Tesis controvertidas en épocas extrañas
Haber cometido todos los crímenes: salvo el de ser padre1.
(Emil Cioran)
En nuestros días, la humanidad parece haberse puesto de acuerdo para una empresa insólita: dejar de tener hijos2. Resulta curioso que, mientras tanto, estemos asistiendo a los primeros aleteos de una rara ave filosófica: el antinatalismo de corte utilitarista. Sería osado conectar ambos fenómenos, pero el brusco descenso de la natalidad a nivel mundial sin duda constituye una «buena nueva» para aquellos que defienden la extinción pasiva de nuestra especie.
Sé que es tentador sugerir el suicidio a estos tristes pensadores que parecen decididos a amargarnos la existencia con su pesimismo; al fin y al cabo, es un comentario habitual de los lectores en los artículos dedicados a su doctrina (destripe: los antinatalistas tienen respuesta para tales sugerencias). Sin embargo, merece la pena tomarse en serio esta peculiar teoría: sin pretenderlo, nos fuerza a reparar en aspectos relevantes sobre el valor inconmensurable de la vida.
Cuando Manuel Toscano, profesor de filosofía moral, me preguntó las razones de este interés por semejante temática, no dudé: pocas doctrinas hay más subversivas y que generen un rechazo tan visceral (para entendernos: más divertidas); pero, sobre todo, el fondo de la cuestión es un tema filosófico universal: la vida y su valor. A Manuel no solo le pareció razón suficiente, sino que tuvo a bien ponerme en la senda para el correcto análisis del asunto, debiéndole por tanto haber tenido la oportunidad de realizar una serie de hallazgos que quisiera compartir en adelante.
Ecos de un lamento milenario
Si los niños fueran traídos al mundo por un acto de pura y sola razón, ¿continuaría existiendo la raza humana? ¿No habría un hombre con la suficiente compasión por la generación venidera como para ahorrarle el peso de la existencia? O al menos para no tomar sobre sí la imposición a sangre fría de esa carga sobre ella3.
(Arthur Schopenhauer)
¿Merece la pena vivir la vida? Esta, antes que ninguna otra, es la pregunta radical y en carne propia a la que debe responder un filósofo, en opinión de Albert Camus, para quien no había «más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio»4. Sin embargo, bien podría pensarse que quizás el problema serio que se deriva de la pregunta fundamental no es el suicidio, sino la procreación. Si la respuesta a la gran pregunta es negativa, acabar con el hecho de estar vivo supone una huida preñada de dolor, mientras que no crear vida parece una más prudente y altruista solución.
La aniquilación por omisión procreadora que defiende el antinatalismo filosófico no pretende salvar al planeta y su diversidad frente a la amenaza que suponemos los humanos. De hecho, nuestro planeta aquí es visto como una desgracia cósmica, allí donde la desdicha de la vida arraigó.
El lamento antinatalista es antiguo: «Perezca el día en que yo fui nacido, y la noche que dijo: varón es concebido»5. A las palabras atribuidas a Job se suman las del coro en Sófocles: «El no haber nacido triunfa sobre cualquier razón»6. En los albores del segundo milenio, el poeta árabe Al-Ma’arri recomendaba no tener hijos para librar a las generaciones futuras de sufrimientos7. Y ya en el siglo XIX nacería el antinatalismo contemporáneo de la mano de Arthur Schopenhauer, autor de cuyo humor ya tenemos noticia8. La visión pesimista del alemán tuvo un discípulo principal en Philipp Mainländer, para quien la humanidad, como toda inteligencia que se desarrolle, sigue una trayectoria determinista hacia una autodisolución que vendrá dada por la comprensión de la desgracia universal que la vida implica. En buena medida, este ideal cósmico supondría una solución a la paradoja de Fermi9:
Su espíritu juzga ahora correctamente la vida, y su voluntad se enardece con este juicio. Ahora lo único que aún llena el corazón es un único anhelo: ser tachado para siempre del gran libro de la vida. Y la voluntad alcanza su meta: la muerte absoluta10.
Según el pensamiento de Mainländer, la única felicidad auténtica se alinea con el comportamiento moral, y este, a su vez, con el irreversible devenir descrito: la comprensión que potencia la voluntad de castidad: «no ser es mejor que ser»11. De hecho, para este autor el universo no sería más que los pedazos rotos de una divinidad anhelante de no ser, en una suerte de descomunal proceso hacia la nada. Está claro que esto puede verse como un particular adelanto de sentido a lo que luego conoceríamos como teoría del Big Bang. Desde la perspectiva humana, esta metafísica explica el sufrimiento y la infelicidad que caracterizarían la vida.
Avanzado el siglo XX se encuentra la más pesimista figura, sutil e irónica, de Cioran, quien es capaz de síntesis constantes y brillantes del asunto. Años antes, Peter Wessel Zapffe12, de modo más poético, nos exhortaba a un autoconocimiento que nos motivase a la infertilidad, y ello con el objetivo de legar a la posteridad el silencio total del mundo. Aquí, el sentimiento de hermandad en el sufrimiento sería, una vez más, el motor del antinatalista. Sin embargo, Zapffe hallaba algunos obstáculos a esta empresa, tales como el apego, el arte, la distracción o el carácter obtuso de nuestra atención, los cuales redundan en un estrechamiento de la conciencia que, de momento, mantendrían a salvo el infortunio que define la vida.
Antinatalismo reloaded
A mis padres, a pesar de que me trajeron a la existencia.
(David Benatar)
Recién estrenado el tercer milenio, como si se quisiese dar razón del progreso hacia la nada que intuía Mainländer, y a despecho de toda la repulsa que provoca mayoritariamente el pesimismo antinatalista, nos encontramos con la obra de David Benatar, que constituye una nueva pretensión de demostrar que la procreación es un acto inmoral. Sus planteamientos están cosechando fama mundial13, y, si bien logra más detractores que adeptos, o quizá por ello mismo, ha conseguido mantener un anonimato que solo nos revela su trabajo como filósofo en la Universidad de Ciudad del Cabo. Sus ideas conforman el más elaborado intento de justificación de la tesis antinatalista.
Benatar comienza su obra capital14, como no podía ser de otra forma, con una dedicatoria a sus padres. En el prefacio admite que su libro no cambiará las inercias reproductivas y sus argumentos serán menospreciados por la mayoría. No le importa: son ideas que deben ser publicadas, más aún si perturban la comodidad de la ortodoxia.
La idea básica que defiende Benatar, que existir comporta graves daños que no se hubieran dado si no se hubiera sido, es bastante clara y sencilla. Su trabajo consistirá en rebatir las objeciones que durante años ha encontrado a esta idea, demostrando que la existencia, lejos de ser un beneficio neto, supone un daño neto al existente. Aquí puede observarse la raigambre utilitarista de su doctrina, que habrá de enfrentarse a las poderosas inclinaciones biológicas que desembocan en una doble indignación ante sus propuestas: indignación por la desvalorización de la vida e indignación por las consecuencias morales que esta desvalorización provoca.
Autodestrucción utilitarista
Es indiscutible afirmar que la presencia de sufrimiento es mala y que la presencia de placer es buena. Sin embargo, esta evaluación simétrica no es tal cuando se aplica a la ausencia de sufrimiento y placer, pues me parece verdadero que la ausencia de dolor es buena, incluso si ese bien no es disfrutado por nadie, mientras que la ausencia de placer no es mala a menos que haya alguien para quien esta ausencia sea una privación.
(David Benatar)
El consecuencialismo es una teoría ética según la cual una acción es buena o mala en función de los resultados que produce. Dentro de esta corriente, el utilitarismo se centra a grandes rasgos en los resultados de felicidad, bienestar y satisfacción para la mayor cantidad de individuos, buscando eludir sus reversos de infelicidad, sufrimiento y dolor. Como bien se ha señalado aquí15, el antinatalismo utilitarista de Benatar tiene como clave de bóveda la idea de la asimetría del placer y el dolor, que puede resumirse de la siguiente manera: hay un deber de no traer sufrimiento a la existencia, pero no hay deber de traer placer a la misma.
Benatar reconoce que la asimetría no es compartida por el utilitarismo positivo, que busca maximizar el placer y por tanto sí lamenta su ausencia incluso cuando nadie ha sido privado de él por no haber sido traído a la vida: «Según su opinión, existe un deber de traer personas a la existencia si esto incrementara la felicidad». Sin embargo, el propio Benatar puntualiza la división que existe en el seno de este utilitarismo positivo entre quienes abogan por incrementar la felicidad de los existentes, que no tienen problema en aceptar la asimetría, y los que defienden un incremento de la felicidad a través de un incremento en la procreación. En otras palabras, los primeros ponen la maximización del placer al servicio de las personas y los segundos ponen a las personas al servicio de la maximización del placer. Esta última visión recuerda a las versiones más controvertidas de la doctrina transhumanista, dispuesta a los mayores sacrificios para la realización de todo el potencial humano a largo plazo16.
¿Podría justificarse la procreación porque ciertos sufrimientos inevitables serán compensados por grandes placeres? Benatar emplea el argumento de Seana Shiffrin para negarlo: no supone un problema moral infligir un daño para evitar otra mayor, como amputar un brazo para evitar la muerte. Sin embargo, sí supone un problema moral amputar un brazo para potenciar una cualidad que nos hará más felices. Y como subraya Benatar, si bien podemos obtener consentimiento para el segundo caso, no podemos obtenerlo del no existente.
El argumento antifrustracionista de Christoph Fehige también concuerda con la postura antiprocreación: no tener preferencias es tan bueno como verlas satisfechas, y lo único malo es verlas frustradas. Si, como dejó escrito lord Tennyson, «es mejor ser amado y abandonado que no haber sido amado en absoluto», podría deducirse que es mejor nacer, disfrutar y sufrir hasta la muerte final que no haber existido. Para Benatar esta comparación es errónea al no tratarse de situaciones equivalentes: el que vive sin amor vive, de hecho, una mala vida, precisamente por estar vivo. El que no ha nacido no experimenta nada. Muchas personas disfrutan la vida y se sienten agradecidas de estar vivas, pero esto no implica que existir sea mejor que no haber existido:
… porque si uno no hubiera existido, nadie habría perdido la alegría de disfrutar esa vida y por lo tanto la ausencia de esa alegría no sería algo malo. Ha de notarse, por contraste, que sí tiene sentido lamentar venir a la existencia si uno no disfruta su vida.
Más razones para el pesimismo
Cuanto peor es una vida, mayor es el daño de ser traído a la existencia. Argumentaré, sin embargo, que incluso las mejores vidas son muy malas, y por lo tanto ser traído a la existencia es siempre un daño considerable.
(David Benatar)
La asimetría del placer y el dolor no nos informa de las dimensiones del perjuicio, y Benatar se entretiene en describir la fatal distribución del sufrimiento a lo largo de la vida. Ocurre, sin embargo, que una importante proporción de seres humanos evalúa su vida como buena. En respuesta, el autor se basa en recientes estudios psicológicos que apuntan a una serie de tendencias que disparan nuestro optimismo y que ponen en duda el carácter fidedigno de tales evaluaciones subjetivas:
- a) El principio de Pollyana describe una tendencia hacia el optimismo que nos lleva a recordar lo bueno por encima de lo malo, lo cual influye además en nuestras proyecciones de felicidad futuras. Como efecto derivado, este principio provoca que la mayoría de las personas crean ser mejores que las demás, lo cual es objetivamente imposible. Ni siquiera el grado real de salud o riqueza parecen ajustarse bien al optimismo exhibido.
- b) El fenómeno de la habituación nos lleva a adaptar las expectativas cuando los niveles de bienestar descienden de manera considerable. Así, tras un período de insatisfacción, tendemos a experimentar el mismo optimismo que antes de la caída.
- c) El fenómeno de la comparación provoca que juzguemos nuestra vida como mejor que la de los otros en su mayoría.
¿A qué se deben estas tendencias psicológicas hacia el optimismo? Se deben a lo que somos, un producto de la evolución:
Los fenómenos psicológicos expuestos no sorprenden desde una perspectiva evolucionista. Militan contra el suicidio y a favor de la reproducción17. Si nuestras vidas son tan malas como venimos apuntando, y si las personas tendiesen a evaluar la calidad de sus vidas tal cual es, muchos más se inclinarían a matarse a sí mismos, o al menos a no producir más tales vidas. El pesimismo, por tanto, no tiende a ser seleccionado naturalmente.
Para los optimistas, el pesimismo que expone Benatar parece el resultado del «lamento autocompasivo de un debilucho existencial»; para los pesimistas, como apuntó Schopenhauer, el optimismo se asemeja a «una burla perversa de los indecibles sufrimientos de la humanidad». Quien trae vida al mundo «juega a la ruleta rusa con una pistola completamente cargada, aunque, por supuesto, no sobre su propia cabeza, sino sobre la cabeza de su descendencia».
Población cero
Para la cuestión de la población, Benatar tiene una respuesta que no es difícil adivinar: el horizonte ideal es cero. ¿Cómo no lamentar la extinción? Aunque para la mayoría de las personas resulta una conclusión insoportable, lo mejor sería la extinción humana (y animal) cuanto antes. La extinción total ocurrirá tarde o temprano. En este sentido, el antinatalista puede ser optimista. Sostener la extinción activa, a favor de la muerte, conduce a una serie de problemas morales obvios, problemas que no afronta la extinción pasiva, alcanzada mediante la ausencia de procreación.
El gran problema de la extinción pasiva es el sufrimiento que comporta para la última generación, desprovista de toda proyección de futuro, y habitante en una sociedad sin duda más disfuncional de lo acostumbrado. Benatar exhibe su utilitarismo más descarnado al afirmar que ese sufrimiento de la última generación será compensado por el ahorro del daño a las innumerables venideras.
Un razonamiento contraintuitivo
Cuando uno tiene un argumento poderoso, basado en premisas altamente plausibles, para una conclusión que implica reducir el sufrimiento sin privárselo, de hecho, a nadie, pero que es rechazado simplemente por características psicológicas primarias que comprometen nuestro juicio, entonces el carácter contraintuitivo de la conclusión no cuenta contra ella.
(David Benatar)
Benatar considera altamente improbable que su posición antinatalista acabe imperando en las conciencias. El pesimismo no es bien recibido, en virtud de los mecanismos psicológicos descritos, que demandan mensajes positivos: «Ellos quieren escuchar que las cosas son mejores de lo que piensan, no peores». Los argumentos pesimistas son recibidos con impaciencia y condena, considerados autoindulgentes, débiles, cuando no achacados a patologías depresivas. Estamos vivos y no sirve de ayuda revolcarnos en una lúgubre autocompasión. Debemos centrarnos en el lado maravilloso de las cosas, disfrutar, hacer lo máximo que podamos, bendecir este don. Pero lo cierto es que no podemos dejarnos intimidar por el optimismo, solo porque sea una visión alegre, del mismo modo que el pesimismo no lleva razón por ser triste. Lo que importa es la evidencia. El problema se resume en que es mejor vivir con optimismo, pero ello nos aleja de hacer lo correcto: no tener hijos. En cambio, es importante resaltar que el antinatalismo no justifica el suicidio:
Sin embargo, la opinión de que venir a la existencia es siempre un daño no implica que la muerte sea mejor que continuar existiendo, y por tanto que el suicidio sea (siempre) deseable. La vida puede ser suficientemente mala como para ser mejor no venir a la existencia, pero no tan mala como para que sea mejor cesar de existir.
El no existente no tiene ningún interés en venir a la existencia, y evitar un solo daño es suficiente para explicar este desinterés, pero el existente puede tener interés en continuar existiendo, por encima de la cantidad de sufrimiento que caracterice su vida. La propia muerte ya es percibida como un gran daño, quizá el mayor.
El antinatalismo de Benatar es una suerte de filantropía. Entiende la misantropía que se puede derivar del inconcebible sufrimiento que ha infligido la especie humana, pero su visión toma mayor perspectiva: es la compasión por el sufrimiento humano, y por el de toda vida sintiente, lo que le ha llevado a enarbolar esta contraintuitiva doctrina.
(Continúa aquí)
Notas
(1) Emil Cioran, Del inconveniente de haber nacido, Madrid, Taurus, 1998, p. 7.
(2) «The global fertility crisis is worse than you think», Jesús Fernández-Villaverde, The Spectator, 17/08/2024, (Consultado: 19/09/2024).
(3) Arthur Schopenhauer, Studies in Pessimism, The Pennsylvania State University, 2005. Traducción propia al español, p. 7.
(4) Albert Camus, El mito de Sísifo, Madrid, Alianza, 1995, p. 15.
(5) Casiodoro de Reina, Biblia del Oso, Santafé de Bogotá, Colombia Para Cristo, 1996, p. 471.
(6) Sófocles, Edipo en Colono, Madrid, Gredos, 1981, p. 559.
(7) «al Ma’arri», Encyclopedia Britannica (consultado: 24/11/2021).
(8) «Schopenhauer: más Johanna y menos Arthur», Pilar Gómez Rodríguez, Jot Down, 01/02/2022 (Consultado: 19/09/2024).
(9) «La paradoja de Fermi», Juan José Gómez Cadenas, Jot Down, 14/11/2012, (Consultado: 19/09/2024).
(10) Philipp Mainländer, Filosofía de la redención, Madrid, Ediciones Xorki, 2014, p. 325.
(11) Idem, p. 229
(12) Peter Wessel Zapffe (1933), «Den sidste Messias», Janus, 9.
(13) «Así piensa el filósofo más pesimista del mundo: ‘Vivir es terrible, pero la muerte es aún peor’», Gonzalo Suárez, El Mundo, 14/02/2022, (consultado: 23/05/2022).
(14) David Benatar, Better Never to Have Been, Nueva York, Oxford University Press, 2006. Traducciones propias al español.
(15) «El dilema de la procreación: ¿debemos traer nuevas vidas al mundo?», Hipólito Ledesma, Jot Down, 15/09/2024, (Consultado: 19/09/2024).
(16) Phil Torres, «Against Longtermism», Aeon, 19/10/2021, (consultado: 26/11/2021).
(17) En este sentido, resulta pertinente llamar la atención sobre la teoría evolucionista del suicidio de C. A. Soper, que postula defensas de primera línea, como el autoengaño, y de última, como la depresión y otras enfermedades mentales, frente al suicidio (C. A. Soper, The Evolution of Suicide, Cham, Springer, 2018).
Cuando ciertos “ciudadanos ilustrados” determinan que les supone mayores ventajas follar para divertirse en vez de follar para reproducirse, estos engreídos animales, al calor de la miríada de pensadores profesionales en buena parte citados en el presente panfleto, lo que aspiran es a convertirse en diosecillos, un estrato superior y poco sustantivo en la escala de la vida.
Claro que a veces descartan practicar el coito lúdico para dedicarse a la estimulante práctica de hacerse pajas mentales.
Más vale alguna que otra paja mental o coito lúdico que que traer al mundo a ciudadanos con la capacidad de reflexión que tu «exhibes» aquí.
Curioso su comentario. Si hay “ciudadanos ilustrados” ¿cuáles serían los otros? Espero que no sean aquellos óptimos para el más allá, que dicho sea de paso no serían ciudadanos, sino súbditos. ¿Pensadores profesionales? No sabía que pensar es una profesión. Tal vez quiso decir “intelectuales”, una categoría inevitable mientras existamos, y en este especial caso proponiendo o dando voz a la inquietud de tantas personas que existen y sufren, aquí, y no en otro lado. Me ha turbado no poco su intervención.
PD: ¡MUJERES! ¿DÓNDE ESTÁN? Sólo “pensamos”, hablamos y escribimos nosotros, los varones, la mayor mutación genética del principio que por convención llamamos femenino –necesaria por cierto, pero para otras lejanísimas épocas. ¿Este movimiento mal llamado feminista no les ha enseñado nada?, no sienten la necesidad de tener voz en un tema en el cual ustedes son el principio. ¿No les importa nada de cómo va el mundo? Todas las artes, las ciencias, las religiones fueron “pensadas” y escritas por y para varones. Y así nos va. ¿Por qué no se ponen de acuerdo para traer al mundo sólo mujeres?, o por lo menos, feminizar un poco a sus varones, que no es otra cosa que humanizarlos. No puedo saber si después nos irá mejor o peor, pero por lo menos probar, pues nosotros no somos aptos. En señal de protesta me había impuesto no comentar más en este rincón literario pues somos demasiados, y a veces turbadores varones, pero es imposible. Me hubiera gustado no ser un “pensador”, sin pretensiones ciertamente, solamente uno con inquietudes.
En la no existencia Benatar no va a encontrar una verdad, en la existencia sí, o al menos él afirma haberla encontrado. ¿No es preferible encontrar una verdad a no encontrarla?
Quizás una objeción que le haría a Benatar, aunque en la práctica sea antinatalista, es que nos estamos cerrando a la posibilidad de que surja algo realmente bueno. Damos por sentado que ya está todo acabado y no tenemos en cuanta que surgen cosas nuevas.
Hola, Arryn,
Me parece muy interesante lo que comentas:
Respecto a lo primero, lo cierto es que todos conocemos a personas firmes defensoras para sí del «ojos que no ven, corazón que no siente», que aquí se traduciría como «vida que no nace, vida que no conoce». Creo que das en un punto clave, no en vano la historia de la filosofía está plagada de exhortaciones al conocimiento… para vivir mejor, vivir sabiamente. Vivir entonces aparece como una oportunidad para alcanzar la sabiduría. Y como decía John Stuart Mill, es mejor vivir como Sócrates insatisfecho [pero sabio y feliz en su sabiduría] que como un cerdo satisfecho.
Respecto a lo segundo, me parece una buena crítica que, ojo, también suele ser llevada a los extremos: la visión de un futuro esplendoroso que está por venir ha teñido la historia de sangre. Más aún, los transhumanistas a largo plazo mencionados en el texto defienden los mayores sacrificios actuales si contribuyen a traer pronto ese futuro de felicidad plena y universal. Más allá de todo esto, creo que la mayoría actuamos con la intención de dejar un mundo mejor, cada uno con sus posibilidades y con más o menos acierto. Sobre eso se hablará en la siguiente entrega, a través de la obra de Scheffler.
Gracias por el interés.
Gracias a ti por traer este tema que creo que nos interpela a todos. Leeré con ganas la continuación.
«Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres.» J.L. Borges. Tlon, Uqbar, Orbis tertius.
¡Qué gran cita literaria! Merecería sin duda haberla incluido. Gracias por traerla, halcón.
Borges, por cierto, ya sentía aprecio por la historia de «aquel trágico Philipp Batz» (alias Mainländer) que imaginó que somos pedazos rotos de una divinidad.
Guau, qué coincidencia: un apartado de mi tesis versaba entero sobre antinatalismo y los autores que aquí mencionas, incluido el propio David Benatar, a quien tuve la suerte de poder entrevistar. Me alegro de encontrar a un compañero de temas en esta gran revista ^^.
Algún día pensaba proponerle a Jot Down un artículo sobre antinatalismo, pero tú has hecho un interesantísimo trabajo. Espero con ganas la segunda parte.
P.D: no sé si conoces al filósofo Julio Cabrera, pero es un autor argentino también referente en esta corriente de pensamiento; por si te interesa echarle un vistazo.
La alegría es mutua, Pedro.
Tras la introducción histórica, este texto se centra en la vertiente utilitarista del antinatalismo, lo que servirá de crítica a esta teoría moral.
Hasta donde sé, Cabrera engarza su doctrina desde la filosofía «continental», en concreto la fenomenología. Me parece otra vertiente interesantísima del asunto, que enriquece la temática, y me gustaría poder leerte pronto sobre el mismo.
Un cordial saludo y gracias por tus palabras y el interés.
Hola Pedro Narcob! Leí tu tesis y me pareció interesante y estimulante. La encontré mientras buscaba información sobre el pesimismo. Me interesa mucho el tema. Me encuentro bosquejando unas ideas para un sistema filosófico que llamo «Neosolipsismo» ( https://neosolipsismo.blogspot.com/?m=1 ). Me interesa establecer contacto contigo e intercambiar ideas. Saludos.
Por cierto, excelente artículo.
Pues yo leí el libro de Benatar y me pareció de lo más convincente. Aunque no va lo suficientemente lejos en mi opinión. Dado que en este universo todo tiene un final (incluso el mismo universo lo tiene, según parece), traer un hijo al mundo significa darle la muerte, no la vida. Y si realmente quieres a tu hijo no puedes darle la muerte. Vamos, digo yo.
Hola, Luisito,
Claro que resulta convincente. Benatar le ha dado muchas vueltas a esto, y lo que es más importante, ha escrito sus libros después de dialogar y discutir con otros filósofos. Por eso merece la pena leerlo con atención y, más allá, detectar el trasfondo de pensamiento en el que se instala. Solo así se puede tomar una perspectiva general del asunto, lo que es importante para realizar un juicio ponderado.
Como ejemplo, lo que comentas: lo único cierto en la vida es la muerte. Considerado esto, traer vida al mundo parece una ironía. Sin embargo, ha de repararse en que es la finitud lo que da sentido a la vida, lo que la carga de significado. De lo contrario, si fuéramos inmortales, estaríamos condenados a un sinsentido eterno y a un eterno retorno de lo mismo. A este respecto, recomiendo la lectura de «El inmortal» de Borges.
Un saludo y gracias por el interés. Comprendo bien tu visión, a ver qué te parece la segunda parte.
«Sin embargo, ha de repararse en que es la finitud lo que da sentido a la vida, lo que la carga de significado». Bueno, eso es sólo una opinión, que me parece patética y que no comparto en absoluto. Y que a saber si comparte el hijo, al que no puede cargarse con las opiniones personales de los padres.
Mucha gente, en cualquier caso, tampoco comparte esa opinión de que la muerte da sentido a la vida. Muchas religiones prometen la vida eterna. El cristianismo en concreto no sólo promete eso sino además la resurrección literal de los muertos en este mundo. La gente no quiere morirse, reconozcámoslo. Si algún avance tecnológico llegase a acabar con la muerte dudo que mucha gente lo rechazase. Pero quizá esté yo equivocado y la gente sí rechazaría ese invento porque «es la finitud lo que da sentido a la vida, lo que la carga de significado». En cuanto se invente la vida eterna veremos quien tiene razón, si tú o yo.
Pero mientras no llegue ese invento de la vida eterna, mientras todos estemos condenados a muerte, mientras exista ese fin del mundo que es el día de tu muerte, me parece una vergüenza (sí, una vergüenza) traer a alguien a este mundo sin su previo consentimiento.
Muchas gracias por responder, por cierto.
El tema que apuntas del consentimiento es muy interesante, Benatar lo trata relacionado con la no identidad. Lo que está claro es que se da la circunstancia de que no se puede esperar consentimiento del no nacido, pues no tiene identidad. Además, es imposible saber cómo será su vida o cómo la valorará, si es que la valora.
Respecto a la inmortalidad, esto es como el dicho «cuidado con lo que deseas». Una cosa es desear la inmortalidad y otra hacerse cargo de las implicaciones que tendría. La inmortalidad sería un hecho mucho más extraño de lo que podemos siquiera imaginar ahora mismo. Pero bueno, lo que esconde el deseo de inmortalidad es obviamente un gran amor a la vida, y a mí particularmente no me convence mucho el argumento de que sea mejor dejar de traer vida porque no somos inmortales.
De hecho, para muchas personas el hecho de morirse no es precisamente lo que más les preocupa en su vida, consideran mejor atender a otros hechos valiosos que sitúan por encima de esa inevitable circunstancia.
Y no digo más porque no quiero destripar la segunda parte. Muchas gracias por los comentarios, creo que tu posición enriquece mucho la conversación.
Para nada estoy de acuerdo. Al saber que eres finito vas a tener que priorizar, ordenar, apurar, vas a tener que elegir a que vas a dedicar tu tiempo, a definirte, en definitiva, a dar sentido. Si supieras que tienes todo el tiempo del mundo no harías nada, porque cualquier cosa podrías hacerlo más adelante, es el saber de la finitud de la vida lo que nos impulsa a hacer cosas, lo que nos impulsa a llenarla. Eso es independiente de la búsqueda de la inmortalidad, pero no todo el mundo quisiera vivir eternamente, que en el fondo sería una maldición.
El ser humano, en tanto que ser consciente, no puede asumir su propia mortalidad, por más que milenios en el entrenamiento de la capacidad de abstracción nos hayan traído hasta aquí.
Pero bueno, cada uno se engaña como quiere, al fin y al cabo esa capacidad de abstracción precisa de cierto alpiste intelectual para hacerla soportable.
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Anti el “Anti-natalismo”
Doy gracias a Dios por esta vida que no pedí.
Ernst Renan
Parece que nuestros tiempos se caracterizan, filosóficamente, por la conciencia radical de la contingencia de todo. Las facetas diversas de la vida en el s. XXI son como son, ya de por sí corroídas de incertidumbre, pero ahora nos hemos dado cuenta además de que podrían perfectamente ser de otra manera (aunque tal vez la arquitectura de los elementos que constituyen nuestra existencia esté construida de tal modo que, si pruebas a quitar alguno en particular, se desmorone el castillo entero; pero esa es otra cuestión, que habría que ir calibrando…) En cualquier caso, hay quien lleva la asunción de la contingencia hasta su límite absoluto, y, así, he leído en la revista Verne de la existencia de un movimiento nihilista, por así decirlo, que propone la eliminación del castillo completo por la vía de negar el suelo donde se asienta. Se trata de los “antinatalistas”, que piden que no haya más nacimientos sobre la Tierra, sea de todos los seres vivos, porque la vida en sí es dolor, o sea tan sólo de los seres humanos, que es igual de impracticable pero al menos más restringido. Es decir, que anhelan la extinción de la especie, con un argumento semejante al del malo de la primera de Matrix: los seres humanos somos un virus que aniquila la naturaleza, el modo que tiene el planeta Tierra de suicidarse. Incluso el artículo hablaba de un tipo caradura que exigía a sus padres algo así como una indemnización por haberle hecho nacer sin permiso… Vale que hemos dado un gran paso librándonos de las religiones tradicionales en la parte afortunada del globo, pero hay que ver la morralla que está viniendo a sustituirlas en las cabezas de la gente acomodada, entre la ya vieja Cienciología, el rollo Mindfulness, las tontunadas de Ferrán Adría y ahora este nuevo Antinatalismo…
Desde luego que a nadie le han pedido permiso para nacer, y que nuestra venida a este mundo es enteramente contingente, pero eso nuestros abuelos lo interpretaban como una deuda de gratitud de los hijos hacia sus padres, y no al revés. No sólo los abuelos presos en las redes de la superstición eclesiástica secular, también los abuelos precristianos de la antigüedad greco-romana. Tanto a unos como a otros, las afirmaciones de la secta antinatalista les hubieran parecido una blasfemia intolerable, sea hacia el designio de Dios, que quiere almas a las que poner a prueba, sea hacia la patria, que quiere cuerpos que trabajen y guerreen, o sea por último hacia la naturaleza misma, que hace brotar seres para su propia perpetuación indefinida. Muchos hemos tenido hijos voluntariamente, y no precisamente para que hereden nuestro magro imperio… ¿qué decirles si dentro de unos años nos vienen con el cuento antinatalista? La verdad es que es difícil, pero voy a intentar responder algo, ya que en parte me corresponde como padre de renegados del ser-ahí en potencia. Lo primero que les diría, supongo, es que sí, que hemos nacido por encargo de otros que no sabían muy bien lo que hacían y que además estaban muy lejos en ese momento de ser Dios. Pero, hijo mío, te ha tocado, has nacido, y desde el instante en que esto ocurre (y no es instante alguno, nada sucede en un solo instante), te has visto envuelto en un vórtice de sucesos que jamás habrían tenido lugar si no hubieras nacido tú, aunque no seas en absoluto su artífice directo. ¿Y no es esto una maravilla extraordinaria y alucinante, a la que nos acostumbramos demasiado pronto, precisamente porque también es ordinaria, porque abunda…? Basta que un organismo se funda con otro en alguna clase de acto reproductivo para que se pongan en marcha un montón de cosas increíbles que jamás habrían ocurrido en caso contrario. Juan se rompe una pierna en una competición de salto de pértiga, o Sara supera el examen de oposiciones a bombero: ni el deporte de la pértiga ni los exámenes de oposición estaban previstos en la composición geológica de la Tierra -en Júpiter, por ejemplo, no existen ni los deportes ni los exámenes. Y, como eso, todo lo demás: la gran mayoría de lo que es consiste en una “propiedad emergente” de la realidad, por así llamarlo, algo que no figuraba en ninguno de los análisis minuciosos que se han realizado de cada microsegundo posterior al Big Bang, pero que indudablemente ahora está, existe, sin que su estar o existir sirva a ningún propósito superior o ulterior a su mero desenvolvimiento interno. Mira a tu alrededor, ¡sacrílego antinatalista!, y trata de abarcar con la imaginación las miríadas incontables de sucesos que tiene lugar a la vez en el mundo precisamente porque los seres se reproducen en vez de dejar de hacerlo. Es cierto que la mayoría de esos sucesos son trágicos, o si no trágicos, no necesariamente felices, pero es que si fueran todos felices no serviría de nada mover un dedo por ellos, no cabría poner ninguna intención en que ocurrieran, que es la aportación propiamente humana al devenir cósmico. Así que, si vas de antinatalista, olvídate por un momento de ti mismo y de convertir tus personales incomodidades en una enmienda a la totalidad, y piensa en todo lo que se perdería si de un día para otro la Tierra se convirtiera en Júpiter. Es un error pensar que lo que se perdería sería sólo miles de trillones de vidas: lo que se perdería también es ese maremágnum mucho más significativo en cantidad y calidad de realidades imprevistas que se arremolinan en torno a ellas en tanto en cuanto alientan. Si después de tratar de vislumbrar ese tremendo espectáculo, al antinatalista todavía le pareciera que el factor común que une todo lo existente, el hilo que, como en un collar, atraviesa las cuentas particulares que son todos los entes, es el puro e invencible sufrimiento eterno, y que por tanto tanta gloria, tanta exuberancia gratuita, no merece realmente la pena, que haga el favor de convertirse al budismo. Nada existe en realidad, todo es una ilusión, levanta el malhadado velo de Maya, detrás te aguarda el seno acogedor e impoluto de la Nada, el Nirvana de Kurt Cobain pero sin acordes ni ritmo ni melodía ni arte… (o sea, sin siquiera música, sin siquiera el consuelo máximo del pobrecito Schopenhauer…) Pero deja a tus padres en paz, anda, que ellos no tienen la culpa de haber engendrado a semejante cretino.
Y no es que yo quiera insultar sin motivo a gente que no conozco ni tampoco deseo conocer, pero es que el antinatalista es un cretino en las dos acepciones de la palabra: intelectual y moral. Es un cretino intelectual porque acusar a los padres de uno de haberle concebido sin permiso es una incongruencia clara. Difícilmente puede incurrir en una mala acción quien no tiene alternativa, y no es el caso que los padres, pudiendo haber consultado a su bebe, a mala fe no lo hicieran. No creo que exista argucia legal alguna para soslayar esta falacia de orden lógico. Pero es que además es una cretinez moral, ya que ni siquiera en las pesimistas culturas orientales se ha dejado de rendir tributo a los padres, puesto que de no hacerlo se sobreentendería que el que predica que sería mejor no haber nacido en realidad está deseando la muerte a todo su prójimo, lo cual no es muy educado ni gentil. Porque, en efecto… ¿quién es nadie para colocar en una balanza los supuestos bienes o males que la existencia de alguien reporta al mundo (o, de un modo más tosco, como hacen los antinatalistas del artículo, los placeres o dolores que se procura a sí mismo) para después juzgar que mejor sería que no estuviera entre nosotros, y que esto es un veredicto extensible a toda la humanidad? Personalmente, a veces yo mismo desearía que no hubieran nacido Fernando VII o Jean-Bédel Bokassa, pero me parece que con eso estoy cometiendo un homicidio in pectore que sus respectivas familias y turiferarios harían bien en reprocharme, y desde luego no entiendo que lo que pudiera valer para esos dos individuos concretos valga para toda la humanidad. Vivir, nos guste o no, implica convivir con quien no nos agrada lo más mínimo, y ningún sueño de progreso indefinido podrá prometer un mundo futuro en el que toda coexistencia sea armónica, sencillamente porque eso sólo se conseguiría a costa de un crimen mayor que los derivados de los propios conflictos, como lo sería el de instituir un gran rodillo exterminador con el que laminar de antemano toda diferencia real que se considere amenazadora o divergente. El siglo XX ha escrito y filmado demasiadas distopías al respecto como para ignorar este hecho, pero ninguna, curiosamente, en que el remedio al horror humano más extremo pase por la extinción total de la especie –esto es una amarga frivolidad de hace dos días, si se me da por buena la expresión, y habría que preguntarse qué tipo de sociedad la ha hecho posible…
Occidente, además, ha sido, hasta la actualidad, bastante más optimista que Oriente para estos asuntos tan patafísicos. Samuel Butler, en su excelente Erewhon, escribía que el limbo de los nonatos está repleto de seres que ansían a toda costa vivir, y Leibniz decía en numerosos lugares de su obra que todas las esencias se caracterizan por su porfiada tendencia a existir, ya fueran esencias humanas o de cualquier otro ser posible, hasta de un mineral o de una planta. El propio Dios occidental es un ser que ante todo existe, hasta el punto de ser la causa de su propia existencia, lo cual ha impedido durante siglos concebir a nadie lo que los antinatalistas propugnan hoy. Si el mismo Ser Supremo se ha “autonacido”, cómo podría el simple mortal desear no haberlo hecho, o por lo menos desear morir cuanto antes -conforme a la sabiduría del Sileno que refería Nietzsche en El origen de la tragedia-; o, traducido en lenguaje actual, si ha acontecido el Big Bang, quién es el ser humano para impugnarlo… Sea como fuere, todo nos lleva a la pregunta que he formulado antes acerca de qué tipo de cultura estamos alimentando que ha hecho surgir a gente capaz de proponer la Nada como una alternativa filosófica creíble. Parece claro que se trata de personas que ya no creen en el progreso antedicho, pese a las facilidades y comodidades entre las que viven (el antinatalismo no se ha teorizado en un campo de refugiados precisamente…), y que se sienten lo suficientemente perjudicados como para elevar su decepción vital particular a rasero de medir tanto el presente como el futuro de la humanidad. En verdad en verdad os digo que me daría algo si mis hijos fueran parte de ellos…
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