Literatura Arte y Letras Entrevistas

Manuel Vilas en Barbitania: «La duración del amor de pareja, tal como lo entendemos, es limitada»

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En el marco del Festival Barbitania, celebrado en Barbastro, tuvo lugar una tertulia literaria con un invitado de excepción: Manuel Vilas, autor de reconocida trayectoria, poeta y novelista galardonado con el Premio Nadal en 2023 por su novela Nosotros. El evento, organizado por la Biblioteca Municipal en colaboración con la Concejalía de Cultura, destacó por su cercanía y calidez, siendo un punto de encuentro entre los miembros de los clubes de lectura de la Biblioteca Municipal de Barbastro y el escritor, quien compartió sus reflexiones literarias en un ambiente de intimidad y complicidad.

La tarde comenzó con unas palabras de agradecimiento por parte de los organizadores, quienes destacaron la importancia de estos encuentros en la vida cultural de la ciudad. Borja García y Chusa Garcés, impulsores de los clubes de lectura locales, llevan casi dos décadas reuniendo a lectores en torno a la literatura permitiendo que la lectura se convierta en una experiencia compartida. Estos clubes no solo han favorecido el intercambio de libros entre bibliotecas, sino que también han propiciado encuentros con autores como el que tuvo lugar en esta ocasión, brindando la oportunidad de dialogar de manera directa con los creadores de las obras que leen.

La presentadora destacó las cualidades literarias de Vilas, aludiendo a su doble vertiente como poeta y narrador. Señaló cómo, a lo largo de sus novelas, es fácil percibir un latido poético constante, una sensibilidad que transforma incluso los objetos más cotidianos en imágenes potentes, llenas de simbolismo. Para Chusa Garcés, Vila es un escritor que transporta al lector a través de viajes tanto físicos como emocionales, creando caminos compartidos entre sus personajes y el público, muchas veces acompañados de música, una de sus grandes pasiones. No faltaron referencias a los grandes temas que atraviesan su obra: la vida, la muerte, el amor, la soledad, el paso del tiempo, siempre enmarcados por una visión profundamente humana y a veces irónica, capaz de capturar la belleza en los detalles más simples.

En este Club de lectura participaron más de cincuenta personas —en su mayoría mujeres— que llenaron la sala para hablar de Nosotros, obra seleccionada para esta ocasión, y que fue el centro de la tertulia. Los participantes del Club de Lectura no solo fueron los artífices de la atmósfera cálida y cercana que se vivió en el encuentro, sino que también lograron elevar el nivel de la conversación con sus profundas reflexiones y preguntas. Gracias a su entusiasmo y agudeza intelectual, el evento se convirtió en un espacio de auténtica estimulación literaria, donde el intercambio de ideas enriqueció tanto a los asistentes como al propio Manuel Vilas, quien se mostró en todo momento receptivo y agradecido por la calidad de las intervenciones.

Comienzas la novela con un bolero de los Panchos: «La voz atrevida, de qué alegría alta vivir en los pronombres». ¿Cómo decides poner ese título a tu novela?

El título de Nosotros lo tomé por el bolero de los Panchos. A mí me gustan mucho los boleros, y la música en general. Yo estoy todo el día escuchando música. Escribo con música; hay escritores que necesitan un silencio absoluto para escribir. Yo siempre escribo con música. Y en el bolero de los Panchos, este «Nosotros», es desgarrador. Un amigo ilustre, que se llama Antonio de la Torre, me dijo un día en Madrid que el bolero es muy fácil de sentir, pero muy difícil de explicar. La fuerza expresiva y pasional que hay en la letra de un bolero es muy fácil de percibir, pero es difícil de poner en palabras. Los boleros expresan pasiones, arrebatos, enamoramientos, desgarros.

Luego también está otro tema, y es que recuerdo haber visto a mis padres bailar este bolero cuando era niño. Todas estas circunstancias influyeron para que el título fuera Nosotros. Además, la primera persona del plural es mágica. La aventura fundamental de un ser humano, cuando viene a este mundo, es la construcción de un «nosotros». La vida no se comprende en primera persona del singular, sino que adquiere sentido en el plural.

Cuando uno es joven, a los 20 años, quizás ve el «nosotros» como algo lejano, algo más relacionado con los amigos. Pero con el tiempo, te das cuenta de que la construcción de ese «nosotros» es clave para el éxito en la vida. Puede tener muchas formas: históricamente, sociológicamente, ha sido la familia, aunque en las últimas décadas hemos visto ampliaciones en el concepto de familia. Aun así, la familia sigue siendo importante en la vida de las personas.

Por eso, para mí, la vida es el viaje del «yo» al «nosotros». Sin embargo, fíjate que, en este título, que yo consideraba fundamental para la novela, en la traducción francesa no se llama Nosotros, sino Irene, que es el nombre de la protagonista. Y en la traducción italiana tampoco se llama Nosotros, sino Amor constante. Esto muestra que los títulos también tienen su propio recorrido en otros países. Nunca sabes cómo titularán tu novela en otro sitio, pero lo interesante es que, a pesar de los distintos títulos, la novela sigue funcionando.

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Me gustaría hacerte una pregunta sobre los personajes. Hablabas de Irene y de cómo la narración nos introduce en su mundo. Pero también hay personajes inanimados que tienen un peso importante en la historia, como el Mediterráneo o los relojes. ¿Qué opinas de estos elementos y su relevancia en la novela?

Es verdad. El Mediterráneo es un personaje en la novela. Es un personaje inanimado, pero muchos lectores y periodistas me lo han mencionado. Dicen que es un personaje más, y estoy de acuerdo. ¿Por qué? Porque vivimos en un país que recibe 80 millones de turistas al año, y la mayoría vienen al Mediterráneo. No es exclusivo de España, también ocurre en Italia y Grecia, que reciben un turismo masivo de países prósperos del norte de Europa como Suecia, Alemania, Reino Unido. Francia tiene su parte del Mediterráneo, pero no es tan Mediterráneo como el nuestro.

Un escritor es un gran observador, y no elijo mis temas, los temas se me imponen. El Mediterráneo es una obsesión de la cultura occidental, y lo era también para mi madre. Ella era plenamente feliz cuando estábamos en la playa de la costa de Tarragona, especialmente en Cambrils, donde veraneábamos cuando yo era niño. Los niños observan mucho, aunque no lo racionalicen, y yo veía cómo mi madre identificaba el Mediterráneo con la plenitud. Luego entendí por qué: el sol, la luz, la posibilidad de nadar, la comida… todo lo que la civilización occidental ha definido como paraíso está ahí, en el Mediterráneo.

En el libro, el Mediterráneo simboliza el placer y la plenitud que la civilización ha construido. Para muchas personas, pasar unos días en el Mediterráneo cada año es casi como un mandamiento religioso. Si no lo haces, parece que algo te falta. Además, hay un personaje en la novela, Julio, que se dedica a buscar zonas del Mediterráneo aún no explotadas turísticamente. Ese personaje me lo inventé, aunque podría ser real. Julio le explica a Irene por qué el Mediterráneo es paradisíaco, y es cierto que puede competir con otros destinos, como el Caribe. Pero, en el fondo, el Mediterráneo tiene algo único que lo hace especial.

Julio menciona que cuando estás en el Mediterráneo te contemplan Aristóteles y Platón, ya que es la cuna de la civilización occidental. ¿Cómo te planteaste incluir esa sofisticación filosófica en un mar que es sinónimo de placer y cultura?

Sí, exactamente. Julio dice que cuando te bañas en el Mediterráneo, te contemplan Aristóteles y Platón, porque es el mar que generó la cultura occidental. Es un mar que tiene una carga histórica, cultural y filosófica tremenda. Si te bañas en el Caribe, te contempla un lote, como dice Julio en la novela. Esa idea de incluir el placer y la plenitud en el contexto de la civilización y la cultura que el Mediterráneo representa era esencial para que este mar fuera protagonista.

Como escritor, das ciertos aspectos tuyos a los personajes al principio, pero luego ellos toman vida propia. ¿Cómo fue ese proceso con Irene?

Sí, como bien dices, al principio, los personajes llevan mucho de ti. Es como con los adolescentes, que en sus primeros años obtienen su identidad de sus padres, pero luego, cuando crecen, construyen su propia identidad. Eso mismo pasa con los personajes. Al principio, tú les das cosas tuyas, pero en un momento de la escritura, toman vida propia, y tú ya no los controlas. Han cogido su propia lógica existencial y lo único que puedes hacer es respetarla y transcribir lo que sucede.

A Irene le di mi pasión por los relojes, pero luego ella lo llevó a su filosofía personal. Sin embargo, justo antes de que se publicara la novela, apareció la famosa canción de Shakira, donde menciona lo de «yo era un Rolex y tú te fuiste con un Casio». Esto fue curioso porque Irene, en la novela, también reflexiona sobre cómo los relojes pueden simbolizar la identidad y el valor personal. Esta idea de usar marcas para hablar de las relaciones y el amor es algo muy contemporáneo, casi como contar una historia de amor bajo el capitalismo.

Hablando de los relojes, hay una reflexión interesante en la novela sobre cómo materializamos el tiempo a través de ellos. Irene parece tener una teoría filosófica sobre este tema, ¿puedes explicarla un poco más?

Sí, Irene tiene una teoría sobre los relojes y el tiempo. Ella dice que los seres humanos siempre somos el tiempo que hemos vivido y el tiempo que nos queda por vivir. Esa es una cuestión filosófica profunda, pero no la vivimos cada día como un problema. No nos levantamos por la mañana pensando en ello de manera existencial, sino que lo materializamos al mirar el reloj. Un reloj de pulsera es un objeto cotidiano, pero en él, estás midiendo nada menos que el tiempo de tu vida.

Ella sostiene que, si te despiertas a las 8 de la mañana y miras la hora en un Rolex, no es lo mismo que en un Casio. Esta reflexión va más allá del lujo; tiene que ver con cómo experimentamos el tiempo de manera concreta y cotidiana.

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Tus novelas parecen tener una constante reflexión sobre el capitalismo, la distribución de la riqueza, y quién puede acceder a ciertos lujos. ¿Cómo manejas estos temas en Nosotros?

Es cierto, mis novelas siempre tienen una reflexión sobre el capitalismo. En Nosotros, Irene es un personaje que tiene acceso al lujo, a relojes de alta gama, y eso lleva a una reflexión sobre quién puede permitirse esos lujos. Esta obsesión por el lujo existe en la sociedad, y yo la lanzo al lector para que piense en ella.

El lujo se asocia con la frivolidad y la ostentación, pero, como bien dices, el lujo también se ha apropiado de la belleza, y eso es preocupante. Sin embargo, la belleza es una necesidad del ser humano. Sin ella, no se puede vivir. Y cuando hablo de belleza, no me refiero solo a las grandes obras de arte; hablo de la belleza cotidiana, la de un paisaje, un árbol, o incluso la simple cortesía de saludar a un vecino con claridad.

En el contexto de los relojes y la obsesión de Irene por el lujo, mencionas cómo a veces socialmente nos incomoda desear ciertas cosas. ¿Crees que la novela es el lugar donde podemos explorar esas incomodidades?

Exactamente. Las novelas son el espacio donde enfrentamos esas cosas que socialmente nos incomodan. Irene es un personaje que se atreve a desnudarse emocionalmente y a confesar sus pasiones por el lujo, por relojes caros, por hoteles con vistas al mar. Cosas que todos, en mayor o menor medida, también deseamos, pero que a veces nos cuesta admitir. Las novelas, al no estar sujetas a las convenciones sociales, permiten que exploremos estas realidades sin tapujos, sin la hipocresía social que a menudo necesitamos para funcionar en la vida diaria.

Este libro se puede ver como un manual de placer, y uno de los mayores placeres de la vida está en la literatura. En tu obra, hemos visto la presencia de un soneto maravilloso de Quevedo, que sirve para establecer relaciones entre los personajes y funciona como un leitmotiv. Además, también hay mucho de Cervantes, del Quijote, e incluso de la mística. ¿Te inspiraste en estos elementos? Porque Irene me parece un Don Quijote femenino que, en lugar de montar a Rocinante, alquila un BMW. Cuando entra en ese estado místico para encontrarse con Marce, parece estar viviendo una noche oscura del alma, muy sanjuanista.

Efectivamente, a mí la novela de Cervantes me fascina. Ya en mi anterior novela también quise rendir homenaje a esa maravilla de creación cervantina que es Don Quijote, un personaje con tantas significaciones. Irene, como Don Quijote, no se conforma con la realidad normal; necesita delirar, embellecer su vida para que sea más poderosa e importante. A través de su imaginación y de sus propios autoengaños, utiliza la literatura, al igual que Don Quijote emula a sus grandes héroes de las novelas de caballerías para vivir una vida noble y elevada.

Irene utiliza la poesía española, en específico el soneto Amor constante más allá de la muerte de Quevedo. Este soneto siempre me ha gustado mucho, lo leí cuando estaba en el bachillerato, aquí precisamente en mi ciudad, en el seminario. Es probablemente el soneto más importante de la literatura española. Si hubiera que salvar un poema de nuestra historia literaria, si tuviéramos que quemar todos y salvar solo uno, este sería el que salvaríamos, y creo que hay consenso en eso. Este poema afirma algo que a mí siempre me ha perturbado mucho, y creo que, a cualquier ser humano también, que es la posibilidad de que exista un amor tan profundo, tan fuerte y tan poderoso que sea capaz de vencer a la muerte.

Al final del soneto, Quevedo dice: «Polvo serán, más polvo enamorado», y esta idea de que, incluso después de la muerte, algo de ese amor pueda perdurar en una cosa tan ínfima como el polvo es maravillosa. La literatura tiene esta capacidad de entregarnos estos mensajes que nos ayudan a vivir mejor. Irene guarda una relación de amor-odio con ese soneto. A veces está de acuerdo con él, y otras veces lo rechaza, diciendo que es una mentira, que la muerte es la muerte y que de ahí no vuelve nadie.

Yo, sin embargo, pienso que lo que dice el soneto de Quevedo es verdad. Creo que el amor que vence a la muerte existe, aunque tal vez no de una manera espectacular, sino de una manera muy íntima. Yo, por ejemplo, hablo con mi padre y con mi madre todos los días, aunque estén muertos. Me gusta decir «muertos», no «fallecidos», porque esa palabra me parece un eufemismo que no me gusta. Hablo con ellos constantemente, y creo que esto les sucede a muchas personas. Hay como una especie de «wifi» con los muertos, que existe desde hace miles de años. Los griegos ya tenían esta necesidad de hablar con los muertos, como Homero en la Odisea, donde los vivos bajaban al Hades a charlar con ellos. Toda la literatura, en todas las culturas, recoge esta idea de mantener un diálogo con los muertos.

El muerto amado se convierte en alguien con quien tú llevas dentro y mantienes una conversación íntima, personal y muy hermosa. Esto te da alegría y, al mismo tiempo, pesar. Es un sentimiento de una enorme complejidad. Así que ese soneto de Quevedo es perfecto para explicar todo esto, para hablar de la relación entre vivos y muertos, que creo que es una relación intensísima y que no termina nunca.

En mis dos novelas anteriores, Ordesa y Alegría, ya exploré el amor en el ámbito familiar. En Ordesa, exploré el amor de un hijo hacia sus padres, y la muerte de los padres es uno de los grandes temas antropológicos en nuestra especie, el Homo sapiens. Nos define como especie el respeto a los muertos y el cuidado de los otros. Una vez que alguien a quien amas muere, mantienes un respeto poderosísimo y furioso hacia esa persona.

Todo esto se simboliza a través del soneto de Quevedo. De hecho, en Italia utilizaron el título Amor constante para la traducción de la novela. Aparte de Quevedo, también hay otros poetas que menciono en la obra. Por ejemplo, Antonio Machado, las burbujas de Juan Ramón Jiménez, y en un momento Irene dice que, aunque Juan Ramón Jiménez era feo, escribía unos versos preciosos. Es una idea graciosa, pero refleja cómo la belleza literaria trasciende la apariencia física.

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Uno de los grandes temas es la muerte. De hecho, es el motor que lleva a construir la novela. El personaje parte de la muerte, y todo lo que hace parece estar en relación con esa pérdida. Hay un giro de guion de 180 grados unas 30 o 40 páginas antes del final. ¿Nos puedes hablar sobre ese cambio en la novela y la relación que los lectores suelen tener con el personaje de Irene?

Sí, es cierto que hay un giro de guion. Los lectores, normalmente cuando me dicen algo de la novela, puedo saber si la han leído entera o si van por la mitad. Porque la relación con el personaje de Irene cambia mucho. Al principio, sobre todo las mujeres que leen la novela, no soportan a Irene, les cae gorda, les molesta. Pero cuando llegan al final, la perdonan, el personaje sale absuelto.

El tema que exploré es el siguiente: todo ser humano, en algún momento de su vida, construye una narrativa interior de su propia vida. Y esto lo voy a explicar porque es importante. Cuando empecé a escribir la novela, tenía en mente la idea de por qué se oxida el amor entre una pareja, independientemente del sexo. ¿Por qué el amor de pareja se desgasta? ¿Por qué los primeros años son maravillosos y luego hay una decadencia? El amor se transforma en otra cosa, pero la euforia y el erotismo disminuyen.

Empecé a escribir la novela y, un día, viajando en el AVE de Zaragoza a Madrid, me encontré con un amigo de Zaragoza. Los zaragozanos tienen un sentido del humor muy devastador. Le conté que estaba escribiendo una historia de amor perfecta, de un hombre y una mujer que, durante 20 años, mantenían el fuego de la pasión, la amistad, la complicidad, la alegría de estar juntos. Le dije que, para ser más expresivo, mi idea era que esta pareja hiciera el amor todos los días durante esos 20 años.

Mi amigo me miró y me dijo: «¿20 años? Eso es un milagro». Su respuesta fue tan sencilla y directa que empecé a cuestionar esa idea perfecta del amor, y fue cuando la historia empezó a tener grietas. Esas grietas comenzaron a mostrarse en la construcción de la novela hasta llegar al giro final. Pero esas grietas también reflejan algo muy humano.

Cuando uno llega a una edad de madurez, alrededor de los 45 o 50 años, necesita construir una narrativa de su vida, una historia interior. Pero no existe una policía de la memoria. Tú te inventas parte de esa narrativa, aunque creas que es real. Hay hechos incuestionables, como el año en que te casaste o cambiaste de trabajo, pero ¿cómo te sentías? ¿Qué deseabas? ¿Eras feliz? Todo eso lo construyes desde tu propia ficción, y tú crees en ese relato porque te ayuda a darle sentido a tu vida.

En el caso de Irene, ella también construye su propia narrativa, pero se le va la cabeza. Ella se cuenta su vida a sí misma de una manera que le resulta soportable. Hay una teoría del amor en la novela que tiene que ver con el sufrimiento, la búsqueda de la belleza y del placer, pero también con el dolor de la pérdida, específicamente la muerte. La muerte es lo que la impulsa a crear sus invenciones, a buscar una escapatoria, pero la base de todo es real: la pérdida y el dolor.

El problema está en el tiempo del amor. El amor romántico, especialmente en la ficción, tiene una duración limitada. Esto es algo que yo quería transmitir al lector, pero no podía revelarlo directamente porque sería un spoiler. La duración del amor de pareja, tal como lo entendemos, es limitada, y este es un tema que también he explorado a través de mi amor por el cine.

Has mencionado que eres muy cinéfilo y que algunas películas influyeron en esta novela. ¿Cuáles son esas películas?

Sí, soy muy cinéfilo, y algunas películas que tenía en mente mientras escribía esta novela son Casablanca y Los puentes de Madison. Las dos exploran el mito del amor romántico, que es un mito que ahora sociológicamente nos incomoda porque nos lleva a una sociedad a la que ya no queremos regresar.

En Casablanca, el final es maravilloso porque no se quedan juntos. Rick le dice a Ilsa que debe irse, y ella lo hace, se va con su marido. Si se hubieran quedado juntos, la película sería una angustia. Hay una construcción artística en esa renuncia, en la idea de que el amor no puede alargarse más allá de lo que permite su intensidad.

Lo mismo pasa en Los puentes de Madison. Ese tipo de amor, lleno de euforia y complicidad, es más poderoso en su brevedad. Si se prolongara, perdería su intensidad, y eso es lo que quise reflejar en la novela.

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En Los puentes de Madison, esos cinco días que pasan juntos marcan los 70 u 80 años de vida de los dos personajes. Durante esos años, ambos recuerdan lo que pasó durante esos cinco días. Entonces, ahí está el problema: la intensidad y la duración del amor. ¿Cómo se relaciona esto con lo que querías tratar en tu novela?

Exacto. En Los puentes de Madison, lo que ocurre es que la intensidad de esos cinco días es tal que marca el resto de la vida de los personajes. Eso es lo que quería tratar en la novela, esa relación entre la intensidad y la duración del amor. Irene piensa en una duración, pero al final la realidad es otra. Y ese es uno de los grandes problemas que enfrentan los seres humanos: ¿cómo medimos la duración del amor? Y cada uno lo resuelve a su manera.

En tu obra, te centras en una parte de la vida amorosa que no suele tratarse tanto en la literatura o el cine: el matrimonio, cuando ya ha pasado la fase del enamoramiento inicial. ¿Por qué decidiste abordar este aspecto?

Sí, quería que ellos estuvieran casados porque el matrimonio, como vínculo amoroso y sentimental, tiene una solidez conceptual y social que no tienen otras relaciones. Aunque hoy en día las parejas de hecho están más reconocidas legalmente, el matrimonio sigue teniendo ese peso simbólico. Para mí era importante que los personajes estuvieran casados porque quería mostrar esa solidez socio-histórica. Pero a pesar de esa solidez, el matrimonio en la novela es también una relación que cada día empieza de nuevo. Se reconquistan todos los días.

En la novela, esa relación matrimonial que se construye y se reconquista a diario parece casi una utopía. Muchos lectores seguramente se han enfrentado a esta idea con cierto escepticismo. ¿Cómo lo percibes?

Claro, en realidad lo que quería era plantear una utopía. Muchos lectores han venido cabreados diciendo que es mentira, que el amor no dura 20 años o que no es como lo describo en la novela. Pero la literatura es un espejo. No tengo la culpa de que lo que lean les resulte incómodo. El escritor no es un juez, sino un notario que refleja la realidad del mundo. La utopía de una relación que dura y se reconquista cada día es algo que quería explorar en la novela. Y aunque es una utopía, he visto matrimonios de 30 o 40 años que parecen un milagro.

A lo largo de la novela, reflexionas mucho sobre el amor, pero también sobre el placer. ¿Cómo se entrelazan estos dos elementos en la historia?

Quería mostrar que, aunque el amor está lleno de valores como la lealtad, la complicidad y el respeto, todo eso no es suficiente si no hay placer. En una relación amorosa, si no hay placer, el amor puede derivar en una amistad, pero nunca será completamente satisfactorio. El placer es fundamental para sostener una relación. Una de las cosas más maravillosas de las parejas de larga duración es ese aprendizaje común de la vida, pero si falta el placer, siempre habrá un problema en esa relación.

Has hablado mucho del placer en tus novelas, pero lo haces de una manera muy materialista, reflejando lo cotidiano para hablar de las grandes ideas. ¿Cómo ves esta relación entre lo material y lo filosófico?

Sí, creo que hay una incomodidad social a la hora de hablar del placer. En la sociedad preferimos hablar de cosas como «me gusta mi trabajo» o «me gusta la política», pero rara vez decimos que algo nos da placer. Sería impensable que un político dijera: «Me presento a presidente porque ser presidente me da placer». Pero en el fondo, todo lo que hacemos tiene que ver con el placer. En la literatura, es donde podemos explorar estas ideas sin las convenciones sociales que nos incomodan. La literatura es el espacio donde podemos descansar de esas limitaciones.

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El capitalismo también es un tema que atraviesa tu novela. Hay una crítica implícita en cómo hablas del placer y el materialismo. ¿Qué rol juega el capitalismo en la narrativa de Nosotros?

El capitalismo es una realidad que no podemos ignorar, y no lo trato con un matiz despectivo. Es una parte esencial de nuestras civilizaciones. Cuando describo un objeto en la novela, a menudo menciono su precio, porque es una manera precisa de describir su valor en nuestra sociedad. No juzgo el capitalismo, solo lo represento. El escritor no es un juez, no es su función decir si algo es bueno o malo. Mi trabajo es hacer una fotografía profunda y expresiva de la realidad que tengo delante, y que el lector saque sus propias conclusiones.

La ambigüedad es un tema central en tu obra. Has mencionado que tus libros son siempre ambiguos y que, en la vida, las personas pueden ser buenas un día y malas al siguiente. ¿Podrías hablarnos más sobre cómo manejas la ambigüedad en Nosotros?

Sí, la ambigüedad es esencial en la literatura y para mí tiene un gran valor porque convoca a otro: la tolerancia. Las personas que entienden que la vida es ambigua tienden a ser más tolerantes. En la novela, esto está muy presente, sobre todo en la estructura. Tres cuartas partes de la novela nos sumergen en la teoría del amor y las relaciones, y luego llega ese momento en el que Marce aparece desde el mundo de los muertos y habla, aunque solo sea por dos páginas. El lector tiene que recomponer eso, porque luego el tema del psiquiátrico entra en juego, y esas voces de Marce deben ser interpretadas. ¿Son producto de la mente de Irene? ¿Son reales? Esa ambigüedad le da profundidad a la historia.

Hablando de Marce, cuando le das voz, lo haces de manera muy intencionada. ¿Cómo juegas con la mezcla de primera y tercera persona en la novela, especialmente cuando hablas de Irene y Marce?

Exacto. La novela está escrita en tercera persona, pero también en primera cuando hablan Irene y Marce. Lo interesante aquí es que la tercera persona no es del todo fiable; está siempre a favor de Irene. Es como si ella misma generara esa tercera persona, que valida todo lo que hace. Es una forma de mostrar cómo Irene controla la narrativa. No tenemos un Sancho que cuestione su locura como en Don Quijote, pero sí tenemos a la tía de Marce, que aparece por poco tiempo, pero es fundamental. Es la única que muestra a Irene tal como es, sin ese filtro. Ella es una mujer complicada, y en ese momento el lector ve su verdadera esencia.

En la novela, el psiquiatra también juega un papel importante, pero incluso él parece estar a favor de Irene. ¿Qué opinas sobre esto?

Sí, el psiquiatra representa la visión de la ciencia, pero él también parece estar a favor de Irene. La única que no cae en su red es la tía de Marce, que es una mujer de la posguerra, trabajadora y luchadora. Ella es la única que ve a Irene con claridad, y lo nota cuando Marce le regala ese reloj carísimo. Esa tía se planta en la relojería para investigar qué tipo de reloj es y, a través de esos detalles, descubre qué tipo de mujer es Irene. A través de ese gesto pequeño, se da cuenta del tipo de relación que su sobrino tenía con Irene.

Has mencionado que el cierre de la novela es tu parte favorita. ¿Qué te gusta tanto de esas últimas frases?

El final de la novela es lo que más me gusta. Cuando la terminé, me enamoré de esas últimas cuatro frases. Son lo que más me enorgullece del libro. Irene cree que se ha suicidado, que se ha cortado las venas en una bañera en un hotel de lujo. Piensa que es algo poético, que la embellece. Pero cuando se levanta, se da cuenta de que las muñecas están intactas. Toda su vida ha sido una mentira. Ese momento es clave porque desvela la gran ilusión en la que ha estado viviendo.

Algunos lectores han mencionado que, hacia el final de la novela, se sienten como si estuvieran viendo una película de suspenso. ¿Sentiste lo mismo al escribirla?

Es interesante que lo menciones, porque sí, tuve esa sensación. A veces, cuando escribes, te preguntas: ¿y ahora cómo acaba esto? En la primera lectura, los lectores pueden no darse cuenta de todos los detalles, pero cuando vuelven atrás, se dan cuenta de que ya estaba todo anunciado desde el principio.

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5 Comments

  1. Los dueños de las empresas llamadas las siete magníficas, tienen muchos hijos y parejas de larga duración. Y Pablo Motos, cuando termina su programa no se va a vivir a un váter, sino a una urbanización con campo de golf.

  2. Xan de Carballo

    Sobre cómo entiende el capitalismo no me voy a molestar en aclararle el concepto, porque es una guerra perdida intentar explicar la diferencia entre capitalismo y consumismo. Pero sobre esto otro que dice, sí: «Las personas que entienden que la vida es ambigua tienden a ser más tolerantes». La tolerancia es «la virtud» de quienes viven regodeándose en su abundancia y comodidad. ¿Tolerancia a qué, a quiénes? Se tolera lo que no te molesta ni causa perjuicio, porque tolerar es la demagogia de la «buena persona» que no tiene que sufrir el mal, perjuicio o actitud que tolera. Además, la tolerancia lleva implícito un desdén; un aire de superioridad: solo puede tolerar el que está por encima y nunca al revés. Y este escribidor te suelta esta frase de psicología Paulocoheliana creyendo que está diciendo algo que trascenderá a la propia humanidad. Mucho se tienen que aburrir los celebérrimos escritores españoles para parir semejantes bobadas.

    • Tanto o más aburrimiento que el que tú muestras con este párrafo que has vomitado sin ningún tipo de sentido.

      • Xan de Carballo

        Ahora es cuando aportas una refutación argumentada, ¿a que sí? ¿O solo te da el cerebro para escupir bobadas?

  3. Benedicta

    Gracias Manuel. Poeta que escribes novelas que me hacen disfrutar. Ánimo con la literatura y con el amor. No se oxidan a los treinta años ni a los cuarenta si son mágicos y han sido cuidados; aumentan las raíces y la carga, pero es lo más cercano al milagro. Los versos y los corazones. Y si no hay ilusión nos la inventaremos, como tú y cómo Irene. Sigue, sigue.

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