Leo en el último número de Cuadernos Hispanoamericanos un artículo de Andrés Barba sobre la novela breve en el que apunta que en España nunca se le dio importancia ni peso alguno a ese género, de ahí que hayamos producido tan poca cosa en él (y añade una lista de novelas breves latinoamericanas donde se atisba que en América sí que le han dado su sitio). Pero por otro lado es cierto que durante años la novela breve fue el género primordial de nuestra literatura. Los kioscos estaban llenos de ellas. Colecciones que se titulaban La novela de hoy, La novela semanal, La novela de noche, La novela ideal, La novela roja, etc. Miles de títulos se produjeron. Y alguno de ellos de valor. El más famoso, que Barba cita como culmen de la novela breve en España, lo cual explicaría la poca entidad del género entre nosotros, San Manuel Bueno, Mártir de Unamuno. Pero es que medio Valle-Inclán también es novela breve: ¿o no lo son las Sonatas? ¿no lo es Agüero nigromántico, que se adelanta a Tirano Banderas? ¿no lo es Ecos de Asmodeo? Por no irse más hacia atrás y recordar la serie de novelas breves de Galdós sobre Torquemada, del que el lector actual puede disfrutar Torquemada en el Purgatorio, recuperada por Periférica. Eso por no hablar de Pascual Duarte, o Helena o el mar del verano. Y por no ponerse muy exquisitos la obra maestra del surrealismo español, Crimen de Agustín Espinosa. O la gran primera obra de Carmen Martin Gaite, El balneario. Porque dadas nuestras circunstancias, después de la guerra y ante la carestía de papel, el cuento y la novela breve fueron puntales de nuestra narrativa. Y hasta los años sesenta llegó la cosa, con Alfaguara inventando una colección de novelas breves donde salió Balada de gamberros de Francisco Umbral, y esa obra maestra que es Solo de Moto de Daniel Sueiro, que Bardem llevó al cine. Si seguimos y llegamos a los años ochenta, sin salirnos de la editorial donde publica Andrés Barba, tenemos El hijo adoptivo de Álvaro Pombo, El sur de Adelaida García Morales, Alguien te observa en secreto de Martínez de Pisón y Mimoum de Chirbes. No sé, no diría yo que la novela breve en español sea el flanco débil de nuestra literatura: las propias novelas mejores de Barba lo desmienten.
Si algo me enternece del ultranacionalismo español es su condición paradójica: ama España por encima de todas las cosas, pero si un español que no es afecto a sus dogmas triunfa, entonces damos pena. Almodóvar gana el León de Oro de Venecia y se le echa encima la turba de ultras para afearle que sea un izquierdoso y un no sé qué. Parece que el adjetivo ahí les importa más que el sustantivo, español. Y en vez de celebrarlo por todo lo alto, como cuando un jugador de nuestra selección marca un golazo sin que nos importe a quién vota o con quién simpatiza, le lanzan coscorrones inútiles y a ciegas para demostrar que solo aman la España que es suya, de los suyos, la de los paracaidistas con la bandera entre las piernas y el desfile militar. Si ya es poco razonable sentirse orgulloso del lugar de donde eres —porque el azar, me temo, es el único culpable de semejante milagro— ya roza en lo ridículo ponderar las grandezas de ese lugar, esa patria, dependiendo de quién sea el encargado de hacer que suene el himno español. Si es Rafa Nadal, de puta madre. Si es Pedro Almodóvar, vaya mierda. Es para tenerles, como mínimo, un poco de lástima.
Del otro lado no faltan los que a cualquiera que sea de derechas le suelte el afamado: «Vosotros matasteis a Lorca». Hay que tener la amígdala muy perjudicada, desde luego, pero es curioso que quienes sueltan esa frasecita nunca agreguen: «Y nosotros matamos a Muñoz Seca y a Hinojosa». Porque se ve que a la hora de fusilar cuenta mucho la calidad de la obra del que cae. Y por lo tanto cargarse a un gran poeta es cosa mil veces más miserable que cargarse a un poeta menor o a un cómico que, dicho sea de paso, escribió la obra más desopilante y genial de nuestro teatro moderno, La venganza de don Mendo, gracias a la cual y siguiéndola sin saltarse un verso Fernando Fernán Gómez hizo una película que es muy difícil de ver sin partirse de risa (por cierto, que Fernán Gómez también escribió una gran novela breve, El vendedor de naranjas).
El populismo llega a la televisión —supongo que llegó hace mucho pero no he estado atento. Guerra de audiencias en el prime time de lunes a jueves. O Broncano o Motos. He leído medio millón de artículos sobre la cosa y me ha sorprendido que en ninguno se hablara de lo que los programas ofrecían, de cómo estaban hechos, de si merecían la pena. Solo hablaban con abundancia de cifras y porcentajes y franjas horarias de que Motos no pierde espectadores pero Broncano consigue que gente que no encendía el televisor desde hace años, se ponga de nuevo ante la pantalla y la apague en cuanto él despide el programa. Un pope de la televisión escribe un tuit: «Un antropólogo y un escritor en prime time de televisión española… Menuda España nos está dejando el sanchismo». Vi ese programa, en efecto había un antropólogo y había un escritor, pero durante la corta entrevista que merecieron no hablaron apenas más que entre bromas y veras. Y cuando hablaron, Millás diciendo esto es importante que se quede, fue para definir el emergentismo. El presentador, campeón indudable de la espontaneidad, dijo a la gente: ojo, que esto cae en el examen. Risas a tutiplén. Y ahí se acabó la antropología. Durante interminables minutos un cómico hacía sus gracietas (se ve que ahí la televisión no es cara), pero en cuanto el antropólogo o el escritor tomaban la palabra se veía que o les metían prisa o ellos sabían que había que hablar con prisa para decir algo. En el otro lado de la cancha, Motos entrevistaba a cuatro cantantes que promocionaban un programa. No decían nada nuevo porque han hecho tres millones de entrevistas. Luego llegaban unos científicos que habían inventado algo que apenas me dio tiempo a saber qué era porque el presentador les dijo que se había quedado sin tiempo. El crítico de cine Manuel Lombardero escribió un tuit: «Broncano/Motos/Sobera, España tiene el prime time que se merece». Y sí. Así es. Supongo que los ultranacionalistas están orgullosos.
El Gobierno dice que no reconocerá ganador en las elecciones venezolanas hasta que no se presenten las actas electorales. Pero es que quienes tienen que presentar esas actas son los mismos que se niegan a darlas a conocer, a pesar de que dicen conocerlas porque ya han dictado vencedor. ¿Qué problema tienen en presentarlas si a ellos les han servido para determinar la victoria exacta de Maduro sobre Urrutia? No hace falta haber leído muchas novelas de espionaje para entender que el hecho de negarse a presentar unos documentos que determinarían una verdad, es prueba más que suficiente para desconfiar de los resultados que ellos mismos han proclamado porque sí. En esto la oposición anduvo lista y hasta genial al hacerse con copias y colgarlas: obligaba al Gobierno a no inventarse actas a su antojo. En cualquier caso, el hecho mismo de que pasado mes y medio de la celebración de unas elecciones, con el sistema computacional más avanzado de Latinoamérica, el Gobierno bolivariano no sea capaz de mostrar las actas electorales para callar de golpe a toda la comunidad internacional que pone muy en duda la victoria de Maduro, es indicio más que sobrado para entender que si oculta esos documentos es porque esos documentos no dicen lo que él quisiera que dijeran. ¿Alguien cree de verdad que si esos documentos clamasen la victoria por un solo voto de Maduro, este no iría enseñándolos orgulloso a todo el que se los pidiera? No reconocer ganador en las elecciones venezolanas a Urrutia es ser cómplice de Maduro, por mucho que le hayamos prestado asilo político al ganador de las elecciones, quitándole de paso un problema al autócrata venezolano.
De los lugares comunes más infames que se repiten cada dos por tres en discusiones y tertulias: si dices que no eres ni de izquierdas ni de derechas, es que eres de derechas. Siempre que lo escucho, pienso en Agustín García Calvo, en su capacidad de despreciar esas dicotomías parvularias. Cuando le decían que era el capitán de los ácratas siempre contestaba: no puedo ser algo que la propia definición de ese algo me impide ser. Y claro, el que estaba al otro lado quedaba ojiplático sin enterarse muy bien de lo que le había dicho.
Qué época tan fascinante: un hombre que se cree de veras que los haitianos de Springfield cazan a las mascotas de los vecinos de esa localidad de Ohio para comérselas, puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos. No tendría la misma gracia si no fuera porque ya ha sido presidente de los Estados Unidos. La cosa, a poco que se hurgue, fue así: a Springfield llegaron como mano de obra barata veinte mil haitianos, alguien fotografió a uno de ellos con un ganso con el cuello cortado, de ahí llegó a un colaborador de Trump que le dijo: mira lo que hacen los inmigrantes (la parte por el todo) y el hombre lo soltó en el debate. En favor de los Estados Unidos habrá que decir que la frase fue fundamental para que Trump perdiera el debate (aparte de esa, enunciada por la presentadora, en la que le dijo: señor Trump, en este país no hay ningún estado en el que se pueda matar a un bebé después nacer). Me pareció muy evidente que el debate entre Trump y Kamala Harris lo ganó por goleada… Joe Biden.
Un artículo fascinante que ridiculiza esas dicotomías infantiles a las que lamentablemente estamos acostumbrados. Gracias Juan Bonilla por poner un poco de cordura al asunto.
Muy buen análisis del pulso Motos/Broncano. Mucho mejor enfocado que otro que vi en esta misma revista.
A mí tampoco me gustan las etiquetas izquierda y derecha (todas las etiquetas son trampas), pero quizás la famosa frase («si dices que no eres ni de izquierdas ni de derechas, es que eres de derechas») no sea tan infame. Quizás no ser de derechas ni de izquierdas sea una forma de ser de derechas. La frase «Lo personal es político» pertenece a la izquierda. En general para la izquierda (o por lo menos para la izquierda que dominante) todo debe ser analizado políticamente, siempre analizando las relaciones de poder usando
la dialéctica del opresor y el oprimido. En ese contexto, oponerse a ese discurso podría estar muy cerca de una posición de derechas., o por lo menos es una posición que la derecha está más dispuesta a tolerar.
Con esto no quiero decir que usted o yo seamos de derechas. Es sólo una reflexión que me parece instigante.
Por cierto, que grande Agustín García Calvo.
Pues yo con Broncano me rio un rato. Igual es que despues de diez horas intentando diseñar e instalar un sofware de produccion en varias plantas europeas no me apetece una charla sobre antropologia. Ya me perdonareis, Venezuela me importa un pito, el asco de lo que ocurre en Palestina copa toda mi atencion.. Sobre ni de izquierdas, ni de derechas, pillar un papel y un boli, apuntar nombres/partidos que lo han dicho y despues su forma de pensar o politicas. A ver que os sale. Si, no es norma, pero…. y otra cosa, por lo menos la 1/2 del psoe no es izquierda. Q luego nos liamos.
Toda la razón con lo de la frasecita. La gran mayoría que la dicen, son de derechas. Hay que ir a los hechos, no a los dichos.
Igual que cuando alguien me dice que es de izquierdas. Primero miro su ropa, miro su coche y su casa, o al colegio que van sus hijos. Y después ya decidimos si es de izquierdas o derechas (porque si eres de izquierdas, pero de verdad, se te supone cierta obligación moral de dar al que necesita aquello que a ti te sobra).
Para ser de izquierdas no tienes que hacer voto de pobreza como un franciscano. Porque lo que se busca son soluciones estructurales, colectivas, no basadas en el individuo. Lo que sí hay que tener, en mi opinión,
es cierta sensibilidad hacia los demás, pensar de manera sistémica. Querer para otros lo que se disfruta no está reñido con ser de izquierdas. Pensemos en la cantidad de «privilegiados» que han defendido valores de izquierdas: Lafayette, Mirabeau, Kropotkin, Tolstói….
Entiendo que debe ser pensar en un sistema concreto, no pensar sistémicamente, porque esto ya lo hacemos, aunque cada uno tenga el suyo.
Buenos dias
No entenderlo todo desde un interés personal en sentido privativo, ventajista o egoísta. Entendiendo que las decisiones generan consecuencias.
Dura pugna entre el artículo y los comentarios por ver quién tiene un nivel más bajo.
Una pena
Gracias por elevarlo. Tus razones ofrecidas son tan de peso que no sé cómo podemos ser tan ciegos de no verlas.