He-Man y los Masters del Universo o, lo que es lo mismo, He-Man y los muñecos que la gente compraba cuando el de He-Man se había agotado. Porque esto va de una serie de dibujos, pero también de juguetes, de balances de pérdidas y beneficios y, por encima de todo, de He-Man.
He-Man es, posparipé transformador, el príncipe Adam de Eternia, hijo de Randor y Marlena, aunque sus verdaderos progenitores fueron el CEO y el diseñador jefe de Mattel de la época. Al contrario que el príncipe Adam, He-Man no fue concebido desde el amor puro. Su situación fue más la del hijo que tiene que salvar un matrimonio, nacido de la miseria y el despecho. Mattel se cansó de ver cómo los muñecos de La guerra de las galaxias que rechazó fabricar estaban dominando el mercado y, para arrebatárselo, ensambló al hombre más poderoso del universo.
El parto de He-Man no fue fácil, como tampoco lo fue el proceso creativo de la serie. Antes de tener la historia, las tramas y la biografía de los personajes, los juguetes que iban a endosarles a los padres ya estaban en las tiendas. Por un lado, bárbaros, hechiceros, gladiadores y un tigre verde; y por el otro, astronautas, armas láser y motos voladoras. Y en medio Lou Scheimer y el encargo de hacer episodios-anuncio de veinte minutos. El resultado fueron dos temporadas de una serie original y delirante a la fuerza, estrenada el 30 de septiembre de 1983 y descatalogada dos años después.
Un maravilloso despropósito que solo podía sostener el hombre más poderoso del universo, He-Man. Él-Hombre. Nada de nombres que creen confusión como Jesse, Jamie o Alex. Ni siquiera Germán, que es muy masculino y suena casi igual. No es una mujer pero, por si había dudas, le llamaron He-Man. Y puede que esta sobrecompensación con su nombre se deba, en parte, a su estilismo: melenita rubia estilo bob-cut, slip de piel, botas altas a juego y una miniarmadura en medio del pecho cuya única función parece ser la de crear dudas: ¿He-Man tiene el corazón en el centro y por eso solo protege esa zona? ¿Tiene una tercera teta? Y, si el guardián de la paz y la justicia en Eternia viste así, ¿cómo visten allí los gogós?
Pero nada de esto importa cuando He-Man es tan poderoso que puede anular un tornado girando sus brazos en la dirección opuesta y luego lanzarlo, literalmente, al espacio. Es tan poderoso que puede arrancar un castillo de sus cimientos y lanzarlo a otra dimensión, con suave aterrizaje incluido, o mover una montaña que, por alguna anomalía geológica, no estaba fijada al suelo. He-Man es tan y tan poderoso que puede salir al espacio en una nave descapotada sin más traje espacial que su masa muscular, subirse encima, empujar y sacar de su órbita una luna que estaba causando mareas altas. Puede romper las leyes de la física, la química y la lógica, es tan poderoso que es a quien llaman cuando el gato de Chuck Norris no quiere bajarse del árbol.
Poderoso sí, violento nunca. Ya sea porque no le hacía falta o porque sus muñecos se vendían mejor si no usaba la violencia, en ninguno de los ciento treinta episodios se puede ver a He-Man golpeando a ningún otro ser, simplemente los lanza lejos, no los golpea. Con una curiosa excepción: los robots. Quién sabe si hay un mensaje proludita escondido en la serie o es un odio visceral a todos los autómatas por lo que una máquina cortapelo hizo con su melena.
Si has llegado al final de este artículo y eres fan de He-Man sabrás que esta es la parte de la moraleja, la reflexión sobre lo que hemos aprendido hoy. Básicamente hoy hemos aprendido que si George Lucas te ofrece la licencia para fabricar los muñecos de La guerra de las galaxias debes decir que sí, que nunca debes utilizar la violencia, y que si tienes que utilizarla limítate a lanzar a tus enemigos lejos.
Lo mejor de la serie, no obstante, es Skeletor. El del doblaje latino, concretamente. Lo de llamar «gato callejero sobrealimentado» a Battlecat es impagable.