Arte y Letras Cómics Entrevistas

Atravesando mundos con el lenguaje de las viñetas: una conversación con Anapurna y María Medem

Anapurna y María Medem para Jot Down

En el marco del Hispacómic, el salón del cómic hispano-portugués celebrado en Sevilla del 14 al 16 de marzo, tuvimos la ocasión de charlar a dos bandas con las autoras María Medem y Ana Sainz, o Anapurna, sobre su trayectoria profesional y sus publicaciones más recientes: Por culpa de una flor de Medem (Blackie Books y Apa Apa Cómics, 2023), y Norbu, de Anapurna (Çà Et Là, 2024).

Anapurna (Palma de Mallorca, 1990) saltó al panorama mediático con Chucrut, publicado en 2015. Cuenta desde entonces con una trayectoria amplia en revistas como Jot Down, y ha colaborado con organismos como el Spain Arts and Culture, de Estados Unidos (Spain in the US, antología de varios autores publicada por Fantagraphics), o el Ayuntamiento de Barcelona (Rebel.lió, 2023). Por su parte, María Medem (Sevilla, 1994) publicó el año pasado Por culpa de una flor, con Apa Apa y Blackie Books, editorial esta última con la que también trabaja como ilustradora. Es autora de las portadas de varias obras de Kurt Vonnegut: Matadero Cinco, Cuna de gato y Desayuno de campeones. Antes de Por culpa de una flor, recibió la atención del mundo del cómic gracias a Cénit, editado con la editorial independiente Apa Apa en 2019.

Hay que comenzar por una pregunta muy habitual, pero inevitable. Ambas recibisteis premios relevantes siendo muy jóvenes: Ana el premio Salamandra-FNAC por Chucrut, y María el Premio a la Autora Revelación del Salón del Cómic de Barcelona por Cénit. ¿Cómo os marcaron estos hitos, como profesionales? ¿Os condicionaron de algún modo a causa de la atención mediática que trajeron consigo? A veces, estos premios terminan por convertirse en un lastre, etiquetando a quienes los reciben como autoras «eternamente jóvenes». 

Anapurna: Bueno, que te den un premio como el Salamandra-FNAC, que en aquel entonces era el premio de iniciativa privada de mayor dotación, te abre muchísimas puertas, obviamente. Recibes una atención mediática, como dices, a la que yo no estaba acostumbrada y que creo que no supe aprovechar muy bien. Más allá de que a veces estos premios no tengan que ver solo con la calidad artística sino con otros factores, es un reconocimiento muy importante para alguien que no haya publicado nunca. En mi caso particular, es cierto que me sometió a un escrutinio que ya está un poco demodé, y es que te pregunten constantemente cómo es esto de ser mujer y hacer cómics. 

María Medem: A mí me hizo mucha ilusión porque no me lo esperaba. Después de hacer unos cuantos fanzines, la editorial Apa Apa contactó conmigo y me dijo que quería que hiciera algo un poco más largo, como unas setenta páginas, y yo me puse con ello. Al final fueron ciento veinte. Pero lo hice con una pretensión… no sabría decirlo. Desde luego, no pensaba que fuera a ganar un premio, y menos aún considerando quienes eran el resto de nominados. No noté ninguna diferencia, sin embargo. Ni entrevistas, ni nada. Me dieron el premio y ya. No sé, quizás algunas preguntas, pero todo muy comedido. A mí me sentó muy bien por la visibilidad, claro, porque le había puesto muchísimo esfuerzo. El premio me dio mucho ánimo para seguir, pero me vino bien que no hubiera demasiadas entrevistas, porque no estaba preparada en ese momento. 

A: Yo creo que no di las mejores respuestas, la verdad. No estaba preparada tampoco. 

M. M.: Es que para eso tienes que estar muy preparada. 

A: No sé si a ti te ha pasado o no, María, pero yo sí que he sentido muchísima presión después. Te dan un premio por una primera obra y… ¿qué pasa con la segunda? Tiene que ser mejor por fuerza, ¡que ya te han dado un premio con la primera!

M. M.: A mí no me pasó, pero podría haberme pasado perfectamente. Cuando me dieron el premio por Cénit ya estaba pensando en el siguiente cómic. No tenía la presión de superarme, porque ya había empezado a pensar en lo próximo. Terminé Cénit y me puse inmediatamente con otra cosa. 

Anapurna y María Medem para Jot Down

Creo que cualquier persona que debuta en algo puede sentirse identificada contigo y con esa presión de las expectativas, Ana. Con la perspectiva de los años, ¿cómo sientes que reaccionaste a ello o que influyera en tu obra posterior? ¿Decidiste hacer algo continuista, o más bien optaste por la ruptura? «Ahora voy a hacer algo totalmente diferente a Chucrut, para que aprendan». 

A: En mi caso, el tiempo entre una obra y otra se dilató bastante. Yo no había hecho un cómic en mi vida cuando saqué Chucrut. Me había dedicado a la ilustración, dibujaba y escribía desde muy pequeña, pero nunca nada así. Chucrut fue el resultado de una vivencia muy concreta, la muerte de mi padre cuando yo tenía veintidós años. Me dije: «¿qué hago con esto que llevo dentro? ¿Cómo cojones lo supero?». E hice un cómic. Me salió por ahí. 

Yo no llevaba conmigo el lenguaje visual del cómic. Siempre estaré agradecida a un profesor que me animó a presentar el cómic al premio. Fue, además, quien me sugirió entintarlo para tener más posibilidades, porque al principio iba a hacerlo solo a lápiz, que es mi medio. 

Cuando lo terminé, me pasó como a María: ya tenía una idea para otra historia. Pero me compliqué mucho la vida: esa presión de tener que hacer algo mejor hizo que apuntara a algo muy ambicioso. En caso de que Norbu acabe publicándose en español, ya que aún no tiene casa aquí, lo podréis ver y juzgar vosotros. 

Es decir, que aunque has publicado y colaborado en muchos otros medios desde entonces, Norbu es la continuación directa de aquella etapa. 

A: Bueno, creo que ha sido mi campo de experimentación y mi espacio para acabar desarrollándome como dibujante, encontrando mi lenguaje. En Norbu hay algunos saltos, porque es una obra que se ha desarrollado a lo largo de muchos años, y es un periodo en el que yo he cambiado, claro. He evolucionado, como cualquier persona. Pero si eres artista eso se ve más, se nota.

Es algo parecido al salto de Cénit a Por culpa de una flor, ¿no? Hablabas antes, María, de que el segundo es casi consecuencia del primero. 

M. M.: En realidad, después de Cénit hice un fanzine. Me puse a hacer muchas cosas pequeñitas. Me gustan los fanzines porque puedo trabajar sin ningún tipo de presión. Nadie te está mirando. Lo hago por gusto y me quedo tranquila. Fue un reset mental.

A: Es una buena manera de limpiarse de todo lo anterior, ¿no?

M. M.: Sí, sí. Y de probar cosas, experimentar… Hasta que no dibujo algo, no sé cómo va a quedar. Por culpa de una flor iba a ser un fanzine con poquitas páginas.

A: ¡Vaya fanzine!

M. M.: Sí, ya ves… yo no hago storyboards, así que pasan estas cosas.

A: Anda, no haces storyboards. Yo los necesito, necesito ver las dos páginas juntas. Aunque no los entiende nadie más, solo yo.

M. M.: Bueno, yo los hago, pero sobre la marcha. De tres en tres páginas. Pero sí, de un día para otro. 

Escuchándoos hablar sobre esto, podríamos decir, si lo trasladamos al ámbito literario, que tú eres una autora «de brújula», María, mientras que tú eres «de mapa», Ana. 

A: Pero siempre escribo antes, eso sí. En el génesis siempre está la escritura. No sé si a ti te pasa, María, pero de lo que escribo al storyboard, y luego al boceto y a los finales… hay como ciento cincuenta cambios. 

M. M.: Yo, como no hago storyboards, paso del texto al final directamente. 

A: ¡Ostras! Yo cambio mil cosas. Incluso cuando ya estoy en el final, vuelvo al texto inicial y me digo: «ah, no, esto hay que cambiarlo, no puede ser».

Otro tema del que quería que habláramos, de nuevo buscando esas conexiones entre ambas, es el de vuestra formación en Bellas Artes. Las dos habéis pasado por la carrera, como tantos otros autores de cómic; y también como tantos otros, parece que no os ofreció lo que esperabais. Me gustaría saber qué habéis trasladado de esta etapa formativa a vuestra identidad actual como autoras. Y una pregunta un poquito más polémica: ¿qué consideráis que podría aportar el cómic al currículum de la carrera si estuviera integrado en él? Hablo desde el desconocimiento, porque no sé si lo está

M. M.: Yo estudié Bellas Artes en Sevilla, y cuando empecé no estaba integrado de ninguna manera. Todo depende de los profesores, claro. A mí me gustaba mucho el cómic, leía mucho, pero nunca se me ocurrió que podía hacerlo hasta que vi fanzines y cosas que hacía la gente de mi edad. Fue en el último año de carrera, eso sí: no tenía Instagram por aquel entonces y no me enteraba de nada. Pero, en fin, no fue porque me lo enseñaran en la facultad. Y en cierto modo eso es lo que me gustó de dedicarme al cómic: no había normas y nadie me había enseñado a hacerlo. 

También pienso que, si hubiera habido un profesor que me enseñara cómo hacer cómics, una forma concreta, tal vez no me hubiera dado por ahí. Yo me dediqué a los cómics porque no tenía en la cabeza lo mismo que cuando pintaba: esta paleta no, este color ahí no, no uses negro… En el cómic sentía que podía hacer lo que quisiera. A lo mejor si me lo hubieran enseñado formalmente no lo habría sentido como una manera de expresión, sino como algo que tenía que encajar dentro de unos parámetros. 

Es muy interesante esto que dices, porque podemos pensar que incluir el cómic en el currículum universitario proporcionaría una liberación de ese marco expresivo estricto… pero, al mismo tiempo, también podría verse como una contradicción con ese entorno académico tan normativo. 

M. M.: Claro, claro. Depende mucho de cómo se enfoca. En lo artístico, para mí, es muy complicado ser un buen profesor. ¿Cómo sabes qué está bien y qué está mal?

A: Coincido al cien por cien contigo, María. Yo estudié en Barcelona, y me pilló el Plan Bolonia por medio. Todas las asignaturas de cómic e ilustración se las cargaron. Pillé una en la que había que hacer un proyecto: quise que fuera un cómic, y a mi tutor le pareció estupendo. Pero lo cierto es que las que queríamos hacer dibujo éramos las «apestadas». No éramos ni artistas ni nada. 

Pero, en fin, la verdad es que lo agradezco. Algo que María y yo tenemos en común es que, aunque nuestros lenguajes son diferentes, se nota que hemos estudiado Bellas Artes cuando lees nuestras obras. Diría que lo que pueden aportar las bellas artes al mundo del cómic concretamente es la manera de conceptualizar. Si yo hubiera estudiado, no sé, en la Escuela Joso, por ejemplo, no narraría como narro. Y no lo digo de forma peyorativa, o tratándolo como algo inferior. Pero siempre digo: bueno, pues soy artista, y he decidido utilizar el cómic como lenguaje. Igual que hago cerámica, o escribo o lo que sea. O como María, que ilustra o pinta. 

Mi triangulación se compone de la escritura y el dibujo. Me gusta pensar en salirme y romper las estructuras del cómic, tal como se entiende de manera tradicional. Que no sé si es tu caso también, María…

En Por culpa de una flor se percibe claramente, pienso. Es curioso como cada persona que la lee, o cada entrevistador que habla con María, advierte una influencia distinta. En mi caso, la que me vino a la cabeza de manera más evidente fue Rothko, claro

M. M.: El cómic es un medio único, pero es imposible no verse influenciado por todo lo que lees o ves. Hay cómics muy autorreferenciales, que miran mucho al medio. Por ejemplo, me viene a la cabeza El buen ciudadano de Andrés Magan, que es un cómic «muy de cómic». Pero otros autores beben de muchas fuentes, y se nota. 

Anapurna y María Medem para Jot Down

Hablemos de los fanzines, que ambas habéis mencionado como una forma de publicar que os ayudó a abrir la mente, más allá del currículum normativo. A mí, personalmente, es un mundillo que me fascina. ¿Qué os ha aportado trabajar de las dos maneras, en el sector de la autoedición y el de la edición más tradicional (aunque sea en editoriales independientes), como artistas? 

M. M.: Para mí ambas cosas van de la mano, en gran parte por la editorial con la que trabajo. Aunque Por culpa de una flor lo haya publicado Blackie Books, es una coedición con Apa Apa, y yo trabajé con ellos todo el tiempo. Son mis amigos, además. Así que no me lo tomé como trabajar con una editorial. No hubo diferencia entre hacer un fanzine y este libro. 

Una vez te pones a ello, te da igual, pero a la hora de pensar y escribir la idea se tienen más cosas en la cabeza cuando es un libro que cuando se trata de un fanzine, claro. 

Has comentado antes que, tras Cénit, el cuerpo te pedía hacer un fanzine, ¿verdad?

M. M.: Sí, porque se me ocurrían historias cortas… pero ahora estoy justo en lo contrario: se me ocurren ideas muy largas. Es un problema, estoy en un momento delicado. Quiero hacer cosas, seguir jugando, encontrar otra manera de narrar. No sé. 

Sigo participando en fanzines. He colaborado hace poco en uno llamado Sopitas, que tiene cómics, recetas, de todo. Sobre sopas, claro. Y también en uno de cocina, de una pequeña imprenta de Barcelona llamada Jumbo. Y en otro llamado Fenómeno, que publicamos una vez al año. Cositas tontorronas pero gustosas. 

¿Y qué nos puedes contar de tu experiencia con los fanzines, Ana?

A: Para mí es algo divertido, un juego para quitarte la presión. Publiqué un par cuando estaba estudiando. Me lo tomo de forma bastante parecida a cuando publico con una editorial: soy bastante kamikaze, así que pienso «bueno, yo hago esto y si alguien lo quiere, bien, y si no ya veremos». Es como con Norbu: lo mismo he tirado siete años de mi vida… o no. 

Es verdad que hay algo distinto y muy bonito en el fanzine, para mí, que es la comunidad. Cuando te autoeditas, tienes que moverte tú físicamente para darles difusión, porque no te los vende nadie. No te los distribuye nadie: lo haces todo tú. Hay un contacto con tus lectoras, un flujo mucho más directo. Se genera tejido y comunidad, y eso es algo que echo un poco de menos, porque soy un poco loba solitaria viviendo en Palma. Ahí no hay mucha cosa. No es como en Barcelona, que hay una escena muy grande, muy abierta y fructífera. 

Ya habéis hablado de esto en cierto modo, pero si alguien que no conoce el mundo del fanzine quisiera acercarse a él, ¿qué le recomendaríais? ¿Algún evento, como el Grafcomic de Barcelona? ¿Algún lugar concreto? 

A: Yo diría que el Grafcomic es el mejor evento dedicado a esto, sí. 

M. M.: Yo empecé en el Graf como voluntaria, porque podías llevar tus obras si lo hacías. Había hecho una tirada de un fanzine para mis amigos, pero vamos, que no sabía ni imprimir ni nada. Otra cosa que no te enseñaban en Bellas Artes: tenía una ignorancia impresionante, no sabía nada de RGB, CMYK… Se aprende mucho haciendo fanzines, toda esa parte práctica, que es evidente cuando la sabes, pero cuando no tienes ni idea… Me costó hacer esos fanzines para el Graf, pero aprendí un montón. Y también lo que dice Ana: ir a estos eventos es muy valioso porque conoces gente. La intención no es ganar dinero, realmente. 

¿Hay algún nombre que quisierais recomendar, algún autor o autora?

M. M.: Pues yo me he pillado algunos fanzines en el Graf que me han gustado mucho. Uno de Mabel Esteban, y el de Paula Guerrero, que está muy bien. Otro de Inechi, que es mexicana. 

A: Yo pillé de Colorama Clubhouse de Berlín, que molan un montón, de una artista que se llama Melek Zertal. Y de Emma Roulette, que hacía uno que molaba mucho con una peña de Madrid: con un desplegable, no exclusivamente de cómic. Un diálogo de distintos lenguajes que estaba muy chulo. 

Si queréis podemos hablar de eso, de la hibridación de medios, ya que pienso que es otro punto de conexión entre vosotras. Por ejemplo, María, tú has hecho animación, ¿verdad?

M. M.: Bueno… en realidad, a mí me encargan las cosas y yo digo que sí. Me encanta. 

A: Yo funciono igual. Y al final lloro muchísimo. 

Has trabajado con animación insertada en un vídeo musical de imagen real, ¿cómo fue esa experiencia?

M. M.: Sí, el vídeo de Perrate. Es mi cantaor favorito, además de buenísima persona. Se lo propusimos y él dijo que sí. Contamos con profesionales de cine que grabaron el videoclip y luego le metimos la animación dentro; una cosa muy loca y muy divertida. 

¿Cómo fue la sensación de que tus dibujos estuvieran ahí, moviéndose «en el mundo real»?

M. M.: Es extraño, pero guay, porque a mí me gusta muchísimo el flamenco, y hacer algo con un cantaor… buf. Es una cosa que me hacía mucha, mucha ilusión, y más con él. 

Y tú, Ana, ¿tienes algún proyecto de este tipo, ecléctico? Leyendo tu biografía, se ve que has trabajado con grabado e introducido técnicas muy diversas en tu obra. 

A: Hago un poco de todo, sí. Hice grabado cuando estuve en Alemania, y tuve la genial y pasajera idea de hacer un cómic de ese modo. Por suerte, nunca pasó de ahí. Mi pasión más reciente, de los últimos cuatro o cinco años, es la cerámica. Hago esculturas y luego hago cómics en cerámica, dentro de los propios elementos decorativos. Lo hago porque me apetece: no sé si tiene alguna salida, pero intento trasladar el lenguaje del cómic a todo. Me encanta pintar paredes, y cuando voy a hacer murales uso recursos, encuadres, viñetas… Y la verdad es que me encantaría aprender a animar. Llevo años pensando en ello, pero es un frente más. 

M. M.: En realidad es como dibujar. 

A: De verdad que es algo que me encantaría. Por el puro placer de hacerlo, eso sí, no porque me interese entrar en la industria de la animación ni nada. Me bastaría con saber hacer gifs

M. M.: Pues con Photoshop se puede. 

A: Sí, ya… Ya hablaremos. 

Anapurna y María Medem para Jot Down

Quiero terminar con algo de lo que ya habéis ido hablando: vuestro presente y cómo se encamina hacia el futuro. ¿Qué más nos podéis comentar, para concluir, de vuestros próximos proyectos? 

M. M.: Estoy escribiendo un cómic. Sé el final, sé el principio, y tengo casi el medio… pero estoy dándole vueltas a una situación que me parece muy manida. Tengo muchas ganas, porque después de terminar Por culpa de una flor estuve como un año viajando, presentándolo… y yo necesito estar en mi casa para poder pensar con tranquilidad. Justo en Navidad, que he estado sin hacer nada, me ha venido una idea y estoy muy contenta. Es muy divertido, eso de buscar soluciones: al final, escribir una historia no es más que buscar una solución a un problema que tú te has inventado. También estoy pintando: estoy preparando una exposición que me han propuesto (y no he sabido decir que no, de nuevo). 

¿Alguna ilustración más para Blackie Books?

M. M.: Sí, para el nuevo libro de Kurt Vonnegut, Galápagos.

A: Me ha parecido muy guay eso que dices de las historias, lo de buscar una solución a un problema que te has inventado. Estoy de acuerdo. Yo siempre tengo claro cómo empiezan y cómo acaban mis historias, pero para nada sé de cómo llegar del punto A al punto C. 

Norbu lo terminé hace nueve meses, más o menos, y no hemos hablado de ello, pero ya os imagináis cómo es de precario tratar de vivir del cómic en este país. He tenido que hacer muchas cosas más y ha sido un proceso muy largo, de siete años. Muy agotador. Cuando lo terminé, pensé: «se acabó mi historia con los cómics. He hecho dos, basta». Pero luego lo recibí, lo abrí, lo olí… y me dije «¡quiero hacer otro!». Así que ya tengo dos ideas. Una es un suicidio, y la otra es un reto, porque intento irme a algo un poco más mainstream sin traicionar lo que realmente me gusta hacer. Es decir, algo un poco menos… íntimo, quizás. No sé bien hacia dónde voy a tirar. 

También estoy escribiendo un ensayo que tiene que ver con mi práctica artística y la cerámica. Habla sobre el barro y la memoria, y la correlación entre lo material y el funcionamiento de nuestros recuerdos. Estoy muy engorilada con esto. 

Anapurna y María Medem para Jot Down

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