La cárcel de papel

Porque lo digo yo

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Ilustración: Hemeroteca EL UNIVERSAL.

En homenaje a la revista más audaz para el lector más inteligente La Codorniz (fundada por Miguel Mihura en 1941), Jot Down estrena hoy una sección dedicada a glosar los hallazgos expresivos de la prensa española. Todo aquello que quisiéramos haber comprendido de un solo vistazo aparecerá en esta benemérita sección disecado y embalsamado. Los lectores de Jot Down podrán acceder así a los enigmas de la narrativa postmoderna y compartir su asombro con amigos, familiares y vecinos.

***

El filósofo alemán Wolfran Eilenberger dedica en El País una fervorosa apología a la conocida vedette estadounidense. El lector intimidado por tan ilustre credencial piensa por ello que la celebrada bailarina merece el énfasis que le dedica el entusiasta académico teutón. Según el reputado pensador la espectacular cantarina de los estadios «ha trascendido todas las categorías conocidas hasta la fecha». De ahí que el lector empiece a dudar de sí mismo, no del filósofo, por supuesto, cuando este confiesa que la diva «no tiene una belleza física espectacular ni un supertalento vocal». Hay que seguir leyendo para entender la causa del panegírico que El País publica en su legendaria sección de Opinión. El autor se hace eco del aplauso masivo que recibe la cupletista y sentencia que la jovencita es algo más «que una artista genial». Para el filósofo se trata más bien de «un fenómeno planetario, un movimiento cultural». Algo nunca visto.

El lector buscará en el artículo el juicio de valor que pruebe la extraordinaria calidad artística de tan celebrada personalidad. Pero dado el limitado espacio de la sección, el autor sólo podrá citar una breve muestra del talento poético que lo encandila. Apenas un verso dará cuenta de cómo la estrella del espectáculo estadounidense «ha trascendido todas las categorías conocidas hasta la fecha». La letra que ella canta, sin supertalento vocal ni belleza espectacular, claro, viene a decir: los odiadores me odiarán, odio, odio, odio, odio, pero yo, cariño, me pondré a bailar, bailar, bailar, bailar. El lector titubea y por un momento se pregunta si no será Walt Whitman o T.S. Elliot el autor de la estrofa. Afortunadamente el filósofo alemán aclara la confusión. En efecto, dice, «ella misma escribe sus letras, ella compone sus canciones». ¿O qué te habías creído? «Con una lengua recurrente que deja desarmado» afirma. «Con una perfección casi sobrehumana» añade. «Que nadie dude de sus aptitudes» insiste. Y redunda en el elogio advirtiendo que ella «es lo mejor que puede ofrecer la industria cultural de cuño occidental». Algo, todo sea dicho, con lo que no podríamos estar más de acuerdo.

Wolfran Eilenberger, abrumado por la emoción de su encomio, concluye su artículo deshaciendo otro posible equívoco: «ella explica el filósofo nunca cae en el vanguardismo elitista». Una precisión que agradecemos pues nos ahorra el bochorno de cometer un impertinente reproche.

Resulta admirable que un filósofo europeo haya salido al fin de su torre de cristal y contribuya de puño y letra a celebrar la próspera cultura del espectáculo. Harto de soportar el torturado aburrimiento académico se ha integrado al fin en la farándula de nuestro tiempo y se ha puesto a bailar al son que más resuena.

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5 Comentarios

  1. El filósofo alemán Wolfran Eilenberger dedica en El País una fervorosa apología a la conocida vedette estadounidense.
    Bradomín no nos indica quién quién es «ella»… si esa es su retórica intención, ¿no debería aplicar «una» en vez de «la»?

  2. Sergio Fa

    Una sección muy necesaria. Con el panorama de medios actual no costará mucho trabajo mantenerla animada.

  3. Tailor Rich

    Se nota que el que ha escrito esto es un boomer. La poesía que hay en las letras de las canciones de Taylor Swift, Billie Eilish, Lana del Rey o Miley Cyrus o Ana Mena es mil veces más profunda que lo que garabateó Bob Dylan, Leonard Cohen o Patti Smith en las suyas.
    La juventud es compatible con la inteligencia y el arte superior. ¡Quevedo (el cantante) a la R.A.E. ya!

    • Ni novecientas noventa y nueve ni mil una: mil veces.
      Pido indulgencia, pues creo que voy a vomitar cuando Quevedo se siente en la RAE, esa institución que pule, fija y da esplendor a lo que a ella le parece que es de uso consolidado. Y la banalidad de las pseudoletras de las colillas de Mena y otros constructor mercantiles está, concedo, consolidada.

  4. Pues la denostada estrofa de la vedette innombrable me parece una respuesta perfecta para artículos como este.

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