Cine y TV

Muerte por postpro

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La delgada línea roja. Imagen: 20th Century studios.

La anécdota es bastante popular: en diciembre de 1998, Adrien Brody asistió a la proyección para la prensa neoyorquina de una película llamada La delgada línea roja y dirigida por Terrence Malick. El actor se sentó por primera vez ante la cinta bastante ilusionado, sin haber visto previamente nada del material rodado, pero contento porque en teoría su papel en el film era muy importante para la historia. La participación en aquel proyecto le había supuesto la asistencia a un entrenamiento militar, donde se tiró siete noches durmiendo en medio de la jungla en una tienducha minúscula, muchísimas semanas de rodaje esforzándose a tope, y vestir todos los días un uniforme que «nunca se molestaron en lavar». Después de tanto tute, y tras esperar unos meses a que la postproducción hiciese su parte, Brody por fin estaba a punto de contemplar junto a los periodistas un montaje tosco de la película, una versión de doscientos quince minutos que Malick ni siquiera había dado permiso para exhibir. Al finalizar el pase, Brody abandonó la sala de cine con el morro retorcido en ángulos imposibles. Porque, en las más de tres horas y media de metraje que se acababan de proyectar, su presencia en pantalla había sido reducida a cinco minutillos y un par de frases.

El rumor general, los centenares de artículos en internet sobre el asunto, e incluso la mismísima Internet Movie Database en su sección de curiosidades sobre la película, aseguran que en el guion inicial el personaje de Adrien Brody, el cabo Geoffrey Fife, era el protagonista principal del film. Pero es poco probable que eso fuese cierto, y lo más seguro es que se trate de un dato fantasioso que alguien añadió al chisme para hacerlo más colorido y dramático. Hay quienes apuntan que este equívoco puede deberse a que en la novela homónima en la que se basa la cinta, un texto firmado por James Jones y publicado en 1962, el bueno de Geoffrey Fife es el alma del relato. Pero eso tampoco es verdad, porque dicha obra literaria es un relato coral sobre una compañía de soldados, sin un protagonista evidente. En el libro, Geoffrey Fife era un personaje más de la tropa, un idealista aterrado por el sinsentido de la guerra que encima batallaba con el conflicto de tener que asumir su propia homosexualidad en medio de tanta jarana belicosa. Existía un largometraje previo filmado por Andrew Marton en 1964 que ya había adaptado las páginas de Jones a la pantalla grande, y que también se bautizó como La delgada línea roja, pero en esos fotogramas el cabo Fife tampoco lideraba la trama.

Jerarquías de roles al margen, lo que nos interesa aquí es la trepanación inesperada. Brody estaba orgulloso de su trabajo y el hecho de descubrir, por sorpresa y en público, que lo habían esquilado de aquella manera le supuso un bajonazo tremendo: «Fui tan profesional y estuve tan centrado como para darlo todo. Y luego no recibí nada… en lo que respecta a poder presenciar mi propio trabajo. Fue extremadamente desagradable, porque ya había comenzado a hacer campaña para una película en la que realmente yo ni siquiera estaba. Terry [Malick] cambió todo el concepto del film. Nunca me había ocurrido algo parecido». Como bien apuntaba el pobre hombre, lo más triste era que por aquel entonces ya se encontraba asomando la nariz por entrevistas, y sesiones de fotos a página completa, para promocionar una obra en la que había sido condenado a algo muy cercano a la muerte por postproducción. 

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La delgada línea roja. Imagen: 20th Century studios.

Muerte por Terry

Lo de Brody en La delgada línea roja fue un putadón importante, pero no sorprende tanto si tenemos en cuenta quién era el artífice de la cinta. Porque Terrence Malick siempre ha sido un director muy especial. A ensamblar aquel drama bélico, aquel cineasta tan pronto se emperraba en reescribir el guion mil veces entre toma y toma, como le daba a Nick Nolte seis folios con un poema y le pedía que se buscase la vida trabajando a partir de ahí. Tras la cámara, Malick acostumbraba a rodar una cantidad infame de horas, repitiendo las mismas tomas durante el amanecer, la tarde y el anochecer de cada jornada, para así poseer material donde elegir a la hora de entrar en la sala de montaje. Además de eso, el director también tenía el curioso hábito de alejar la cámara de la acción, y de los perplejos actores, para filmar durante varios minutos a un pajarito cuco, o a alguna rama que se le hubiese antojado especialmente interesante.

El problema de todo lo anterior es que a la hora de editar lo filmado y construir la película al tío se la sudaba todo. Repasaba las toneladas de celuloide metiendo tijera sin reparos, y sin tener en cuenta a quién se llevaba por delante, condenando a algunos actores a padecer destinos similares al de Brody. En el caso de John Travolta y George Clooney, sus intervenciones (aquí y aquí) en La delgada línea roja quedaron reducidas a unos cameos tan fugaces como para pasar desapercibidos si el espectador parpadeaba fuerte. Y ni siquiera ellos fueron los peor parados en dicha peli, porque hubo otros que sufrieron la verdadera muerte por postpro de Terry: Mickey Rourke, Bill Pullman y Lukas Hass participaron en el rodaje, pero fueron totalmente extirpados del montaje final para los cines. Una de las escenas de Rourke sería recuperada años más tarde, en la edición doméstica en Blu-ray de Criterion, pero Pullman y Haas tuvieron que conformarse con convertirse en apariciones fantasmales del marketing paralelo: la jeta del primero asomó en algunas imágenes promocionales previas, y al segundo se le podía ver en una foto del libreto que acompañaba al cedé de la banda sonora. Billy Bob Thornton fue otro damnificado en aquella guerra, aunque en su caso no se eliminó su presencia física, sino la sonora: Thornton grabó una narración de tres horas para la película bajo la supervisión de Malick, pero el director decidió desecharla por completo y colocar monólogos de los actores en su lugar.

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La delgada línea roja. Imagen: 20th Century studios.

Lo cierto es que el tijeretazo a traición era algo normal cuando uno trabajaba con Terry. Christopher Plummer se defecó bastante fuerte en el realizador tras descubrir que la mayor parte de su trabajo en El nuevo mundo (2005) había sido recortado sin previo aviso: «Malick está fascinado por la naturaleza, y se dedica a cortar de golpe la sesión para grabar pájaros […] Estás interpretando una escena apasionadamente y él te dice con esa extraña voz sureña mezclada con acentos de Harvard y Oxford: “Ah, detente un momento, Chris. Creo que veo un águila pescadora por ahí. ¿Te importa si le hago unas tomas?” […] Cuando vi la película y descubrí que apenas aparecía en ella le escribí una carta muy enfadado, había enviado mi actuación a la mierda». Años más tarde, Plummer continuó guardándole respeto y resquemor a partes iguales, «Amo algunas de sus obras, pero el problema de Terry es que necesita un guionista. Porque él reescribe hasta que suena pretencioso… y edita sus películas de tal manera que acaba eliminando a todo el mundo de ellas».

Sean Penn también sufrió un buen troleo de Malick cuando el montaje de El árbol de la vida (2011) modificó por completo a su personaje, un rol que le había fascinado sobre el papel y confundido sobre la pantalla: Penn reconocía no entender muy bien qué sentido tenía que él apareciera en el producto final, aunque animaba a todo el mundo a ver la película sin muchos rencores. To the Wonder (2012), fue otro largometraje donde el cineasta perpetró una bonita purga de famosos desde la habitación de edición. Porque durante la postproducción del material, el hombre se cargó sin remordimientos todas las escenas de Jessica Chastain, Rachel Weisz (quien tenía de antemano muy claro que aquello podía pasar), Amanda Peet, Barry Pepper o un Martin Sheen que tampoco se lo tomó a mal, porque había rodado durante un solo un día y de rebote, cuando tras pasarse por el set a saludar fue invitado por Malick a ponerse frente a la cámara.

A la altura de 2013, todo Hollywood ya tenía bastante claro de qué pie cojeaba Malick. Michael Fassbender y Christian Bale participaron en Song to Song explicando a la prensa que hasta que no vieran la obra terminada no estaba claro si formaban parte del reparto. El primero ejercía de narrador y el segundo comentaba que rodó «durante tres o cuatro días, lo que en el mundo de Terry significa que nunca me vais a ver en la peli». Fassbender finalmente pasó el corte, pero Bale se quedó en la cuneta junto a otra colección de estrellas que, a pesar de ser filmadas, también fueron masacradas por la postpro: Benicio del Toro, Haley Bennett, Boyd Holbrooke, Angela Bettis, Trevante Rhodes, el músico Iron & Wine y las bandas Arcade Fire o Fleet Foxes.

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La delgada línea roja. Imagen: 20th Century studios.

Muerte en postpro por asuntos propios

Más allá de las víctimas de Terrence Malick, lo de mutilar o eliminar por completo algunas interpretaciones es un recurso habitual en el mundillo cinematográfico. Una solución incómoda que ha propiciado un puñado de curiosas anécdotas, tanto por las razones que justificaban la extirpación, como por las consecuencias de la misma, o por los nombres famosos implicados.

En El rey de la comedia (1983), ese filme de Martin Scorsese que Joker fusiló sin piedad para hacerse la inteligente, la figura de Liza Minnelli supone una situación muy especial de estrella que al mismo tiempo está y no está en el montaje final, o lo que podríamos denominar como una Minnelli de Schrödinger. La película se centraba en un cómico de stand-up fracasadete (Robert De Niro) muy obsesionado con el presentador de un exitoso talk show (Jerry Lewis). Y el caso es que Minelli rodó varias escenas interpretándose a sí misma como invitada asistente al ficticio programa televisivo, secuencias donde también entonaba el popular «New York, New York» durante un número musical, pero toda su intervención acabó siendo amputada de la película durante el proceso de edición. Lo simpático es que el personaje de De Niro estaba tan chiflado como para haber construido en su sótano una réplica del plató de aquel talk show comandado por Lewis. Un art attack venido a más que incluía versiones de cartón a tamaño real del presentador y sus invitados. Entre ellas, era posible observar una fotocopia en cartulina de Liza Minelli. Así que al final la mujer no estaba en el film, pero al mismo tiempo sí. De hecho, figuraba en los créditos por culpa de aquel doppelgänger de celulosa.

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El rey de la comedia. Imagen: 20th Century studios.

El caso de Mel Blanc es curioso porque no implicó la desaparición de un personaje sino la de su voz, y todo por culpa de una cogorza inadecuada. Blanc fue aquel caballero al que apodaron popularmente como «El hombre de las mil voces», un título que se había ganado con honores al doblar a cientos de estrellas de los dibujos animados entre las que figuraban Bugs Bunny, el Pato Lucas, Piolín, el marciano Marvin, Elmer, Yosemite Sam, Speedy González, el Demonio de Tazmania, Wile E. Coyote, Pepe Le Pew, el gato Silvestre, Porky, el combo formado por Tom y Jerry, el Capitán Cavernícola, Pablo Mármol y Dino en Los Picapiedra, Isidoro o el Pájaro Loco. El trabajo de Blanc se desarrolló principalmente bajo el amparo de Warner Bros y Hanna-Barbera, con dos únicas colaboraciones puntuales en películas de la casa Disney. Una de ellas fue la extraordinaria ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), aunque ahí la cosa tenía truco: aquel largometraje supuso una asociación inédita y loquísima entre varias compañías, que realmente eran competencia entre sí, para ejecutar un crossover colosal de dibujos animados en el que Blanc se encargó de interpretar al reparto made in Warner que habitualmente doblaba. El otro proyecto Disney donde participaría aquella voz ilustre ocurrió unos cuantos años antes, y no fue agradable. En Disney ficharon a Mel Blanc para la cinta Pinocho (1940), otorgándole el papel del gato Gedeón, uno de los villanos del film, y el hombre tuvo la idea de entonar sus líneas dotando al personaje de una voz de borrachuzo. A Walt Disney aquella actuación ebria no le gustó nada, y decidió eliminar todo el diálogo grabado por Blanc, convirtiendo a Gedeón en un felino mudo. Aún así, hubo algo de Blanc que sobrevivió a la poda. Y por eso no es erróneo asegurar que el trabajo de aquel hombre habita entre los fotogramas de Pinocho, al menos técnicamente: la película contiene exactamente tres hipidos de Gedeón interpretados por Blanc. Dos de los cuales pueden escucharse en este clip.  

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Pinocho. Alcohol y tabaco porque en los dibujos de los años cuarenta esto era costumbrismo. Imagen: Walt Disney.

Muchos realizadores ejecutaban el corte por razones prácticas, a menudo relacionadas con el ritmo. Al hablar de Salvajes (2012), un largometraje basado en el libro homónimo de Don Wilson, el director Oliver Stone explicaba que comandó y filmó varias escenas donde Uma Thurman interpretaba de manera estupenda a la madre de Ophelia Sage (Blake Lively). Un metraje que finalmente no llegó a utilizarse porque el noveno arte tenía mucho de competición ecuestre según el cineasta: «Fue bastante intenso, y tuvimos que cortar a personajes que aparecían en la novela. El papel de Uma y sus escenas eran buenas, pero en este trabajo no tienes tiempo para todo. Tenemos una meta en la película, y el objetivo es atravesarla, esto es una carrera de caballos».

Tras un paréntesis de cuatro años, Diamantes para la eternidad (1971) supuso el retorno de Sean Connery al esmoquin del agente 007 y un chiste a costa de dicho vestuario por parte de Sammy Davis Jr. Interpretándose a sí mismo, y afincado ante la ruleta de un casino, el miembro del Rat Pack rodó un pequeño cameo donde, al ver entrar en la sala al trajeado James Bond, espetaba un «No van a encontrar una tarta de boda lo suficientemente grande como para ponerlo encima». Desgraciadamente, los editores observaron que aquel chascarrillo se cargaba el flow de la escena, y decidieron arrojar al pobre Davis Jr. a la papelera.

A la hora de engarzar El Señor de los Anillos: El retorno del rey (2003), el cierre de la trilogía basada en los libros de J. R. R. Tolkien, el realizador neozelandés Peter Jackson se topó con un problema gordo: había rodado la muerte de Saruman (Christopher Lee) pero no sabía dónde encajarla en aquel tercer capítulo. Su plan inicial era colocarla al principio del film, pero al hacerlo descubrió que en la práctica aquello se sentía raro, como un clímax que pertenecía a la película previa y estaba desubicado en la presente. Al final, optó por la solución más radical y descartó la escena completa. El drama llegó poco después, cuando Christopher Lee se enteró de que ya no formaba parte de El retorno del rey pese a haber currado en ella. Porque el actor se pilló un cabreo tan monumental como para ni siquiera molestarse en asistir a la premiere oficial. Unos cuantos meses más tarde, la versión extendida publicada en deuvedés de El retorno del rey aprovechó para recuperar y reinsertar los planos donde Saruman la diñaba. Y desde entonces los fans no acaban de ponerse de acuerdo sobre si eso le hace bien o mal al conjunto, porque la verdad es que el episodio tiene bastante de ridículo: la secuencia (esta de aquí) incluye una conversación entre gente en lo alto de una torre y gente a ras de suelo, una bola de fuego CGI de saldo, a Saruman haciendo balconing y un empalamiento+submarinismo que se antojaba un poco Looney Tunes.

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Brocheta de Saruman en El Señor de los Anillos: El retorno del rey. Imagen: New line cinema.

La maldición (2005), una de hombres lobo que os podéis ahorrar perfectamente, tuvo una producción que, haciendo honor al título de la obra, estuvo repleta de calamidades. Aunque la culpa en este caso no fue tanto de los licántropos como de otro tipo de depredadores: los putos Weinstein. A falta de despachar los seis últimos días de rodaje, el director Wes Craven ya tenía casi finiquitada la película cuando la productora comandada por los hermanos Bob y Harvey Weinstein (Miramax) le obligó a detenerlo todo porque aquellos dos no estaban contentos con cómo estaba quedando el asunto. Tras mucha pelea, y con un montaje casi definitivo de Craven circulando por los despachos, los productores mandamucho ordenaron reescribir y volver a filmarlo todo desde el principio, conservando tan solo once minutos de la versión previa. Craven aceptó a regañadientes y el resultado final fue una solemne bosta. Una que además se llevó por delante a los personajes de Skeet Ulrich (quien decidió no participar en el nuevo rodaje tras leer el segundo guion), James Brolin, Illeana Douglas, Heather Langenkamp, Corey Feldman, Scott Foley, John C. McGingley y Omar Epps. Un grupete de actores y actrices que ya habían rodado sus escenas antes de la hecatombe ejecutiva. Lo más trágico es que La maldición no solo aniquiló durante la postproducción a seres de naturaleza humana, sino también a unos cuantos monstruos: los hombres lobo diseñados por el legendario creador de efectos especiales Rick Baker (un tío que tiene en su haber el récord de Óscar a mejor maquillaje, siete) fueron sustituidos por un espantoso CGI de rebajas.

E.T., el extraterrestre (1982) conforma uno de los casos más llamativos de actor con renombre condenado a ser escena eliminada. Porque a Steven Spielberg se le ocurrió colocar en aquella peli al mismísimo Harrison Ford, el héroe definitivo, ocupando el puesto de director del colegio de Elliot (Henry Thomas). Se trataba de un cameo velado, una pequeña secuencia en el despacho de la autoridad escolar donde a Ford no se le veía nunca la cara, pero se le escuchaba aleccionando al chaval poco antes de que aquel comenzase a flotar en una silla a sus espaldas. Al final, Spielberg decidió no utilizar el material porque creía que desentonaba demasiado. La toma fue incluida como extra llamativo en la versión para laserdisc de E.T. lanzada en 1996, aunque, sorprendentemente, nunca se incluyó en las ediciones domésticas posteriores en DVD y Blu-ray. En internet, como siempre ocurre, un ser de luz ha tenido el detalle de subirla a YouTube para contentar a los curiosos.

Muerte por amor que no corresponde

En numerosas ocasiones, los personajes eran descartados por suponer algún tipo de interés romántico que podría embarrar la trama. Andy García aceptó un papel en Mentes peligrosas (1995) rondando a Michelle Pfeiffer, pero no se sorprendió demasiado cuando los responsables del film acordaron eliminarlo por completo de la historia. Porque eso era lo que él mismo pensaba desde el principio: «Leí el guion y les dije “no os hace falta esto” […] Escribieron un arco narrativo completo sobre aquella relación, lo rodamos, y más tarde decidieron que era innecesario para la historia principal. Pero cobré el cheque». Ellen Pompeo (Anatomía de Grey) interpretó a una exnovia de Joel Barish (Jim Carrey) en la (estupendísima) ¡Olvídate de mí! (2004), pero el director, Michel Gondry, se la olvidó a propósito durante la postpro tras observar que su presencia distorsionaba el modo en el que la audiencia percibiría a Joel. La actriz Michelle Monaghan ejerció como una medio-humana-medio-demonio que coqueteaba con Keanu Reeves en la primera versión de la reivindicable Constantine (2005). Un tonteo que nadie recuerda porque nunca llegó a verse en pantalla: aquella pobre diabla fue descartada de la narración por razones dramáticas, para acentuar la soledad del protagonista.

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Michelle Monaghan en Constantine. Imagen: Warner Bros,

Paul Rudd, ese tío que viene de serie con cara de parecer buena gente, tenía una pequeña intervención en La boda de mi mejor amiga (2011) protagonizando una desastrosa cita con Kristen Wigg. Una secuencia que a la larga sería cercenada porque defenestraba el ritmo del conjunto. Shailene Woodley rodó un puñado de escenas en el rol de Mary Jane junto a Andrew Garfield para The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro (2014). Pero todas aquellas imágenes acabaron siendo arrojadas a algún contenedor para no entorpecer el idilio entre el Hombre Araña y Gwen Stacy (Emma Stone). El montaje inicial de Lock & Stock (1998) incluía a la supermodelo Claudia Schiffer como novia de Eddy (Nick Moran). Hasta que los test screenings realizados antes del estreno demostraron que la mujer causaba rechazo entre el público, algo que provocó que su figura fuese eliminada del producto final por el bien de la taquilla.

El interés romántico más destacable, por sus curiosas consecuencias judiciales, fue el que demostró fugazmente Himesh Patel por Ana de Armas en Yesterday (2019). Ambos compartieron una escena donde el primero encandilaba a la segunda canturreándole el «Something» de los Beatles. Una secuencia que Danny Boyle decidió no incluir en el montaje final porque, durante los pases previos, al público no parecía hacerle gracia la idea de ver al protagonista flirtear con alguien que no fuera Lily James. Lo verdaderamente delirante llegó después: pese a no aparecer en la cinta, Ana de Armas sí que lo hacía en el tráiler oficial de la misma, y eso confundió a un par de espectadores, Peter Michael Rosza y Conor Woulfe, que alquilaron la película por cuatro dólares en Google Play con muchas ganas de ver en ella a la actriz hispano-cubana, de la que eran bastante fans o algo así. Al descubrir que la zagala no asomaba la patita por Yesterday, aquellas dos personas demandaron a la productora Universal por publicidad engañosa, solicitando cinco millones de dólares a repartir entre los consumidores afectados. Y alegando que incluso habían alquilado la peli dos veces para comprobar si a la segunda se topaban con una versión extendida del film featuring Armas. Un juez desestimó el asunto meses más tarde, pero la carcajada al ver la noticia nos la echamos todos.

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Ana de Armas en Yesterday. Imagen: Universal pictures.

Muerte por postpro pop

El mundillo del cine-tebeo también gozó de mucho baile de tijeras en la habitación de editar. En una época en la que la Marvel cinematográfica no daba pie con bola, y cuando no hacía falta verse medio centenar de películas y series para saber de dónde coño había salido tanto superhéroe, Ben Affleck repitió el rol de Matt Murdock (a.k.a. Daredevil) filmando un cameo para Elektra (2005) que a la larga no llegaría a formar parte del montaje final. En los terrenos de DC, Aquaman y el reino perdido (2023) ejecutó un confuso baile entre murciélagos: sus responsables comandaron a Michael Keaton a vestirse de Batman y grabar  unos minutejos para el filme. Una suerte de cameo ilustre que serviría para conectar The Flash (2023), la otra película donde Keaton también figuraba como el Señor de la Noche, con los chapoteos de Jason Momoa. Pero cuando las cosas comenzaron a complicarse con la producción de The Flash, porque Ezra Miler andaba en modo berserker por la vida real, se razonó que sería mejor estrenar primero Aquaman y el reino perdido. Y también que, al cambiar el orden de los lanzamientos, no tenía mucho sentido mostrar en la pantalla a un Batman que aún no habían presentado formalmente en sociedad. Para arreglarlo, descartaron el trabajo de Keaton y llamaron a un Ben Affleck, el hombre que había vestido la máscara del justiciero durante los años previos, que filmaría de nuevo el cameo de Batman. A la larga, la torpe deriva del universo cinematográfico de DC desembocó en la decisión de reiniciar en el futuro toda la franquicia, con nuevos actores y bajo la batuta de James Gunn. Como ese reboot era inminente, se llegó a la conclusión de que tampoco sería buena idea utilizar a un Batman que ya estaba caducado, y todo el material rodado por Affleck también se fue a la mierda alegremente. Al final, Aquaman y el reino perdido, se presentó con un 0 % de Batman en su interior, y meses después del estreno de The Flash.

X-Men: Días del futuro pasado (2014) supuso una extraña inversión de la muerte por postpro. O algo así como una resurrección por pos-postpro. El guionista Simon Kinberg tenía grandes planes para Pícara (Anna Paquin) en Días del futuro pasado, pero por culpa de la apretada agenda de la mujer se vio obligado a abandonarlos, redactando una nueva subtrama para la superheroína mucho más humilde de lo planteado en un principio. El problema es que los productores no vieron con buenos ojos ese arco narrativo, al considerar que no aportaba nada a la trama principal del filme, y ordenaron desecharlo por completo, convirtiendo la participación de Pícara en poco más que un cameo en la versión exhibida en cines. Lo curioso es que las imágenes descartadas fueron incluidas como un mero extra en las primeras ediciones domésticas, pero acabaron siendo reinsertadas en la historia más adelante, propiciando un nuevo montaje de Días del futuro pasado que se comercializó en Blu-ray como la Edición Pícara.

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X-Men: Días del futuro pasado. Imagen: 20th Century studio.

La jungla: un buen día para morir (2013) también ejecutó una jugada inusual aprovechando el formato doméstico, aunque su caso era justo lo contrario a lo ocurrido con Paquin en X-Men. En aquella quinta entrega de las balaceras de John Mclane (Bruce Willis), la actriz Mary Elizabeth Winstead repitió el papel de hija del héroe, un rol que ya había defendido en La jungla 4.0. Lo malo es que a la mujer solo se la pudo ver en las proyecciones en salas, porque cuando Un buen día para morir aterrizó en el mercado doméstico, con un disco etiquetado jocosamente como Edición extendida, todo el mundo lo flipó bastante al descubrir que Winstead había desaparecido totalmente de la historia. Era un movimiento comercial que carecía de lógica alguna, porque un mundo sin Ramona Flowers es un lugar que no merece la pena habitar.

A principios de los dos mil, tres de los cinco miembros de la boyband *NSYNC fueron invitados a sacar sus sables láser y sacudirlos ante toda la galaxia en la película Star Wars: Episodio II – El ataque de los clones (2002). Por lo visto, la hija del productor Rick McCallum era muy fan de la banda, y George Lucas consintió colar a aquellos chicos, a modo de cameos breves, en la piel de jedis que repartían estopa durante la batalla de Geonosis. El trío de elegidos para empuñar espadas zumbantes estaba compuesto por Chris Kirkpatrick, JC Chasez y Joey Fatone, con Lance Bass y Justin Timberlake quedándose fuera por razones que no están del todo claras. Los chavales asistieron a un curso exprés de pelea intergaláctica y filmaron unos cuantos planos jugando a ser jedi: «Lo estúpido es que cuando estás haciendo la escena no paras de hacer el ruidito de “siuumm siummm” con la boca como un idiota», apuntaría Fatone. A la hora de armar la película, en Lucasfilm razonaron que no hay nada más peligroso en este planeta que un fan de Star Wars cabreado por algo que considera una blasfemia a su universo de ficción. Y finalmente decidieron no incluir a los *NSYNC en el Episodio II.

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Star wars: Episodio II – La guerra de los clones. Imagen: Disney.

El rapero Ghostface Killah acordó asomarse por Iron Man (2008) con una aparición fugaz, un guiño que rodó pero que al final los encargados de la edición acabaron abandonando entre bastidores. Y lo del cantante de glam rock Garry Glitter en Spice World (1997) fue un Yo-a-este-degenerado-no-lo-conozco-de-nada. El británico había participado, con un pequeño cameo, en el rodaje de aquella marcianada fílmica para los fans de las Spice Girls. Pero a pocas semanas del estreno, Glitter llevó su portátil a reparar y en el servicio técnico descubrieron que aquel hijo de un vagón de hienas acumulaba en el cacharro una colección de carpetas rellenas de pornografía infantil. Ante el escándalo, los responsables de la película eliminaron rápidamente las tomas protagonizadas por Glitter del largometraje. Puede que Spice World sea mala, pero al menos no contiene en su interior a alguien que, como se descubrió posteriomente durante varios juicios y condenas, era un auténtico monstruo del mundo real.

Austin Powers (1997) contenía muerte por postpro dependiendo del lugar en el que se hubiera estrenado. Y esto se debe a que las aventuras de aquel Mike Myers con dientes británicos se proyectaron en su tierra natal, los gloriosos Estados Unidos de América, privadas de uno de los mejores gags del guion: las reacciones de allegados de los sicarios (esos secundarios de atrezo) fallecidos durante la aventura. Escenas descacharrantemente dramáticas, y al margen de la trama principal, donde los seres cercanos al finado honraban su memoria y lamentaban lo peligroso de trabajar como maloso aleatorio para un supervillano. Unas coñas muy lúcidas que fueron eliminadas del montaje USA al considerar que demoraban el ritmo general. En cambio, sí que serían incluidas, y muy celebradas, en las versiones internacionales de Austin Powers. Lo que nos interesa aquí es que una de aquellas secuencias, el pasaje donde los amigos del esbirro John Smith lo esperaban para celebrar su despedida de soltero, estaba presidida por un rostro famoso: Rob Lowe. O el caballero que, al recibir la noticia del fallecimiento de su amigo, pronunciaba la (impagable) frase «¿Está muerto? ¿Decapitado por una lubina mutante con mala leche?». Una aparición breve, pero simpática, que los norteamericanos se perdieron por tanta gana de meter tijera. Rob Lowe, por cierto, formaría parte del reparto oficial en la secuela Austin Powers: La espía que me achuchó (1999), interpretando a la versión joven del agente Número Dos (Robert Wagner).

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Rob Lowe en Austin Powers. Imagen: Warner Bros.

Christopher Lambert rodó escenas para Las aventuras del barón Munchausen (1988) de Terry Gilliam, pero todas ellas fueron descartadas. Lo mismo le ocurrió a Ashley Judd con Asesinos natos (1994), a Macaulay Macaulay Macaulay Culkin con Nacido el 4 de julio (1989), a Liv Tyler y Tracey Ullman con Todos dicen I love you (1996), a Sam Rockwell con Jarhead (2005), a Elizabeth Berkley con Le llaman Bodhi (1991), a Tobey McGuire con una La vida de Pi (2012) de donde fue recortado por ser una cara demasiado famosa, a Jack Black con Amor a quemarropa (1993), a Harold Ramis con Alta fidelidad (2000) o a James Gandolfini con Tan fuerte, tan cerca (2011).

Muerte en postpro por muerte

La Toya Jackson fue una de las víctimas del Brüno (2009) ideado y protagonizado por Sacha Baron Cohen bajo la dirección de Larry Charles. Un mockumentary entregado de nuevo a la comedia suicida que acostumbraba a hacer Cohen: interpretar  personajes pasadísimos de vueltas para engañar a gente real, tanto famosa como anónima, conduciéndola hacia escenarios y situaciones tremendamente absurdas. Tras el shock, y el éxito, que supuso Borat (2006), Cohen tenía claro que para superar aquello era necesario subir mucho más las revoluciones. Y así, amparándose en el papel de Brüno, un übergay periodista austriaco del mundo de la moda que nació en Da Ali G show, la película se embarcó en ocurrencias mucho más extremas y agresivas: una visita a una orgía swinger real; presentar en un programa televisivo, y ante una audiencia afroamericana, a un bebé como hijo adoptivo tras asegurar que fue adquirido en África a cambio de un iPod; involucrar en una pantomima por la paz a un exagente del Mossad y a un político palestino; ofrecer un primerísimo plano de su pene bailongo chillando a cámara; levantar pasiones en Israel; o montar un show presuntamente hetero que degenera en una cosa muy muy gay frente a un público compuesto por rednecks homófobos. 

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Brüno. Imagen: Universal pictures.

En el caso de La Toya, Cohen logró rodar una entrevista a la cantante, convidándola a un aperitivo que suponía utilizar mexicanos a modo de sillas y degustar sushi servido sobre el cuerpo desnudo de otro mexicano peludo con sobrepeso. Durante aquel glamuroso encuentro, el cómico se las apañó para hacerse con el teléfono móvil de la invitada y rebuscar en su agenda el número de su hermano, Michael Jackson, provocando que una Toya bastante cabreada decidiese dar por finalizada la reunión. La premiere de Brüno se programó para la tarde del 25 de junio de 2009 en un cine de Los Ángeles. Pero en esa misma ciudad y en ese mismo día, unas pocas horas antes, ocurrió algo inesperado: Michael Jackson fue encontrado sin vida en la mansión que alquilaba en el barrio angelino de Holmby Hills. A contrarreloj, los responsables de Brüno agarraron la película y eliminaron la escena de La Toya, porque una cosa era pasarse y otra pasarse. Anunciaron que lo hacían por respeto a la familia Jackson y prometieron que dicho episodio no sería nunca reinsertado en el film. Unos meses más tarde, la escenita del body sushi, La Toya y el teléfono fue empacada como bonus entre los extras del DVDde Brüno.

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4 Comentarios

  1. «El montaje inicial de Lock & Stock (1998) incluía a la supermodelo Claudia Schiffer como novia de Eddy (Nick Moran). Hasta que los test screenings realizados antes del estreno demostraron que la mujer CAUSABA RECHAZO entre el público, algo que provocó que su figura fuese eliminada del producto final por el bien de la taquilla.»
    Sí, en efecto. Es uno de los problemas con los que los guapos y guapas del mundo nos encontramos, la animadversión y la fea envidia que suscitamos entre la población fea y acomplejada.

  2. posesodegerasa

    Decimosegundo párrafo, cuarta línea: «Un metraje que finalmente no llegó a utilizarse porque el NOVENO ARTE tenía mucho de competición ecuestre según el cineasta».

    Señor Cuevas, si está hablando de cine debería al menos explicar por qué ha decidido montarse su propia clasificación y arremeter contra el tópico de considerar al cine el SÉPTIMO ARTE, como ha consensuado el asentimiento general, que otorga al cómic el ser el octavo y a la fotografía el ser el noveno.

    El por qué el fotograma en movimiento ha tenido un reconocimiento que adelanta en dos puestos a la fotografía estática de toda la vida post-Niepce es otro cantar, que debería ser abordado en otro momento.

    Por lo demás, un artículo bien documentado y sumamente ameno.

    • Una puntualización a tu puntualización: aunque no existe una clasificación y numeración oficial de las artes, sí existe consenso al señalar a la FOTOGRAFÍA como OCTAVO arte y al CÓMIC como NOVENO. De hecho, hasta existe una cadena de tiendas de cómics (aunque ahora ya tienen de todo) que se llama Arte 9.

  3. Diego, no digas postpro, di pospo ;)

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