Literatura

Formentor: oasis literario y conspiración cultural

MARRAKECH BARCELO 07684 Editar

La vida es desierto y oasis, escribió Walt Whitman. Y así estamos, serenamente plantados ante la naturaleza, serenos frente a las cosas irracionales, conocedores de que nuestra ocupación, nuestra pobreza, nuestra notoriedad son menos importantes de lo que creíamos. Y allí está el desierto para confirmarlo.

Todo empezó en 1961 con el primer premio. O en la década anterior con las primeras conversaciones. O en los años 30 con un hotel que también era un sueño. En plena depresión de 1929 un poeta argentino -rico, excéntrico, loco- concibió un hotel en un emplazamiento perfecto, el cabo de Formentor, el entrante de tierra más septentrional de la isla de Mallorca. Sería un refugio para la élite europea y también para artistas y creadores que no podían permitirse el lujo de pagar una estancia allí.

Porque un hotel puede ser sólo un hotel o también un símbolo.

Las Conversaciones Literarias Formentor que se realizan cada año tienen una de sus raíces en un rincón de Mallorca que se soñó a sí mismo como algo mucho más grande que un conjunto de habitaciones. Se cuenta que Churchill solía alquilar una habitación -siempre la misma- y, con el puro en la mano, pintaba allí sus acuarelas y, quizás, cavilaba sobre la agitada política británica. Grace Kelly y el príncipe Rainiero pasaron allí su luna de miel. Magnates, políticos, estrellas de Hollywood, artistas. Y escritores.

¿Cómo puede un hotel convertirse en sello literario? La historia es larga y está hecha de fragmentos.

El nombre del poeta argentino era Adán Diehl, una especie de Gran Gatsby de las pampas que soñaba en verso y a lo grande (si hasta Borges lo incluyó en su Antología poética argentina de 1941) y encontró su lugar en la isla: «Cuando descubrí la belleza insuperable de Formentor, pensé que este sitio lo reservaba la providencia para servir de refugio a los poetas y pintores».

La idea de que el ejercicio del arte requiere la paz y el sosiego de un refugio parece extemporánea. Y sin embargo, ¿cómo resistirse a un oasis? Las Conversaciones Formentor 2024 transcurrieron en uno: el Barceló Palmeraie de Marrakech.

Hace tiempo que las conversaciones están asociadas a un premio: el Prix Formentor que es también una cartografía, un recorrido primero, una exploración sobre el disperso mundo de las letras para detenerse al fin una vez cada 365 días en un sitio y en un nombre. Una literatura que el premio termina de fijar en un mapa que servirá como guía para quienes vienen detrás.

El premio nació de una conspiración cultural: un grupo de pequeños pero influyentes editores con afinidades estéticas conspiraron para que, más allá de los vaivenes del mercado, las bellas letras sean reconocidas y recompensadas.

El premio celebra también la belleza y el estilo (nació en el Mediterráneo, no podría haber sido de otro modo).

Dijo Adán Diehl: «Hubiera querido convertirme en un personaje de los cuentos maravillosos, ser el mecenas omnipotente que llama a los artistas y les entrega el encanto de Formentor para que vivan en él su despreocupada y libre existencia. Sin cuidados económicos, sin trabas sociales, atenidos únicamente a los afanes del espíritu». Diehl tuvo que vender su hotel -no funcionó el negocio-, que pasó por distintas manos hasta que lo compró Tomeu Buadas. Y se convirtió en el mecenas que fantaseaba ser Adán Diehl.

¡Qué figura la del mecenazgo! Alguien pone dinero para apoyar el arte, para premiar a la literatura, a los mejores, alguien paga también para que otros, entre los mejores, conversen un par de días sobre las letras y los libros y paga también para que los creadores y distribuidores de información, los periodistas especializados, asistan y conversen y entrevisten y reseñen y critiquen y lleven novedades a sus lectores desde un entorno único. Extra-ordinario. Sin cuidados económicos, como quería Diehl.

En 1953 Camilo José Cela convenció a Tomeu Buadas para organizar las primeras Conversaciones Poéticas Formentor. En la década siguiente, cuando la dictadura franquista determinaba los pasos de la vida política, social y cultural de España, Carlos Barral propuso la creación del Premio Formentor. Una bocanada de aire. El primero fue doble: a Borges y a Beckett. Era 1961. El último, el que acaba de suceder, fue a László Krasznahorkai.

En palabras de Basilio Baltasar, presidente del jurado Prix Formentor, la misión del premio no es subrayar redundancias ni obviedades.

Borges parece ahora obvio y redundante. No lo era en 1961 cuando le dieron el premio y con él marcaron un hito en el mapa señalando el sur de las Américas y, en el mismo gesto, miraron hacia Irlanda, premiaron a Beckett y así comenzó una cartografía literaria única y cosmopolita. Tampoco es obvio László Krasznahorkai, una marca en las letras húngaras, en el idioma y sus traducciones. Hay algo performático en todo lo que rodea al premio: un emplazamiento idílico, confort, relajación, camaradería y esa despreocupación por las cosas de todos los días que quedan en suspenso porque uno no es quien paga la cuenta y la que manda allí es la literatura.

En las Conversaciones 2024 hubo palmeras y piscinas y cócteles y música y camellos. Sí. Y hubo libros y debates y charlas y homenajes y un escritor premiado, con su traje fresco y claro para soportar el calor marroquí, que escuchó pronunciar mal su nombre -complicadísimo para la fonética del español- una y otra vez con gracia y paciencia y aceptó entrevistas y contestó preguntas para que la prensa hiciera su trabajo y escuchó los méritos de su obra resaltados por el acta del jurado. Un acta de premiación no es cualquier papel escrito. Es hacer cosas con palabras. El acta que premia es un acto que nombra, crea, prescribe, orienta, señala caminos. Como lo hace un mapa.

Lo que nació de una aventura cultural sigue vigente aunque los tiempos son otros. Que no engañe el oasis, que no distraiga el confort del hotel Barceló («el mecenas que llama a los artistas y les entrega el encanto de Formentor para que vivan en él su despreocupada existencia») porque el espíritu aventurero puede renovarse cada vez. Nada lo impide. Es una buena costumbre esto de las conversaciones y el premio una vez al año, «atenidos únicamente a los afanes del espíritu».

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