No teme a la polémica. Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) parece sentirse a gusto en ese terreno, aunque no todo es el barro de la disputa, el planteo incómodo o el pensamiento a contramano. Hay también una escucha inteligente y precisa, la posibilidad de trastocar la opinión asentada frente a otro argumento. Después de todo, para eso están las palabras, para un real intercambio de ideas. Claro que las palabras son también la materia prima de la escritura: columnista sobre la actualidad, retratista de las «celebridades» de la política argentina, autora de novelas como Las teorías salvajes (2008), Las constelaciones oscuras (2015), Mona (2019) y Bad hombre (2024). Con su último libro se calza el traje de detective para rastrear una serie de crímenes con un mismo modus operandi: la denuncia como venganza para destruir a esos bad hombres —«monstruitos masculinos», a veces— con los que la narradora llega a sentirse identificada. Pola Oloixarac estuvo en las Conversaciones Literarias Formentor 2024 y allí charlamos, de vos a vos, junto a la piscina.
Te vi hoy temprano con la gorra puesta, escribiendo. ¿Es cierto que la usás cada vez que te ponés a escribir?
¡Ay, sí, desde muy chica! Es algo que ya hacía el personaje de Jo, en Mujercitas. Jo tenía muchos gorros y yo la amaba. Cuando era chica yo leía Mujercitas, ella tenía muchos gorros y viste que escribía en una cocina, en un desván, y siempre me hicieron mucha ilusión esos adminículos pequeños que te hacen entrar en trance. Para mí son las gorras.
¿Un fetiche?
Es como una protección. Por la visera, te nivela la luz que entra por la visera… Siempre escribo con gorra.
¿Es también para diferenciar los momentos en los que sos escritora y los que no? ¿O sos siempre escritora?
Soy siempre yo, y uso la gorra todo el tiempo. Además todo el tiempo estoy tomando notas; para mí no está disociado para nada y de hecho como mejor me siento es cuanto más unido está.
¿Empezaste a escribir en esa época en que leías Mujercitas?
Sí, empecé a escribir a los ocho. Mi papá era marino mercante y nos llevaba de viaje en los barcos de la empresa Líneas Marítimas Argentinas, que ya no existe más, eran los fletes marítimos; mi viejo era jefe de máquinas y nos llevaba a Brasil, al estrecho de Magallanes, a Vancouver… Y en uno de esos viajes, cruzando el Atlántico hacia el Mediterráneo, me regalaron una Olivetti naranja, una máquina de escribir, y ahí empecé a escribir. Escribía historias. Ya escribía a mano, escribía en mis cuadernitos, en mis libretitas, y me acuerdo que cuando bajábamos a tierra, yo anotaba todo. Por ejemplo, en Haifa, tomaba nota de cuántos cositos dorados tenía la cúpula de Haifa. ¡Tenía notas llenas de data que recolectaba! Y bueno, me acostumbré a esta vida, tenía mis libretas y después en uno de esos cuadernitos empecé a escribir como una novela con tinta azul, que no la terminé. Era una novela que transcurría en un mundo árabe, y después la primera novela que tipeé era sobre la Revolución Francesa… Era muy divertido para mí.
¿Pensabas en eso que escribías ya en términos de novela? ¿Te decías «voy a escribir un libro»?
Bueno, es que yo leía Mujercitas, Sandokan, La capitana del Yucatán, los libros de la colección Robin Hood. Todos los libros marítimos los recontra consumía como verdad porque yo estaba en el barco. Y mi viejo viajaba todo el tiempo, entonces yo lo iba a buscar y todos estos temas del puerto y los barcos y el mar y la tempestad formaban parte de mi día a día. No era una idea de aventuras donde vos leés para transportarte, ¡era mi vida así! Y era muy difícil la comunicación porque mi viejo estaba de viaje y nosotros estábamos en tierra y era todo por radio, entonces tenías que llamar «cambio, cambio, fuera» y hablábamos, con suerte, una vez por semana y a veces no se podía comunicar y estabas semanas enteras o más sin tener ni idea de él. El tipo se iba tres meses y volvía y el tiempo era todo diferente.
Diferente, por ejemplo, al tiempo que vivían los demás. Tus amigas…
Claro, mis amigas tenían padres que estaban en la casa, mi papá no estaba en mi casa. Era una presencia más como fantasmática, aventurera. El tipo volvía y de pronto tenía que convivir con nosotros (risas).
¿Vivían en Buenos Aires? Porque ahora vivís en Barcelona y has estado en distintos lugares.
Sí, dejé Buenos Aires en 2011, cuando me fui a Bariloche y estuve viviendo dos años ahí, volví a Buenos Aires como un interregno y en 2015 me fui para San Francisco y me debo haber quedado hasta 2018 o 2019 y de ahí volví, estuve como un año en Buenos Aires. Volví para vivir pero después, cuando fueron las PASO 2019 y ganó Alberto (elecciones primarias simultáneas abiertas y obligatorias en las que ganó el candidato peronista Alberto Fernández) yo sentí que venía mucha oscuridad, que venía algo muy malo, y nos fuimos. Llegué a Barcelona diez días antes de la pandemia, lo cual fue bueno porque me salvé de la pandemia en Argentina que fue algo catastrófico, horroroso, y hubiera sido muy malo para mí. En ese momento vivía de una manera muy íntima lo que pasaba en Argentina porque me angustiaba un montón, entonces ahí empecé a escribir en Perfil y escribía un montón sobre la pandemia porque veía el doble discurso, veía cómo lo manejaban en España y en el resto de Europa y cómo el gobierno argentino mentía descaradamente en torno a las medidas de seguridad y me parecía obvio que lo estaban haciendo por razones económicas: para no ajustar por la inflación les convenía más que los chicos no fueran a clases, lo cual me parecía como un crimen de lesa humanidad, directamente, y más grave todavía porque afecta a millones de personas, no a pequeños grupos aislados.
Entonces comenzaste a escribir una columna en el diario Perfil. ¿Habías escrito antes sobre actualidad y política?
Había hecho algunas cosas para Clarín, pero lo bueno, lo interesante para mí de lo de Perfil, fue que tenía que entregar todas las semanas algo y siempre eran extensiones diferentes. Vos tenías todo un calendario que te pasaban, es re interesante la idea, y tenías que hacer mini columnas y otras veces tenías como dos páginas.
Ellos te asignaban la extensión pero ¿vos elegías los temas?
Siempre pude hacer lo que quería, nunca nadie te tocaba nada, pero después me di cuenta de que eso me embolaba. Porque vos querés sentir que estás en comunicación con alguien. Y esa sensación de estar en comunicación la sentí mucho más fuerte en La Nación. La primera nota que publiqué para ellos fue un retrato de Santiago Cafiero (jefe de gabinete del gobierno de Alberto Fernández) y en el momento en que salió se generó como una batahola con los políticos que directamente me atacaban y vos decías «¡sos ministro y estás mirando Twitter!» y Alberto también tuiteó algo como diciendo «esto no es periodismo». ¡Y yo amaba! ¡Por supuesto que no es periodismo!
¿Y qué pasó entonces? ¿Te endulzaste un poco con eso? Encontraste una veta para explorar y seguiste con esos retratos.
Es que yo quería hacer un observatorio de hombres, ese era mi plan. Quería escribir sobre la gente del gabinete, los hombres de la política, ¿no? A los civiles los dejo afuera, y ahí ya empecé, hice a otros ministros y obviamente entraron mujeres también, pero lo que más me interesaba era la cuestión de los hombres y el peronismo, que me parece algo muy central en la identidad de ellos ¿viste? A pesar de que vos tenés a la lideresa, que es Cristina (Cristina Fernández), ella en realidad construye su poder en torno a estos tipos.
En tu último libro, Bad hombre, hablás del macho argentino. Decís algo así como que el macho argentino es el macho peronista intelectual.
Hay uno, hay un personaje que es así… Es todo un catálogo de monstruitos masculinos.
Hay quienes hablan de ese libro como una novela detectivesca y otros lo catalogan como no ficción. ¿Qué decís vos?
Es una novela. Lo que pasa es que, como tantas novelas ahora, se alimenta de la no ficción. Hay tantas cosas de la realidad que sirven y que son divertidas, ¿por qué no usarlas? Para mí lo divertido era ajustarme a la rigurosidad de los hechos y a la vez proteger la privacidad de la gente y dejarlos ser fiel a su verdad.
Quizás por eso se cataloga como no ficción.
No sé por qué hicieron eso. En Argentina entró, en una lista que apareció por ahí, en la lista de best sellers, y creo que en realidad hablaba bien del libro, porque los libros que más se venden son los de no ficción: el libro sobre Milei, un libro sobre cocina argentina… En Argentina el mercado fuerte es la no ficción y en España, en cambio, es la novela.
Hay una frase en Bad hombre que dice uno de los personajes, Mateo: «En el sexo como en la escritura la ficción debe sentirse como verdad». ¿La frase es del personaje o tuya?
Bueno, nos ayudamos mutuamente con mis personajes (risas). Yo los amo. Amo a todos mis bad hombres, son divinos, y a ellas también. Mi mayor fascinación fue sentir la proximidad de estas mujeres tremendas.
Si tuvieras que definir qué es un bad hombre, ¿cómo lo harías? Y también, qué son esas mujeres que no están en el título del libro pero son las que ponen a funcionar la trama cuando denuncian, escrachan, condenan, se vengan. ¿Serían las good chicas?
¡Ay, me gusta! Un bad hombre es un signo de pregunta porque ¿quién va a determinar los pecados de este ser?, y ¿quién soy yo para determinar que este ser es un pecador? En realidad a mí lo que me parece interesante de las armas que proporciona el feminismo es que es la manera de destruir con legitimidad social y ahí hay un poder enorme, grandísimo, y me parece que simplemente es interesante poder observarlo y no jugar a que ese poder no es tal, que no es tan así. Por supuesto hay un montón de casos que no se van a dar así, pero si en el mundo contemporáneo creamos una herramienta, tenemos que poder mirarla, sopesarla y entenderla. Es algo que forma parte de este mundo, es algo que cuando yo era chica no existía. Se creó este instrumento y por lo tanto este instrumento ahora crea realidades.
Para ver si entiendo, el instrumento del que hablás no es el feminismo, ¿no?
No. El instrumento sería la idea de «hermana, yo te creo» y la capacidad de destruir reputaciones con legitimidad social. Y me parece grave. Te diría incluso que es una cosa problemática para el feminismo, porque si reducís el feminismo a eso le hacés un muy mal servicio a la causa feminista de tantas mujeres que luchan por igualdad y de tantas multiplicidades de mujeres. Es como querer reducir el feminismo a Irene Montero, que sería como la Victoria Donda de España.
Alguien te puede decir que, para el avance del feminismo estos son daños colaterales: se llevan puestos a dos o tres tipos pero en el marco de un avance para la sociedad.
Para mí eso no es un argumento. Porque si lo que estás diciendo es que ocurren cosas injustas y que está bien que ocurran, lo que estás haciendo es avalar que ocurran cosas injustas. Por qué tengo yo que determinar que las vidas de esos hombres no importan, quién soy yo para determinar que las vidas de esos hombres no importan. Esa situación donde podemos determinar quién importa y quién no, qué vida vale y cuál no, esa es una situación donde se marca la responsabilidad ética de nuestra época, de nuestro tiempo. Cada época marca la vida que no importa, la vida que se tira y se descarta. Antes era la vida de los animales y ahora no, ahora estamos llenos de problemas éticos: qué comí, si la cabra la pasó mal, si tuvo una buena vida y si después me la puedo comer…
¿Y ahora serían los bad hombres? ¿O los hombres en general?
Bueno, el hombre seductor, el hombre que te hiere enamorándote, el antiguo Casanova, el macho latinoamericano que te vuelve loca. Porque todas se copan con estos tipos, no son hombres que no te importan, son los hombres que te hieren porque te enamoran.
Pienso en esas recomendaciones que había desde el Ministerio de la Mujer, tipo alerta: «Si te hace sufrir, no es amor», sin matices, una consigna de prescripción amatoria aséptica, reglada, controlada.
Son como pactos victorianos en nuestra época. Por supuesto que un tipo que te hace mal no te sirve para formar una familia o no te sirve para nada, pero seguramente hay algo que te da, algo que te gusta, pero ese algo no lo podés decir. Y hay muchas cosas del deseo que no son explícitas, que no están dadas y eso forma parte de crecer, de las cosas que te van a pasar y sí, yo qué sé, si el tipo te deja plantada todo el tiempo, en algún momento te tenés que dar cuenta de que no te está queriendo. Si el Ministerio siente que ese es su lugar, que tiene que decir esas cosas…
En una nota de Jot Down se planteó la idea de que los hombres son violadores en potencia.
Sostener que todos los hombres son violadores en potencia me parece criminal, una idea horrorosa y completamente falta de ética. Una vergüenza teórica. Aunque también es cierto que, después de todo lo que pasó con el caso de Gisèle Pélicot, puede resultar tentador creer que hay una «naturaleza» que se manifiesta así, en estos hombres que violan a una mujer que está en estado inconsciente. Pero a mí me parece que, como teoría, es muy difícil decir que el hombre que es un criminal es el hombre «normal» porque vos de esa manera no estás justipreciando al hombre que hace las cosas bien, entonces es como una teoría negativa y siniestra del comportamiento humano. Y todo esto, me doy cuenta, es como un tema común que tiene que ver con todas las cosas que escribo, o sea, la tergiversación de las causas nobles del progresismo. Vos tenés causas que son fundamentales como la del feminismo, la igualdad, la protección de las mujeres, y el problema es cómo eso puede tener una forma de cristalizarse que hace que se termine banalizando la violencia contra las mujeres. Lo mismo pasa con la cuestión de las víctimas de la dictadura en Argentina. Cuando lo que hacés es obturar toda conversación en torno a las víctimas de la dictadura, en realidad lo que estás haciendo es actuar con miedo ante la posibilidad de la investigación histórica. La gente que murió no deja de haber muerto de manera horrible, la dictadura no deja de ser espantosa si vos querés investigarla y hacer preguntas incómodas.
¿Te referís a la discusión sobre la cifra exacta o la simbólica de treinta mil desaparecidos en Argentina?
Exacto, eso no cambia que la dictadura haya sido horrorosa, pero a mí me importa la verdad. No da igual una cosa o la otra, entonces me parece que renunciar al rigor histórico porque hay como una especie de verdad electrificada a la que vos no te podés acercar y a la que se recubre con miedo de manera de crear lugares que no se pueden pensar… Argentina está llena de campo minado, de cosas que no se pueden decir y no se pueden tocar. A mí no me interesa eso.
¿Y en España?
A España la estoy conociendo ahora, qué sé yo. Me parece igual que actúan de manera mucho más racional en un montón de cosas. Me doy cuenta que en la política tienen mucha más rotación. En Argentina tenés muertos políticos absolutos que siguen presentándose, tipos que perdieron tres elecciones y siguen dando vueltas como sujetos de poder. Tenés a Sergio Massa, Martín Lousteau o Cristina misma, o sea, el fracaso que representa Cristina y sigue siendo como una referencia. Es interesante eso, no existe la muerte política en Argentina, son todos zombies y, en cambio, eso no pasa en la política española que tiene una rotación enorme. Tipos como Albert Rivera, ¡pum desaparece!, Pablo Casado ¡pum, está en otra!, el coletas Pablo Iglesias, desapareció también. O sea, perdés, te va mal y ¡la gente ya habló, ya te dijo no! «¡Vaya a otro lado señor, póngase un kiosco!», y el tipo dice, «Ok, me pongo un kiosco». Y en Argentina no. En Argentina hay un rechazo total a cualquier noción de realidad, Argentina tiene que vivir en su propia ficción.
¿Los hechos no importan?
Es la historia que vos quieras armar en torno a los hechos y si esa historia va con lo que queremos escuchar en el momento. ¿Este es el momento progre donde hay que decir estas cosas y hay que repetir estas cosas? Bueno, las decimos. Es un país mucho más ovejuno Argentina que lo que yo veo en España, que es un lugar donde hay más cabras. Y además los tipos no tienen inflación, entonces vos podés decir todo lo que quieras de Pedro Sánchez y podés estar en contra, te puede no gustar, pero a la vez van a ser una veleidad tus opiniones porque no se está jugando tu vida, ¿entendés? En Argentina cada segundo tus cosas valen menos, que es lo que vino pasando todo este tiempo, vos tenés décadas de crisis así donde el valor de todo lo que tenés desaparece. Vivir así es totalmente psicotizante.
En un momento de Bad hombre decís que tus editores alemanes sabían que en Argentina tus libros llegaban precedidos de cierta polémica, ¿creés que pasa lo mismo en España?
No sé. No tengo idea. Me parece que lo divertido es que los temas de feminismo y qué pasa con los hombres son cosas que nos involucran a todos. Entonces yo creo que, si te gusta leer y si te gustan las discusiones, el libro te va a interesar.
Hay dos personajes de la literatura argentina que aparecen contrapuestos en tu libro: Victoria Ocampo, por un lado, y Borges por el otro, que sale peor parado. Hablás de «el pudor y el control como centro de su escritura».
Bueno, porque él organiza así su escritura. Eso que nosotros leemos como muy inglés en realidad es una estructura súper poderosa, muy controlada y eso es lo que le recrimina Nabokov, que en su literatura no hay procesos psicológicos fuertes, no hay abismo psicológico. De hecho, Borges tiene pocos personajes muy psicológicos, el mejor es Carlos Argentino Daneri, de El Aleph, ¡que es un salame! Y es un personaje totalmente satirizado.
Escribiste: «Extremar los signos de la civilización para cuidar ser considerado un salvaje es el trauma de la literatura argentina».
Es así.
¿Que Argentina tenga en Borges a su mayor representante, entonces, viene del trauma? ¿Vamos con el más civilizado para no ser considerados salvajes?
Creo que, sin duda, es lo que hizo Borges pero es algo que encontrás también en otros. Hay una escena de Bioy Casares que dice «hay dos que están hablando francés, hablan demasiado bien, deben ser argentinos». Argentina tiene esa cosa insular que también la lleva a cultivar la fantasía de una perfección, de una civilización totalmente fantasiosa porque tiene esa conciencia de ser un imperio que no existió.
¿Lo que podría haber sido?
O lo que es, porque Argentina es un imperio en su mente, ¿entendés? En Argentina no nos importa nada lo que está afuera, es impresionante y vos lo ves todo el tiempo. Cuando yo vivía en San Francisco tenía esa noción de lo que está pasando en el mundo, en Argentina no.
Para pensar en el mundo tenés que estar relajado y hace un rato dijiste que vivir en Argentina es psicotizante.
En Argentina no te podés relajar. Eso es criminal, no permitirnos tener una vida civil de la imaginación por esta presencia constante de la política, eso es horrible. Para mí en eso Milei tiene algo positivo porque Milei es un tipo que no te tiene que gustar, de hecho es espantoso, no hay nada en él… Te puede parecer simpático, te puede dar gracia pero no es un tipo que va a convocar en vos el fervor fascista del 2010 en torno al kirchnerismo de «estás con nosotros o no estás». Obviamente, en una minoría salame como la que ya tienen, eso va a pasar, porque salames tenés en todos lados, pero me parece que se relaja la situación de que no todos tenemos que estar tomando partido ante cada estupidez que hace el presidente. El presidente puede ser un idiota, no tiene que ser tu ídolo.
Escribiste varios retratos sobre Javier Milei. ¿Qué viste sobre él?
Creo que es interesante tener un presidente neurodivergente, me parece que Milei es un aporte de la psiquiatría argentina. En el país donde hay más psicólogos, el que se corona rey es precisamente un pibe que escapa de la psicología, es la bestia que está por fuera de lo que manejan las redes neuronales argentinas. Él está fuera y es eso lo que le permite erigirse en Leviatán. A mí eso me parece re interesante, que eligieron al psicótico. Pero también él genera un montón de confianza, no es un descarte, hay gente que lo votó muy convencida y otra gente que no. Es interesante cómo un tipo hizo una fuerza medio a las patadas y en cinco minutos con todo el rejunte de lo peor de la política, con la peor ralea del peronismo y lo que pudo encontrar de otras fuerzas que estaban dando vueltas, y además se dieron cuenta también de que la política es espectáculo, que es generar puterío entre disputadas tetonas, eso es lo que está haciendo Milei.
Vamos a volver a la literatura. Escribiste «las pasiones se terminan pagando en la prosa». ¿Cuáles son las pasiones que pagás en tu prosa?
Uy, no sé… Creo que en un momento tenía una prosa muy barroca, porque tengo una pasión así, barroca.
Alguien, en una crítica de Mona, dijo que en el libro había una ars erótica de las oraciones subordinadas.
Mirá qué lindo. Claro, porque hay toda una cosa sobre las subordinadas y el español y por qué me encanta escribir en español. Creo que Mona y Bad hombre están emparentadas, además me parece que uno vuelve siempre al barroco. Ahora estoy escribiendo una novela que vuelve a ser medio barroca, yo qué se. Voy a seguir pagando mis pasiones ahí.
¿Es verdad que Mona nació de un Premio Formentor?
No, no. Bueno, algo pasó en un Formentor que está en Mona, hay una escena que está ahí, como en una comida…
¿Qué hay en los encuentros literarios, qué encontrás en ellos?
A mí me fascinan. A mí me parece fascinante el mundo de las ideas pero encarnado en avatares que se mueven. Yo la paso re bien en estas cosas y además está bueno porque te ponés al tanto de qué pasa, qué está escribiendo la gente. Si no estás muy cerrado.
En Mona, durante un encuentro de escritores, está presente el tema de las identidades, de lo que se espera de cada uno: el mexicano que tiene que hacer de mexicano, el iraní que tiene que hacer de iraní. Vos acá, ¿estás haciendo de argentina?
Bueno, en España hago de argentina. Hablo cada vez más argentino y en Barcelona puedo pasar meses hablando únicamente con argentinos porque tengo amigos argentinos, hay mucha inmigración.
¿Y qué espera la comunidad literaria de España de una escritora argentina?
Ellos nos conocen mucho, no los podemos bolacear (engañar). No siento como que esperen algo en particular, no creo que haya una performance que se espera de mí, yo puedo entrar como puede entrar un escritor de Murcia, qué se yo, sin representar nada.
No tenés que llegar con el mate debajo del brazo.
Para nada. Cero mate, además yo no tomo mate. Nosotros vinimos de las colonias y yo medio me siento así, cada vez me interesa más qué hacen los mexicanos o la otra gente de las colonias, la diversidad del español, pero me parece que esa diversidad no se tipifica necesariamente en compartimentos cuando son mundos literarios. Yo creo que si vos sos un escritor narco mexicano y sí, ¡yo espero a un montón de uno que escribe narco! Pero si sos un escritor literario no estás en esa.
¿Le esquivás a acentuar el acento argentino en tu prosa?
Yo creo que es argentina, sí. Pero no me gusta eso acentuado, no me gusta cómo suena ya. No es algo que me atrae, sí me gusta hablar así, o sea, no puedo decir flipar, ponele. A lo mejor algún día sí, flipo algo y lo digo (risas).
Ya desde tu primera novela está presente el mundo literario, ¿es algo que te obsesiona?
A mí, de la literatura, me interesa todo. Me interesa el sistema, me interesa la manera en la que hay que sobrevivir ahí adentro, por ejemplo en Bad hombre la idea es cómo hacer para que una persona no sobreviva, no me interesa la carrera en sí pero me interesa observar la carrera. Es todo, lo que hacés con las palabras, cómo pensás el castellano y también cómo se vive con eso, cómo viven los escritores, cómo interactúan entre ellos, cómo se matan. Es como lo de Woody Allen: «Los intelectuales son como la mafia, solo se matan entre ellos». Bueno, en Bad hombre se encontró un arma para hacer el crimen perfecto y sacarte un tipo de encima, y no se sabe si es un hombre o una mujer el que lo hace.
Bueno, vos lo planteás en el libro en términos de competencia. En el mundo académico, intelectual o literario hay pocos lugares para mucha gente. Es casi como la supervivencia del más apto.
Es algo que enmascara una lucha darwinista y me parece divertido justipreciarla como una instancia darwinista y no asumir que, porque lo estamos haciendo nosotras, es perfecto. Son instrumentos que tienen que perfeccionarse: la lucha para proteger a las mujeres tiene que ser cada vez más sofisticada, no cada vez más burda. Y me parece esencial poder hablar al respecto.
¿Te preocupa que te puteen las feministas?
Cero. Debería preocuparme, supongo, pero no me preocupa. ¡Mirá si me va a preocupar que me putee alguien! ¡Me parece genial que discutamos! No sé, yo soy liberal y para mí es fundamental que cada uno piense lo que quiera y me parece que el mundo de los libros se enriquece cuando yo pienso de una manera y otro piensa de otra.
Bueno, por lo menos sabemos que, además de escribir bien no es peronista, de aquellas que temen que algo malo trae ese movimiento, la única fuerza de izquierda posible en nuestro país. Faltaría más. Que no hay rotación en el peronismo es cierto, supongo que debido a las interrupciones que sufrió a partir del cincuenta y cinco en adelante, con el bombardeo de la Plaza de Mayo y sus trecientos y pico de muertos inocentes; al intento de proscribirlo ¡mediante una decreto!, ¡madre mía!, al golpe del setenta y seis y el último intento de asesinar a Cristina. Podemos hablar hasta el infinito sobre la cantidad de desaparecidos, yo solo le digo que con mi hijo sobre los hombros y mi esposa encontramos a un pobre muchacho ahogado que el mar había devuelto en la costa atlántica, vestido y con las manos atadas atrás con alambre en el verano del setenta y siete, un horror indescriptible; y me bastó leer las declaraciónes de una mujer bajo tortura para entender qué clase de gente participó en esos crimenes, qué odio la oligarquia vernácula, por supuesto todos descendientes de europeos blanco, permitió que se desbordara para llegar a esos límites de horror. Define al peronismo como fascista, pero permítame recordarle que el peronismo ganó todas las elecciones limpiamente sin constituirse en partido único, el elemento distintivo de todo fascismo. Es raro que no haya usado el término demagogia como me enseñaron mediante el libro Educación Cívica de mis años del secundario, un término que sufrió la deformación de siglos de dominio de las clases mal llamadas cultas llevándo a identificar ese vocablo con una práctica política nefasta, cuando nació para definir al demagogo como aquel que habla o acompaña a la plebe según la traducción del griego. Se podría decir que todos son demagogos, lo único que cambia es el tipo de pueblo que lo sigue. El “alud zoológico” tituló un diario de aquellos tiempos cuando mis padres se presentraron en la Plaza en el cincuenta y cinco, otro dijo que temía, como usted a la “barbarie de los sótanos”. Es verdad, estaban en el sótano pero solo era gente que no tenía representación política, ciudadanos de clase B. Terroristas eran solo los Montoneros según la narración oficial, que nacieron como respuesta a la violencia irracional contra el peronismo, pero no son terroristas los que bombardearon la Plaza. Argentina no es solo Buenos Aires con su capital, la Paris de sudamerica como la definió uno que le importaba bien poco de los que habitaban en el resto del pais, generalmente morochos, o cabecitas negras o indios como mi abuela. El Peronismo cambiará si le dan tiempo, como cualquier otra representación política, es algo inevitable, evolutivo, pero lo que no cambiará será pensar una Argentina sin el peronismo. Tendrá que soportarlo, señora. Y le dará lugar para tantas invenciones literarias que tendremos la obligación de leerlas.
Chola Poxiran.
Si no se sabe la cifra exacta de los desaparecidos es porque los responsables nunca se hicieron cargo y nunca mostraron o destruyeron los archivos.
Por eso la cifra simbólica.
No pidas rigor histórico si no pedís se abran los archivos.