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Paul Theroux. Una obra en marcha

Paul Theroux
Paul Theroux.

Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down  nº 47 «Locomotive»

Hay libros que en realidad no terminan de escribirse hasta mucho tiempo después de que se hayan publicado. Este es el caso de El gran bazar del ferrocarril, el libro de viajes que lanzó a la fama a Paul Theroux en 1975. En aquella ocasión, el escritor emprendió un viaje en tren que lo llevó de Londres a Tokio, pasando por algunos países del este de Europa, Turquía o la India. Treinta años después, Theroux decidió volver tras sus huellas y repetir aquel mítico viaje. El «retorno» dio lugar a Tren fantasma a la Estrella de Oriente, publicado originalmente en 2008. Es entonces cuando nos enteramos de que aquel libro legendario que es El gran bazar del ferrocarril nació en parte de un impulso homicida. Al parecer, Theroux descubrió a su regreso que su mujer lo había «sustituido» por otro. Ese otro había vivido en su casa, ocupado su cama y jugado con sus hijos. Reconoce que en ese momento quiso matarlos a los dos. Por suerte, en vez de empuñar un arma, se sentó a escribir el libro. 

Pese a escribirlo con furia, «maltratando la máquina de escribir», Theroux quiso dar al libro un carácter alegre, por lo que no hizo mención a sus «tumultos domésticos». Tal vez el único rastro de que algo no iba bien aparece en la dedicatoria: «A la legión de los perdidos, a la cohorte de los condenados, a mis hermanos en su pena allende los mares…». Años después de su primer viaje, en 1989, aquel deseo homicida acabó encontrando una salida en Mi historia secreta. En una escena de esta autobiografía ficticia, el protagonista irrumpe en una cena y dispara a su rival con una pistola de agua llena de orina. En la vida real nunca ocurrió tal cosa; sin embargo, hubo algo que sí sacó de la realidad: en la novela reprodujo textualmente la nota por la que descubrió que su mujer tenía un amante. Lo curioso es que en el momento en que se publicó seguía todavía casado con ella (se divorciaron en 1993). 

Esa tendencia a mezclar realidad y ficción fue duramente criticada por su hermano mayor, Alexander, en una reseña de Mi otra vida publicada en el Boston Magazine. Alexander, también escritor, se despachaba a gusto con la novela y aprovechaba la ocasión para calificar de «superficiales» sus libros de viaje. Una de las cosas que reprochaba a Paul es que hubiera ridiculizado a medio mundo, desde los habitantes de Cape Cod a los samoanos, pasando por los cantoneses o los habitantes de Melanesia. El retrato que hizo de él como persona no fue mucho mejor. Como cabía esperar, fiel a su creencia de que la ficción da esa segunda oportunidad que la vida nos niega, Paul incluyó el rifirrafe con su hermano en Tierra madre (2017). En esa novela le pedía a su madre que escribiera una carta al editor de Boston Magazine que aclarase que lo que Alexander decía no era cierto, que en la familia no se reían de él y eran grandes admiradores de sus libros.

La tendencia a caricaturizar de Theroux ha sido condenada también fuera de la familia. El escritor Mark Salzman criticaba en The New York Times la imagen de los asiáticos en general, y de los chinos en particular, que ofrecía Theroux en En el gallo de hierro (2008). El escritor se defendió de las acusaciones de sinofobia diciendo que el libro captaba el clima de tensión de aquellos años (1986-1987) en la República Popular China. Relató las primeras manifestaciones de estudiantes celebradas a favor de la democracia y cómo fueron reprimidas por las autoridades. Lo que ocurrió poco después en Tiananmén venía a confirmar, en su opinión, lo que contaba en el libro. Con todo, la descripción que hizo de algunas personas, por ejemplo de un tibetano con el que se encontró, parece difícil de justificar: «Todos los tibetanos creen que descienden de una ogresa sexualmente insaciable que tuvo seis hijos después de copular con un mono sumiso. No es más que una bonita historia, desde luego, pero me bastó observar a aquel hombre para darme cuenta de cómo se había originado el mito».

Theroux incurre con frecuencia en todo tipo de generalizaciones precipitadas y en ocasiones puede llegar a ser muy hiriente. Se diría que hay en él un deseo de pillar al país que tiene delante con los pantalones bajados (incluido el suyo). Quiere conocer la verdad de los sitios que visita y está convencido de que es en las situaciones incómodas donde reside. Una manifestación en París le parece más reveladora que todo lo que pueda encontrar en el Louvre; una visita a un sex shop lo ayuda a hacerse una idea de cómo es el carácter de los habitantes de un lugar; ver a un montón de niños y ancianos andrajosos en el andén de una estación, como le ocurrió a él en Tiflis, Georgia, le parece un inmenso «golpe de suerte». Estoy de acuerdo con esa frase de la directora Forugh Farrojzad que dice que el mundo está lleno de fealdad y aún habría más si el hombre apartara la mirada. Ahora bien, la cuestión es cuánta fealdad se puede mostrar sin caer en cierto ensañamiento. Theroux siempre parece a punto de traspasar esa fina línea. Es comprensible que sus libros incomoden. 

Más difícil es estar de acuerdo con las acusaciones de racismo que se han vertido contra él por sus libros sobre África. Wesley Paul Macheso, escritor y profesor en la Universidad de Malawi, señaló que sus libros ofrecen una perspectiva distorsionada del continente africano y contribuyen a perpetuar estereotipos y prejuicios raciales. Para Macheso, la descripción «neocolonial» de los africanos en novelas como En Lower River (2012) o Mi historia secreta no difiere de la ofrecida en El corazón de las tinieblas1. Recordemos que la novela de Joseph Conrad está en el punto de mira desde que Chinua Achebe la tildase de racista. Otros escritores africanos también la han criticado, aunque de forma más matizada. Ngũgĩ wa Thiong’o celebró que Conrad arremetiese contra el colonialismo, especialmente contra las atrocidades cometidas por los belgas en el Congo durante el reinado de Leopoldo II, aunque lamentaba que le hubiera temblado la mano a la hora de condenar al imperialismo británico, marcadamente racista. El corazón de las tinieblas es producto de su época, una época particularmente terrible en la que se empezaron a conocer las salvajadas perpetradas por los belgas y también las terribles costumbres tribales practicadas en algunas zonas del Congo (prácticas que incluían el canibalismo o los sacrificios rituales y que, al parecer, el propio Conrad podría haber presenciado)2. 

El caso de Theroux tiene también muchos matices. Para empezar, el propio escritor ha denunciado en alguna ocasión el racismo de los blancos que residen en algunos países africanos. Lo hizo en un artículo titulado «Tarzan Is an Expatriate», donde afirmaba que no se le ocurría «nada más deprimente o más estúpido y bárbaro que el racismo». En otra parte también señaló las actitudes xenófobas de los africanos hacia los ciudadanos de origen indio o paquistaní residentes en África Oriental. En su opinión, los africanos habían heredado este odio de los británicos, por lo que sería un legado de la época colonial3. Puede que Theroux sea una de esas personas hábiles a la hora de ver la paja en el ojo ajeno e incapaces de ver la viga en el propio, nuestros puntos ciegos pueden llegar a tener una extensión francamente sorprendente, pero parece que el afecto que profesa a los africanos es auténtico. Según ha contado, pasó los años más felices de su vida en África. Allí conoció a su primera mujer y tuvo a sus dos hijos. Fue profesor en Malawi hasta que fue deportado por criticar al dictador Hastings Kamuzu Banda. Después vivió varios años en Uganda, así que no se puede decir que no conozca bien África, como se dijo de Conrad. De hecho, algunos académicos africanos consideran que En Lower River, la novela calificada por Macheso de racista, refleja aspectos clave de la historia de Malawi. La novela sugiere que el Gobierno dictatorial de Banda, representado a través del personaje de Festus Manyenga, jugó un importante papel a la hora de perpetuar la pobreza del país después de su independencia4. 

Aun así, entiendo que para un africano resulte hiriente leer algunos pasajes de sus libros. Su último viaje al continente africano, contado en El último tren a la zona verde (2013), fue tan duro que la imagen que acabó mostrando de Sudáfrica, Namibia o Angola distaba mucho de ser idílica. Tres de las personas con las que compartió viaje acabaron muertas (una de ellas fue brutalmente apaleada por unos ladrones) y él mismo fue víctima de una estafa con su tarjeta de crédito. En su viaje se encontró con mucha pobreza, corrupción y espacios naturales cada vez más escasos. Sí, las townships de Ciudad del Cabo habían cambiado mucho en los últimos años y ahora eran asentamientos habitables; pero, en general, las ciudades eran vertederos que reflejaban la peor cara de Occidente. El panorama dibujado por Theroux en este libro es una mezcla de Mad Max y una novela apocalíptica de Cormac McCarthy. No en vano, uno de los últimos capítulos del libro lleva por título «Este es el aspecto que tendrá el mundo cuando se acabe» (y esa frase no la dice él, sino un angoleño). 

Podemos preguntarnos si esta imagen de África es un reflejo fidedigno de la realidad o solo un eco de su mirada. Su desesperación en aquel viaje fue creciendo hasta el punto de ver un «estertor amplificado» en la risa de los angoleños. Ver una sombra de la muerte donde los demás veían un signo de alegría podía ser cosa suya. Así que, como Rimbaud, acabó preguntándose: «¿Qué hago aquí?». ¿Qué sentido tenía seguir informando sobre la miseria cuando ese tipo de relatos ya abundan? Como no encontró respuesta, decidió poner fin al viaje, y al libro, antes de lo previsto. 

Una de las ventajas de viajar en tren es que permite alternar las vistas que ofrece el paisaje con las que refleja la ventanilla. Theroux es lo suficientemente respetuoso con el lector como para mostrar esos reflejos incluso cuando no revelan nada bueno de él. «Hay algo morboso en el hecho de viajar solo», reconoce en El último tren a la zona verde, y un poco más adelante: «Un campamento ilegal en California reproduce en cada detalle un campamento ilegal en África, y a un escritor de viajes le merece la pena examinarlo precisamente por eso. Pero yo no soy ese escritor, no estoy tan entregado a las incomodidades ni tengo el corazón tan noble». 

Todos sus libros pueden verse como una obra en marcha, literalmente en marcha, pues con frecuencia el libro se va escribiendo ante nosotros mientras avanza en su viaje. El relato sigue, en cierto modo, un doble itinerario: «Viajaba con facilidad en dos direcciones, a lo largo de los raíles, mientras Asia iba desfilando por la ventanilla, y en el interior de un mundo privado, el mundo de la memoria y el lenguaje» (El gran bazar del ferrocarril). Al final de sus libros sabemos un poco más de Ciudad del Cabo o Luanda, pero también del propio Theroux. Es como en el epílogo de El hacedor, de Borges, un hombre se propone «la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas […] y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara». El retrato de Theroux que dejan entrever sus libros muestra a un hombre crónicamente desubicado, en una búsqueda constante de un sitio al que pueda llamar hogar.

A Borges, por cierto, le entrevistó durante su estancia en Buenos Aires (de aquel viaje dio cuenta en El viejo expreso de la Patagonia, publicado en el año 2000). También encontramos cameos de escritores como Orhan Pamuk, Arthur C. Clarke o Haruki Murakami en Tren fantasma a la Estrella de Oriente. Es habitual que en sus viajes Theroux vaya leyendo y permita al lector asomarse al libro que tiene entre manos. También suele compartir con los lectores las anotaciones de su cuaderno de viaje. Al final de El gran bazar del ferrocarril hace coincidir el final del trayecto con el final del relato, con la ventaja de que al regresar a casa podrá abrir de nuevo el libro y volver a leer desde el principio: «De niño, cuando vivía cerca de la vía férrea de la compañía Boston & Maine, raras veces oí el paso de un tren sin sentir deseos de montar en él».

Al acabar un libro de Theroux te invade siempre una sensación agridulce. Durante páginas has compartido vagón con gente de la que no sabías nada, te has hecho una idea de cómo son algunos lugares que no conocías… y has visto mucha más miseria y degradación de la que estás acostumbrada. Lo peor es ver cómo los patrones de la pobreza se repiten en diferentes países y lo poco que cambia el mundo con el paso de los años. Theroux tiene razón: «Si un lugar, tras varias décadas, sigue siendo igual e incluso peor que antes, casi da vergüenza contemplarlo. Es como una plegaria que uno lamenta que jamás haya sido atendida». Sí, es posible que su mirada tienda un poco hacia lo decadente. Aun así, no creo que podamos culparle enteramente de lo que ha visto.


Notas

(1) Macheso, W. P. «The Problem with the Traveller’s Gaze: Images of the Dark Continent in Paul Theroux’s The Lower River». Journal of Humanities (Zomba) 2017; 25(2): 45-61.

(2) Hawkins, H. «The Issue of Racism in Heart of Darkness». Conradiana 1982; 14(3): 163-171.

(3) Los dos artículos de Theroux, «Tarzan Is an Expatriate» y «Hating the Asians», de 1967, se recogen en el número 75/76, 1997, de la revista Transition.

(4) Etim, E., Omobowale, E. «The Centre Replies the Empire: Post-Postcolonial Perspectives on the Historicity of Post-Independence Malawian Leadership in Paul Theroux’s The Lower River (2012)». Hybrid Journal of Literary and Cultural Studies 2020; 2(4): 6-23.

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2 Comentarios

  1. Agustín Serrano

    Me gusta Paul Theroux. A partir de la lectura de este fenomenal artículo, un poco más.

    Enhorabuena.

  2. Paul Theroux tiene buenos libros, sin duda, aunque siempre, sin excepción, en todos sus libros, hay pasajes donde se le va la mano, o más bien, se le ve suelto, alegre, disfrutando de cómo mete el dedo en el ojo a quien esté a su alcance. No me sirve de mucho que diga en unas cuantas entrevistas que sus excesos son contra todos, incluso contra él mismo.

    Theroux tiene, pese a todo, la piel fina. Véase por ejemplo, ese libro dedicado a su antiguo maestro, Sir Vidia´s Shadow: A Friendship Across Five Continents (La sombra de Naipaul), donde el disgusto de ver en el rastro unos libros del autor dedicados con afecto a Naipaul da paso a una rabieta que se extiende a lo largo de 464 páginas. Y le salió mal ese rencor, sólo hay que comparar la actitud de Naipaul con su biógrafo Patrick French: «úsalo todo, no me importa» con la inquina de Theroux. No llegó ni a rozarlo.

    A partir de Mi otra vida bajó mucho su capacidad de crear personajes, tramas y se acentuó, por el contrario su gusto por la observación corrosiva. En muchos aspectos, se ha convertido, sin querer, en un elemento extraño del siglo pasado, pero no tan interesante como Chatwin o Bryson.

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