Ciencias

El libro perdido del arte levantino (y 2)

arte levantino 2
Pintura rupestre de cova Remigia, arte levantino. (DP)

Viene de «El libro perdido del arte levantino (1)»

Del alma las virtudes, del corazón las pasiones

Es principios de 1917, la guerra europea se encuentra en su momento más álgido, acaba de finalizar la batalla de Verdún y Alemania lanza su ofensiva submarina total. Todo eso queda muy lejos de Tiritg, un pueblecito, apenas una aldea, del agreste interior de la provincia de Castellón.

Allí, Alberto Roda acaba de descubrir la espectacular cova dels Cavalls, en la rambla de la Valltorta. Por distintos conductos, la noticia llega a la par a la CIPP y al IEC, que no tardan nada en despachar sendas comisiones informativas. El 24 de marzo, mientras Obermaier y su grupo hacen una revisión preliminar de la cova dels Cavalls, se presenta Bosch Gimpera al frente del equipo del IEC. Obermaier los recibe con serenidad y cortesía. Ha llegado primero y se siente, y lo demuestra, como el dueño de la casa atendiendo a las visitas.

Bosch Gimpera acepta la situación con cordialidad. En parte porque se sabe en deuda con Obermaier. ¿Cómo es eso?

Tras doctorarse primero en Derecho y luego en Filosofía, Pere Bosch Gimpera marcha a Alemania para estudiar Arqueología. Allí escribe su tercera tesis doctoral. El inicio de la Gran Guerra provoca su regreso de urgencia a España con todos sus planes de futuro desmontados. Aquí, algo desnortado, hace un intento de recalar en la CIPP. Al poco de integrarse en la comisión tiene un agrio enfrentamiento con Cabré a cuenta de los permisos de excavación de varios yacimientos íberos de Aragón, próximos al límite con Cataluña. La situación se tensa de forma extraordinaria y Hernández-Pacheco debe hacer uso de toda su autoridad para ponerle fin. En este choque de trenes, Obermaier apoya sin reservas a Bosch Gimpera. A causa, casi seguro, de que es la única persona con la que puede hablar en alemán, además de con su ayudante, Wernert. También comparten el espíritu y los métodos de la formación alemana en Arqueología, muy avanzada respecto al resto de Europa, no digamos a España. En el libro que Obermaier publicará tras el estudio de las pinturas de la Valltorta, hará, sin venir apenas a cuento, severas advertencias a los lectores sobre la incompetencia de Cabré como arqueólogo.

Tras la galerna, el ambiente en la CIPP se enrarece extraordinariamente y tanto Cabré como Bosch Gimpera la abandonan. Este, con los permisos de excavación en el bolsillo, es recibido con los brazos abiertos en el IEC. A Cabré, el marqués de Cerralbo le busca acomodo en otro de los institutos de investigación adscritos a la JAE: el Centro de Estudios Históricos. Allí, Cabré se labrará una sólida reputación como experto en el mundo íbero.

Además de la complicidad entre Obermaier y Bosch Gimpera juega a favor de la concordia la extraordinaria riqueza del yacimiento. Entre el descubrimiento inicial de enero y la visita de las comisiones en marzo, se han hallado otros cuatro abrigos pintados. Cada uno de ellos tiene más pinturas de arte levantino que todo lo encontrado desde la visita de Breuil a Calapatá y Cogul, nueve años antes. Acuerdan pues, repartirse el territorio entre la CIPP y el IEC.

Pero serán tres, no dos, los que estudien el barranco de la Valltorta. Resulta que Alberto Roda, el vecino de Tiritg descubridor de las pinturas, es un fervoroso militante del Partido Carlista, al que no le hace gracia que sean un alemán y unos catalanes los que estudien el pasado de su terruño. No se le ocurre mejor idea que ponerse en contacto con el jefe de su partido, que en esas fechas no es otro que el marqués de Cerralbo, y le ofrece a él personalmente dos abrigos más que ha descubierto y de los que no ha informado ni a Obermaier ni a Bosch Gimpera. Cerralbo no deja pasar la ocasión. Le consigue a Cabré «vacaciones» en el CEH y lo subvenciona de su amplio bolsillo para que vaya a la Valltorta. En la carta en la que le hace el encargo le dice: «… las publicamos tu y yo [las dos cuevas que Alberto Roda le ha reservado], y respecto a las demás [al resto de las cuevas de la Valltorta] ya hablaré contigo y con Pacheco…».

arte levantino

Todo lo que Cabré sabe de arte rupestre y de cómo estudiarlo lo ha aprendido de Breuil. Los dos son dibujantes de gran talento, el de Cabré, además, perfeccionado por su formación académica. El método de trabajo de Breuil consiste en copiar las pinturas a mano alzada, muy deprisa, y luego, en el estudio, realiza los dibujos definitivos ayudándose de los bocetos, las notas escritas y su memoria. Cabré, por supuesto, hace lo mismo.

Obermaier trabaja de forma muy diferente. Él no es dibujante, por lo que siempre incorpora a su equipo uno de gran talento. En este caso, Francisco Benítez Mellado. Antes de copiar un panel de figuras lo estudia con detenimiento, lupa en ristre. Toma abundantes medidas y lo discute con Benítez y los otros miembros del equipo. Si es preciso se hace un primer bosquejo sobre papel milimetrado para analizar las proporciones. Cuando el dibujante, por fin, inicia su trabajo, lo hace bajo la mirada atenta de Obermaier y siguiendo sus minuciosas indicaciones. Este compara cada trazo con el original de la roca. Si no está satisfecho, se descarta y se comienza de nuevo. Así, cuando se da un panel por copiado, el dibujo obtenido es el definitivo.

Cabré pasa como una exhalación por la Valltorta. En menos de una semana copia todos los abrigos, los dos «secretos» y también el resto, tanto los reservados a la CIPP como los del territorio del IEC. Lo hace con tanta discreción que en ningún momento se encuentra con persona alguna de las dos comisiones. Es como el paso de un fantasma.

Por desgracia, de tanto esfuerzo, solo el trabajo de la CIPP dará fruto. En 1919 se publica un magnífico libro con los cinco abrigos estudiados por Obermaier y Wernert y minuciosamente copiados por Benítez Mellado. Por diferentes circunstancias, ni las copias del IEC ni las de Cabré se publicarán y acabarán devoradas por el monstruo del olvido.

Para Cabré, la Valltorta supone su despedida de facto del arte levantino. A partir de ahora vuelca todas sus energías en el mundo íbero. Para Obermaier supone su consolidación en la CIPP, de la que el marqués de Cerralbo se distancia a consecuencia de su actividad política. Sus obligaciones como presidente recaen sobre Hernández-Pacheco, a quién absorben la mayor parte de su tiempo. Eso, más la salida de Cabré y el ingreso fallido de Bosch Gimpera hacen que, en la práctica, Obermaier sea el único arqueólogo en activo. Sus miras, sin embargo, están más allá de la comisión. El año anterior al estudio de la Valltorta, se publica su obra primordial: El hombre fósil, que le proporciona una gran notoriedad en los círculos intelectuales de Madrid. Con ese impulso comienza una campaña metódica para hacerse con una cátedra en la Universidad Central, la que ya ocupa cuando llega la nota de Porcar dando cuenta de los descubrimientos en el barranco de la Gasulla.

Los diecisiete años transcurridos desde los trabajos de la Valltorta han sido fructíferos para Obermaier. Las sucesivas revisiones y reediciones de El hombre fósil le han dado notoriedad a nivel europeo. Gracias a eso se convierte en la estrella de la magna exposición que la Asociación Española de Amigos del Arte (una entidad benemérita en la que milita lo más granado de la aristocracia y la alta burguesía) organiza en 1921 en la Biblioteca Nacional: Arte Prehistórico Español. Los auténticos impulsores son el marqués de Cerralbo y, sobre todo, Hernández-Pacheco. Sin embargo es Obermaier quién aparece junto al rey Alfonso XIII en la ceremonia de inauguración, el protagonista indiscutible del ciclo de conferencias paralelo y quién acapara más espacio en el abundante seguimiento que la prensa madrileña hace de la exposición. 

Es el último paso del largo y arduo camino para obtener la ansiada cátedra. Al año siguiente, gracias a la presión directa del duque de Alba, la Facultad de Filosofía y Letras reconvierte la cátedra de la recientemente fallecida, Emilia Pardo Bazán, en Historia Primitiva del Hombre, a la medida de Obermaier.

Es probable que esos años, hasta 1936, sean los mejores de la estancia de Obermaier en España y quizás los más felices de su vida. Goza de holgura económica y notable prestigio. Se codea con lo mejor de la sociedad española, es un referente de la excelencia de la universidad madrileña. Muchos de sus estudiantes serán los cabecillas de la investigación prehistórica de su generación. Hay dos en particular que destacarán sobremanera: Martín Almagro Basch y Julio Martínez Santa-Olalla. Ese Santa-Olalla.

Sin embargo, a pesar de tantos oropeles, no cuesta mucho creer que la nota de Porcar le hace rememorar los vibrantes días de abril de 1917, viviendo casi al aire libre bajo el azul cielo castellonense. Tiene cincuenta y siete años. Es su última oportunidad de sentirse de nuevo joven y alocado. También es la ocasión perfecta para reencontrarse con su gran amigo, Breuil. Tras la Gran Guerra el abate centra su atención en el arte paleolítico francés y en la prehistoria africana, y se espacian sus visitas a España. Si lo tienta con un descubrimiento fabuloso, puede que lo haga volver. Todo esto probablemente explica la prontitud y el entusiasmo con el que responde a Porcar.

El desinterés de Breuil por España puede tener que ver también con el desastre en el que han acabado sus relaciones con Cabré y con Hernández-Pacheco. Un par de años antes del descubrimiento de la Valltorta, Cabré publica El arte rupestre en España, una obra de referencia para la arqueología española. Breuil, posiblemente herido en su orgullo al ver a su pupilo subírsele a las barbas, escribe una larga e hiriente crítica, en español y en francés, que, además de inmerecida, roza el insulto. La relación de ambos ya estaba tocada desde que Cabré se integró en la CIPP y trató de crear para esta una red de prospectores que competía con la de Breuil y el IPH. A partir de ahora la relación será de pura cortesía, una suerte de paz armada.

La auténtica ruptura llega después de la exposición de 1921. Unos años antes se había descubierto en el sur de Valencia un abrigo de arte levantino excepcional: la cueva de la Araña. De su estudio se encarga personalmente Hernández-Pacheco, con Benítez Mellado como dibujante, durante el verano de 1920. Aplica un método de trabajo similar al de Obermaier en la Valltorta. Hernández-Pacheco retrasa la publicación de la Araña para no interferir con la exposición de Madrid, porque sabe que cuando salga a la luz, la ira de Breuil se desatará como un castigo divino, tal cual ocurrió.

En la segunda parte del libro, Hernández-Pacheco explica su teoría cronológica del arte levantino, opuesta a la del abate. Para él, este arte es post-Paleolítico. Nace en los milenos de transición hacia el Neolítico y perdura hasta la Edad del Cobre. 

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Para sostener esta opinión debe desmontar la tesis de Breuil de que hay animales cuaternarios extintos entre las representaciones del arte levantino. Minuciosamente, figura por figura, rebate todas las identificaciones del abate. El bisonte de Cogul es un toro, no un bisonte. El alce de la cueva del Queso (Alpera, Albacete) es un cuadrúpedo de especie indeterminada, lo mismo que la gamuza de Tortosillas (Ayora, Valencia). En el Abrigo Grande de Minateda (Hellín, Albacete), Breuil ve dos rinocerontes, un antílope saiga, un reno y un león de las cavernas. En las precisas y detalladas copias de Benítez Mellado no se aprecia ninguno de esos animales. 

La cólera del abate no repara en la exquisita cortesía que Hernández-Pacheco muestra en el texto y afirma que lo acusa de mentiroso y falsario. ¡Nada más lejos de la realidad! La ofuscación del abate será permanente. Casi cuarenta años más tarde, ya muy cerca de su muerte, escribirá lleno de rabia que Hernández-Pacheco lo tildó de mentiroso.

En el tiempo transcurrido hasta la aparición de las pinturas de la Gasulla, la tesis de Hernández-Pacheco gana adeptos, hasta ser Obermaier de los pocos que defienden la cronología de Breuil. Hay motivos para pensar que lo hace más por la íntima amistad que le une al abate que por auténtico convencimiento. Esa amistad de la que quiere disfrutar una vez más. Sabe que el descubrimiento de Porcar le brinda una ocasión difícilmente repetible.

Tiempo de sangre y fuego

El entusiasmo de Obermaier desborda en la nutrida correspondencia que mantiene con Porcar durante el invierno de 1934-35. Sin duda consiguió transmitir a Breuil la excepcionalidad de lo que había visto en la visita de reconocimiento de octubre. En una de las cartas de finales de diciembre le comunica que el abate se unirá al equipo investigador. Este se completa con el fotógrafo Eduardo Codina y el antropólogo Julio Caro Baroja.

A principios de agosto se reúnen en el barranco de la Gasulla, con la ausencia por enfermedad de Caro Baroja. A pesar de tener una buena venta a una media hora de camino, Obermaier quiere vivir al aire libre, en el mismo abrigo. El masovero, Modesto Fabregat, dueño de las tierras en las que se encuentra la cueva, junto con su mujer, Pepa, se ponen a disposición de los investigadores para facilitarles la estancia. Se montan andamios para facilitar el trabajo en el inclinado suelo de la cueva y se proveen de mantas y colchones. Una fuente próxima les surte de agua. Entre las provisiones no faltan el coñac y el chocolate.

El lugar principal del barranco de la Gasulla consta de dos abrigos muy próximos: cueva Remigia y el cingle de la Gasulla. Están situados en la mitad del cortado de roca que culmina la ladera derecha del barranco. Para ir de uno a otro se desciende al fondo de la cañada, se camina entre pinos un corto trecho y se asciende de nuevo a la pared. Los visitantes del siglo XXI han sido privados de este placentero paseo por una innecesaria y agresiva pasarela metálica que salva el tramo de pared lisa entre cova Remigia y el cingle de la Gasulla.

Obermaier le deja a su amigo elegir su propio espacio de trabajo. Breuil decide encargase, él solo, del cingle de la Gasulla, el resto del equipo se dedicará a cova Remigia. Ya se ha visto cuán diferentes son los métodos de trabajo de uno y otro. 

En un artículo perdido de 1965, hallado y publicado en 2010, Porcar rememora con tintes edénicos estos días de intenso trabajo y convivencia. La extraordinaria sabiduría de Obermaier y Breuil y su manifiesta complicidad, le sobrecogen. Llega a decir que «llevaban sobre sus hombros toda la arqueología del mundo».

Por desgracia, esta Arcadia feliz solo dura hasta que Breuil enferma de disentería y se retira a Castellón, a casa de Porcar. Una vez recuperado emprende el camino de regreso a Francia. Nunca volverá a la Gasulla.

Con la pérdida del abate, pronto se revela que el trabajo que resta es inabarcable. Obermaier y Porcar terminan de copiar cova Remigia y se trasladan al cingle, donde no tardan en admitir que, sin Breuil, será necesaria una segunda campaña. Se conjuran para ella al verano siguiente.

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Entretanto, tienen entre sus manos todos los dibujos y fotografías de cova Remigia, un material invalorable de uno de las mejores sitios de arte levantino conocidos. Ponen todo su empeño en preparar el libro para publicarlo cuanto antes. Obermaier se ocupa de los textos y Porcar de la parte gráfica. Además redacta un interesantisimo capítulo de un tema inédito hasta la fecha: el arte levantino visto por un pintor, no por un prehistoriador. Porcar habla con respeto de sus colegas prehistóricos y explica con tino y conocimiento sus técnicas y propósitos. Breuil aporta un breve capítulo dedicado a insistir en la cronología paleolítica del arte levantino. Reitera la existencia de fauna cuaternaria extinta, apoyándose ahora en los recientes descubrimientos de Lluis Pericot en la cova del Parpalló (Gandía, Valencia). Por desgracia para él, con el devenir del tiempo, la inmensa colección de plaquetas grabadas que Pericot sacó del Parpalló, ¡casi 5000!, todas paleolíticas, acabaron siendo uno de los más fuertes clavos en el ataúd de la teoría cronológica del abate. Ni una sola tenía el más mínimo rasgo que permitiera conectarla con el arte levantino. 

La correspondencia entre Porcar y Obermaier durante la primavera de 1936, a cuenta del libro de cova Remigia, es muy intensa. Se refleja en ella la minuciosidad, la atención a los detalles y la exigencia de Obermaier. En mayo dan el trabajo por terminado y Obermaier se encarga de los tratos con la imprenta. Los tres pagan la edición de su bolsillo, a excepción de veinticinco ejemplares que sufraga el ministerio. Según Obermaier, los libros estarán disponibles a finales de junio o principios de julio.

Liberados de esa obligación, inician todos los trámites necesarios para llevar a cabo la segunda campaña, con el cingle de la Gasulla como objetivo. Pero Obermaier nunca volverá a dormir bajo la noche estrellada del cielo castellonense. Diez años después de esa truncada segunda campaña, Porcar recibe estas letras de Breuil:

Mi querido amigo: Por saber todo el cariño que existe entre usted y nuestro gran amigo Hugo Obermaier, creo conveniente escribirle estos renglones para darle a conocer que ha fallecido el día 12 de noviembre, luego de una larga enfermedad. Desde que dejó España ha visto su salud empeorar poco a poco durante la guerra.

En mayo de 1936, con todo ya organizado para ir a la Gasulla, Obermaier cambia de idea. Comunica a Porcar que ha decidido realizar algunos trabajos en Francia y Alemania, sin más concreción. Le pide que él y Codina se encarguen de copiar el cingle de la Gasulla. Él irá a Castellón en octubre, para contrastar en el propio abrigo el trabajo realizado. A primera vista parece una decisión sorprendente, vista la obsesión de Obermaier por guiar cada trazo del dibujante a pie de panel. Aunque puede que no lo sea tanto si pensamos en los buenos amigos y protectores que tiene en las altas esferas, como el duque de Alba o el conde de la Vega del Sella. ¿Le aconsejan que se ausente de España ese verano de 1936? Breuil advierte de que no acudirá «por la situación política». Obviamente sabe que Obermaier no estará en Castellón.

El golpe de Estado militar del 18 de julio de 1936 sorprende a Obermaier en Oslo, en un congreso de arqueología. Evita regresar a España y comienza un largo deambular por Europa. Falto de recursos, acaba por recalar en Friburgo (Suiza), en cuya universidad imparte unas pocas horas semanales de clases de Arqueología. 

Finalizada la guerra, desde España hay insistencia por parte de altas instancias para que regrese y preste el juramento de lealtad al nuevo régimen. Le prometen que recuperará su cátedra en la universidad madrileña. Por contra, Santa-Olalla, su antiguo alumno, conspira y amenaza para hacerse con ella. Proclama su derecho hereditario a ocupar el puesto de su maestro. 

A pesar de que todo el entorno de Obermaier está del lado de los nuevos gobernantes, y sin duda sus simpatías también, se resiste a prestar ese juramento. Se excusa en su estado de salud para retrasarlo. Es cierto que padece de arteriosclerosis y que la enfermedad se ha agravado desde que salió de España. Esa es la enfermedad del cuerpo, la del alma es aún más grave. Ver los dos países de su vida, España y Alemania, devorados por el militarismo y la tiranía, le produce una tristeza irreprimible. Sus últimos meses en Friburgo son lastimosos. Completamente incapacitado, subsiste gracias el magro sueldo que le paga la universidad, a pesar de no poder impartir sus clases. 

Santa-Olalla logra su objetivo y ocupa, nunca mejor dicho, la cátedra de Historia Primitiva del Hombre. Es una rendición de las autoridades universitarias, un nombramiento oficioso e irregular. A instancias suyas se crea la CGEA, la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas. Como los organismos alemanes en los que se inspira, la oficina Rosenberg del partido nazi y el servicio Ahnenerbe de las SS, la CGEA tiene la voluntad de controlar toda la actividad arqueológica nacional, para imprimirle un sesgo ideológico.

Santa-Olalla persigue el libro de cova Remigia como los nazis persiguen el Santo Grial. Lo considera parte de la herencia de Obermaier, esa herencia que él debe poner al servicio del glorioso Movimiento Nacional o, si ello no es posible, hacer desaparecer.

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El libro hallado

Porcar obedece las instrucciones de Obermaier. Cobra la subvención de la segunda campaña y se persona en el ayuntamiento de Ares del Maestrat para levantar acta del inicio de los trabajos. La rebelión militar del 18 de julio obliga a suspenderlos a primeros de agosto. Porcar deposita todo el dinero recibido en la delegación de Hacienda de Castellón y se recluye con su familia en el Hort de Victorino. Hijo de agricultores pobres, no ha olvidado cómo se trabaja la tierra. Reconvierte el jardín en huerto, cría conejos y gallinas. Consigue que su familia no pase hambre en los años de la guerra. 

Al decir de alguien que le conoce bien, bajo las lechugas y los tomates están enterrados sus dibujos de cova Remigia y las fotografías de Codina. No ha recibido el libro, que debía salir de imprenta a principios de julio, así que lo da por perdido. Tiene noticia de la violencia que se desata en la Ciudad Universitaria de Madrid, de la dureza de la batalla que allí se libra. En la facultad de Filosofía y Letras se ha luchado en los pasillos, en las aulas y en los despachos. Pocas esperanzas le quedan de que se salve algo de las pertenencias de Obermaier. Los únicos restos del naufragio en el que han acabado los días felices de la Gasulla los tiene él. No sorprende que trate de ponerlos a buen recaudo. Luego, la supervivencia se convierte en toda su preocupación.

Hasta que una mañana del verano de 1938 se presenta Julio Martínez Santa-Olalla con su requerimiento.

En realidad la visita de Santa-Olalla ha tenido un precedente singular. Ese invierno, antes de que en abril las tropas franquistas alcancen Vinaroz y partan en dos el territorio republicano, Porcar recibe una carta de Barcelona. Bosch Gimpera se interesa por obtener algunos ejemplares del libro de cova Remigia. Un interés sorprendente en medio del fragor de la guerra. Más aún en alguien que compatibiliza los puestos de rector de la Universidad Autónoma de Barcelona y de conseller de Justicia de la Generalitat de Catalunya. Según la carta recibida, Bosch Gimpera ha enviado ex profeso una persona a Madrid para intentar conseguir esos libros, cosa que no ha logrado. Ahora, desde el bando contrario, es otro personaje igualmente poderoso el que persigue el mismo objetivo, sin duda desatendiendo obligaciones que podrían parecer más acuciantes.

En marzo del año siguiente las tropas golpistas entran en Madrid y poco después el general Franco anuncia el fin de la guerra. Inmediatamente se crea la CGEA, al mando de Santa-Olalla, una de cuyas primeras actuaciones es requerir a Porcar, de forma cada vez más apremiante, la entrega de todos los materiales del barranco de la Gasulla que obren en su poder.

Todo ello hace que la curiosidad de Porcar por conocer el destino del libro de cova Remigia aumente día a día. Por fin, en diciembre se traslada a Madrid. O encuentra el libro o certifica su pérdida irremediable. 

Sabe que Obermaier había encargado la edición a la imprenta Tipografía de Archivos, sita en la calle Olozaga. Los talleres están en ruinas a causa de los bombardeos. A base de gratificaciones consigue dar con uno de los obreros de la imprenta, que accede a guiarlo por los restos del edificio. Allí, en uno de los almacenes, localizan un gran paquete con las señas de Porcar en la etiqueta de envío. Impaciente, trata de abrirlo pero el obrero le pide que aguarde y no hable del hallazgo. El nuevo gobierno ha implantado una férrea vigilancia vecinal. Hay jefes de distrito, de barrio y de finca, falangistas todos, encargados de que no se mueva una hoja sin que se sepa. Si salen de las ruinas con un paquete tan voluminoso pueden verse en problemas. Le asegura que él se lo llevará esa noche al hotel. Porcar refuerza su compromiso con la promesa de una buena gratificación. 

A altas horas de la noche unos toques en la puerta de su hotel rompen al fin la tensa espera. Ahí mismo, bajo el dintel, abre el paquete. Contiene cuarenta ejemplares del libro: La pinturas prehistóricas de la Cueva Remigia (Castellón).

Di dos vueltas a la llave y contemplándolos estuve dialogándome hasta altas horas de la madrugada. Mi cerebro ardía entre misterios y fantasmas. ¿Cómo una edición de tanta importancia, nada saben en la Academia de la Historia? ¿Cómo viniendo a mi nombre tengo que guardarla en secreto?

(Juan Bautista Porcar, 1965)

Al día siguiente, Porcar reparte algunos libros por diferentes organismos y se reserva unos pocos para él y para enviar a Breuil y Obermaier. La CGEA no tardará en requerirle que los entregue. El autor ha podido consultar uno de ellos, posiblemente de los que Obermaier recibió en Friburgo, gracias a la generosidad del doctor Ximo Martorell Briz.

En 1952, Hans-Georg Bandi, prehistoriador suizo formado en Friburgo con Hugo Obermaier, escribió: «El arte rupestre levantino es el legado más vivo que el hombre prehistórico ha transmitido a las sociedades modernas».


Para ver arte levantino

Museo de la Valltorta, Tiritg, Castellón. 

Parque cultural del río Vero, Colungo, Huesca.

Parque cultural del río Martín, Ariño, Teruel.

Ecomuseo de Bicorp, Valencia.

Centro de Interpretación del arte rupestre de la Roca de los Moros de Cogul, Lleida.

Centro de interpretación del arte rupestre «Casa de Cristo», Moratalla, Murcia.

Parque Arqueológico Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete.

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