Arte y Letras Lengua

Un refrán para gobernarlos a todos

Los proverbios flamencos, de Pieter Brueghel el Viejo. refranes
Los proverbios flamencos, de Pieter Brueghel el Viejo.

Siempre se ha dicho que no hay mal que por bien no venga, aunque nunca venga bien alguno; que el trabajo dignifica o que, a quien madruga, Dios le ayuda. La lengua española está repleta de expresiones que la enriquecen y dotan la comunicación cotidiana de un sentido poético, llenan de folklore cualquier conversación y, además, uno puede llegar a sentirse el mismísimo Miguel de Cervantes utilizándolas bien. Cuando pronunciamos un refrán, es la herencia del castellano la que habla; cuando hablamos, lo hacemos a través de nuestros ancestros que, sin saber leer o escribir, habían memorizado y asimilado conocimientos en forma de expresiones lingüísticas. Sin ser meteorólogos podían saber que cuando marzo mayea, mayo marcea; que a final de dicho mes uno no puede confiarse y que un cielo aborregado, a los tres días remojado. 

Lo que pasa es que, cuando nos fijamos bien en qué estamos diciendo cuando decimos las cosas, podemos darnos cuenta de que, muchas veces, los refranes tienen un doble filo: más allá de la estética, son un yugo. El filólogo Fernando Lázaro Carreter decía de los refranes que son «un repertorio de órdenes, de prescripciones legales (o con valor legal para la antigua sociedad castellana)», diluidos de distintas formas en la capacidad lingüística de los hablantes, «sujetándolos a modos de comportamiento que las clases dominantes deseaban ver perpetuados». Esta expresión, tan categórica, se confirma cuando nuestras abuelas, nuestros amados instrumentos de opresión orwelliana, nos dicen que el melón, por la mañana es oro, por la tarde es plata y que por la noche mata.

El antropólogo cultural Marvin Harris tiene un libro —recomendadísimo— titulado Vacas, cerdos, guerras y brujas: los enigmas de la cultura, en el que explica que algunas de las creencias —muchas de ellas religiosas— más arraigadas del mundo vienen de determinadas imposiciones ecosistémicas. Por ejemplo, Harris habla de que la crianza de cerdos en Oriente Medio era muy difícil, más aún en épocas pretéritas, por lo que el Corán, Génesis y Levítico, para musulmanes y judíos respectivamente, consideraron al cerdo un animal impuro y prohibieron su consumo. Cuando tu abuela te advierte sobre los peligros del melón, en realidad invoca a un tatara(tatara)abuelo que no podía permitirse más melón que un par de tajadas.

El compendio de estas modestas advertencias, ciencia infusa y observaciones petulantes conforman lo que conocemos hoy como sabiduría popular. Andrés Amorós los califica de «filosofía vulgar» en su libro homónimo, como oposición a la «gran» filosofía, de los grandes pensadores alejados del resto de mortales.

Cada rincón del mundo tiene sus propios dichos; también cada momento histórico. El novelista y premio nobel soviético Mijaíl Shólojov fue el encargado de rehabilitar un viejo recopilatorio de refranes rusos de la era presoviética, que había sido mutilado por los censores zaristas y eliminado todo rastro de expresiones insultantes o irrespetuosas con el régimen. Esto lo cuenta Louis Combet en un artículo de la revista Paremia del Instituto Cervantes de 1995. Sin embargo, Shólojov tachó muchos viejos dichos como «falsa sabiduría» y escribe: «Muchas nociones corruptas se han inculcado al pueblo durante siglos de injusticia social, de sumisión ante la fuerza, de falsa devoción, de hipocresía. Los proverbios han conservado muchas cosas que, hoy, extrañan a su espíritu sano».

En La sabiduría de las naciones, Claude Roy decía que, si Francia se pareciese a sus proverbios, habría que odiar al país, porque su refranero está en contra de «Juana de Arco, Rimbaud, Pascal y Napoleón; contra Fabrice del Dongo y contra Claudel; [sus refranes] son ponderados y circunspectos». Y parecen encajar perfectamente en una batalla cultural que lleva dilatándose en los siglos como parte inherente de la historia de la civilización. En el caso de España, quien firma estas líneas se pregunta si existe alguna correlación entre la afamada picaresca española, constituida en la literatura a través del Lazarillo de Tormes, y una suerte de contraofensiva proverbial por parte de las clases dominantes. Poner correa al Lazarillo. 

La propagación de la cultura a una sociedad mayoritariamente analfabeta se realizaba a través de los curas, que con sencillas fórmulas didácticas del lenguaje, concisas y rimadas —los refranes—, trataban de —volviendo a lo que decía Lázaro Carreter— perpetuar una serie de comportamientos. «Más vale pájaro en mano» y «no le mires el diente al caballo regalado» son una forma velada y afable de educarnos en la gratitud ciega y en la prudencia actitud servil que el clero y la nobleza necesitaban de las clases bajas. Dios ayuda al que madruga porque el que no madruga no necesita ayuda alguna. 

La doctora María Luisa Ortega es profesora de español en la Universidad de Chicago, y para ella, todo esto es también una cuestión de género. Existen expresiones popularizadas que permean en la mente colectiva, como «calladita estás más guapa», que son muestra de la función coercitiva del lenguaje. «A las mujeres se nos ha impuesto en cierto modo que el silencio es nuestra mejor postura. Cuando eres niña, lo vas asimilando y hace mella en ti, y creces interiorizando esas enseñanzas. En mis clases, a esto lo llamo «cápsulas culturales», porque son una especie de concesiones de una mentalidad que se asienta y queda congelada durante generaciones». 

El lenguaje, entonces, contribuye a refrendar imaginarios y moralidades; para Ortega, la religión también juega un papel importante: «En América Latina está muy extendido el marianismo [estereotipo de feminidad sumisa que pone en valor la capacidad de la mujer para sobrellevar las desigualdades de género, basado en el ideal de la Virgen María], y tiene varios pilares fundamentales: la familia, la castidad, la subordinación y el silencio. Este último es el más importante en este sentido, porque implica la autocensura, el silenciamiento a una misma. Cuando a una la educan en observar y callar, en no participar, crea un poso que acaba generando depresión y problemas muy graves. Son enseñanzas y detalles muy sutiles, pero poco a poco la gotita de agua va horadando la roca. Muchas veces, cuando conocemos casos de abusos, siempre nos preguntamos que cómo es posible que esa mujer no haya denunciado hasta entonces —o cuando ya era demasiado tarde— y la explicación es que a esa mujer se le ha privado de su voz, porque ha aprendido que no se debe hablar mal de la familia. La cuestión de que el hombre tiene ese dominio sobre nosotras y que se le debe respeto haga lo que haga sigue siendo parte de la herencia de la mujer hoy en día».

Por lo visto, Shólojov y los intelectuales marxistas no andaban tan errados después de todo. Si Marx decía que la religión es el opio del pueblo no era por una cuestión de fe; venía a decir que lo de la vida eterna suena genial pero que, por si acaso, busquemos vivir mejor en esta por lo que pueda pasar. Por eso, lo de decir que el trabajo dignifica al hombre suena más a una palmadita en la espalda que a una retribución humana mínimamente compatible con la vida. Si el trabajo dignificase, no se utilizaría como moneda de cambio. Con lo que refranes sí, pero cuidao’, que los carga el diablo. Después de todo, uno prefiere morir sabiendo eso de «dale a un hombre un pez y comerá un día», pero «dale, dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas».

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2 Comentarios

  1. Un placer leerte, como siempre!

  2. refranero

    A la doctora María Luisa Ortega, que aparece en el artículo, le aplico el refrán de :»cuando eres martillo, solo ves clavos». Ella habla de que «calladita estás mas guapa» como forma de opresión a la mujer, algo totalmente falso, yo he empleado dicha expresión dirigiéndome a hombres . En fin, esa mentalidad de martillo es la que tiene el feminismo actual; que yo prefiero llamar charismo, de Charo; en la que cualquier acción o pensamiento masculino es considerado opresión.

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