Arte y Letras Historia

Marco Polo, el comerciante del ignoto Oriente

Marco Polo frente al Gran Kan de los tártaros, Tranquillo Cremona, 1863.
Marco Polo frente al Gran Kan de los tártaros, Tranquillo Cremona, 1863.

Manual indispensable para comprender un viajero, un escritor, un embajador, pero sobre todo un curioso mercader veneciano. Autor del totémico libro Il Milione, que inspiró a Cristóbal Colón para emprender un rumbo que cambió la historia.

Señores, emperadores y reyes, duques y marqueses, condes, caballeros y burgueses, todos vosotros que queréis conocer las diferentes singularidades humanas en las diversas regiones del mundo, acoged bien este libro; leedlo o haced que lo lean. Aquí encontraréis la narración de las inmensas o disparatadas maravillas de las vastas zonas de Oriente —Gran Armenia, Persia, Tartaria, India— y de muchos otros países. Se trata de un ordenado y claro relato este que hemos transcrito: lo dictó el señor Marco Polo llamado también Il Milione, un sabio y noble ciudadano de Venecia que vio cada cosa con sus propios ojos. Y si antes no había visto todo con sus propios ojos, siempre mejoró el testimonio de aquellos hombres dignos de fe.

Quien lea o escuche estas páginas debe saber lo que en ellas se narra: son todas verídicas. Y ya que nosotros distinguiremos las cosas vistas de las oídas, el libro resultará fiable y verdadero, sin atisbo de falsedad. Soy testigo que desde el día en el cual el Señor Dios plasmó con sus manos nuestro primer padre Adán, no vivió nunca nadie, ni cristiano ni pagano, tampoco tártaro o indio… Nadie de ninguna raza que explorarse tanto el fondo de cada parte del mundo y conociera las maravillas como este Marco. Él mismo dijo que no habría sido correcto conservar el recuerdo por escrito de cada prodigio visto, o del que oyó alguna noticia verdadera. Lo creyó oportuno para que todo aquel que no conocía estas cosas las aprenda de este libro. Advierto también que dio poco de las infinitas cosas que vio y sintió. 

Hay que decir por último, queridos lectores, que Marco viajó durante veintiséis años en esas zonas de Oriente. Después, cuando estuvo prisionero en la cárcel de San Giorgio (Génova), dictó este libro al maestro Rustichello da Pisa, quien estaba encerrado con él en la misma cárcel. Corría el año 1298. 

Con esta presentación comienza la versión italiana del libro Il Milione, traducido por Maria Bellonci con el objetivo de dotar a la obra una lengua contemporánea con sabor antiguo, un documento insustituible que narra el viaje en Asia de Marco Polo, junto a su padre Niccolò y su tío Matteo, entre 1271 y 1295. Cuenta las vivencias y vicisitudes de estos mercaderes errantes y audaces viajeros en la corte del gran kan, el mayor soberano oriental de la época, de quien precisamente Marco estuvo a servicio durante más de tres lustros. Esas memorias eternas fueron recogidas en este imperecedero libro, considerado la descripción geográfica, histórica, etnológica, política y científica —habla de zoología, botánica y minerales— de Asia en la Edad Media. Además, sirvió de inspiración a viajes como el de Cristóbal Colón, y gracias a sus supinas y sutiles descripciones fue clave para la creación del mapamundi de Fra Mauro, considerado el mejor memorial de cartografía medieval. Sí, efectivamente, para comprender mejor Marco Polo y su circunstancia era menester comenzar por aquí. 

Venecia y su comercio

Marco Polo (1254-1324) nació y murió en Venecia. Tenía diecisiete años cuando, en 1271, dejó la ciudad-laguna para emprender el indómito viaje por la ruta de la seda, existente ya desde los tiempos de Herodoto (475 a. C.), aunque no patentada aún. No dejaba un lugar cualquiera, sino uno de los corazones más pulsantes del mundo entonces. Y es que, aunque no se censaban aún las ciudades, se estima que Venecia tuviera más de cien mil habitantes, quizás doscientos mil, suficientes para situarla entre las tres o cuatro ciudades más importantes del mundo cristiano. Estaba absorbida por el comercio y suspendida entre el mar y la laguna, hecho que la impedía aún desarrollar el imperialismo terrestre, que después lograría empujando hacia afuera —Grecia y los Balcanes— las fronteras. 

La Venecia de Marco Polo era la única gran ciudad donde los nobles, orgullosos de su sangre, de su linaje, se enriquecían a través del comercio y no de la tierra. Desde los tiempos de Carlo Magno, su vocación fue ser la puerta hacia Oriente, y su personalidad no se antojaba fácil de descifrar: jamás sucumbió a la conquista de los longobardos, y siempre se sintió (al inicio) más griega que latina. Fue sede de disputas entre el Imperio carolingio y el bizantino, y en 1204 conquistó Constantinopla, transportando allí guerreros en navíos para la cuarta cruzada. ¿El resultado de la gesta? Los caballos en bronce que lucen hoy en la Basílica de San Marco y una importante red naval fortificada en la costa dálmata, en el Peloponeso, además de las islas de Creta y el Egeo. Fueron todos los territorios que los venecianos, desde entonces, gobernaron durante siglos y siglos. Garantes, todos, de una gran parte de la tarta oriental que se contendían. 

Sí, efectivamente es conveniente entender bien Venecia, la que dejó Marco Polo, porque un siglo antes de que él naciera (en torno al año 1000), el comercio allí se sostenía simplemente en los modestos y escurridizos recursos del mar Adriático, y de ahí al interior recorriendo el río Po. Si entonces se mercadeaba con sal, en los tiempos del precursor de Cristóbal Colón las galeras ya venían llenas de seda y especias. Exacto, cuando Marco Polo dejó su casa, la moneda fabricada allí era de plata, y se usaba en todo el Mediterráneo. En su ausencia, se estrenó el ducado de oro, y se usó en toda Europa hasta los tiempos de Napoleón. Hoy equivaldría al dólar. 

Marco Polo se marchaba, y la urbe no paraba de crecer. Eran tiempos de vino y rosas en el Gran Canal, una república oligárquica repartida entre grandes familias. El oro servía para financiar construcciones navales de tal magnitud que terminaron incluso sorprendiendo al mismísimo Dante, quien las plasmó en La divina comedia. También financiaba palacios de la nobleza y otros edificios suntuosos. Iglesias, que el propio gobierno de la República utilizaba para encandilar a Dios, pidiéndole a cambio bienaventuranza en las ingentes relaciones comerciales. 

Esa Venecia inmortal murió cuando la asoló la peste del 1348, con la ciudad sobrepoblada. El héroe de los dos mundos ya había fallecido hacía más de veinte años… En una casa no excesivamente lujosa de dos pisos, mucho más modesta en comparación con otras familias patricias de la urbe como los Dandolo o los Tiepolo, entre otros. Quedaba su memoria. 

Largo viaje por la Ruta de la Seda

Marco Polo y su familia jamás tuvieron un rancio abolengo tal como para formar parte de la aristocracia que gobernaba la Serenissima. Ese fue, quizás, uno de los motivos del viaje. 

Con la expedición ya comenzada, se vieron obligados a volver a Acri (Tierra Santa), donde lograron hablar con el papa Gregorio X. A la postre, fue él quien les confió las cartas que debían entregar al gran kan, una invitación para que este mandara sus emisarios a Roma. Además, les adjudicó dos frailes dominicanos para la travesía: Niccolò de Vicenza y Guglielmo da Tripoli, obligados a abandonar durante un asalto musulmán en mitad de la travesía. 

Tras el incidente, el largo peregrinar los llevó a atravesar Armenia, el altiplano de Irán, el desierto de Gobi… Hasta llegar a Ciandu (hoy Xanadú), la ciudad estival del kan. Una vez llegados al Catai (China septentrional), Marco se ganó el favor del condottiero mongol Kubilai Khan, de quien se convirtió rápidamente en consejero y embajador, aprendiendo a conocer la lengua y el folklore de los tártaros, ese pueblo guerrero y feroz que, por analogía fonética con el antiguo nombre del infierno (Tártaro), así se le denominaba. De hecho, y probablemente sostenida en una vaga y estereotipada idea política pretérita, se puede decir que las primeras embajadas europeas en China encontraban justificación en el arduo y necesitado control de esa despiadada potencia militar, que entre los años 1236 y 1240 había creado una onda de pánico en el viejo continente. 

Así termina Il Milione: «… Más tarde, sin embargo, el rey Toctai acarreó a toda su gente y arengó fuertemente sus armas contra el enemigo. El rey Nogai fue derrotado y asesinado, y con él cuatro de sus hijos mejores y más valientes. Así se vengó la muerte de Tolobuga».

India, Tíbet, Birmania, ya obedeciendo a cargos gubernamentales, completaron el viaje de Marco Polo, quien volvió a Venecia veinticuatro años después encontrando una urbe excesiva en notable expansionismo económico, que sin embargo contaba con un problema de difícil solución: la feroz rivalidad con Génova, en el punto de mira por ser la otra gran potencia, y que además no se conformaba solo con el control del norte de África. No, pretendía estar dentro del pastel que suponía el Mediterráneo oriental. Quería más y más. 

La cárcel como oportunidad

Durante la infancia de Marco, los genoveses ayudaron a los griegos bizantinos a levantar su ímpetu y autoestima para enseñar a los cruzados que el imperio que creían haber derrotado estaba más vivo que nunca. Génova tenía el mar Negro, y Marco Polo fue testigo directo precisamente de esa época de rivalidad entre dos ciudades marineras. Su regreso a la patria coincidió precisamente en el peor momento: las escuadras genovesas se lanzaron en las aguas adriáticas para infligir a la flota veneciana la peor de sus derrotas, la más ilustre, la más cruel. Fue precisamente en esa, la batalla de Curzola (1298), cuando Marco Polo fue capturado, y en una de las prisiones de la ciudad ligure, conoció a Rustichello, il Pisano, también él víctima de otra batalla naval perdida contra los genoveses: la Meloria, cruenta derrota de la República de Pisa. 

La paradoja de todo es que, si la historia de Marco Polo se cimienta sobre los infinitos éxitos de su tierra natal, su libro es fruto de un revés, probablemente el más doloroso de toda su vida. 

Un año después, Marco Polo fue puesto en libertad. Volvió a Venecia. Se casó y tuvo cuatro hijas, una nacida antes del matrimonio con Donata Badoer. Murió en 1324, enfermo e inhabilitado. Parte de su herencia se la dejó a un siervo tártaro que se había traído de Asia. 

Como Cristóbal Colón, su vida y obra también está llena de pasajes controvertidos. Hay una teoría que data su nacimiento en la actual Croacia, entonces en posesión de la Serenessima. Además, sus principales detractores siempre pusieron en tela de juicio la dudosa descripción de algunos lugares que aparecen en Il Milione. De hecho, hay escépticos que dudan de su visita a China, ya que en el libro no hay mención alguna de la Gran Muralla. 

No se sabe mucho más, ni mucho menos, de Marco Polo, demasiado eclipsado quizás por Colón y esas carabelas que emprendieron el rumbo en 1492 en Palos de la Frontera.  Así lo ve Maria Bellonci, su histórica traductora al italiano. «Marco no es un mercader ávido de buenas mercancías como su padre o su tío. Sabe contar, catalogar y pesar la mercancía, pero esto jamás fue su primera opción, su primer pensamiento. Ama apropiarse de sus adquisiciones. Tiene ansia de sabiduría y conocimiento, como ese hombre del Renacimiento que él anticipa un siglo y medio antes. Acepta cualquier prueba: el desierto, los glaciares del Tíbet, el hambre, la sed, el encuentro monstruoso con las sombras homicidas de los karaúnas, las llamadas sibilantes de los espíritus nocturnos del desierto de Lop, la angustiante defensa contra los caníbales… Y ningún ser humano, ninguna situación le parece que estén fuera de la vida». 

Héroe contemporáneo

Los viajes de Marco Polo (traducción al español de Il Milione) supuso un bestseller cuando aún no se había inventado la imprenta en Europa. Fue un manual clave para viajeros curiosos, para sagaces e intrépidos conquistadores. Hoy, además de libros, se han inventado incluso videojuegos con su sempiterna figura de aventurero. Ese que desde prisión dictó el relato de un viaje fabuloso donde lo desconocido tomaba carne a través del verbo. 

Ya en su lecho de muerte, muchos familiares y amigos le sugirieron que eliminara lo que no era real. Su respuesta aún hoy resuena con firmeza. «No puse ni la mitad de lo que realmente vi». Porque, a diferencia de otros escritores que imaginaron lugares prácticamente sin salir de casa —como Gianni Guadalupi o Emilio Salgari— el aventurero veneciano nos enseñó en primera persona lo que hoy es China, Irán o Afganistán, entre otros muchos países. Un mundo entero e ignoto, en definitiva. 

Si la primera edición estampada fue en 1477 (Nuremberg), es destacable que hay una de su relato con anotaciones del mismísimo Cristóbal Colón, paradójicamente el gran genovés para los italianos. Ávidos de viaje ambos, de conocimiento, quizás la gran diferencia entre los dos se anida en los rincones más oscuros del alma. Porque si el veneciano hizo apología de la poética de viajar, de un viaje a pesar de todo, lo de Colón —al igual que sucedió con Magallanes— estaba más relacionado con la conquista —vanidosa— de la gloria. 

Il Milione, al final, no es un trofeo sino un testamento. Alberga el gusto por la observación precisa, casi científica, y además se funde con la fábula. Sí, anticipa algo de Italo Calvino. Aunque aparentemente se mueve en dos dimensiones, el libro en sí rompe los límites del espacio y el tiempo, pero sobre todo es liberador. Es decir, extirpa los límites del ser humano para dar cabida a la utopía de la hermandad.

Sabed que en el Poniente, una vez muerto el señor de los tártaros llamado Mongutemur, la señoría esperaba a un Tolobuga todavía muy joven, pero Totamangu —hombre muy potente—, con la ayuda de otro rey de los tártaros llamado Nogai, lo asesinó y tomó posesión de su señora. 

Es probable que ahora se entienda mejor la frase de Marco Polo, un advenedizo sensible, inteligente y escurridizo en territorios sin piedad, dibujados con desiertos indómitos y páramos agrestes. Sin ética ni moral. «No puedo quitar del libro lo que no es real, ya que no puse la mitad de las cosas que vi y viví en primera persona», soltó en perfecta sintonía con su conciencia. 

Marco Polo, una vez muerto, siguió su curso entre los vivos. Por su parte, Venecia, con otros personajes memorables como Casanova, Elena Corner, Vivaldi o Carlo Goldoni se abandonó para siempre al arte, la seducción y la melancolía… Mientras que los tártaros —al menos para el escritor Dino Buzzati— resultaron ser siempre esos seres terribles (existentes o no) capaces a la misma vez de aniquilar sin escrúpulos y dar sentido a esas existencias vacías necesitadas de enemigos imaginarios para conducir la acción defensiva basándose en ellos. 

Sí, cuando Cristóbal Colón emprendió su viaje, financiado en parte por el papa Borgia (Alejandro VI), partía con la ventaja de contar con un manual de instrucciones. Marco Paolo ya había surcado mares con sus barcos, sus veleros. Tras pedir autorización para volver a su tierra natal, el kan se lo permitió con la condición que acompañara a los barones Culatai, Apusca y Coia en su viaje a Levante para llevar a Cocacin para desposarse con Argon. Asimismo, les encomendó una embajada al rey de Francia, de España y otros monarcas cristianos. Fue, quizás, la primera simbiosis oficial entre Oriente y Occidente. Un movimiento precursor al fenómeno globalizado que terminó de cambiar el mundo para siempre. Y sí, todo nació en una mísera cárcel de Génova dictando un libro escrito originariamente en lengua de oíl. 

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