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El Transiberiano italiano (y 2)

El Transiberiano italiano 2
DP.

Viene de «El Transiberiano italiano (1)»

Manual para comprender el Transiberiano italiano, uno de los trenes más sugestivos del Belpaese. Un recorrido atravesando los Apeninos centrales. Nieve, sol, ovejas y un enjambre bucólico de ninfas imaginarias conforman la postal.

Disección del pasado

Hay pocas cosas en Italia que funcionen tan bien como el tren. Tras su unificación, y gracias a la Ley Baccarini de 1879, se intentó unir los mares Tirreno y Adriático atravesando los montes Apeninos. Se creó el Castellammare-Nápoles a través del Sulmona-Isernia, que hoy presume de un récord importante: alcanza una cota de 1268 metros de altura respecto al nivel del mar. Además, cuenta con la segunda estación más elevada de Italia (Rivisondoli-Pescocostanzo) solo superada por la del Brennero (Bolzano, 1370 metros). Con una pendiente aceptable y un radio mínimo de las curvas no demasiado bajo para no comprometer la velocidad, el recorrido Sulmona-Isernia cubre casi ciento treinta kilómetros, de los cuales veinticinco están ocupados por galerías, además de contar con puentes y viaductos importantes. 

Inicialmente se realizaba en seis horas, aunque, a partir de 1938, se redujo a tres horas y media. Desde entonces y hasta la década de los sesenta, la línea ferroviaria vivió varias vicisitudes: los soldados alemanes comprendieron rápidamente la estrategia de este recorrido, una unión longitudinal del país que a su vez mantenía la independencia de otras líneas de trenes mucho más importantes. Además, en gran parte del trazado coincidía con la línea Gustav (también conocida línea de invierno), un trazado defensivo realizado por orden y gracia de Adolf Hitler, a quien en cierta manera le persuadía Italia. 

Tras el miracolo económico, y una vez terminada la reconstrucción posbélica, el diésel acorta los tiempos al percorso (menos de tres horas), pero sobre todo se potencia la vocación natural y paisajista del lugar. Además de una cuestión funcional y práctica (trabajo, estudio o correos), la Transiberiana de Italia será también la atracción de esquiadores, cautivados por el brillo refulgente de las montañas en la prodigiosa Maiella. Hoy la Ferrovia dei Parchi, su nombre oficial, es el itinerario turístico italiano con mayor número de viajeros en todo el país. Se recorre con un tren atemporal en sinergia con un ambiente que aún no ha perdido la virginidad. Una lección de geografía vista por la ventana: de las colinas de Conca Peligna, hasta imponentes macizos, pasando por valles, bosques nevados, parques protegidos por la Unesco o altiplanos con una rica biodiversidad. Un viaje histórico, en definitiva, en carrozas de época, en las antípodas del frenesí de la vida en la ciudad. Un gusto para los sentidos. Un estímulo para el corazón y el alma. 

El origen del nombre

La línea ferroviaria Transiberiana es camaleónica. Si en invierno es el tren de la nieve al son de vino caliente y la posibilidad de alquilar le ciaspole (las raquetas adosadas a las botas para caminar por ella), en primavera es la virtud de presenciar cómo se despierta la naturaleza. Por no hablar del verano, cuando comienza la estación outdoor, y surge la opción de visitar centros históricos o caminar por una montaña de clima templado, alejado de la humedad. El otoño es un elenco de colores, sabores y olores. Todas las estaciones juntas, La divina comedia, de Dante

Pese a circular por el centro-sur de Italia, su nombre es célebre a nivel mundial. Y se debe a un artículo publicado en 1980 por el periodista Luciano Zeppegno para la revista Gente Viaggi. Al parecer, tras un viaje de diez días en el tren, le pareció recorrer las duras estepas siberianas de otras altitudes.

Así comenzaba el artículo: «De Umbría en dirección sur, atravesando en línea recta, L’Aquila y Sulmona, para escalar en la Maiella hasta los altiplanos mayores de los Abruzos, y después bajar en Molise hasta Isernia y Campobasso. De allí el Samnio de Benevento y la Lucania…».

Era 1945 cuando el escritor Carlo Levi publicó Cristo si è fermato a Eboli, en el que narraba sus experiencias en este pueblo de la Lucania, donde el mundo se había detenido para siempre. Habla del descubrimiento de una civilización diferente: la de los campesinos del sur, sin espacio en la historia ni en la razón, aún dueños de una antigua sabiduría y un paciente dolor. 

Hay algo del misterio citado que reside en este tren y en todo el paisaje impoluto que subraya su rumbo. Nada más entrar, la fundación Le Rotaie regala al viajero una miniguía inspirada en el histórico libro In treno alla scoperta dell’Abruzzo, del escritor Giuseppe Furno. «Listos para pasar una jornada entre arte, historia y naturaleza incontaminada subidos a nuestro convoy. La locomotora D445.1145 es la más potente de la flota FS. Las carrozas Corbellini —color castaño Isabella— tienen más de un siglo. Las primeras, originariamente de segunda y tercera clase, tienen una capacidad de setenta y ocho u ochenta asientos, divididos en cuatro compartimentos. Por su parte, las segundas cuentan con dos compartimentos solamente. La locomotora, la parte más nueva del tren, recrea un diseño histórico, en colores verde y marrón».

La primera parada de este recorrido evocador Sulmona-Isernia (salida a las nueve de la mañana y regreso a las siete de la tarde) es la estación de Palena, atravesada por el río de la Vera. Allí está la reserva natural del Quarto di Santa Chiara, donde la primavera —cuando se derrite la nieve— se presenta como un lago efímero encantado de grandeza variable, de hadas y duendecillos. De hecho, siempre en función de la estación, puede incluso alcanzar la ferrovía. En ese caso, sus aguas son absorbidas a través de un curso subterráneo que vuelve a la superficie ya en la otra parte de la montaña. En ese pequeño retazo espontáneo se puede resumir la esencia de la Transiberiana de los Abruzos, uno de los trenes más sugestivos de Italia y, por ende, del mundo. 

Es en la debilidad donde Italia esconde su principal potencia: se flagela por sentirse inadaptada, impostora, demasiado niña. Se aferra a sus costumbres para poder sobrevivir… Y, de manera unilateral, llama sacro a todo lo que posee. Precisamente para asegurarse, ahora y siempre, esa posición privilegiada que mantiene en cualquier rincón del mundo. Desde Moscú hasta Roma, pasando por Sulmona e Isernia.

Todo nace y muere allí, entre gélidas aguas, estaciones espartanas y montañas toscas que dibujan el paisaje que uno quiera imaginarse. Es Ovidio y el infinito de Borges, aunque también su Libro de arena, donde no se diferencia el principio del fin. Es todo visto desde todos los ángulos y puntos de vista posibles, y a la vez no es nada más que eso. Es un tren a punto de partir porque no ha hecho nada más que llegar. Es la espera y la ilusión. El vapor y la gasolina. La nostalgia, la melancolía y la canción. Las carrozas y el carbón. Los jabalíes y el amor. Es la efímera fraternidad en una locomotora que ya no quiere escapar. 

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