Quién no ha tenido un amor imposible al menos una vez en la vida. Aunque solo haya sido una vez y en las circunstancias más ordinarias: la persona equivocada, o el tiempo o el lugar equivocados, o todo junto a la vez. Como si fuera posible equivocarse en el amor, como si se pudiese elegir, «como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en mitad del patio», citando a Cortázar.
En Deseando amar, Chow Mo-wan y Su Li-zhen son dos vecinos que descubren que sus respectivas parejas los engañan. Sus miradas se cruzan; no porque busquen consuelo, sino para confirmar hechos y sentirse comprendidos. Pero acaban enamorándose; se dan cita en la habitación 2046, aunque se comprometen a no ser infieles «como ellos».
Quién no ha fantaseado con un futuro que recree su pasado al menos una vez en la vida. Aunque solo haya sido una vez. En la secuela de Deseando amar, de título 2046, Chow Mo-wan escribe: «En el año 2046, una amplia red de ferrocarriles se extiende por todo el planeta Tierra. De vez en cuando, un tren misterioso parte rumbo a 2046. Todos los pasajeros que se dirigen a ese lugar tienen el mismo objetivo, quieren recuperar la memoria perdida».
Se trata de las primeras líneas de la novela de ciencia ficción que Chow Mo-wan está escribiendo. En esta, un tren viaja a 2046, el lugar donde las personas pueden encontrar sus recuerdos perdidos, y quizá revivirlos. Un tren para escapar de la realidad y buscar las emociones, los recuerdos, el amor, el deseo, lo inalcanzable, el paraíso perdido.
La lección que aprende Chow Mo-wan es que vale más aceptar la felicidad que huir. Si no hubiera dejado pasar ese tren, ahora no tendría que inventar uno para una novela de ciencia ficción. «Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue», se preguntó Borges en un soneto que tituló «Lo perdido». Quién no se ha hecho esa pregunta, al menos una vez en la vida.
Las circunstancias hacen que un hombre y una mujer se conozcan en una estación de tren. En esta película de David Lean, de título Breve encuentro, la mujer es Laura Jesson, un ama de casa, aburridamente casada, que regresa a casa después de pasar el día fuera. Él es Alec Harvey, un médico que va y viene a la ciudad para pasar consulta. En el andén, Alec ayuda a Laura a sacarse una incómoda mota de arena del ojo.
Comienzan a hablar y deciden continuar reuniéndose cada jueves para tomar el té en la sala de espera de la estación mientras esperan sus respectivos trenes de regreso a casa. Pero pronto se dan cuenta de que su relación inocente y casual se está convirtiendo en un amor tan intenso como prohibido. Sienten miedo, angustia, pesar, y Harvey resuelve la situación aceptando un trabajo en otro continente. Ya no habrá tren que lo pueda devolver junto a Laura. Intenta, con la típica urgencia de aquellos que se sienten superados, crear una separación que elimine el fervor irrefrenable del amor.
«¿Cuáles son en el mundo las cosas que merecen fidelidad? Bien pocas», dice la Lara de El doctor Zhivago, novela de Borís Pasternak, llevada al cine también por David Lean. Yuri Zhivago es un médico y poeta que vive en Rusia durante la Revolución y los años posteriores. Casado con Tonya, a quien ama serenamente, su vida se complica cuando conoce a Lara.
El primer encuentro entre Lara y Yuri, durante la Primera Guerra Mundial, augura que las dramáticas circunstancias que determinarán sus vidas no acaban más que empezar. Durante la guerra civil rusa, sus vidas vuelven a cruzarse cuando tienen que abandonar Moscú y huir al frío este. Un viaje que les cambia la vida, alejándolos de sus familias y propiciando su reencuentro. El tren es el cambio y la transición, tanto en el sentido literal de llevar a los personajes de un lugar a otro, como en el simbólico, marcando los cambios en sus vidas.
A pesar de que su relación está marcada por circunstancias difíciles y la tragedia de la guerra, y a pesar de los breves encuentros y los largos periodos de separación —o quizá debido precisamente a eso—, su amor se mantiene en el tiempo y se convierte en un acto de resistencia personal. Pero también es trágico, pues las circunstancias políticas finalmente los separan, dejando a Yuri en un estado de perpetua nostalgia, y a Lara desaparecida en el caos de la Unión Soviética.
David Lean abordó el tema de los amores imposibles en varias de sus películas. El director se casó seis veces, y resulta inevitable pensar que sus películas reflejan ciertos aspectos de su vida privada. Cuando rodó Breve encuentro en 1945 estaba casado con Kay Walsh. Pero pronto se divorció y se casó con Ann Todd; entonces dirigió Amigos apasionados, en 1949, en la que narra una historia de amor y desamor entrelazada con un triángulo amoroso, y Locuras de verano, en 1955, que sigue a una mujer soltera que encuentra el amor en Venecia. El matrimonio más largo del director fue con Leila Matkar; de entonces son Doctor Zhivago (1965) y La hija de Ryan (1970).
Esta última está ambientada en la Irlanda rural de la Primera Guerra Mundial y sigue la vida de Rosy Ryan, una joven que se casa con un hombre mayor que ella. Las complicaciones comienzan cuando Rosy inicia un apasionado pero destructivo romance con un oficial británico. La relación es intensa y está cargada de deseo reprimido, representando no solo la traición personal hacia el marido, sino también hacia su comunidad, que es en gran parte antibritánica.
La vida puede resultar en catástrofe cuando el miedo predomina sobre cualquier otra cosa. Peor que el destino de Rosy Ryan es el de Ana Karénina, una mujer de la alta sociedad rusa que se enamora del joven oficial Vronsky y siente miedo. En este clásico de León Tolstói, adaptado al cine en varias ocasiones, se repiten las preguntas eternas: ¿qué se debe priorizar, la pasión o el deber? ¿Qué papel juega la moralidad en las decisiones individuales? ¿Y la sociedad?
«He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz», escribió Borges en su soneto «El remordimiento», lamentándose de no haber sido valiente. Pero no fue valentía lo que le faltó a Ana, que de ser una mujer respetable, aburridamente casada, se transforma en la protagonista de su propia historia al decidir abandonarlo todo, incluso a su hijo, para vivir con su amante.
A medida que se sumerge en la vorágine de emociones que despierta su relación con Vronsky, Ana va perdiendo la sobriedad que la caracterizaba y se entrega por completo a la intensidad de sus sentimientos hasta el punto de perder la cordura. En un viaje de retorno que más parece una huida, Ana siente miedo y toma la decisión de poner fin a su vida. Es en la misma estación de tren en la que conoció a su amante donde en un acto desesperado Ana sella su destino.
En «Final del juego», un cuento de Julio Cortázar, un grupo de chicas se reúne diariamente en las vías del tren durante la siesta, participando en un juego inventado que mezcla poses y coquetería. Pero detrás de esta aparente diversión se teje un juego mucho más profundo: el juego sentimental, reservado exclusivamente para Leticia y un muchacho que se ha fijado en ella, Ariel. El contenido secreto de la carta que Ariel envía a Leticia es su primer desengaño, su primer amor imposible.
Con el fin del juego, Leticia se decide a crecer. En la última pose, se pone las joyas de su madre y se expone más de la cuenta, consciente de que es el adiós a Ariel, y eligiendo enfrentarse al futuro con valentía, sin permitir que el tren se la lleve por delante. Porque también es de valientes entender la naturaleza humana y su conexión con las distintas circunstancias y opciones que la vida presenta. «Pies, para qué los quiero, si tengo alas para volar».
¡Qué artículo tan bonito y cuánta razón tiene! Se lo dice uno que no pilló el tren en su momento…