríamos hablar en diferentes idiomas y entendernos perfectamente en tiempo real, algo que está a la vuelta de la esquina.
¿Cuánto tiempo crees que falta para ese futuro?
Es difícil poner fechas porque las adopciones tecnológicas siempre tardan más de lo que creemos. Sin embargo, ya estamos viendo ejemplos. Llevar auriculares como los AirPods cambia completamente la experiencia. Puedes estar en un avión sin oír motores ni distracciones, o trabajando en lugares ruidosos sin interrupciones. Este tipo de tecnología no solo mejora la calidad de vida, sino que también transforma nuestra interacción con el entorno.
¿Qué te deparó la salida del gobierno?
Salir del gobierno significó un reto. Había gestionado una de las organizaciones más grandes y complejas de la región, con sistemas críticos que no podían fallar para 14 000 docentes, más los alumnos, 17 000 sanitarios, más de un millón de habitantes como usuarios, millones de recetas electrónicas y una infraestructura que debía garantizar servicios esenciales.
Al terminar, recibí ofertas para trabajar en diferentes gobiernos, pero surgió un problema importante: solo tengo una formación de FP administrativa. Para las plazas que me ofrecían, requerían títulos específicos y en la administración hay un problema grave de titulitis. Nunca me preparé para estas formalidades porque siempre fui emprendedor y developer, y jamás pensé que trabajaría en la administración. Mi perfil no estaba ligado a ningún partido político; se podía intuir que no era del PP, pero más allá de eso, era difícil asociarme claramente con algún grupo.
Durante mis años en el gobierno, seguí siendo visible en las redes. Como explico, mi red es la red, la gente interesante que he conocido está en mi red. No puedes desaparecer, ni siquiera siendo político. En teoría, como político no deberías opinar ni expresar tus pensamientos abiertamente, pero entendía que si desaparecía de la red y luego intentaba volver, al dejar el cargo, ya no sería percibido como genuino.
Por eso, mantuve mi estilo y mi presencia en línea, aunque con ciertos límites, como no insultar a la ciudadanía, porque todos ellos, en cierto sentido, eran «clientes». Esa continuidad en mi presencia digital me permitió mantener conexiones valiosas y no desvincularme del mundo digital, a pesar de los desafíos que enfrentaba al haber terminado en el gobierno.
¿Cómo surge Dentalpic?
Durante la pandemia, participé como mentor en el programa Barcelona Digital Talent, donde conocí a muchas personas interesadas en progresar en el ámbito tecnológico. También hacía mentorías por mi cuenta. Entre estas conexiones, un dentista que me leía desde hacía años me contactó para una mentoría. Era un profesional destacado, posiblemente el mejor en diagnósticos dentales en las Illes Balears, y además, había sido el responsable de establecer el grado de odontología en la UIB cuando esta lanzó su facultad de medicina en 2017.
Él estaba interesado en desarrollar proyectos relacionados con la inteligencia artificial y el software aplicado a la odontología. Durante nuestra conversación, surgió la idea de Dentalpic. Identificamos que una de las áreas donde la inteligencia artificial podía marcar una diferencia significativa era en la detección temprana de caries. La mayoría de los diagnósticos de caries se realizan manualmente, u observando radiografías, pero con los avances en inteligencia artificial era posible entrenar modelos para identificar patrones en fotos de manera más precisa y rápida.
Las cámaras intraorales eran mucho más fáciles de sacar de las clínicas que las máquinas de rayos X, democratizando la exploración de problemas dentales sin moverte de tu lugar de trabajo, estudios, etc. Nunca hemos pretendido diagnosticar, sino aconsejar después de ver. El famoso «ojo clínico». Para diagnosticar a fondo hacen falta máquinas complejas que están en las clínicas. Si lo que te dicen no te convence, hablemos; somos tu segunda opinión basada en «ojo clínico», cada vez más escalable con IA. Es nuestra misión.
Empezamos con caries y luego fuimos mucho más allá, gracias a los avances en IA. Todo iba muy rápido.
¿Tiene futuro Menéame?
Mucho, porque las conversaciones siempre tendrán futuro en internet. Como decía antes, las conversaciones no desaparecen, y Menéame tiene un espacio que debe cuidarse con nuevos productos, como están haciendo otras plataformas. Además, hay un terreno muy interesante en el ámbito de la inteligencia artificial y los algoritmos.
En muchas plataformas, los timelines ya no los controlamos; los contenidos que nos aparecen en Twitter, por ejemplo, a menudo no tienen conexión clara con lo que seguimos. En Menéame, sin embargo, el algoritmo son los propios usuarios. El principio de que «el algoritmo eres tú» es clave aquí. Los votos y comentarios son los que determinan qué sube a portada, y aunque se pueden añadir herramientas para detectar interacciones y facilitar búsquedas, la esencia de Menéame es que el contenido lo determinan las personas.
Esto le da un lugar especial entre plataformas como Wikipedia o Reddit, que también tienen su nicho en las conversaciones genuinas y colaborativas. Además, con la información y los datos que maneja Menéame, existe un gran potencial para entrenar sistemas de inteligencia artificial enfocados en resolver problemas reales. Esto trasciende la tecnología; es una cuestión humanitaria.
¿Cómo conecta esto con el origen de internet?
Para mí, el gran padre de internet y la tecnología moderna es Douglas Engelbart. Fue el primero en crear herramientas fundamentales como el ratón, las ventanas, los sistemas de trabajo colaborativo (los primeros wikis), y el concepto de transmisión por paquetes, todo dentro de su proyecto NLS. Engelbart tenía una visión humanista: creía que si no organizábamos nuestro conocimiento y lo compartíamos, no podríamos resolver los grandes problemas de la humanidad.
Su trabajo, conocido como The Mother of All Demos, sentó las bases de todo lo que usamos hoy. Aunque él no era comercial, su equipo inspiró a otras compañías como Xerox, que desarrolló la fotocopiadora y el primer ordenador con ventanas, el Alto. De Xerox, el conocimiento pasó a Apple y Microsoft, que adaptaron esas ideas al mercado de consumo.
La esencia de Engelbart sigue siendo válida: internet y la tecnología tienen que servir para aumentar el conocimiento humano, no para distraerlo. Menéame encaja perfectamente en esa visión, como un espacio donde las conversaciones y la colaboración auténtica pueden florecer. Esa esencia, que a menudo se pierde entre algoritmos y modelos de negocio oportunistas, es lo que hace que Menéame tenga un futuro relevante si se cuida.
¿Cómo encaja el concepto de Eli en esto?
Eli representa esa idea de conocimiento compartido y organizado. Resucitar a Eli significa volver a apostar por esa visión de Engelbart, donde la tecnología y las plataformas no solo existen para consumir, sino para colaborar y resolver problemas. Menéame tiene el potencial para ser una de esas plataformas clave en ese futuro, porque las conversaciones son, y seguirán siendo, el núcleo de internet.