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Crossing

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Crossing. Imagen: Avalon.

Una maestra jubilada, Lia (Mzia Arabuli), se aproxima a un asentamiento de viviendas habitadas por gente marginal para intentar cumplir el último deseo de su, recientemente fallecida, hermana: localizar a la hija transgénero de la finada, una chica llamada Tekla que desapareció años atrás al ser repudiada por sus propios padres. A partir de este punto de partida, Crossing relata el periplo de Lia desde Batumi, la ciudad portuaria de Georgia en la que reside, hasta los barrios más desamparados de Estambul, donde parece que la fugitiva encontró cobijo tras la huida. Una búsqueda de la sobrina ausente que la exmaestra afronta junto a un joven acólito inesperado, Achi (Lucas Kankava), el hermano pequeño de un antiguo alumno de Lia que reside en la barriada. Alguien que, con la excusa de poseer una vaga pista sobre el paradero de Tekla en Estambul, se ofrece a acompañar a la mujer con la esperanza de dejar atrás su existencia miserable en Batumi y empezar desde cero en tierras turcas.

Crossing se presentó oficialmente como uno de los largometrajes que pusieron en marcha la septuagésima cuarta entrega del Festival de cine de Berlín allá por el pasado febrero, figurando entre la alineación de títulos de la sección Panorama. Y al mando de todo el proyecto se encuentra el cineasta sueco de ascendencia georgiana Levan Akin, un caballero con el que ya charlamos en esta casa. O la misma persona que cinco años antes firmó Solo nos queda bailar, un film centrado en el romance entre una pareja de caballeros danzarines que provocó dos tipos de reacciones muy significativas, paralelas y opuestas en su momento: por un lado, Solo nos queda bailar logró que el auditorio del festival de Cannes levantase las posaderas de la butaca para aplaudir non-stop durante quince minutos. Por otra parte, las proyecciones en los cines georgianos de aquella película fueron violentamente saboteadas por gente autóctona muy poco tolerante con los arrumacos entre varones, porque por allí aún tienen ciertos tabúes a la hora de aceptar lo bonito que es ser uno mismo. Con Crossing, Akin tantea de nuevo un territorio delicado al utilizar como escenario el mundo trans más subterráneo de Estambul, algo muy interesante teniendo en cuenta que Turquía ocupa la tercera posición en la lista de países del continente europeo menos amables con los derechos LGBTI. Al mismo tiempo, Crossing se enfrenta de antemano a un peligro evidente, el de convertirse en la enésima historia sobre la aceptación de un ser cercano cuyos conflictos con la identidad de género resultan marcianos para su entorno inmediato. Pero Akin es mucho más inteligente que eso y no solo regatea los clichés sobre el mundo transexual, el drama televisivo barato o la fábula esópica de moralina resobada, sino que además firma una película sincera, tierna, agridulce y, ante todo, profundamente humana.

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Crossing. Imagen: Avalon.

Gran parte del corazón que demuestra la cinta lo aporta el elenco de protagonistas conformado por, al contrario de lo que pudiera parecer en un principio, tres personajes principales. Crossing arranca como el curioso road trip de una extraña pareja. Una mujer adulta cuya motivación vital se ha encarrilado al cumplimiento de una promesa, «No tengo futuro y no tengo planes» confiesa Lia. Y un joven en busca de su sitio en el mundo que tiene mucho de espabilado pero también bastante de ingenuo: «No es tan diferente» comenta decepcionado Achi al descubrir que cruzar la primera frontera no lo ha transportado a un universo distinto. El periplo de ambos seres pronto se desvía hacia otro lugar, alejado de carreteras y centrado en el rastreo a pie de las callejuelas de Estambul. Pero antes de que eso ocurra la propia narración también se atreve a tomar una ruta alternativa de manera elegante: durante un trayecto en barco, la cámara decide flotar sobre Lia y Achi hasta reubicarse en otro punto distinto para prestar atención a la figura de una dama transexual, Evrim (Deniz Dumanli), con la que aquellos dos comparten travesía. Desde ese momento, la película divide el foco entre las andanzas de la pareja en busca de Tekla y los entresijos de la vida de Evrim, una mujer que está a punto de completar la formación de abogada y ejerce como voluntaria en una ONG por los derechos trans, desde donde también auxilia legalmente a los desamparados moradores de barrios periféricos degradados. La historia, firmada por el propio realizador, propicia que los personajes se crucen a lo largo del metraje, inadvertidamente en un principio y, a la larga, como aliados eventuales en la búsqueda.

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Crossing. Imagen: Avalon.

Crossing navega con eficacia entre diversas cuestiones delicadas, desde el envejecer femenino, hasta la desubicación juvenil o la marginación social del colectivo transexual. Y su mayor triunfo radica en saber construir con solidez a sus personajes gracias a un buena trama, heredera del neorrealismo italiano pero asentada sobre problemas contemporáneos, y al fabuloso trabajo de Aranbuli, Kankava y Dumanli. Un trío de intérpretes, los dos últimos sin tablas previas, que lo borda tanto ante la cámara como para que resulte difícil creer que sus roles pertenecen a la ficción.

Aranbuli da vida a una Lia en apariencia imperturbable y resuelta, una fachada bajo la que se oculta, sumergida entre los chupitazos de un licor que acarrea escondido y embotellado, una profunda melancolía por el pasado. Kankava perfila un Achi espabilado, tan acostumbrado a vivir en la miseria como para comportarse ante la comida con los modales de un niño hambriento que acaba de descubrir cómo funciona el tenedor. Un chaval sin responsabilidades capaz de perderse entre el alcohol y las drogas de la vida nocturna de Estambul. Pero también tan tierno como para amanecer en una pastelería junto a sus nuevos compañeros de farra y decidir que lo correcto es atesorar dulces para esa exmaestra y extraña compañera de viaje que, horas antes, ha dejado durmiendo en un hotel de mala muerte. A Dumanli le toca encarar el personaje con más riesgo de caer en el abismo de los tópicos, pero el film sabe presentar a Evrim como una persona en lugar de como un estereotipo. Una mujer con una vida social, romántica y sexual activa, con unos ideales firmes y enfrentada a un día a día donde tiene que lidiar con la condescendencia ajena, con gente que no se atreve a mirarla a la cara, o con miembros de la autoridad que se toman a broma su carrera en la abogacía. Del mismo modo, el retrato que Akin ofrece del universo transexual en los suburbios más abandonados de Estambul supone una estampa fascinante que difícilmente se ve en las pantallas de cine. O un escenario que se antojaría sórdido y turbio de antemano por culpa de los prejuicios. Pero que se demuestra cercano y humilde cuando un grupo de chicas trans, al verse incapaces de ayudar o tan siquiera comunicarse con Lia, deciden que lo único que pueden ofrecerle a aquella mujer en busca de un ser perdido es una canción, una tonadilla que una de ellas entona mientras pela las verduras.

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Crossing. Imagen: Avalon.

De captar todo lo anterior se ha encargado Lisabi Fridell, una directora de fotografía suiza asentada en Berlín que ya había trabajado junto a Akin en Solo nos queda bailar, y tiene fama de atreverse a experimentar con la cámara. En Crossing, Fridell ha jugado a filmar la historia inyectándole cierto alma de documental a base de acomodarse en el entorno. Rodando la acción a través de ventanas o pasillos, acortando planos en la intimidad y en las conversaciones, serpenteando entre las multitudes, bailando junto a las celebraciones, u observando desde las esquinas de las avenidas. Dibujando una cara decadente y empobrecida de la urbe, pero definitivamente muy viva, y con una hermosa población de gatos callejeros. 

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Crossing. Imagen: Avalon.

El desenlace del film contiene el único artificio que se ha permitido Akin, y probablemente suponga un epílogo que polarizará la opinión de los espectadores. Porque tiene bastante de jugarreta ejecutada tras una secuencia emotiva, algo de desengaño y también algo de esperanza. Y es que no siempre un realizador se atreve a rematar el relato con un Elige tu propia aventura. Crossing es ambigua en sus últimos minutos y en su propio título, que quizás habla de atravesar fronteras, aunque también puede referirse a dejar atrás los prejuicios, al cruce de sus personajes, o incluso a transicionar en busca de una identidad sexual. Pero en todo lo demás, en esos niños improvisando un corte de pelo al rebuscar entre los contenedores, en ese Estambul hacia donde los espíritus perdidos se dirigen para desaparecer, en esos bailes callejeros, en esas penas ahogada a sorbos de alcohol y, sobre todo, en ese abrazo de despedida en un hotelucho en el fin del mundo, un gesto potentísimo entre dos personas que días atrás no tenían nada en común, Crossing demuestra una sinceridad rotunda, humana hasta las entrañas. 

«No tengo futuro y no tengo planes» aseguraba Lia al iniciar la búsqueda para, justo después, rematar la confesión sentenciando «Solo estoy aquí, hasta que no esté». En una ciudad de fantasmas a veces solo nos queda bailar. Y abrazarnos fuerte a alguien, hasta que no estemos. 

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Crossing. Imagen: Avalon.

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