… sufría mucho, quería ser escritor, quería mucho más de lo que tenía, quería vivir la vida de otra manera, no valoraba todo lo bueno que la vida me había dado.
(Área de servicio, de Alfonso Vila Francés)
Decía Francisco Umbral que la literatura es una carta inacabable que uno se escribe a sí mismo, y Valle-Inclán, que las cosas no son como son, sino como las recordamos. He recordado ambas citas al leer Área de servicio, el nuevo libro de Alfonso Vila Francés, que quizá forme una trilogía con España en Regional y En vía muerta. Menos porque aborde los viajes lentos en tren, que los hay, aunque esta vez incluya también alguno en coche, como porque mezcla en ellos fotografías, poemas, y narrativas de lo cotidiano en el viaje. Y también muchas citas a libros y autores conectados con el viaje. Unidos, los versos, las citas, las fotografías y los textos son otra vez un relato de vida, de amor al trayecto, de disfrute de la pausa y de la admiración de la belleza del sentido de la existencia. Pero también son esos elementos fugaces del paisaje que vemos a través de las ventanillas. Un retrato de las horas del viajero, interrumpidas, por momentos, por divagaciones de la mente, por lo que ocurre, lo que ocurrió, lo que está en el vagón y lo que está fuera. Un elogio humanista a la exploración de lo decadente, desde la intimidad agónica que caracteriza su obra.
Cada vez es más insólito conocer a alguien que viaja de esta manera, que en realidad fue la identidad original de todo viajero, especialmente en aquellos trenes de finales del XIX que acabarían inaugurando el turismo. Pero que en ese estadio original aún no tenían por objetivo mostrar en redes la fotografía que copia con exactitud el selfi que se ha tomado todo el mundo guapo en un lugar guapo. Viajar era una experiencia interior, y no es necesario, como nos demuestra Alfonso, irse al último rincón del mundo sabiendo todo sobre tu destino, y consultando aún más cosas al estar allí. De hecho Área de servicio es una invitación a recordar que viajar es descubrir. Que no hace falta verlo todo, comprenderlo todo ni tener todas las respuestas. Basta mirar, describir, y hacerse preguntas. Sin importar si te has ido a un remoto pueblo de Soria, un aparente lugar sin interés, o a la remodelada estación de Canfranc, esa nueva llamada a la turistificación sin límites del Pirineo. En ambos casos el escritor hace suyos, y nuestros, paisajes que hoy tienden a estar contados de una única manera, revelándonos una mirada que podría ser la última libre de turistificación.
Alfonso nos recuerda que viajar no tiene por qué ser cómodo, satisfactorio, ni siquiera tiene por objeto hacerte feliz, sino vivir. Hay que tolerar la incomodidad y la incertidumbre en aras de vivir una experiencia que no tiene por qué ser grandiosa, ni agradable. Viajar es vivir, vaya. Y si los viajeros, o los turistas, del siglo XXI, ya no damos ninguna importancia a lo que hay entre origen y destino, solo al destino, es porque tenemos un sesgo potenciado por el olvido y por la cada vez mayor escasez de libros como este, de mirada íntima. El autor nos recuerda que el camino es importante en sí mismo, y todas esas citas que recopila son nítidos ejemplos que ilustran una continua reflexión: qué es viajar, y por qué se va él, repetidamente, a ver lugares que casi nadie considera dignos de un viaje. Vías de tren, carreteras, estaciones, paisajes, áreas de servicio.
Y de trasfondo, permanente, continuo, como en buena parte del resto de su obra, el viaje dentro del viaje. Aunque frente al resto de sus libros, aquí está más presente su lucha interna, sostenida a lo largo de los años, por ser escritor. Ahora, desde su madurez, contempla ese anhelo con el interrogante de si ahora le frustra tanto como antes no serlo total y completamente. Si tener que compaginar trabajo, familia, y obligaciones con la escritura es tolerable, o le basta poder escribir y publicar, como va haciendo. Una lucha entre la realización y la grandeza que posiblemente haya ocupado a la mayoría de escritores desde que el tiempo es tiempo.
Al acabar de leerlo, uno tiene la sensación de que la vida es una enorme área de servicio. Una sucesión de lugares en que procuramos detenernos poco, olvidados de que vivir, como viajar, no es llenar de actividades la existencia, no es estar permanentemente haciendo cosas. Alfonso viaja por nosotros y nos convierte en viajeros involuntarios con su texto. No a los destinos que recorre, o no solo, sino al sentido mismo de estar en este mundo. Volviéndonos a recordar, con su prosa, poemas, citas y fotos, que el recorrido puede ser tan importante y enriquecedor como la misma meta.
Yo no sé viajar sin libros. Si leer un buen libro siempre es un placer, hacerlo mientras miras el paisaje, sin prisa, con mucho tiempo por delante para ti, es un placer doble. De eso quiero hablar en estas páginas. Y compartir algunos textos de autores que creo que otras personas deberían conocer. Porque la sabiduría de los libros debe ser compartida. Los libros se escriben para eso, para extender sus palabras en todas partes. Lo que pasará luego con la semilla es otro tema. Me pregunto si realmente este libro es necesario. Siempre me lo pregunto en cada uno de mis libros. Supongo que el mundo puede seguir su curso sin mi libro. Sin muchos otros libros. No leer libros es muy fácil. Basta con no querer leerlos, o no sentir el deseo de leerlos. Yo no podría vivir así. Siempre he pensado que esto es un defecto, no una virtud. Pero no puedo vivir de otra forma.
