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Viajar ya no te hace mejor persona

Viajar ya no te hace mejor persona
Una pintada contra los turistas en Barcelona, 2023. Fotografía: Albert Llop / Getty.

Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down  nº 47 «Locomotive»

Una de las cosas más divertidas de la búsqueda contemporánea de la felicidad —sea lo que sea eso— es cómo nos dejamos engañar selectivamente. No conseguimos arreglar el sonido chirriante de la puerta del dormitorio porque los días pasan y las obligaciones de otro orden se imponen, pero creemos que encontraremos el bienestar y a nosotros mismos —signifique lo que signifique eso— si cruzamos umbrales para viajar a otra parte, especialmente los del control de seguridad de una estación o un aeropuerto; recibimos mensajes masivos que exclaman «¡Escápate de las multitudes!» y nos incitan a visitar una «playa secreta» o a disfrutar «el paraíso solo para ti», y tenemos una sorprendente fe ciega en que, siempre que reservemos los pasajes que nos venden, seremos los primeros —es más, ¡los únicos!— visitantes de ese lugar, y que además merecerá la pena. En fin, es normal pensar que la vida está en otra parte, pero entretanto tenemos que ir viendo qué hacemos con la de aquí. Claro que es difícil sustraerse al potente entramado que se ocupa de despertar y organizar nuestros deseos en un ocio tan asociado al viaje, es difícil imaginar que tendremos unos días libres y no nos iremos a ninguna parte, como si entonces fuesen menos libres o como si en el lugar que habitamos y sus alrededores nada nos invitase a pensar en el solaz.

Además, en estos territorios nuestros últimamente se intenta superar la estacionalidad de las visitas, se intenta evitar que estas queden restringidas a los meses de verano, y para lograrlo los recursos son variados: desde promover ferias de distintas temáticas que puedan atraer al potencial viajero —ya se nos está pegando la jerga— hasta redoblar el reclamo. En esta línea, el bombardeo de mensajes remitidos por cadenas hoteleras y empresas de transporte de pasajeros es uno de los brazos mejor armados de la propaganda turística, y durante el último invierno a muchísimas personas nos llegó a la bandeja de entrada del correo electrónico un mensaje de asunto llamativo: «Viajar te hace mejor». Hasta ahora hemos recibido todo tipo de señuelos, pero este es magnífico. ¿Quién no quiere ser mejor persona? Por suerte, según esto, no parece tan difícil: a pesar del precio cada vez más inasequible, todo son facilidades para viajar y, además de edificante, puede ser muy entretenido.

Por si no fuera suficiente, la idea que relaciona el movimiento con el perfeccionamiento moral tiene su tradición, ya lo decían aquellas míticas palabras de Cervantes: «El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho». Mark Twain le dio otra forma a un pensamiento parecido: «Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente». Y Miguel de Unamuno lo perfiló un poco más: «El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando». Incluso Enrique Jardiel Poncela jugó fuerte esa baza: «Viajar es imprescindible, y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia». Si tomamos en cuenta estos muy heterogéneos argumentos de autoridad —y a juzgar por la omnipresente y genérica pregunta «¿Te gusta viajar?», que siempre recibe una respuesta afirmativa—, tenemos buenas noticias: somos y estamos rodeados por seres inteligentes y buenos. Y aquí se acabaría este texto, que no tendría nada más que decir, y de lo que no se sabe es mejor callar. Pero cabe otra posibilidad: que precisamente aquí empiecen los problemas.

* * *

Durante mucho tiempo creímos que como en casa no se está en ningún sitio, pero ya no tanta gente parece sentir esto y el entusiasmo se proyecta en otras geografías. ¿Qué y por qué nos mueve a ese desplazamiento variado —porque ya nada de ir todos los veranos al mismo sitio, relativamente cercano al nuestro, y en condiciones modestas— mucho más habitualmente que en épocas anteriores? La accesibilidad en todos los sentidos y una cultura democratizada del viaje, desde luego. Pero ni es casual ni la esperada conquista de la equidad. A ello ayuda que los lugares se vendan como productos creados por especialistas de la mercantilización de los territorios que compiten entre sí por llamar nuestra atención y recibir más visitas, lo que ya debería parecernos bastante problemático. En cualquier caso, en el tiempo libre se viaja por muchas razones. Para curarnos de los males citados al principio, pero también, y por qué no, para suspender la rutina y cambiar de aires, por curiosidad, para conocer otras formas de vida, por diversión, por envidia —sana, se supone— de quienes ya han estado en esos sitios y nos los han mostrado en la pantalla. También, según parece, por razones más imprecisas, contradictorias y muy repetidas, como descansar, «vivir experiencias», «encontrar autenticidad», «conocerse a uno mismo» o estar en contacto con la naturaleza («The grass is always greener on the other side», como bien observa el refrán anglosajón). Esos y otros motivos han movilizado siempre la imaginación y las maletas de muchas personas cuando tenían la suerte de poder hacerlo.

Pero si algo se puede asegurar hoy es que se viaja por placer (porque, por supuesto, no nos estamos refiriendo aquí a otro tipo de desplazamientos), sobre todo, mucho. Seguramente demasiado. Más de lo que nos podemos permitir económica, ecológica y —atrevámonos a decirlo— moralmente. Esta es una palabra muy gastada, sí, pero sigue significando sin pretensión aleccionadora, porque solo de esta forma podemos poner el foco en cómo hemos asumido que haya una tasa «aceptable» de personas perjudicadas por el modelo turístico actual —en el acceso a la vivienda, por ejemplo— basándonos en un perverso cálculo utilitarista, es decir, justificando ese perjuicio en que otras personas se benefician. Los deseos —absolutamente legítimos— de descanso, aventura y autenticidad a través del viaje de placer (lo que también empieza a parecer una falta de imaginación) se reivindican ahora como derechos, al mismo tiempo que aceptamos como un mal inevitable que en nuestros lugares de residencia las condiciones de habitabilidad sean más vampíricas como consecuencia de ese modelo. Y ahí está la clave: sin apenas pensarlo, creemos que es más importante el bienestar individual a corto plazo y no el colectivo a corto, medio y largo. Como si no formásemos parte de un todo. Como si los veinte días de vacaciones compensasen realmente el resto del tiempo.

Si es cierto que en los últimos años el crecimiento de la industria turística ha cuadruplicado al de la economía mundial, no lo es menos que este auge trae consigo una serie de daños colaterales que empiezan a ser inasumibles tanto para el entorno como para quienes habitan los lugares de destino. En un momento de emergencia medioambiental y de deseo de cambio en lo social se impone la necesidad de repensar las trampas de una de las industrias más blanqueadas de nuestro tiempo.

* * *

«¡Viajar! ¡Perder países!», escribía Fernando Pessoa en un poema cuyos versos, excepto este primero, seguro que se han tatuado muchos turistas o viajeros —lo mismo da y son prácticamente indistinguibles a estas alturas de la historia—. Las exclamaciones de este verso nos dejan magnéticamente desorientados. ¿Acaso no viaja uno para ganar países en su haber? ¿Cuántos más le debe el mundo? «Claro que me gusta viajar, hasta ahora he visitado dieciséis países», responde un treintañero en un programa de citas en la televisión. «Con el viaje de este verano serán ya diez los países que conozco», planea una compañera de trabajo. El territorio, ahora concebido por algunos como una cantera a explotar —y la palabra no es inocente—, se ha convertido para los visitantes en algo que ganar y de lo que alardear como un trofeo, un inasible objeto de ambición.

Sobre esa obstinación en el desplazamiento y la mutación de los lugares en bienes consumibles ha escrito Rodolphe Christin en Mundo en venta, libro en el que desarrolla un curioso concepto: «La época hipermoderna es dromomaníaca, es decir, desesperada por el automatismo de la movilidad. El movimiento genera el sentimiento de vivir a fondo, permite consumir el mundo. Bajo el pretexto de sus buenas intenciones, ligadas […] al descubrimiento de la diversidad del mundo, tanto humana como ecológica, la movilidad se ha vuelto un modelo de conducta que coloniza masivamente el imaginario social y se impone a nuestro ocio y a nuestra vida profesional». Cuesta negar que lleva razón. Según su análisis, el espíritu de nuestra época —conformado por una abundancia de imágenes, eslóganes en pro de la movilidad y estrategias de promoción del exotismo— ha ratificado la idea del placer asociada al movimiento, incluso para personas que nunca habían sentido esa llamada y son por carácter más proclives a un sedentarismo tan voluntario como gratificante. El turismo es la punta de lanza de esa ideología. Como en el Zenith, el crucero de lujo en el que David Foster Wallace se embarcó del 11 al 18 de marzo de 1995 para contarlo después en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer: allí, las tareas principales del director y de su plantilla (es decir, de los representantes de la industria turística) «es convencer a todos de que todo el mundo se lo está pasando bien […]. Se supone que esa sensación se debe producir en ustedes: una mezcla de relajación y estimulación, de indulgencia tranquila y de turismo frenético». Los cruceros, esas burbujas sin destino altamente contaminantes en las que se da el movimiento por el movimiento, en las que es escaso el contacto con los lugares en los que recala, ¿nos harán, de todas formas, mejores personas?

Aunque la humanidad ya ha alcanzado una edad para ser consciente de las consecuencias de sus propias acciones, la intención de Christin no es en absoluto linchar al Homo turisticus. Él sabe que, antes o después, todos caemos en esos apetitos, y, por eso, no se trata de acusar, sino de observar por el bien de todos —de la mayoría, al menos—. Su interés es analizar el lado oscuro de una práctica del viaje que está articulada por la industria turística, señalar «cómo el uso del mundo ha degenerado en la usura del mundo». Podríamos hablar entonces de la tragedia de los comunes: disfrutamos de una actividad que parece muy racional desde el punto de vista individual, que no perjudica a nadie y a nosotros nos genera un beneficio directo; cuando más personas llevan a cabo esa actividad, continúa siendo racional; pero, finalmente, cuando la realizan millones de personas, es una tragedia colectiva. Un ejemplo: subir al Everest es un nuevo tipo de turismo masivo (¡!) para gente adinerada; por supuesto, nadie puede culpar a esas personas de querer cumplir sus sueños —imperativo cursi de nuestro tiempo—, pero sí, por favor, de los problemas medioambientales que están causando en los campos base, que van llenando despreocupada y cuantiosamente de todo tipo de basuras. Otro ejemplo: los habitantes de algunas ciudades ya no pueden utilizar ciertas líneas de transporte público por la masificación turística de estas. Y uno más: hay poblaciones que, por la sequía, padecen cortes en el suministro de agua mientras estos no afectan a los hoteles, que pueden seguir llenando a discreción sus piscinas para que la experiencia del visitante sea inmejorable.

A menudo se les pregunta a los críticos con el modelo turístico implantado en el sur de Europa si esconden una actitud turismofóbica. Sin embargo, otra manera de plantearlo puede ser preguntarnos si quienes organizan y participan de ese modelo sienten suficiente respeto por la vida de los lugares que visitan. Ante la posibilidad de la acusación de turismofobia, no son demasiados los ejemplos como el libro de Rodolphe Christin, o no lo eran hasta hace poco. Frente a toda la literatura laudatoria en torno al viaje, las referencias que lo problematizan solían brillar por su escasez. Hoy esta carencia se está corrigiendo en la medida en la que los autores/as empiezan a padecer en primera persona y en cada vez más y más zonas del mundo los efectos secundarios de esta supuesta panacea de la economía. Es lógico que el asunto esté en la conversación y la escritura, porque sus consecuencias nos afectan como habitantes y, de la misma forma en la que queremos ser mejores durante nuestros días de vacaciones, también y sobre todo queremos ser ciudadanas con calidad de vida el resto del año en nuestros lugares —aunque con la euforia del desplazamiento se nos olvide—. Ya no encontramos ferreterías en este conjunto de manzanas que poco a poco es menos barrio, resulta una odisea no solo alquilar un piso sino conseguir que no nos echen de este en el que estamos para reconvertirlo en vivienda de uso turístico, apenas entendemos cómo pedir un café normal en los nuevos establecimientos hasta que empezamos a trabajar en ellos, porque la demanda laboral se está terciarizando a una velocidad nociva. Y así añadiríamos un montoncito de pequeñas y grandes preocupaciones mientras las instituciones sacan pecho celebrando los buenos datos de visitas al tiempo que en sus poblaciones aumenta el porcentaje de personas en riesgo de pobreza. 

* * *

Aquel mensaje masivo continuaba de este modo: «Escapa de lo cotidiano. Siente ese impulso que da lo desconocido. La sensación de recorrer una calle por primera vez, de conocer un monumento, de abrir la puerta de tu habitación de hotel. Porque cuando viajas brilla tu mejor versión». Mientras lo leía, recordaba algunas cosas vistas en plataformas donde los viajeros opinan sobre los hoteles y los restaurantes en los que han estado y donde, desde hace un tiempo, también valoran los territorios, de los que se quejan si la playa era de piedras y no de arena, si durante su visita la niebla les cubrió el paisaje o si, sencillamente, el sitio no era lo que esperaban. El cliente siempre tiene la razón, y ahora el viajero es un cliente del paisaje, al que más le vale adaptarse si quiere ser competitivo y no recibir una mala puntuación. La de cliente no suele ser la mejor versión del ser humano, por cierto. 

Por irresolubles que parezcan ciertos problemas, eso no nos exime de pensarlos, sobre todo si los padecemos y caemos en la paradoja de participar involuntariamente en su reproducción —quizá eso, ojalá, sí nos haga mejores y en plural—. Nada mejor que las comunicaciones, nada mejor que las carreteras, las vías y el cielo que conectan lugares y personas, sobre todo si facilitan su vida diaria y no convierten los territorios en «lugares de destino». Pero ¿debemos seguir actuando como empleados de las oficinas de turismo, desplegando la pancarta de «Bienvenido, Mr. Marshall» en los pueblos y ciudades en los que vivimos para que estos estén conectados con el centro del centro y apenas entre sí? No nos vayamos siempre, quedémonos de vacaciones. Veamos pasar trenes y aviones preguntándonos, ya sin angustia, a dónde van sin nosotros dentro por esta vez. Quizá es el momento de pensar en un ligero y salubre repliegue, en una contención, en consumir menos también en lo que se refiere al mundo y no solo a sus objetos. 

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35 Comentarios

  1. Somos el doble de población que en 1970, de 4000 Millones a 8000 Millones.
    Un local no tiene ningún derecho adquirido sobre un territorio para mandar a un visitante a su casa.
    El turismo siempre crea riqueza, quien le moleste puede irse a sitios no turísticos, lo que no va pasar es que impida a los demás visitarlos.

    • Habitante de lugar turístico

      Somos el doble de población en el mundo pero en los países donde el que viaja se llama turista somos cada vez menos, en los que si aumenta la población el viajero tiene otro nombre, emigrante y no suele ser tan bien recibido como el primero.
      Un local por supuesto que no tiene ningún derecho a mandar a nadie a su casa de la misma manera que tampoco un turista tiene ningún derecho a mandar a ningún local a vivir fuera de su casa.
      El turismo siempre crea riqueza para alguien de la misma manera que muchos otros negocios como la especulación urbanística por ejemplo, el caso es si realmente compensa el impacto que tiene en los lugares donde se práctica y cuanta gente se beneficia de esa riqueza.

    • Sobre la riqueza, si no se reparte no sirve para nada. Los Matute estan forrados pero Baleares esta expulsando a sus hsbitantes.
      Ni Canarias es mas rica q Navarra, ni Baleares q Euskadi. Por poner dos ejemplos.

      Sobre q los locales no tienen derecho a expulsar a la gente. Entiendo q gracias a la union europea y al pasaporte Español habeis perdido la perspectiva, pero os cuento un secreto, si Japon, Australia, EEUU, Canada o Kenya por poner unos ejemplos, os deniega el visado, no entrais, por ley. En mi opinion, los autoctonos (las fronteras las podeis dibujar como mas os guste) tienen todo el derecho del mundo de legislar para quitarse turistas de encima si les da la gana, al igual q lo tiene un pais.

      • Un Estado es una porción de territorio sobre el que está declarada la apropiación de los nacionales. Por supuesto, que es así. Por eso todos los ciudadanos españoles, seamos de donde seamos, estamos en nuestra casa en Cartagena, en Gerona o en Bilbao. Ídem los británicos en su casa, los kenianos en la suya, etc.
        Las puertas abiertas por principio para toda la humanidad en el coto marcado que es un Estado es una cuestión de ética. La moral del grupo y la política de la comunidad tienen otras exigencias. Así que la puerta se cierra y se abre según conviene.

    • Bueno hay gente que cree que el protagonista de la Conjura de los necios es un ejemplo a seguir. Las interpretaciones son libres, no siempre acertadas. Aunque para los mileis y alvises, es más por identificación que por interpretación.

    • Menuda falacia ultracapitalista te has marcado. El turismo solo trae riqueza a loa mismos se siempre, no revierte en los habitantes del lugar. Sigue tragándote esa historia mientras el mundo se va a la mierda.

  2. Tathiana Montaña

    Muy bueno, en buena hora. Un turista no es un viajero y las vacaciones son para descansar (vacante: dejar de hacer actividades de rutina como trabajar o estudiar). No sé en que momento el turismo de masas se convierte fetiche, caramba!! Nada mejor que quedarse en casa mirando el techo o rascándose la panza.

  3. David Vila

    Es un artículo buenísimo, ¡felicidades! Conozco gente de «buena conciencia», neo- new-age, pregoneros excesivos del «momento presente» (sin atención al futuro, ni a las consecuencias ecológico- sociales de nuestros hábitos y conductas) que, sin embargo, se evaden continuamente de su AQUÍ en una busca compulsiva y adictiva de algún MÁS ALLÁ de moda, promocionado por las agencias de viaje. Si el mundo está muy feo, huyamos de él…(aunque así se ponga peor).

  4. Compro el mensaje del artículo. Pero no todo el mundo vive a lo largo del año en lugares bonitos, con playa y montaña, buen tiempo y con buena comida. Y a los demás también nos gusta disfrutar unos días al año de sitios que merezcan la pena. No seamos como aquél asturiano que decía que para evitar la masificación turística y en pro del ecologismo, no sé movía de su tierra. Qué fácil! Yo tampoco lo haría si viviese en lugares así. Que se vayan a Ciudad Real en verano (por decir algún sitio) y que así contribuyan a que haya menos gente en Asturias durante el verano.

    • El sitio es perfecto. Iba a comentar que los que vivimos en Ciudad Real lo tenemos complicado en verano.

    • En Asturias hay decenas de pueblos con mucho sitio disponible. Y es barato. Recibiremos con los brazos abiertos a gente que quiera vivir en ellos todo el año y no solo durante sus vacaciones. Anímate.

      • Se lo agradezco, pero todo sitio es susceptible de masificarse, Asturias incluida. Lo que vengo a decir es que no todo el mundo tiene la suerte de vivir en lugares privilegiados durante el año, y que es comprensible que algunos como yo quieran invadirlos 10 días al año. Tampoco tengo una solución, ya que si yo decidiera irme a vivir donde usted me comenta tan amablemente, gesto que agradezco, y otros muchos como yo lo hicieran, acabaría por no ser un paraíso. Al final, llegaremos a un sistema de cuotas, y si no, al tiempo. Saludos

        • De hecho, Asturias ya está masificada, como Cantabria, el País Vasco y por supuesto Galicia (en realidad solo sus costas). Cualquiera que haya visitado el norte este verano la habrá podido comprobar. Campings llenos de autocaravanas al completo, hoteles sin plazas y calles llenas a rebosar de mucha gente que huye del calor.
          Me declaro culpable.

    • errefejota

      Yo llegué a pensar que Ciudad Real era una invención, que no podía existir nada ahí hasta que viajé a Mérida y paré a propósito allá. Dije: vale, está ahí, tachada de la lista. Por suerte, vivo todo el año en Benidorm y siento dar envidia. Soy un turista permanente. Mola mucho.

  5. Cuando los viajeros del pasado viajaban para conocer nuevos países, gentes, nuevas culturas, costumbres culinarias y lenguas era algo bonito y romántico, que habría sus mentes y espíritus a esas nuevas culturas y gentes. Viajar era algo que hacía mejor persona al viajero, coincido con ello. Pero cuando viajar se fue democratizando y cada vez más personas, millones de personas, pudieron permitirse este lujo, entonces se convierte en algo inmoral para la autora de este artículo. El aumento de la riqueza a nivel mundial se hace patente con la masificación del turismo, porque ya le digo yo, por experiencia, que ya no son japoneses los millones de turistas que encuentra uno en sus viajes. Que el aumento exponencial del turismo se debe al aumento exponencial de la renta de las personas a nivel global es un hecho. Que a la autora le parezca inmoral que se democratice el turismo y que deje de ser algo romántico restringido a una élite, me parece que esta actitud se cura viajando. Mejor planteado estaría su artículo si tuviera por objeto proponer soluciones para hacer más sostenible el turismo de masas. Las lecciones de moralidad no van a ninguna parte y prohibir el turismo en sus diferentes formas, tampoco.

    • Bueno hay gente que cree que el protagonista de la Conjura de los necios es un ejemplo a seguir. Las interpretaciones son libres, no siempre acertadas. Aunque para los mileis y alvises, es más por identificación que por interpretación.

    • El turismo de masas como las compras masivas y el tipo de vida que como especie llevamos en todo el planeta no hay forma de sostenerla indefinidamente.

  6. Alejandro

    Cuando los viajeros del pasado viajaban para conocer nuevos países, gentes, nuevas culturas, costumbres culinarias y lenguas era algo bonito y romántico, que habría sus mentes. Viajar era algo que hacía mejor persona al viajero, coincido con ello. Pero cuando viajar se fue democratizando y cada vez más personas, millones de personas, pudieron permitirse este lujo, entonces se convierte en algo inmoral para la autora de este artículo. El aumento de la riqueza a nivel mundial se hace patente con la masificación del turismo, porque ya le digo yo, por experiencia, que ya no son japoneses los millones de turistas que encuentra uno en sus viajes. Que el aumento exponencial del turismo se debe al aumento exponencial de la renta de las personas a nivel global es un hecho. Que a la autora le parezca inmoral que se democratice el turismo y que deje de ser algo romántico restringido a una élite, me parece que esta actitud se cura viajando.

    • Alejandro, hay que tener un poco de pundonor y no ser tan copión. Lo digo porque has fusilado casi por completo el comentario anterior al tuyo, de un tal Alexp.

  7. QuinKuill

    Nunca lo fue.

  8. Innerweltlicher

    Parece evidente que nos estamos bebiendo el mundo «hasta las heces» y parece probable que sufriremos una resaca quizá irreparable. ¿Cómo afrontar este problema del turismo?, ¿debemos legislar para protegernos de los visitantes —aunque eso nos pueda afectar también a nosotros mismos— o es suficiente tomar una posición de referente moral procurando que nuestro entorno comprenda que no hay nada malo en disfrutar del tiempo en el lugar de origen?

    Antes nadie se preocupaba de nuestro tiempo libre. Recuerdo de niño pasar gran parte del verano en mi ciudad, quedando con compañeros que no estuvieran en su pueblo (antaño lugar de vacaciones por excelencia) para hacer planes tan sencillos como ir al cine, a los recreativos o a tomar un helado. Ahora pasar un puente en la gran ciudad es un fracaso tal, que sólo se puede justificar ante el círculo de amigos por una necesidad familiar o laboral. ¿Cómo reconducir esto?, ¿cómo hacer ver a otros —y sobre todo a nosotros mismos— que estar dos días en un sitio atestado de gente con camiseta de tirantes es una experiencia deleznable?

    Tengo para mí que la fotografía es uno de los vectores más eficientes de esta forma descabezada de viajar. Irresistibles esas imágenes que prometen felicidad, a costa de ocular los codazos del autor de las mismas para obtener el plano sin incursiones indeseadas.

    Y sin embargo…hay ocasiones en que el estrés del trabajo es tan insoportable que paro durante un par de minutos y me relajo pensando en esa playa a la que me gusta ir en cierta época de la primavera y que es garantía de bienestar y solaz. Jamás me ha defraudado, a condición de que la dosis sea pequeña (a lo que contribuye su exigencia pecuniaria) y de que el tiempo acompañe. Voy allí y de verdad compro felicidad, cosa que no me ha ocurrido en el lugar donde he pasado unos días recientemente visitando/sufriendo el enésimo puto mercadillo llamado medieval.

    Así de contradictorios somos. Me gustaría pensar que podemos ser más selectivos con nuestro tiempo y viajar menos pero hacerlo de una manera más satisfactoria; también creo que sería muy interesante reflexionar sobre qué hacemos cuando viajamos y qué parte de esa actividad no es repetible en nuestro hogar.

    Mi impresión es que el mundo occidental está empezando a saturarse del consumismo turístico. Ojalá sea el momento para decidirnos por viajar menos, pero mejor. Por algo se empieza.

  9. La industrialización del turismo ha transformado muchas localidades en auténticos parques temáticos. ¿Qué sentido tiene visitar lugares como el Albayzín, Ronda o Venecia si sus edificios se han convertido en meros contenedores de turistas? La globalización ha hecho que los comercios tradicionales desaparezcan, y ahora encontramos las mismas cadenas de comida y ropa en cualquier rincón del mundo (incluso puedes comprar un imán de la Sagrada Familia de Barcelona en Vigo).

    Hoy en día, el turismo se ha convertido en una forma de exhibicionismo, donde viajar se ha vuelto una competencia para compararse y, si es posible, superar al vecino. Muchos de estos viajes exprés no permiten disfrutar del lugar, de la experiencia ni de la inmersión en un entorno diferente. Todo parece un decorado, todo resulta artificial.

    Esto conlleva importantes consecuencias éticas y morales para los destinos turísticos. Si bien el turismo puede generar riqueza y revitalizar zonas infravaloradas, el turismo descontrolado y masificado trae consigo más inconvenientes. La sobreexplotación de recursos, la expulsión de los vecinos, la desaparición del tejido social, la pérdida de identidad y la generación de residuos son solo algunas de las consecuencias.

    Es fundamental que hagamos un examen de conciencia. Esta situación se basa en una oferta que, para ser cada vez más competitiva, reduce costos a expensas de los trabajadores, como cocineros, camareros y limpiadores, quienes enfrentan largas jornadas laborales y salarios mínimos. El problema radica en que no estamos dispuestos a pagar lo que realmente deberían costar los servicios y las consecuencias que generamos.

    Todos debemos poner de nuestra parte para evitar que esta problemática se vuelva irreversible. Las administraciones tienen la responsabilidad de actuar, pero también los consumidores debemos hacer un uso responsable del turismo, siendo conscientes de que nuestras acciones pueden tener un impacto significativo.

    Este texto es un reflejo de la experiencia de un habitante de una zona muy turística, que se siente expulsado por la presión insoportable de una «especie invasora».

    • errefejota

      El Albaicín sin turistas era un sitio sucio e infame. Te lo digo porque yo estudié en el Ave María. El turismo lo salvó al igual que lugares como La Alpujarra. Venecia es un decorado que produce mucho, mucho dinero, pero la gente no vive allí, vive en Mestre en el continente. Pero, qué le voy a decir a un viajero que no es un turista. Pues que dejes de viajar, que te quedes en tu barrio y no te muevas ni al de al lado que es donde está Mercadona, sé coherente, be water, my friend.

  10. velerobergantin

    Estoy de acuerdo en mas del 90% del contenido del artículo
    Creo que era Hegel quien decia algo así como que: «La cantidad cambia a la calidad»
    Con posibles o sin ellos, pudiendo o no, en estos momentos hay 8.000 millones de humanos con «derecho» a visitar tu calle.
    Todos los turistas que conozco vuelven igual de tontos o de listos que en el momento que se fueron

  11. errefejota

    Los antiturismo son chanantes. Son funcionarios, gente con posibles aburridas, activistas comunistas y algún jubilado sin causa. Pueden dinamitar la economía de un territorio como va a ocurrir en Canarias. Pero, curiosamente, ellos también viajan como ocurrión en la última manifestación de estos malajes en Palma de Mallorca de hace unas semanas donde no reunieron a más de 500 miembros de la élite privilegiada porque muchos de las manis anteriores estaban… haciendo turismo. Hipócritas sin cerebro, eso son. y poco más.

    • Bueno, somos gente que no podemos vivir en nuestros pueblos por cómo se han puesto los precios de compra, cómo ha desaparecido el alquiler a largo plazo gracias a Silicon Valley y a unos listillos e inversores colonialistas que nos tratan como se trataba al indígena en tiempos.
      No digo yo que por esto tenga más cerebro que el que usted me presupone, pero a la vista de su análisis no me anda usted a la zaga.
      Un abrazo y menos bilis

      • errefejota

        ¿Qué pueblo? Yo vivo en Benidorm y ni lloro ni me lamento. La culpa de la falta del alquiler no es del turista sino de las leyes zombis de nuestros iluminados socialistas y en todos lugares hay Mercadonas por lo que los precios son iguales. Eso sí, tienes una pinta de funcionario que ni te cuento.

    • Lucio Anneo

      Querer poner límites y ordenar la actividad turística en lugares saturados o en vías de saturación no me parece en absoluto una majadería. Su comentario, en cambio, me sorprende por su burda desfachatez. Por su cuñadismo militante. Váyase usted a forocoches o a Ok diario a opinar, alma de cántaro, y déjenos en paz

  12. Fantástico artículo que explica con mucha sensatez un problema que suele resolverse en otros medios de comunicación con manido clichés populistas.

  13. Tu artículo me parece perfecto, Azahara. Me encanta el mensaje y el discurso, pero también me encanta la forma en la que abordas el tema desde todos los ángulos posibles, con respeto y sin fricción alguna, pero con confianza. No se si es periodismo del bueno o simplemente arte, pero felicidades. Has hecho que comente en un blog por primera vez en mi vida y que dedique la tarde a leer el resto de tus artículos.

  14. María Antonieta Ugarte y Chocano

    Viajar debe ser muy lindo, sobre todo visitar lugares que uno conoce por haber leído sobre ellos; y cuando los visita los reconoce. El viaje, seguro que adquiere valor cuando se descansó, realizó todo lo planeado y no tuvo contratiempos. Si regreso llenó de ánimo para enfrentarme a mi diario vivir; el viaje valió la pena. Soy del otro lado del charco. Vivo en la ciudad de Arequipa – Perú. En los años setenta mi papá recibía «España Semanal» era como un boletín. A inicios de esa década España recibió a la turista número un millón. Era una joven de un país nórdico ( Hoy en día escuché decir que reciben a setenta millones) Al ver esa noticia mi papá comentó: «es muy interesante el turismo; pero como traen cultura de otros lugares, traen costumbres y en algunos casos enfermedades. Solo si los gobiernos lo llevan bien, el turismo será algo muy bueno». Hace unos días supe que este año Las Islas Canarias han recibido a catorce millones de turistas. Madrid recibió ocho millones. En el caso de Las Islas Canarias se quejaban los naturales del lugar que a ellos les faltaba el agua y a los hoteles no, porque tenían que pensar en los turistas. Otra cosa que expresaron fue de que: los trabajos son precarios. A todo lugar que lleguen los turistas y ese lugar esté habitado…unos lo pasarán lindo y otros no. Viajar no da la felicidad que todo ser humano busca, te da migajas de lo que se cree es felicidad. Leyendo un libro en casa y escribiendo viajo a lugares increíbles; pero no pretendo que lo hagan. Quien pueda viajar y sentirse bien que lo haga.

  15. Pingback: Área de servicio, crónica de un viaje que continúa - Jot Down Cultural Magazine

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