Sociedad

Todas las veces que pensé tirarme a las vías del tren. Y no lo hice (y 2)

Todas las veces que pensé tirarme a las vías del tren 2
Kim Novak durante el rodaje de ‘The Great Bank Robbery’, 1969. Fotografía: Getty.

Viene de «Todas las veces que pensé tirarme a las vías del tren. Y no lo hice (1)»

En Estados Unidos existe un caso escalofriante, un fenómeno curioso y trágico a la vez: los «trenes del suicidio» del este de Florida. Resulta que las vías del tren se han convertido en un lugar de elección para algunas personas que deciden poner fin a sus vidas. No, no es una nueva atracción turística, aunque por popularidad podría rivalizar con cualquier parque de atracciones macabro; la fama procede del aumento de la tasa de suicidios desde la crisis de 2008. A causa de la Gran Recesión, muchas personas han enfrentado dificultades económicas, pérdida de empleo y estrés financiero. Y, cuando las cosas se ponen feas, algunas recurren a medidas drásticas.

Las vías del tren han sido durante mucho tiempo un símbolo de velocidad, progreso y movimiento. Pero, para aquellos que están desesperados, pueden representar algo completamente diferente: un escape rápido y definitivo a sus problemas. El sociólogo Marco Jiménez comenta sobre este caso específico que «es muy fácil suicidarse contra un tren. No hay nadie mirando, o que lo pueda impedir. Los suicidas lo saben». Saben que es muy difícil frenar la inercia de la máquina de alta velocidad una vez que el personal ferroviario ha localizado un caso de arrojo a las vías del tren, pero de lo que no se percatan es de que las consecuencias de un error de cálculos pueden provocar una muerte demasiado dolorosa para merecerla; ni reparan en cómo modifica la vida del personal ferroviario que tiene que reponerse a la experiencia de provocar muertes con su material de trabajo, y esto es así en todos los lugares del mundo. Visto así, pareciera que suicidarse bajo las ruedas de un tren no sea una gran opción. Ninguna lo es hasta que la política tenga el valor de explorar las formas legales de arrebatarse la vida con los motivos que seamos capaces de asumir como «aceptables»; entre tanto que eso no ocurre y legislamos en el derecho de la autodeterminación del individuo, queda la clandestinidad y los destrozos que esta provoca en todas sus formas. Desde el pesimismo de Schopenhauer hasta el existencialismo de Sartre, hemos estado desentrañando las complejidades del pensamiento humano y las condiciones sociales que pueden llevar a las personas al borde del abismo. Y los «trenes del suicidio» del este de Florida son solo otro ejemplo de cómo el desespero puede llevar a las personas a extremos inimaginables.

Queda el plato fuerte del menú que traigo: Suicide Club, una película de 2001, dirigida por Sion Sono, que nos sumerge en un torbellino de reflexiones sobre la sociedad moderna, sus complejidades y el fenómeno del suicidio. Si bien la trama se centra en una serie de misteriosos suicidios colectivos en Japón, a través de una sucesión de eventos perturbadores, la película critica la alienación, la desconexión y la superficialidad de la vida urbana contemporánea. Los suicidios retratados en la película son una manifestación extrema de la desesperación y el vacío que sienten los personajes en un mundo cada vez más deshumanizado. Es icónico el inicio inesperado e impactante de la película con el suicidio colectivo de cincuenta y cuatro jóvenes arrojándose a las vías del tren de una estación de Tokio. El tratamiento del tema es salvaje y deshumanizante hasta tal punto que lo hace con un lenguaje audiovisual muy eficiente para generar un impacto indeleble difícil de superar. 

El suicidio por arrojo a las vías del tren se convierte en una metáfora potente de la desesperación y la falta de significado de la vida moderna en esta película, que ofrece una visión distópica y sombría de la sociedad contemporánea, donde el individualismo, la alienación y la desconexión social son moneda corriente. Aunque las circunstancias difieren, la sensación de desesperanza y falta de propósito resuena en ambas narrativas. Sin embargo, el final de esta película deja abierta la posibilidad de redención y conexión humana a través del personaje de Mitsuko, que se acerca a las vías del tren, pero no sucumbe a la «llamada del vacío», sino que toma el tren hacia el próximo destino de su vida, dejando atrás los acontecimientos trágicos. «Nos damos muerte por lo mismo que hace miles de años», dice Ramón Andrés en su Historia del suicidio en Occidente y, a continuación, ofrece una relación de motivos entendiendo que quedan pocos por mencionar; entre ellos: «dar por concluido un camino dominado por la precariedad o lo adverso, no soportar el abandono, la vergüenza, haber sido violado, no tolerar el honor ofendido, sentirse excluido del mundo, verse cercado por el tedio, morir por venganza, el inmotivado adiós», etc. No es patología ni es condición. No se trata solo, como queremos entenderlo de un modo reduccionista y como ya hemos mencionado, de un problema de salud mental.

En un mundo donde las páginas de las novelas y las pantallas de cine se entrelazan con las complejidades de la mente humana, nos encontramos con un paisaje literario y cinematográfico salpicado de desesperanza, pero también de momentos de profunda introspección y conexión emocional. 

Desde Las penas del joven Werther a Suicide Club hemos sido testigos de los tormentosos viajes de los personajes a través de las páginas y los fotogramas de la historia. Y en cada obra encontramos reflejos de las corrientes filosóficas y las circunstancias psicosociales de sus épocas: el nihilismo de un mundo sin sentido, el pesimismo de la existencia y el existencialismo de la libertad y la responsabilidad individual. Pero incluso en las historias más sombrías encontramos destellos de humanidad y conexión. En Breve encuentro vemos a Laura al borde del abismo, pero también su lucha por encontrar significado en un mundo caótico. Y en Suicide Club, aunque el tema es oscuro, hay una llamada al despertar social y una crítica feroz a la desconexión emocional del mundo moderno: la verdadera epidemia.

Desde el «efecto Werther» hasta el «efecto Papageno», pasando por las historias de amor trágicas y los dramas existenciales, la crítica social y el thriller psicológico, todo parece apuntar a una misma conclusión: que el ser humano es un jodido bicho raro y que, a veces, la vida puede ser un gran dolor de cabeza, martilleante, pero al que merece la pena darle batalla hasta encontrar soluciones resilientes como las de Papageno. Y siempre, siempre, hay que tener a mano el aforismo de Gloria Fuertes cuando el abismo llame a la puerta para recordar que más vale la risa que un salto al vacío: «Fui al metro decidida a matarme. Pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera» [que cada cual «se tire», sin tirarse a las vías del tren, al género humano que más le motive (taquilleras, taquilleros, ingenieras, ingenieros, maquinistas, mujer u hombre es elección de cada cual), en este caso, la felicidad y el placer de mutuo acuerdo será lo acertado]. Y tal vez, al final del día, lo más importante sea encontrar esa conexión humana, esa chispa que nos recuerde que no estamos solos en este viaje llamado vida. El personal ferroviario agradecerá este, como mejor desenlace, de más amores y menos tragedias. 


Si estás pasando por una mala situación, padeces alguna enfermedad mental o tienes pensamientos suicidas, puedes recibir ayuda de tu médico de cabecera o acudir a Urgencias. También puedes acudir a una persona de tu confianza, comunicarle lo que te está sucediendo y buscar la compañía de alguien con quien te sientas a gusto.

Otros recursos disponibles son el Teléfono de la Esperanza, con el que puedes contactar llamando al 024, 91 459 00 55 o al 717 003 717, y el Teléfono contra el Suicidio, disponible en el 91 138 53 85.

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Un comentario

  1. –¿Has pensado en el suicidio, Marlowe?
    –¿Yo? ¡No! ¡Yo no creo en eso!
    The Long Goodbye, Raymond Chandler & Robert Altman.

    «El largo adiós» o por qué es preferible el rencor y la venganza que el suicidio.

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