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La decadencia espiritual

La decadencia espiritual
‘La vida del imperio desolación’, de Thomas Cole.

Las grandes cosas exigen que no las mencionemos o que nos refiramos a ellas con grandeza: con grandeza quiere decir cínicamente y con inocencia.

(Nietzsche, 1981, 29)

Vivimos en una época en que la juventud «lucha» por imponer sus propios ideales; exigiendo un estado social de justicia que ni siquiera saben definir, pues es un concepto absoluto indefinible y abierto a tanto contraejemplos como justificaciones. Conceptos tan abiertos que no significan, en esencia, nada. Y lo mismo pasa con aquellos que tienen una visión reactiva sobre los primeros.

A pesar de no significar nada, no son conceptos que, mediante un esfuerzo del alma y un estudio pertinente puedan llegar a significar algo; no son conceptos profundos, sino que son solamente abiertos. La justicia, la moral, la ética son, actualmente, meros discursos en los que se trata de aparentar un cierto intelecto, una forma de aplicar conocimientos sobre un panfleto político, o de cualquier índole. Y muchos de estos panfletos abrazan (y pervierten) la palabra (pues para ellos no es más que eso) «espíritu». Se leen afirmaciones como «revivir el espíritu luchador», «defiende tu espíritu obrero» o «despierta el espíritu emprendedor que llevas dentro» en diversos panfletos que arrojan a mis manos mientras estudio en el antiquísimo claustro de nuestra histórica Universitat de Girona. Y esto no es lo peor, también en algunas paredes hay pintados gritos de la misma laya.

Mas no es eso lo que es el espíritu, aquello es mero saber por saber; una forma de intentar demostrar al prójimo que no se es tan estúpido como parece.

Los universitarios, al menos muchos de los que he conocido fuera de mi círculo de filósofos en Girona, han perdido (si es que alguna vez han tenido) fuerza espiritual. El término «espíritu» es un término que se verá a lo largo de este escrito, es por ello que voy a dedicar las siguientes líneas de esta introducción a tratar de definirlo. Empezaré con el «no», es decir, tratando de explicar qué no es lo que ahora se entiende por espíritu. Una vez haya podido tratar de explicar por qué las concepciones sobre el espíritu que mostraré son incorrectas, trataré de «darle vueltas» al término «espíritu» con tal de poder entrever qué es aquello a lo que conocemos con este término y por qué afirmo que este ha perdido fuerza. Aviso, una de las razones es, precisamente, el haberse dejado de preguntar acerca del ser, o la esencia de la existencia. El porqué del porqué de las cosas.

Y aquel «porqué del porqué», misterio o enigma que el hombre no ha conseguido resolver jamás en la historia a través de la razón o la fe, es con lo que los presocráticos demostraron su grandeza: un filosofar auténtico, que significa el querer buscar lo esencial, aun sabiendo que es imposible.

Y este pensar sobre el espíritu no consiste en acreditar a los menesterosos «espiritualistas» que usan estos términos para hacer apología a, precisamente, la decadencia que trato de romper. Consiste en, como he dejado entrever unas líneas más arriba, no dar por hecho ningún ente que se nos presenta ante nuestros sentidos o en nuestra conciencia. Y al aceptar que cualquier ente que se nos presenta a los humanos podría no estar ahí en absoluto, entonces podremos empezar a cuestionarnos la pregunta más esencial de la historia de la filosofía: «¿Por qué es el ente y no más bien la nada?» (Heidegger, 1997). Esta pregunta no debe ser vista como un mero enunciado; como una pregunta típica de pseudofilósofos que tratan de, simplemente, demostrar que saben de su existencia pero que no están dispuestos a trabajarla debidamente. Es un claro ejemplo de lo que Heidegger llama «falsificación del espíritu», que es «presentar al espíritu como inteligencia y a ésta como herramienta útil (…)» (Heidegger, 1997, 52). Y es que el espíritu no es una herramienta o un medio para conseguir «x» fin, sino que éste es en sí mismo.

Heidegger propone cuatro interpretaciones erróneas del espíritu en su obra  Introducción a la metafísica (1997), en el primer capítulo: «La pregunta fundamental de la metafísica» (p. 11-55). 

La primera es la ya mencionada: el hecho de interpretar el espíritu como mera inteligencia, o como capacidad de reflexión. Para Heidegger, se puede ser ingenioso, incluso «inteligente», entendiendo inteligencia, en este caso, como capacidad de comprender cualquier tema que se exponga, y tener, a su vez, un espíritu debilitado y alejado de lo que realmente es.

La segunda es que, al haber tratado de convertir al espíritu en mera inteligencia, este se pervierte y se convierte en una herramienta, un medio para conseguir otros fines. Tanto si este medio es para conseguir homogeneizar el pensamiento de los trabajadores, haciéndoles creer que su espíritu es el de controlar los medios de producción, puesto que, sin ellos, no tendrían espíritu (como sucede con los comunistas de todas las épocas); o si es para tratar de aprovecharse económicamente de gente de alma débil, haciéndoles creer que, si su fin no es el dinero, entonces estarán desaprovechando un potencial que no es definido, ni saben buscarlo. Y es que el espíritu no es un ente que esté metido en el cuerpo, como quien mete su pie en un zapato, sino que, en palabras de Heidegger: «el espíritu es quien apoya y domina, es lo primero y lo último, y no algo tercero (…)» (Heidegger, 1997, 51).

La tercera es convertir la espiritualidad en cultura. Cuando convertimos lo más profundo de la humanidad, como lo es su espíritu, en un hecho cultural, es decir, que define los valores de una nación, este queda tapado y adquiere un significado del todo alejado de lo que realmente es.

La cuarta, muy ligada a la anterior, es que, cuando el espíritu se convierte o bien en herramienta o bien en cultura, que cualquier ideología política convierte lo que llamamos espíritu ya no en espíritu, sino en un fin político; en algo de lo que sentir orgullo como nación (y surgen aberraciones como «espíritu nacional»). Y entonces el espíritu ya queda totalmente agraviado, y entonces el hombre ya no es hombre, ni la naturaleza, naturaleza; sino que todo es un medio para otro fin, que a su vez es otro medio para otro fin, y así hasta el infinito.

Hemos visto, grosso modo, lo que Martin Heidegger considera la falsificación del espíritu, mas yo quisiera mostrar ahora su decadencia, su debilitamiento. Decadencia entendida como la regresión escalada de lo que en algún momento de la historia mostraba la grandeza de los humanos.

Personalmente, noto entre las juventudes con las que, por fuerza, he de juntarme en la universidad, que su espíritu está debilitado; noto cómo va decayendo hasta convertirse en una metáfora política que plasman en diversos panfletos del mismo estilo. Pero no es el hecho de interesarse por la política lo que debilita, o muestra la decadencia de un espíritu, pues se puede ser muy fuerte espiritualmente y representar ciertas ideas políticas, sean de la corriente que sean. No, no es eso lo que destroza el espíritu. Uno de los factores clave para sentir la decadencia espiritual es el dar por hecho todos los entes que nos rodean. Por ejemplo: en el ámbito político, se habla de lo que un Estado debería hacer, o lo que el Estado no debería hacer. Mas nadie se para a pensar en qué es el Estado. Todos sabemos que es alguna cosa, pero no sabemos qué es el ser del Estado. Y no me refiero a la definición, pues cualquier persona, con una búsqueda rápida en Internet, puede encontrarla, sino que me refiero a la esencia de un Estado. Lo que hace que aquello a lo que llamamos Estado sea en definitiva un Estado. ¿Es el Estado el Partido Socialista Obrero Español? ¿Es el Estado la Guardia Civil? ¿O lo es cuando el presidente Sánchez acude a reuniones de la ONU? Bien, todos podemos decir que todo lo que he mencionado forma parte del Estado, pero tanto el Partido Socialista Obrero Español, como la Guardia Civil y Pedro Sánchez podrían existir perfectamente en cualquier otra forma de Estado. Entonces, ¿qué es el Estado? Esto no se lo preguntan, lo intuyen, lo definen, mas no quieren intentar saber; no se plantean siquiera llegar a lo más hondo de esta pregunta. Esto denota una carencia de profundidad en el espíritu de los jóvenes ‘gironins’ que estudian en la universidad y que pretenden romper con el status quo de esta, de un municipio, de una comarca, de una provincia o de un país.

En este texto, más allá de cuestionarme la pregunta por el ser, el ente, etcétera, lo que pretendo es mostrar cómo, tanto los jóvenes como los más mayores, han ido convirtiendo su espíritu en una idea falsa, en una simple palabra que usan para vender diversas teorías ético-político-económicas.

Por ello, en palabras de mi querido Heidegger: «el preguntar la pregunta por el ser es una de las condiciones básicas esenciales para un despertar del espíritu, (…) para dominar el peligro del oscurecimiento universal (…)». Y es que, si lo que queremos es una revolución, esta no puede seguir siendo política, material o científica, sino que debe ser espiritual, y para que el espíritu se pueda revolucionar, despertar, lo que ha de hacerse es comenzar a hacer preguntas que lo revolucione, que no sean meros enunciados que puedan ser respondidos, en el caso de ser fáciles, o ignorados, en el caso de que se consideren «inútiles» o estúpidos.

La metafísica, y sus dos principales estudios (ontología y teleología) están siendo ignorados, como si de una pregunta ya respondida se tratase; como si estuviéramos preguntando cuántos sexos existen entre los humanos. Y con su olvido se inicia la decadencia; preguntar obviedades, cuestionarse aspectos que habíamos respondido hace siglos, aspectos materiales, no-espirituales ni mucho menos esenciales, solamente para escudar su espíritu débil. Solo aquello que es débil necesita de un escudo para protegerse. Y las preguntas de verdad, preguntas que son tan profundas que se necesita un espíritu fortalecido con tal de, solamente, tratar de poder empezar a preguntarlas como se debe, son tapadas o tachadas de inútiles, de estúpidas o de ya resueltas.

Resultaría muy difícil dar una definición satisfactoria y universal de «espíritu». Lo que intentó Hegel en su obra Lecciones de la filosofía de la historia (1974) es definirlo de forma abstracta: «es el pensamiento de que algo es, y el pensamiento de qué es y de cómo es». No es el espíritu, pues, solamente, un objeto, sino que también es consciencia, el que hace que percibamos todo lo que percibir se pueda (Hegel, 1974, 62-63). Resultaría complicado extraer la idea principal de lo expuesto por Hegel, precisamente por la profundidad de su pensamiento. Por ello, en este texto quiero definir solamente aquello que considere que me es posible hacerlo.

No es el espíritu sinónimo de «alma»; esta es el «primer motor» de mi cuerpo, aquello que hace que todo mi cuerpo tenga la capacidad de moverse y funcionar y que mi mente sea capaz de razonar. Por ello surgía el sentimiento trágico ante la muerte, pues no sabemos qué será del alma cuando el cuerpo se apague. El espíritu es algo distinto. Mi alma, que controla mi cuerpo, es ajena al espíritu. Y se fortalece el espíritu cuando lo forzamos, por ello la pregunta por el ser es la llave hacia su fortalecimiento; lo que hace que no sea mera conciencia, sino que ésta, además, sea fuerza. «Es una conciencia, pero también su objeto» (Hegel, 1974, 62). Y al ser objeto y conciencia al mismo tiempo, podemos pensarlo, es decir, hablar de éste y fortalecerlo al mismo tiempo.

Se podría decir que el «espíritu» es colectivo; la fuerza, la idiosincrasia de un conjunto de individuos. Podemos decir: «Los estudiantes de Filosofía de la Universidad de Girona tienen un espíritu fuerte». Pero no se podría decir: «Fulano, estudiante de Filosofía de la Universidad de Girona tiene un espíritu fuerte», porque entonces, a pesar de que sí que se entendería a qué se refiere el transmisor de dicha oración, no estaríamos hablando del espíritu propiamente, sino que nos estaríamos refiriendo a que el carácter, o el alma, si se quiere, de Fulano, un individuo, es fuerte. Se puede tener un alma y un ímpetu excelente dentro de un contexto de debilidad espiritual.

Y, al ser el espíritu objeto y conciencia al mismo tiempo, es decir, que podemos formar parte de este a la vez que lo fortalecemos, y al ser, también, un «algo» colectivo, podríamos decir entonces que solamente se puede fortalecer y comentar cuando se es en este. Es decir, yo puedo decir que el espíritu de los estudiantes de Filosofía está debilitado, pues yo formo parte de aquel espíritu, al ser yo miembro de la nombrada colectividad. Mas no podría decir un estudiante de Geografía, Filología, etcétera, que el espíritu de los estudiantes de Filosofía está debilitado, pues no hay forma de que lo pueda saber, a pesar de que lo pueda intuir.

En este caso, lo que pretendo es ser yo el que abra la puerta hacia el renacer del espíritu de las juventudes (y de los que no son tan jóvenes), pues no puedo evitar ser circunstancial. Puedo tratar de que entre mis compañeros, amigos y lectores, nos volvamos a hacer preguntas esenciales y dejemos de dar por hecho toda «cosa» que percibamos. Hay que preguntarse el «porqué del porqué» de todo ente que se nos aparece antes de querer modificarlo, destruirlo o quererlo. Y es que dotando de profundidad a mi alma fortaleceré el espíritu del colectivo al que pertenezco.

Por ello, no debemos querer que un partido político gane o pierda las elecciones, sino que debemos preguntarnos por el ser de dicho partido político y por el ser del Estado que pretende gobernar. Quizás, y solo quizás, nos demos cuenta de que toda forma de Estado y todo partido político, independientemente de la ideología que predique, es metafísicamente igual que su «contrario», sin que esto dependa de contexto alguno.

Debemos cuestionarnos cómo estamos tratando al ser, cómo creemos que debería ser tratado; y a su vez, cómo debemos movernos en este. Para empezar, deberíamos hacernos la pregunta «¿Por qué es el ente y no más bien la nada?», la cual lleva implícita la pregunta «¿Qué es el ser?», que es todavía más esencial que la anterior.

(Continuará)


Bibliografía consultada

Aristóteles. (1985). Metafísica. Sarpe.

Escohotado, A. (1995). De physis a polis: la evolución del pensamiento filosófico griego desde Tales a Sócrates. Anagrama.

Ferrater Mora, J., & Terricabras, J.-M. (1994). Diccionario de filosofía (K-P) (J.-M. Terricabras, Ed.). Ariel.

Ferrater Mora, J., & Terricabras, J.-M. (1994). Diccionario de filosofía (Q-Z) (J.-M. Terricabras, Ed.). Ariel.

Hegel, G.W.F. (1974). Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Biblioteca de Ciencias Históricas de la Revista de Occidente.

Heidegger, M. (1967). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica.

Heidegger, M. (1997). Introducción a la metafísica (A. Ackermann Pilári, Trans.). Gedisa.

Heidegger, M. (2000). Nietzsche. Destino.

Jaspers, K. (1956). Filosofía de la existencia. Aguilar.

Kirk, G. S., Raven, J. E., & Schofield, M. (1994). Los Filosofos Presocraticos: Historia Critica con Seleccion de Textos (M. Schofield, Ed.; J. García Fernández, Trans.). Gredos, Editorial, S.A.

Nietzsche, F. (1981). La voluntad de poderío. Biblioteca EDAF.

Nietzsche, F. W., Nietzsche, F., & Vaihinger, H. (1990). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (L. M. Valdés & T. Orduña, Trans.). Tecnos.

Sagrada Biblia : Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. (2014). Biblioteca de Autores Cristianos.

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Un comentario

  1. Jon Castells

    Gracias por este aporte valioso que enriquece el debate filosófico contemporáneo.

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